Datos personales

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 28 de junio de 2012

La plaza del 19 por ciento

El acto de Moyano

A pesar de confesarse ‘peronista’, Hugo Moyano optó por resignificar, a su modo, una lucha de clases al revés: el 19% de asalariados mejor pagos (incluidos caceroleros y objetores de la política cambiaria) contra un gobierno que distribuye riquezas entre el 81% restante.

 

 

La consigna es “desgastar a este gobierno desde donde se pueda”, decía Eduardo Buzzi en noviembre de 2008. Cuatro años después, aquel desafío planteado por el titular de la Federación Agraria parece ser retomado por el menguante secretario general de la CGT, incluso con similares argumentos: la acusación de “soberbia” que “impone” sus políticas a una presidenta reelegida ocho meses atrás.
 
A pesar de confesarse “peronista”, Hugo Moyano optó por resignificar, a su modo, una lucha de clases al revés: el 19% de asalariados mejor pagos (incluidos caceroleros y objetores de la política cambiaria) contra un gobierno que distribuye riquezas entre el 81% restante.

 
Aunque el camionero lo niegue, el paro de ayer quiso ser general, pero quedó a mitad de camino. Si sólo era sectorial, como lo rebajó de categoría Moyano, no se entiende por qué Plaini, Piumato y Schmid fueron sus voceros durante la semana. El manual de procedimiento del jefe cegetista es singular: para festejar se moviliza a los estadios; para protestar, a la Plaza, y para decidir un paro asiste a los estudios de TN. Paro que, sin embargo, sólo duró unas pocas horas, porque al otro día, tras recoger más reparos que apoyos, y esencialmente más multas y denuncias penales que otra cosa, fue transferido para la siguiente semana, y transformado en una movilización a Plaza de Mayo, a la que no concurrieron otros gremios tan numerosos como el convocante original.   

 
Desde luego, una cosa es movilizar a la Plaza y otra muy distinta es parar el país. Si bien se circunscribía únicamente al gremio de Moyano, la medida pretendía ser la pulseada final con el gobierno y definir ayer mismo la interna cegetista. No alcanzó. Hugo Moyano quiso ir por lana y salió “trasquilao”, diría el poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero.

 
Al “paro”, ya muy venido a menos, no le fue mejor con sus fundamentaciones. Acuerdo paritario de por medio, al deteriorado jefe camionero le quedaba apuntar sólo al gobierno. Quizás así lo quiso al acordar de apuro con la cámara de transportistas. El acuerdo le ahorraba explicaciones: su batalla siempre fue contra la presidenta y su modelo político-económico. Tanto, que hasta objetó la sustitución de importaciones. “Que se apliquen la Ley de Abastecimiento ellos mismos, que tienen varados en el puerto varios insumos”, se quejó Moyano. Parecía un textil del Once.

 
Con el discurso en la Plaza no le fue mejor. Previsible, descendió a prejuicios muy antiguos del peronismo, como rivalizar con “los intelectuales que se creen más sabios que el pueblo”, como dijo. Cualquier parecido con el “alpargatas sí, libros no”, es mucho más que mera coincidencia. El líder camionero no se preocupó: por burradas incluso peores ya no se repite primer grado. Los militantes que sostenían las pocas banderas rojas que flameaban al lado de la Catedral se habrán puesto aun más colorados de rabia cuando Moyano los emparejó con los “muchachos de la CGT Azul y Blanca”, conducida por Luis Barrionuevo. 

 
La jornada de protesta que quiso tener carácter nacional y multiplicarse a todos los ámbitos de la vida en sociedad, no impidió que circule el transporte, haya escuelas, hospitales, comercios y oficinas. No se detuvieron las fábricas ni las obras en construcción. Con intensidades variables, las demás centrales sindicales graduaron su desacompañamiento. Eso sí: la distribución de diarios fue discontinuada, contingencia que, a diferencia de otras veces, no fue calificada como “ataque a la libertad de prensa”, ni mereció tapa en blanco alguna. Obvio. 

 
Como el puño de una camisa vieja, con el correr de los días la medida fue deshilachándose, apenas enmendada por nefastos segmentos de la derecha, calificados por la CGT de “oportunistas”. ¿Macri también? Moyano lo resolvió a su modo, agradeciendo la presencia de “muchos legisladores”, como numeró.
Quienes sí apoyaron de entrada la movida fueron los cuerpos orgánicos del Vaticano. Mientras el representante del Papa en Paraguay se apuró a reconocer el nombramiento de Federico Franco, la Pastoral Social argentina justificó la medida por “el parate y la inflación”.

 
Desde luego, la CGT se sintió agraviada por quienes interpretaron que su acción era “golpista” y “desestabilizadora”. Sin embargo, el énfasis del comunicado de enojo del martes no logró relativizar el dato duro del contexto en que se produjo la marcha: paro policial en Bolivia, golpe de Estado en Paraguay, que mereció la urgente intervención de todos los presidentes de la región prestos a reunirse en Mendoza, y salvaje toma del mayor yacimiento petrolero del país, por un grupo inorgánico de la UOCRA. 

 
Todo sin contar que resultó por lo menos desafortunada una protesta que quiso detener el país, realizada un día después de cumplirse el décimo aniversario de la Masacre del Puente Pueyrredón, y que se sostuvo, entre otros ítem, en el “repudio a la criminalización de la protesta”. Esto es, a la acción institucional del Estado por frustrar un plan evidentemente insurreccional, que proyectaba dejar al país sin dinero en los cajeros, sin combustible y, próximamente, sin recolección de basura. 

 
Esa respuesta estatal no consistió en la acción armada de las fuerzas de seguridad –como hubieran deseado muchos, y que diez años atrás se cobró las vidas de Santillán y Kosteki–, sino en una denuncia penal y un operativo de distracción que logró vulnerar una peligrosa guardia humana, con gran apoyatura mediática, que ansiaba convertirse en blanco móvil de los gendarmes, para, entonces sí, alegar “represión a la protesta”, ese viejo camino conocido por los argentinos y que sólo puede conducir a la tragedia. O a la destitución.

 
Por más que se ofenda el Consejo Directivo, es obvio que con similares argumentos podría montarse la misma operación de Asunción: un gobierno de raíz “nacional y popular”, que insólita y contradictoriamente apela al “ajuste”, que sacrifica su base de sustentación trabajadora y recurre a la “represión” de los conflictos ocasionados por las “legítimas” demandas de sus hasta ayer aliados estratégicos (los campesinos en Paraguay, la CGT en nuestro caso), para apaciguar la crisis internacional. Y una derecha que apoya el reclamo contra “la dictadura K”, porque ve en esa urdimbre su última posibilidad, que creía perdida para siempre tras el resultado electoral de apenas ocho meses atrás, y que la dejó casi sin representación política. ¿Los defensores de genocidas, en contra de “criminalizar la protesta”?

 
¿Es que no se dan cuenta que el mundo se hace añicos y los países centrales demandan a la periferia nuevas pruebas de amor, porque necesitan alineamientos incondicionales? ¿Será que no advierten la desesperación que las potencias capitalistas tienen por dividir a las naciones emergentes, desestabilizar sus gobiernos y frustrar su creciente integración, para trasladarles sus crisis orgánicas? 

