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Grosera operación mediática 
Publicado el 31 de Mayo de 2011  
La  Asociación Madres de Plaza de Mayo es presidida por Hebe de Bonafini  desde 1978, cuando se constituyó civilmente, apelando a la escasa  legalidad a la que podían aspirar bajo el régimen de terror. Esa  constitución formal, con estatuto interno y designación de autoridades,  resultó una victoria formidable de los pañuelos blancos ante el  genocidio en curso. La conducción de Hebe fue decidida entonces por sus  propias compañeras y ratificada formalmente en 1986, cuando un proceso  de divergencias políticas e ideológicas interno fue zanjado con una  nueva elección dirigencial. Eso en los papeles. En el terreno fáctico,  la  revalidación se produce a diario, como ocurre con todo colectivo  militante y transformador, revolucionario y no burocrático, cuyo  accionar lo obliga a deliberar permanentemente sobre sus prácticas. 
Por  cierto, a Hebe y a las Madres de Plaza de Mayo nunca jamás un político  del genotipo al que pertenece el bonaerense Eduardo Duhalde les diría  que él las prefiere como un ejemplo de algo. 
Esta  certidumbre política tiene sus costos. El pueblo de a pie sabe  acabadamente quiénes son las Madres, por más que no lo expresen del  mismo modo (y hasta de forma opuesta y antagónica) las mediaciones  periodísticas de esa construcción social de nuestra historia que son las  Madres de Plaza de Mayo. 
Las  Madres nunca fueron bien tratadas por los partidos políticos  tradicionales, menos aún por su prensa afín, y ni qué decir del Estado  Nacional, incluida su justicia, claro. Recién en 2003 esto comenzó a  alterarse positivamente. De ahí que el infeliz comentario del ex  presidente interino, formulado en Tucumán, tenga un efecto inverso y  termine honrando, muy a pesar suyo, a la Asociación Madres de Plaza de  Mayo. Muy preocupadas debieran estar si sus enemigos hablaran bien de  ellas. 
Las  mentiras que a diario se tejen sobre las Madres, las difamaciones, las  desmesuras en las crónicas que las refieren, no son nuevas. En 1986,  cuando una fracción de integrantes de la organización se marchó del seno  de la Asociación (justamente esa agrupación con la que ahora adorna  torpemente sus discursos de campaña el pejotista federal Duhalde),  fueron denunciadas en los diarios de la prensa radical ficciones  similares respecto al patrimonio de Hebe y no sé cuántas cosas más. Se  invocó, incluso, la intervención del Estado alfonsinista a través de la  Inspección General de Justicia para que sean auditadas las cuentas de la  organización. No hallaron nada raro. Hasta el ticket de compra del  detergente para lavar los platos que se ensucian tras sus almuerzos  diarios, y por el que las Madres habían confeccionado un riguroso  organigrama que establecía quién debía lavarlos cada vez, les fue  suministrado. Siempre cumplió un rol determinante la cocina en su praxis  política. 
Las  Madres se han repuesto de golpes infinitamente más fuertes y dolorosos  que una semana de portadas en su contra en el matutino de mayor tirada  nacional. Y no hablo aquí de la desaparición de sus hijos, circunstancia  dolorosísima pero previa a su surgimiento colectivo. En otras palabras:  no habría Madres de Plaza de Mayo si no mediara el genocidio; así de  dramática y cruenta es nuestra historia social. Con ellas es creer o  reventar. Siempre. Que los medios mientan ahora sobre las Madres no  puede hacer mella en quienes tuvieron las agallas de apretar los dientes  y regresar a la Plaza de Mayo, el jueves siguiente a los secuestros y  posteriores desapariciones de tres de sus integrantes, las más activas y  señeras, producidos entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977. 
A  propósito, ¿por qué será que la mayoría de las veces se pasa por alto  esa circunstancia en el relato mediático e incluso histórico? ¿Por qué  usualmente se habla de las monjas francesas, y casi nunca o poco de  Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Balestrino? ¿Para desmerecer el  aporte colectivo de quienes las sobrevivieron, acaso? 
Las  Madres produjeron una fractura, no sólo en el complejo tablero  coyuntural de nuestro país, sino en la cultura occidental sobre la que  el capitalismo de estas tierras se asienta, cada vez con mayor y más  notoria incomodidad. Su lucha política, sus novedosas síntesis  ideológicas, su contribución a la ética que ha logrado alcanzar la  humanidad de este tiempo histórico todavía signado por el capitalismo,  constituyen, quizás, la riqueza más significativa con que cuenta el  acervo de luchas populares argentinas para sus combates del futuro. Y la  derecha lo sabe. Y le preocupa. 
Si  las Madres se hubieran refugiado en el dolor únicamente; si su relato  se hubiese ceñido a la sangre y la búsqueda de restos óseos; si hubiesen  aceptado mansas y obedientes las mieles del dinero en bonos a cambio de  la vida de sus hijos, serían sin dudas candidatas de fuste al bronce  del capitalismo. Quizás tendrían el Premio Nobel ya. El sistema se  “humanizaría” con su “ejemplo”. 
Pero  no. Las Madres son unas jodidas. Se meten donde no las llama nadie. El  sistema, que sabe recuperarse de sus crisis orgánicas y revertir sus  errores (horrores y terrores), les tenía asignado un papel muy  diferente. 
Macri  lo sintetizó cabalmente días atrás: “No puede ser que una organización  para la defensa de los Derechos Humanos se convierta en una empresa  constructora.” El alcalde de Buenos Aires sabe perfectamente que las  Madres no son una empresa. Si lo fueran, quizás sería menos problema  para él, que es el rey del discurso empresarial privado. Pero las Madres  son mucho más que una “factoría que hace casas”, y en esa amplitud y  mirada de 360 grados que tienen las Madres, quizás hasta les pisen los  callos a algunos negociantes, tal vez amigotes del ingeniero hincha de  Boca, por qué no a alguna empresa constructora demasiado  cercana a su holding comercial. 
Entonces,  Clarín, La Nación, Lanata, Perfil, Nelson Castro, Magdalena, se  alistan. Todo un ejército mediático toma distancia bajo el puntual Toque  de Diana del comandante en jefe de las fuerzas de la reacción, don  Héctor Magnetto, supremo líder y última esperanza de los enemigos de  clase al proyecto nacional y popular que las Madres defienden y  protagonizan desde su trinchera en Plaza de Mayo, y cada vez más lugares  y múltiples soportes: la radio, la revista, la universidad, la  editorial, el ECuNHi, y la Misión Sueños Compartidos, ese gesto  conmovedor de solidaridad de clase e inclusión de los de más abajo de  todo en la  perversa pirámide social.    
La  derecha sabe que en octubre se definen muchas cuestiones esenciales,  que hacen a su supervivencia estratégica y a la vitalidad de sus  intereses al tanto por ciento. Lo sabe por zorra y por vieja, y tiene  razón. Se juega el destino inmediato de esta manera tan particular de  hacer nuestra revolución. No es poco. Las clases dominantes de este país  no trepidaron en cometer un genocidio con tal de preservar su tasa de  ganancia. Lo volverían a hacer si se dieran las circunstancias. Estas  tapas de Clarín no son nada, pues. Máxime teniendo en cuenta las que  sobrevendrán pronto, quizás peores. Sin embargo, ¿qué trasnochado cree  que el  pueblo dejará pasar ligeramente esta nueva oportunidad que ha  construido para sí? Ni lo sueñen, fachos. Con las Madres, no.
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