 
En ocasiones, los errores políticos pueden ser coyunturales o históricos. De ellos, incluso, puede volverse. Pero la traición es otra cosa. Ahí se acaban las razones y empiezan a jugar otras pasiones, mucho menos felices. El tiempo tiene la última palabra.

jueves, 21 de junio de 2012

Cómo lanzar un paro desde la TV

Triste ocaso

Tan sólo seis meses atrás, en Huracán, Hugo Moyano se jactaba de la heroica intervención de un grupo de camioneros, militantes de su gremio, que lograron vencer el cerco que en 2008 las patronales rurales mantenían sobre las rutas.


  

Triste ocaso
Cómo lanzar un paro desde la TV
 
Demetrio Iramain
 
Tan sólo seis meses atrás, en Huracán, Hugo Moyano se jactaba de la heroica intervención de un grupo de camioneros, militantes de su gremio, que lograron vencer el cerco que en 2008 las patronales rurales mantenían sobre las rutas. Aquel bloqueo de los exportadores de soja era tal que los grandes centros urbanos comenzaban a ser desabastecidos de productos esenciales para la vida en comunidad. Ahora el que quiere discontinuarlos es Moyano.  
 
Cuando el 14 de diciembre pasado contó aquella hazaña de los camioneros en la entrerriana Ceibas, el todavía jefe de la CGT lo hizo para justificar su aparente derecho a protagonizar con sus hombres el gobierno asumido sólo cuatro días antes. Ningún gesto altruista, faltaba más: apenas una excusa para reclamar cargos. Para sumar poder propio dentro de las segundas filas estatales. Moyano sabrá manejar un camión, mas lo colectivo nunca fue su fuerte. Su noción de épica es tan volátil como los precios oscilantes de los productos que carga en su carrito del supermercado. Ya había apelado al mismo argumento para exigir lugares en las listas electivas, que la Presidenta desautorizó olímpicamente.
 
Los tiempos cambian. El paro contra Clarín, con posterior movilización a las puertas de sus medios, anunciado estruendosamente en marzo de 2011 y suspendido dos días después en la sede de Camioneros, lo anuncia ahora, en vivo y en directo, por las cámaras de TN.
 
Nadie, ni Magnetto, le pedían tanto. Tras renegar por su pasado k y pedir perdón por haber osado creer que los hijos de la señora de Noble podían ser apropiados durante la dictadura, Ernestina estaba satisfecha. No hacía falta más.
 
Después de criticar a los funcionarios del gobierno por “payasos” y “alcahuetes”, entre otros, se sirve de las cámaras y micrófonos del multimedio y le regala la primicia. Los cuerpos orgánicos del gremio se enteran de la medida viendo lo que sucede en el living de A dos voces, y no en un plenario de delegados, como hubiera correspondido, ni siquiera en la puerta del canal, de cara a los trabajadores que lo acompañan. Por más facultado que haya estado por las bases para decidir fecha y hora de las medidas, el gesto resulta desafortunado para quienes desearían mayor democracia en las organizaciones gremiales.
 
Para Moyano, sin embargo, la arrogante es la Presidenta. “Soberbia”, le dice. Tanto como evaluar de “circo” a la acción desplegada por el gobierno nacional. A esa altura Marcelo Bonelli ya no sabe qué preguntar, ni cómo hacerlo. “Vos dejalo hablar”, le dicen por cucaracha.
 
Extrañamente, Moyano gesticula con su entrevistador, creyendo que la cámara no lo enfoca. Se parece demasiado a una estrategia comunicacional prevista de antemano. Según él, no obstante, los "payasos" son los funcionarios del gobierno. Dice que conforman un "circo", pero se contradice ao vivo con Pablo, su hijo, quien, desde La Matanza decreta para el viernes la movilización a Plaza de Mayo, mientras él, su padre, dice que "no, nene; mañana decidimos, así garantizamos la presencia del aparato camionero del interior del país".
 
Hay más: Moyano se rebaja a que lo rete el consultor financiero Carlos Melconian, a quien no contradice en absoluto. “Esto no se arregla con un aumento en el mínimo no imponible”, sermonea el economista elegido por Menem para su eventual tercer gobierno; Moyano calla. "Nosotros sí vamos por todo", dice Pablo Moyano. No hace falta explicarle a la audiencia que el plan camionero excede largamente el reclamo paritario. ¿Doblegar al gobierno, tal vez?
 
Evidentemente, que el operativo gubernamental comandado por el Secretario de Seguridad Sergio Berni haya logrado transportar de la planta en Gregorio de Laferrere los ocho camiones de combustible por una puerta lateral, burlando las bolsas de basura y el vallado de trabajadores camioneros que querían impedirlo, fue demasiado para el declinante jefe de la CGT. Clarín quería irse con sangre a dormir. Ambos tendrán que seguir participando.   
 
Si Moyano está tan seguro de su triunfo en julio, y confía en la legalidad del quórum que convocó al Congreso en Ferrocarril Oeste, no se entiende bien por qué decide quemar las naves ahora, casi un mes antes de su hipotética reelección al frente de la CGT.
 
Lamentable ocaso de una conducción gremial que, antes de verse vencida, tira del mantel de la mesa de la que ya no se siente parte, para que se caiga todo al suelo. Incluidos el alimento, el trabajo, el gas para producir y calentarse. La democracia, si fuera necesario.
 
Como los camiones llenos de combustible por estas horas, los desestabilizadores tampoco pasarán. Paradojas de la realidad argentina a esta altura de su profunda transformación. 
Aquel bloqueo de los exportadores de soja era tal que los grandes centros urbanos comenzaban a ser desabastecidos de productos esenciales para la vida en comunidad. Ahora el que quiere discontinuarlos es Moyano.   

Cuando el 14 de diciembre pasado contó aquella hazaña de los camioneros en la entrerriana Ceibas, el todavía jefe de la CGT lo hizo para justificar su aparente derecho a protagonizar con sus hombres el gobierno asumido sólo cuatro días antes. Ningún gesto altruista, faltaba más: apenas una excusa para reclamar cargos. Para sumar poder propio dentro de las segundas filas estatales. Moyano sabrá manejar un camión, mas lo colectivo nunca fue su fuerte. Su noción de épica es tan volátil como los precios oscilantes de los productos que carga en su carrito del supermercado. Ya había apelado al mismo argumento para exigir lugares en las listas electivas, que la Presidenta desautorizó olímpicamente. 

Los tiempos cambian. El paro contra Clarín, con posterior movilización a las puertas de sus medios, anunciado estruendosamente en marzo de 2011 y suspendido dos días después en la sede de Camioneros, lo anuncia ahora, en vivo y en directo, por las cámaras de TN. Nadie, ni Magnetto, le pedían tanto. Tras renegar por su pasado k y pedir perdón por haber osado creer que los hijos de la señora de Noble podían ser apropiados durante la dictadura, Ernestina estaba satisfecha. No hacía falta más. 

Después de criticar a los funcionarios del gobierno por “payasos” y “alcahuetes”, entre otros, se sirve de las cámaras y micrófonos del multimedio y le regala la primicia. Los cuerpos orgánicos del gremio se enteran de la medida viendo lo que sucede en el living de A dos voces, y no en un plenario de delegados, como hubiera correspondido, ni siquiera en la puerta del canal, de cara a los trabajadores que lo acompañan.

Por más facultado que haya estado por las bases para decidir fecha y hora de las medidas, el gesto resulta desafortunado para quienes desearían mayor democracia en las organizaciones gremiales. Para Moyano, sin embargo, la arrogante es la Presidenta. “Soberbia”, le dice. Tanto como evaluar de “circo” a la acción desplegada por el gobierno nacional. A esa altura Marcelo Bonelli ya no sabe qué preguntar, ni cómo hacerlo. “Vos dejalo hablar”, le dicen por cucaracha. Extrañamente, Moyano gesticula con su entrevistador, creyendo que la cámara no lo enfoca. Se parece demasiado a una estrategia comunicacional prevista de antemano. Según él, no obstante, los "payasos" son los funcionarios del gobierno.

Dice que conforman un "circo", pero se contradice ao vivo con Pablo, su hijo, quien, desde La Matanza decreta para el viernes la movilización a Plaza de Mayo, mientras él, su padre, dice que "no, nene; mañana decidimos, así garantizamos la presencia del aparato camionero del interior del país". Hay más: Moyano se rebaja a que lo rete el consultor financiero Carlos Melconian, a quien no contradice en absoluto. “Esto no se arregla con un aumento en el mínimo no imponible”, sermonea el economista elegido por Menem para su eventual tercer gobierno; Moyano calla.

"Nosotros sí vamos por todo", dice Pablo Moyano. No hace falta explicarle a la audiencia que el plan camionero excede largamente el reclamo paritario. ¿Doblegar al gobierno, tal vez? Evidentemente, que el operativo gubernamental comandado por el Secretario de Seguridad Sergio Berni haya logrado transportar de la planta en Gregorio de Laferrere los ocho camiones de combustible por una puerta lateral, burlando las bolsas de basura y el vallado de trabajadores camioneros que querían impedirlo, fue demasiado para el declinante jefe de la CGT. Clarín quería irse con sangre a dormir. Ambos tendrán que seguir participando.    

Si Moyano está tan seguro de su triunfo en julio, y confía en la legalidad del quórum que convocó al Congreso en Ferrocarril Oeste, no se entiende bien por qué decide quemar las naves ahora, casi un mes antes de su hipotética reelección al frente de la CGT. Lamentable ocaso de una conducción gremial que, antes de verse vencida, tira del mantel de la mesa de la que ya no se siente parte, para que se caiga todo al suelo. Incluidos el alimento, el trabajo, el gas para producir y calentarse.

La democracia, si fuera necesario. Como los camiones llenos de combustible por estas horas, los desestabilizadores tampoco pasarán. Paradojas de la realidad argentina a esta altura de su profunda transformación.

Tertulias con el poder económico

De Macri a Moyano

Como una canilla que pierde en el baño, el inconformismo de las clases medias-altas y altas del todo podría convertirse en parte del paisaje cotidiano de la escena política. Escaramuzas propias de la profundización, sobreestimuladas con el cacerolazo camionero.

Las portadas de Clarín y La Nación del día posterior a la sonora derrota de Boca en el torneo local son ilustrativas. Mientras los demás diarios ponen la tilde en el gran triunfo de Arsenal, en aquellos el sujeto es el equipo xeneize. Su fracaso. Las caras largas al piso de sus jugadores más emblemáticos. “Boca se cayó de la cima”, titula uno; “Cayó Boca”, el otro. Asociación libre. ¿Quiénes desearían Mitre y Magnetto que salieran derrotados de la cancha, con la mirada torva en dirección del suelo? ¿Mouche y Cvitanich? ¿O Moreno y Kicillof? Cuánto gozo en la conjugación del verbo “caer”. ¿Como el gobierno, acaso?

 Detalles, después de todo. (Des)ilusiones ópticas. Apenas la porfía de las interpretaciones. Desde luego, las notas editoriales de los diarios que ya sabemos, la acostumbrada prepotencia de clase que distingue a las patronales rurales, el persistente aunque cansado tronar de las ollas más caras en las esquinas más coquetas de la Ciudad, no logran detener la marcha del proyecto nacional y popular. Como una canilla que pierde en el baño, el inconformismo de las clases medias-altas y altas del todo, podría convertirse en parte del paisaje cotidiano de la escena política. Escaramuzas propias de la profundización, sobreestimuladas con el cacerolazo camionero. Apenas un goteo incapaz de frustrar el sueño de la noche ni impedir el recorrido a la mañana siguiente.

Dijo la presidenta Cristina Fernández ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, en Nueva York. “Las familias más acomodadas hacían tertulias con el invasor”. Se refería al generoso trato dispensado por las elites locales a la avanzada inglesa que en 1806 y 1807 asaltó Buenos Aires, y que fue vencida valerosamente por la población negra, mulata y criolla. 

LA TERTULIA CONTINÚA. Algunos, en la embajada; otros bajo el formato “asesoría comunicacional”, como aquella singular merienda que compartían Repsol y ciertos políticos y periodistas locales. El resto –más populares ellos– jugando teatrales partidos de papi fútbol.
 Ante la reunión en Los Cabos, la derecha quisiera ofrendarles una foto a los miembros más poderosos del G-20: la unidad en la acción de los múltiples interesados en cobrarle a la Argentina la falta de “seguridad jurídica” que existiría en nuestro país, o al menos en las viejas condiciones que garantizaban híper rentabilidad para algunos pocos en detrimento del numerosísimo resto. Coincidencia en los intereses, bardo morocho en las calles, ¿cuándo dejará el amigo Moyano de levantar la basura?

Pero no hay caso. Sólo a Cristina puede ocurrírsele espetar en la “cocina del mundo” –como una vez le dijo Magdalena al dictador Videla en Washington– “¿Por qué no van a hacer un referéndum a Afganistán o Irak a ver qué se piensa de lo que están haciendo?”
 Definitivamente, no aprende más la presidenta. Justo cuando las economías centrales entornan sus bolsillos, los mandan a cerrar en sus países satélites, y la confusión propia de toda crisis orgánica del capital lleva a las masas a votar por sus propios verdugos, como en Grecia, el gobierno argentino recupera YPF e inyecta en la economía doméstica cientos de millones de pesos a través de un novedoso plan de construcción de viviendas. 

 ¿Y todo para qué? Para que el día después de la exposición de la mandataria en la ONU, el diario Clarín publique un comentario ciertamente menor a la obviedad, más raso que la mera superficie. “Que la Presidente dijera verdades históricas ayer en un salón de las Naciones Unidas no impide preguntarse sobre el sentido del costoso viaje de Cristina a Nueva York: se le pagó el viaje en dólares a una multitudinaria comitiva”, escribe una analista en la página 7 del matutino. La apostilla no alcanza ni para la humorada. 

En tiempos de crisis económica global, algunos creen que los únicos que pueden tener políticas de Estado son los capitanes mediáticos, guardianes celosos de la “libertad”; no los Estados. Las clases históricamente privilegiadas, poseedoras legítimas de la “argentinidad”; no los gobiernos. Un equipo periodístico del Grupo Clarín puede seguir a sol y sombra la misión comercial en Angola para desacreditarla en público, desvirtuar groseramente al canciller, contratar a un notero local para burlarse por la pronunciación del portugués del secretario de Comercio, pero el gobierno no puede costearles el viaje a Nueva York a los representantes de la oposición. Raro. ¿Qué es más importante: calmar la sed de los especuladores cambiarios liquidando de apuro reservas del Banco Central o mostrar ante el alto Comité internacional que el reclamo de la presidenta argentina excede al partido en el gobierno y concierne a toda la sociedad democrática?

Menos al PRO, claro. El partido liderado por el Virrey de Buenos Aires viaja sólo si paga el gobierno de Londres. Su moral a la derecha le impide aceptar invitaciones de un gobierno popular, y menos si es para atentar contra los intereses de la metrópolis. Se recuerda cuando en febrero de 2010 la diputada macrista Paula María Bertol acudió presurosa a un llamado del Foreing Office, entonces junto a otros cuatro legisladores de la oposición cuyas estructuras partidarias parecen haber revisado ahora su férreo cipayismo. Aquella jugada del Reino Unido coincidió con la denuncia que por esos días formulaba la Argentina en respuesta al envío por parte de Londres de la plataforma petrolera Ocean Guardian, para dar inicio a actividades de exploración con fines comerciales en una de las cuatro zonas marítimas en disputa, y que habían sido concesionadas unilateral e inconsultamente por Gran Bretaña. La noticia del vergonzoso viaje de legisladores argentinos se conoció justo cuando el gobierno nacional lograba el apoyo de 32 países integrantes del Grupo Río al reclamo de soberanía.

 La triple entente: Macri, Gran Bretaña y Clarín. El grupo de los exceptuados. Los que se saltean la regla general. Los que vetan las resoluciones que rigen para todos, como en el Consejo de Seguridad, y nada los salpica, ni siquiera un procesamiento penal a las puertas del juicio oral y público, como el alcalde porteño, siempre a resguardo mediático, bajo el generoso paraguas de los influyentes medios amigos.

En el interior de Entre Ríos se cuenta la historia de Los Hermanos Zubieta, Macario y Hermenegildo. Dos hijos de misma madre que, por esas cosas de la vida, no parecían hermanos. El día y la noche, mismamente. Uno, Hermenegildo, encerrado en su permanente pesimismo. Un nihilista per se, sin noción precisa de filosofía. El otro, Macario, pura esperanza y optimismo. Cierta vez, la bataraza clueca que tenían en el fondo de la casa dio 12 pollitos. ¡Doce! Pocas horas después de romper el cascarón, sin embargo, dos de ellos murieron. Cuando el alegre Macario preguntó por la flamante cría, un consternado Hermenegildo respondió, lacónico y decepcionado: “Menos diez, murieron todos.” “Relato”, como le dicen, a gusto del consumidor.

domingo, 17 de junio de 2012

El militante que buscaba la palabra justa

36 años sin francisco “paco” urondo
 

Hace 36 años, el 17 de junio de 1976, en Guaymallén, provincia de Mendoza, el poeta, periodista y militante montonero Francisco “Paco” Urondo cayó abatido por una patota militar, junto a su compañera Alicia Raboy, también periodista.

 

Su hija Ángela, por entonces una niñísima de once meses de edad, viajaba en el auto interceptado por el operativo represivo donde fue asesinado su papá y secuestrada su madre, llevada posteriormente a la D2 y desde entonces desaparecida. Su vida fue salvada de milagro y sobrevivió a la caza militar. El pasado 7 de junio, Ángela Urondo escribió lo que sigue en su muro de Facebook: en este Día “puede ser fácil recordar a Urondo o a Walsh. Yo quiero recordar a mi madre, Alicia Cora Raboy, periodista del diario Noticias, que escribía en la (también desaparecida) sección Gremiales. En nombre de mamá (y de) todos los periodistas desaparecidos anónimos, que no tienen lugar en las marquesinas de la memoria colectiva.” 
 
 También las Madres de Plaza de Mayo dedicaron el último Día del Periodista a los centenares de profesionales de la comunicación desaparecidos por la dictadura militar, cuya larga lista se conoce por su número, por el drama social que encierra en sí misma (el secuestro y la muerte de los que se animaron a denunciar lo que estaba ocurriendo en el país), y no por los nombres y apellidos que la integran. “Este día de hoy está dedicado a todos los que nos quieren seguir contando la verdad, esa verdad que es indispensable y necesaria para ser libre; y este día de hoy está dedicado a los 150 periodistas desaparecidos”, dijo Hebe de Bonafini el jueves 7 de junio, en la Plaza de Mayo, en reivindicación de aquellos periodistas, verdaderos militantes de la vida y la libertad. Hebe no habló de uno o una en particular, aunque culminó su discurso con la lectura de un tramo de la carta que Rodolfo Walsh le escribiera a su hija Vicky, cuando supo de su muerte en combate. En un periodista desaparecido, todos los demás.  

 
 Por cierto, Urondo estaba entre esos 150. Por periodista, por poeta y, esencialmente, por militante. Como dicen las Madres, “a nuestros hijos se los llevaron por revolucionarios, no por médicos o intelectuales o trabajadores”. Su entrega apasionada a todo lo que hacía, su amor a la verdad –que es revolucionaria– no le dejó ver dónde terminaba un oficio y empezaba el otro. Quizás ni siquiera existan tales fronteras, inventadas de apuro por los fundamentalistas de la posmodernidad y el fin de la historia. Para Urondo, no había bordes que limitaran su compromiso. Su amor al pueblo era uno e indivisible. En uno de sus poemas más célebres, escribió “empuñé un arma porque busco la palabra justa”. Nunca la poesía y la revolución se habían fundido tanto, en un solo gesto.  

 
 El ejemplo de aquel ejemplar ciudadano argentino, digno hijo de su tiempo, olvidado durante muchos años por la cultura oficial de nuestro país, cobra especial valor en la perspectiva de las actuales prácticas de tantos periodistas que hoy, bajo las circunstancias de otro tiempo, creen que el mundo termina donde empieza su oficio. Que su profesión no sólo limita con otras adyacentes, sino que de ella depende el destino inmediato de la humanidad. No aceptan relatar los hechos de la realidad, incluso interpretarlos; quieren forzarlos de modo que sean otros, y calcen perfectamente en sus enunciados. A contramano del curso de la historia, se autoproclaman fiscales de la República, salvadores de la honestidad de la Nación, y última reserva moral de la sociedad capitalista. Pobres. 

 
 Porque las circunstancias sociohistóricas podrán variar, pero siguen siendo iguales la noción de ética, el compromiso con la verdad y el pueblo, la generosidad con los que menos tienen y más sufren, el firme apoyo a las fuerzas sociales que, aun con sus imperfecciones, luchan decididamente contra los poderes fácticos, y más si, como desde hace nueve años ocurre en la Argentina, tienen consigo el control de los mecanismos más importantes del Estado. 

 
 “¿Soy el Poeta de la Revolución/ acaso, como dice/ por ahí –bromeando–/ un compañero de cárcel? No. El poeta/ de la Revolución es el Pueblo”, escribió en soporte poesía Urondo. Paco se sabía parte de un colectivo social (la clase trabajadora, con empleo y no), mucho más amplio, vigoroso y gravitante que su propio ombligo. No se la creyó. Se sentía absolutamente empatado al resto. Uno más entre sus iguales de clase. Fue, sin dudas, uno de los poetas más exquisitos que hayan dado las letras argentinas, mérito que no le impidió aceptar humildemente, compañeramente, las tareas y los destinos militantes más difíciles. 

 
 Y sí. Aquella generación sabía que lo importante, lo que verdaderamente podía cambiar la historia, era el esfuerzo colectivo, no la lucidez personal. Su única épica posible era en plural. Como tantos y tantas, Urondo se sentía parte de un todo, que incluía un rasgo generacional, pero no únicamente. 

 
 Con el kirchnerismo, el atributo colectivo de la política recobra intensidad y sentido. Como no pasó nunca desde 1983, la política vuelve a enamorar. Entra por los ojos de esos pibes y pibas que militan, protagonizan el ciclo abierto en 2003 y hasta lo conducen en áreas sensibles del Estado. Pero Axel Kicillof, por citar al más encumbrado de entre los últimos, no es sólo él, sino el emergente de una decisión política mucho más vasta: darles espacios estratégicos a los jóvenes, para que sea su propia dinámica la que renueve la política, dinamice el Estado y aleje al sistema de toma de decisiones de las viejas prácticas que rigieron al país durante los últimos 35 años, absolutamente funcionales al liberalismo tardío, al alineamiento nacional con las economías industrializadas de los países centrales, y al brutal desmantelamiento de nuestro aparato productivo, incluso en clave burguesa. Ojalá esa renovación en las estructuras estatales comprenda también a otras instancias decisivas de la sociedad democrática: los sindicatos de trabajadores y la justicia.  

 
 No sabemos si Paco Urondo habría adherido al kirchnerismo. Ni su grado de empatía o crítica con él. Sería una deshonestidad intelectual e histórica arriesgarlo. Profundo y reflexivo, sí, pero ingenuo o banal, jamás. Crítico, seguramente; neutral, difícil. Pero de una cosa sí estamos seguros: nunca habría aceptado arrastrarse ante los empresarios que hicieron negocios con la dictadura que masacró a sus compañeros, y menos que menos apelando al oficio periodístico, victimizándose tristemente por eventuales hechos de censura, justo en los medios de comunicación que silenciaron su muerte, que trataron de “terrorismo” a su amor por el pueblo y la revolución, justificando la masacre, y que cubrieron con mentiras y olvidos el último gran genocidio argentino.

jueves, 14 de junio de 2012

Contra el odio, la política

La honestidad brutal de la derecha

Los caceroleros se disgustan hasta el puñetazo con quien sostiene que sus protestas se deben exclusivamente al dólar. Se sienten vulgarizados, cosificados, tratados, apenas, como un simple emergente con fecha de vencimiento. Quizá tengan razón.

Para ensuciar el proyecto iniciado en 2003 algunos apelan desesperadamente al barro. Fracasadas las operetas judiciales, recurren a la histeria colectiva, el golpe cobarde, o ambos. La respuesta deberá seguir siendo la misma: profundizar. Créditos para la vivienda, defensa de la moneda y el territorio nacionales, integración regional. Escalar el subsuelo del odio por arriba: la política. 

Por cierto, la derecha está excitada. Sus miembros son pocos, pero activan. Lo que no puede hacer su nula representatividad, lo suplen con el apoyo mediático. Tras ir perdiendo por un margen holgado el match que ya lleva nueve años disputándose, la crisis internacional les sirve un córner a favor.

El lunes 11, Máximo Kirchner no había ingresado todavía al Hospital Austral cuando el neurólogo que hace horas extras de periodismo en Radio Mitre especulaba sobre la gravedad de la dolencia. Sin ningún diagnóstico habilitante, para Nelson Castro no podía ser que se tratara sólo de una artritis. Como el lenguaje, el deseo tampoco traiciona. En la última trinchera de su subjetividad, algunos insisten en prenderle velas a la enfermedad, como en enero.

El poeta Paul Eluard decía que sólo podía haber poesía si las circunstancias exterior e interior coincidían, si contexto y corazón concordaban. Cierta derecha residual cree que –esta vez sí– ha llegado el momento de recitar su oda largamente postergada. El severo trance del capitalismo mundial y la zozobra de gobiernos hasta ayer determinantes, rectores indiscutidos del orden económico internacional, los estimula.
A propósito, los caceroleros se disgustan hasta el puñetazo con quien sostiene que sus protestas se deben exclusivamente al dólar. Se sienten vulgarizados, cosificados, tratados, apenas, como un simple emergente con fecha de vencimiento. Quizá tengan razón. Evidentemente, algo más oscuro, inquietante e inconveniente de ser reconocido los empuja a la sartén.

Quizá su más íntima motivación sea su rechazo a la política oficial en materia de Derechos Humanos. Esto es, la decisión soberana del Estado argentino de investigar y condenar hasta la cárcel común a los oficiales militares y sus mandantes civiles, que cometieron la mayor masacre de nuestra historia. Para ellos, no hay medida cambiaria que los satisfaga del todo: el kirchnerismo se ha convertido en rival irreconciliable, en extremo contrapuesto, en enemigo histórico. “Los militares tendrían que haber matado más montoneros y nos salvábamos de estar gobernados por esta”, reproduce en su nota de opinión el cronista de Radio Nacional Gerardo Mazzochi, transcribiendo lo que les escuchó decir a los pocos manifestantes que aceptaron hablar ante los periodistas en vez de correrlos a patadas.

Naturalmente, el avance en los procesos penales contra los genocidas es demasiado para ellos. Rompe con el infame “consenso” mantenido hasta el 25 de mayo de 2003, y que Eduardo Duhalde supo resumir de modo elocuente: un gobierno neutro, de rumbo indefinido, cuyas políticas contengan por igual “al que quiere a Videla y al que no lo quiere”.

El kirchnerismo violentó esa imposibilidad intrínseca de la legalidad reconquistada en 1983. Se fijó el norte de alcanzar “un país en serio”. Ese reto, si bien módico en su formulación, lo condujo hasta la cima del sistema de dominación: acabar con la impunidad cívico-militar. Reivindicar desde la más alta investidura estatal la lucha de aquella generación por un país inclusivo y profundamente más justo que el que fue. 

Declararse “compañero” de los desaparecidos, como hizo Néstor Kirchner el 24 de marzo de 2004.

Que hasta el presidente de la Corte Suprema recorra los campos de concentración de la dictadura, eche luz sobre el cambio cultural que sostiene los juicios por delitos de lesa humanidad, y hable en sus discursos más institucionales acerca de “los poderes fácticos”, son síntomas del nuevo paradigma sobre el que se fundamenta al ciclo kirchnerista. La nueva candidata a procuradora general también entiende que el Ministerio Público “debe ser independiente de los poderes fácticos” y expresa su decidido acuerdo con el “reforzamiento del rol del Estado”, la integración en “bloque con los países latinoamericanos”, la “estatización del sistema previsional” y la “revisión de los crímenes” dictatoriales.

De ahí la mano laboriosa de Cecilia Pando en las protestas de Vía del Corso y Santa Fe. Teléfono para la centro izquierda de centro derecha que durante años se la pasó desmereciendo la decisión oficial que empujó a los genocidas a la cárcel, por cuanto sería “puro rédito” para el gobierno, sin costo político alguno, apenas una sutil y eficaz manera de cubrir “por izquierda” las deudas pendientes en temas de naturaleza económica y social.
Y no sólo. Hay quien dice que el peronismo le debe a la sociedad una autocrítica formal y bien fundamentada por los crímenes de la Triple A, organización paraestatal surgida al amparo de ciertos funcionarios de ese partido. Al formular la diatriba, la acompaña con otra autocrítica todavía en falta: la del radicalismo por la masacre de peones rurales en la Patagonia, bajo el mandato de Hipólito Yrigoyen. Error: la causa penal abierta por los asesinatos de la Alianza Anticomunista Argentina tiene en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación a uno de sus más fervientes impulsores.

Precisamente, he ahí otro de los grandes logros históricos del kirchnerismo: tensionar su identidad política preexistente –de notoria filiación peronista– buscando alumbrar una nueva, que incorpore nuevos sujetos sociales, sintetice renovadas formulaciones ideológicas, y contenga bajo su formato distantes puertos y orígenes militantes. Tanto tensionó al peronismo, que las 62 Organizaciones bajo el comando del Momo Venegas le dedicó en 2007 un sonoro cartel, con un mensaje ciertamente amenazante: “No jodan con Perón.”

Desde luego, para los fundamentalistas del viejo general, el kirchnerismo “jodió con Perón”. Se metió imperdonablemente con sus dogmas. Reactualizó sus prácticas y reescribió sus méritos. En un gesto de valentía y generosidad encomiable, luxó el propio talón donde soportaba su estructura, para ponerla en crisis y sacar de ella lo viejo y perimido, porque ya no sirve para comprender el mundo y encarar sus nuevos desafíos.

Nadie sabe cómo ha de terminar la historia. Pero es precisamente esa cualidad imprevisible la que la vuelve dinámica. Si no, sería una “cáscara vacía”, como dijo uno. Los actores sociales que la protagonizan se vuelven más activos cuando asumen explícitamente sus intereses. Cuando la política se presenta como el escenario de las más gruesas y justas disputas materiales, se reivindica a sí misma. Evidente tensión intraclases, fuerte lucha ideológica, enérgica puja distributiva, son las formas que asume la política desde el año 2003. Difícil que vaya a cambiar justo ahora, a esta altura del partido, cuando pueblo y gobierno conciertan la profundización.

Elogio de la ingenuidad

Sobre 678 y CNN

 

Y sí, somos ingenuos. Solemos creer de más. Somos confiados. Incautos a veces. Tenemos esperanza y fe en que esta instancia liberadora que transita nuestro pueblo desde hace nueve años, se profundice aún más. Crezca en intensidad. Se ahonde. Altere todavía más intereses concentrados, para distribuir utilidades entre las grandes mayorías que vienen padeciéndolos desde hace décadas.

Fue ingenuo el kirchnerismo cuando confió en Julio Cobos la vicepresidencia de su segundo mandato. Fuimos ingenuos con Moyano, con Alberto Fernández, con la trama argumental empleada para comunicar la racionalidad económica de la Resolución 125. ¿Quién nos va a negar el derecho a serlo otra vez más y polemizar ingenuamente, como dos inexpertos, de cara a quienes nunca asisten a nuestros debates y reflexiones, sobre la conveniencia o no de ir con un cubo de CNN a las manifestaciones de la derecha más rancia de la escena nacional?

Ante tanto odio del conservadurismo, tanta prepotencia mediática, tanta inclemencia patronal, nuestra ingenuidad, extrañamente, nos defiende. Al menos eso. Nos preserva ante las hostilidades super procedentes del capitalismo. Ante el sistema de la crueldad y el egoísmo, la ingenuidad es un escándalo.

Con toda la razón del mundo, las Madres de Plaza de Mayo se manifestaron en contra de la producción de 6-7-8. Ellas nunca jamás arriaron su pañuelo blanco. Con toda la razón del mundo, también, otros expresaron su acuerdo. “La ética de las consecuencias”, teorizó el filósofo Dante Palma.

Porque somos ingenuos nos clavamos puñales ante nuestros errores. No nos permitimos el mínimo desliz. Queremos cambiar el mundo, no algunos pocos síntomas que emerjan de él. Nos autoflagelamos delante de nuestros enemigos, en un gesto de debilidad que en lo inmediato será capitalizado por ellos, para ser utilizado en nuestra contra, pero que quizás, en un futuro mucho más lejano que pasado mañana, nos beneficie y hable por nosotros, amparándonos de quienes insistirán en combatirnos.  

Algunos se burlaron de la decisión de la Presidenta de la Nación, extendida a sus ministros y demás funcionarios de Estado, de pesificar sus ahorros en divisa extranjera. De “ingenuo”, calificaron al comunicador que inició la campaña pública en reclamo de tal decisión presidencial, que la mandataria aceptó humildemente el miércoles 6 de junio. Predicar con el ejemplo, que se dice.

Ingenuo es aquel que cree o confía sin mayor fundamento que su fe, su convicción. La confianza generalmente excede los marcos probatorios. Como un elefante queriendo mirar por el agujerito de la cerradura, la fe no califica según esos fríos rigores híper racionales. Fuerza sus límites. Los violenta. Es creer o reventar. Si la certeza se da sobre base científica, la ingenuidad se funda en la poesía.

La pregunta es por qué aquellos que se burlan de la “ingenuidad” de quienes creemos en el gesto presidencial, nos hablan desde un estrado de acceso restringido, ajeno a todo, que para ser reconocido como válido requiere el acompañamiento tácito de quienes no tenemos más remedio que escucharlos, como si el acto de sintonizar alguna de sus 301 licencias para operar radios y canales de televisión fuera fuente de toda legitimidad.  

El Che llevó el componente ético que debe tener toda revolución a la categoría de formulación teórica. Escribió mucho y bien sobre los estímulos morales que deben acompañar la construcción del socialismo. En el caso argentino de este tiempo, algo hay de todo eso, aunque no exactamente, claro.  

Desde luego, la presidenta de la Nación no conduce una revolución socialista. Pero debido a lo espeso de los intereses concentrados, económicos y culturales, en la Justicia y las Fuerzas Armadas, la Iglesia y los medios, que el kirchnerismo debió enfrentar palmo a palmo a partir de mayo de 2003, el proceso iniciado nueve años atrás tiene, indefectiblemente, algo de revolucionario. Ese “algo” podrá variar a “mucho” según la simpatía con que se lo mire. Algunos pondrán el acento en sus rupturas, otros en sus continuidades, pero difícilmente exista quien niegue que desde la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia el pueblo logró avances notables en sus derechos, y la democracia emprendió, al fin, cambios trascendentales para la vida social. Lo importante no es discutir el calificativo que penda sobre el ciclo abierto en 2003, sino advertir sus alcances, individualizar claramente sus enemigos, y definir nuevas síntesis ideológicas y alianzas estratégicas que logren profundizarlo aún más.

¿Por qué el pueblo debe desconfiar del gesto de Cristina Fernández y su exhortación a los ministros, y, en cambio, creerles acríticamente a los comunicadores que permanentemente la hostigan? ¿No es más ingenuo, acaso, aquel que acepta dócilmente la verdad revelada, divina, comprada como niebla y vendida como humo, de los medios hegemónicos?

Sin espontaneidad, sin –cuanto menos– una dosis mínima de idealismo, inocencia, candidez, difícilmente el pueblo logre alcanzar la felicidad relativa a la que es posible aspirar bajo las gruesas cadenas que impone el capitalismo. Tanta es la concentración de voces y  dinero, que para enfrentarla se necesita indefectiblemente grandes sumas de “ingenuidad” y “confianza”, como califican, para tratar de doblegarla y defender con enorme fuerza militante todo lo hasta aquí conseguido. En ese juego andamos.

Yo no sé si esto es o no una guerra. Probablemente no lo sea, al menos en el sentido literal del término. Pero que algo mucho más fuerte que una simple disputa retórica, entre diferentes líneas editoriales, se está definiendo bajo la superficie del discurso mediático, estoy absolutamente convencido. Y eso que se está definiendo es la continuidad o no de un proyecto de emancipación, que sintetiza consigo muchas experiencias previas, de resistencia, rebelión, acción, reflexión, totalmente desconocido y novedoso para nuestra historia contemporánea. Y ahí sí, no dudar ni ser neutrales. No tenemos derecho a dejarlo pasar. Todo tiene solución, menos el inconmensurable error de frustrarlo. Las generaciones siguientes nos lo demandarían. Nuestra ingenuidad deberá perder en algún momento su candor y volverse invencible, enteramente lúcida y caliente como una confesión.

 

jueves, 7 de junio de 2012

“Dólares para todos”, país para poco

Queremos Desestabilizar
 

Los grandes actores económicos se arrogan para sí la exclusiva representatividad de los intereses del conjunto, pero no los defienden con igual intensidad. Por supuesto, basan su legitimidad, no en los resultados electorales, sino en su poder de fuego fáctico: la guita.


Las medidas para contener la presión sobre el dólar apuntan a un solo propósito: detener la demanda absolutamente injustificada sobre la divisa extranjera sin alterar el consumo interno, procurando obtener los billetes que se necesitan para cumplir con los compromisos de pago internacionales asumidos por el Estado argentino post renegociación (con millonaria quita incluida) de su deuda externa.

No es un “ajuste” de estilo noventista, ni un “soviet”, como lo calificó uno algún tiempo atrás. Menos aun, un gesto ampuloso e innecesario del “Fidel Franco” de nuestro tiempo, como describen contradictoriamente y sin precisión alguna la performance de Guillermo Moreno. Se trata, nada más y nada menos, que de una serie de medidas que demuestran una firme decisión estatal: doblegar a un mercado experto en cargarse gobiernos, tanto más ante la profunda crisis internacional, y la eventualidad de su impacto en nuestra economía. En conjunto, configuran una receta de estricta racionalidad fiscal, en medio de un capitalismo en severo aprieto, con países centrales en declive, y economías emergentes en ascenso. Sintonía fina, que se dice. Mas la derecha argentina, no lo entiende así.


A veces la realidad imita a la poesía. “Cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a nada”; menos que menos a una divisa en permanente depreciación. Sin embargo, en nuestro país ocurre frecuentemente a la inversa. Hastiados e históricamente críticos de las políticas de inclusión social, de los subsidios a las tarifas de servicios públicos, de las inyecciones al consumo popular, de la intervención estatal en favor de los sectores más vulnerables de la sociedad, grandes jugadores económicos y financieros reclaman ahora al Estado su decidida intervención: que liquide hasta 3000 millones de dólares de sus reservas en el Banco Central para calmar la sed de quienes especulan con la divisa estadounidense.
¿En qué quedamos? ¿Querrán ahora un plan “Dólares Para Todos”, acaso? Evidentemente, no. Los grandes actores económicos se arrogan para sí la exclusiva representatividad de los intereses del conjunto, pero no los defienden con igual intensidad. Por supuesto, basan su legitimidad, no en los resultados electorales, sino en su poder de fuego fáctico: la guita. Desde luego, a los grandes especuladores les importa un “corno” (como dijo la presidenta en el Congreso) que dos recién casados consigan reales para su luna de miel en Buzios; lo suyo es la obtención rápida de grandes sumas, sin más esfuerzo que comprar barato, retener y vender caro moneda extranjera, en una ecuación sin anclaje alguno en la producción de bienes y servicios.


Que no existan controles estatales para nadie, claman, aunque en el fondo quieran la dispensa para los poquísimos afectados por el rigor oficial. Saben que la rigidez gubernamental que beneficia a las mayorías y busca evitar las “distorsiones” del mercado, se cierne especialmente sobre los grandes actores financieros, enemigos del actual ciclo argentino, y que son los únicos con capacidad cierta de luxar el modelo económico, de creación de empleo, suma de valor agregado a las producciones primarias y reparto crecientemente igualitario de las riquezas socialmente generadas.


El plan es obvio: aprovechar la coyuntura internacional y las urgencias específicas del ciclo productivo, para imponer su pliego de condiciones. Debilitar al gobierno nacional, desfinanciándolo. Tensar tanto la cuerda que el camino se bifurque en dos senderos irreconciliables: radicalizar al extremo las medidas, obviando todo análisis sobre la correlación de fuerzas, o volver a los noventa. Aquello que el subdirector de La Nación, Claudio Escribano, le planteó a Néstor Kirchner apenas asumió en mayo de 2003, creen estar a las puertas de lograrlo nueve años más tarde: alineamiento incondicional con los Estados Unidos en detrimento de Cuba y Venezuela, y, por qué no, reivindicación de la represión dictatorial. Si no, ¿qué estaba haciendo Cecilia Pando entre los “espontáneos” vecinos movilizados en Callao y Santa Fe?


Para sostener la opereta, entonces: cacerolas. Sojeros amenazantes al borde de las rutas. Paro patronal rural. Histeria en los medios para que la haya también (y muy especialmente) en las calles. Con poco, la acción psicológica ligada al dólar corrió de los titulares la recuperación de YPF.


A propósito, de los cacerolazos en las esquinas más acomodadas de Buenos Aires supimos más por sus desbordes de intolerancia que por su nivel de convocatoria. A pesar del énfasis que pusieron los medios hegemónicos para relatarlos, el favor mediático no alcanzó a remplazar una condición indispensable: la falta de una condición objetiva que los justifique y seduzca a mayores segmentos de la población que excedan el núcleo duro de las familias más acaudaladas del país.


No obstante, cierta “rebelión” en Recoleta es predecible. Macri no ganó porque sí. Ciertos grados de polarización social, si bien deben ser atenuados, son inevitables. Tanto como advertir que esta vez no bramó ninguna olla en los barrios del sur de la ciudad, cuyos vecinos ya aprendieron que su situación socioeconómica no la defienden las patronales del campo.


Los cobardes ataques al fotógrafo de este diario y antes al equipo de 6,7,8 no nacieron de la nada. Parecen hechos más que aislados. Son el fruto tardío de un clima gestado por quienes se victimizan constantemente, y provocan ante la apatía de los dirigentes de la oposición, reacciones desmedidas que expresan la imposibilidad intrínseca de la derecha por conducir su tirria. Si el gobierno planifica el “exterminio” (sic) de los sectores agrarios, como afirma temerariamente Eduardo Buzzi, es natural que los trastornados de siempre se sientan llamados por Dios a intervenir del único modo que saben hacerlo: los golpes. El posterior silencio de la gran prensa hará el resto: una trama miserable en la que no se priva de tejer para su propia bufanda el jefe de Gabinete porteño Horacio Rodríguez Larreta, sobreactuando una agresión por la que fue señalada irresponsablemente La Cámpora, sin ninguna prueba documental que lo acredite, como sí tuvieron los periodistas golpeados bárbaramente. Una reedición rastrera, apenas utilitaria de la teoría de los dos demonios, para aplicación con fecha de vencimiento, en la perentoria coyuntura.


Ahora resulta que actuar para frenar la escalada del dólar paralelo es ilegal, pero no lo es publicar en la portada de los diarios el valor de cotización en las cuevas clandestinas. Raro. Guarda con el doble discurso mediático: sutiles operaciones en micrófonos hegemónicos, y mentiras y golpes en la acción directa, bajo el batir insoportable de las ollas Essen. Lo que no dice el cronista de TN, lo grita con su rostro desencajado por el odio de clase el vecino boina verde de Las Heras y Coronel Díaz. Pero ambos modos de intervención construyen un mismo mensaje. La derecha siempre viene por todo.

viernes, 1 de junio de 2012

Rapsodia en blue

Medios, especuladores y terratenientes

Las movidas en torno al valor del dólar ilegal, sobredimensionadas hasta el grotesco en los diarios, son la continuación de aquello que sucedió a fines de 2009, cuando oposición, intereses financieros y jerarcas mediáticos sintonizaron el mismo libreto y también fueron ‘por todo’.


El capitalismo se viste de democracia en las metrópolis pero se pasea desnudo en las colonias”, dijo Carlos Marx. Para nuestras grandes corporaciones económicas, igual. Sus “colonias” entre los países que quieren ser democracias, son los mercados negros. Allí hacen su agosto en pleno otoño. Su hipótesis de conflicto es el Estado, a quien intentan someter. O desfinanciar. Saben que es terreno de disputa entre visiones antagónicas sobre la sociedad, que siempre buscarán mantener bajo su dominio.

No sólo la moneda extranjera, el discurso opositor también cotiza en una oscura y volátil feria paralela. Se dice una cosa en superficie, pero se esconde lo que subyace bajo fondo. En los medios hegemónicos se recurre a explicaciones formales y de las otras. “Verdades” blue. 
Desde luego, la historia es mucho más que una sucesión en línea recta de determinados hechos. Para entender las conductas especulativas (cuando no saboteadoras) que se tienden sobre el mercado de compra-venta de divisa extranjera, se debe ampliar el alcance de la mirada. Como ocurre desde 2003, la tensión cambiaria sigue la misma lógica que la dispersión de precios: sin razón objetiva que las justifique, resultan el modo que los más rancios intereses tienen de intervenir en la puja redistributiva y frustrar el reparto de la riqueza. No es nuevo en la historia económica argentina. 

Las movidas en torno al valor del dólar ilegal, sobredimensionadas hasta el grotesco en los diarios, son la continuación de aquello que sucedió a fines de 2009, cuando oposición, intereses financieros y jerarcas mediáticos sintonizaron el mismo libreto y también fueron “por todo”. 

Se recuerda: el gobierno había anunciado la creación del Fondo de Desendeudamiento argentino (FONDEA) para cancelar con reservas del Banco Central –producto genuino del modelo productivo– los vencimientos de intereses de deuda de ese año. Era una medida de estricta sensatez económica, que procuraba reducir el costo financiero sobre las arcas del tesoro nacional, prescindir del financiamiento externo y evitar mayores daños ante la feroz crisis capitalista mundial. Por cierto, una política a tono con la quita de deuda pactada con los acreedores internacionales y que posibilitó al país transitar de modo efectivo y concreto –en los hechos y no sólo en las palabras– el camino del desendeudamiento. 

Pero algo falló, de entre los pliegues de la institucionalidad surgió el último cruzado del consenso neoliberal, que posó sus partes sobre los dólares acuñados por el esfuerzo social de los argentinos y negose a cumplir con la orden presidencial. 

Desde luego, nadie había votado al titular del Banco Central. A no ser por las revistas del corazón, pocos conocían su nombre. El proceso iniciado en 2003 llevaba consigo un mérito determinante: devolverle a la política un rol esencial por sobre los técnicos de Hacienda. Subordinar a la correlación de fuerzas de la lucha política el entramado de medidas económicas, muchas de las cuales, no obstante, apuntaban a una ecuación social básica: generar trabajo, sumar valor a las producciones primarias y distribuir utilidades. 
Sin embargo, el financista a cargo del Banco Central contaba con un sostén considerable: los medios hegemónicos. Su entonces presidente –luego candidato a diputado por el duhaldismo– contradijo la decisión de la mandataria, originando un conflicto de poderes que fue zanjado, como siempre ocurre, con la lucha política: venció la presidenta, incluso sorteando a los jueces en lo Contencioso Administrativo “Cautelar”. 

Ahora sucede lo contrario. Quienes hasta ayer reclamaban el cuidado in abstracto y al extremo de las reservas hoy solicitan al Ejecutivo que las liquide para calmar las operaciones de especulación financiera contra la moneda nacional, vendiendo en el mercado de cambios sumas injustificadas y que debieran servir para solventar urgencias económicas, medidas estratégicas o políticas de alcance más prolongado que un viaje de placer, y que comprendan al segmento social más numeroso y vulnerable. 

Dice Clarín a través de un economista del CEMA: “El oficialismo puede eliminar la incertidumbre ‘abriendo el grifo’ para que la gente compre dólares.” La reserva de valor de la moneda nacional, por la que batallaron hasta el recurso judicial, se convierte, de un plumazo, en un vulgar espejo de agua. Según este planteo, el “dinero para pagarles el 82% móvil a los jubilados” –como quisieron victimizarse entonces– debiera estar a disposición de quienes corren histéricamente al dólar para conservar sus ahorros y de los grandes actores financieros que cascotean el rancho de la viabilidad y previsibilidad económicas. Ya no sería el gobierno quien querría “caja”, sino las casas de cambio. “El gobierno debería calmar la cuestión del dólar (…) vendiendo 2 o 3 mil millones de dólares de las reservas”, se sincera Nadín Argañaraz en el mercado paralelo de discursos mediáticos. 

No hay caso: los apóstoles del capitalismo anarco-financiero no aprenden. Insisten en querer destinar al Estado un único papel: el de socio bobo de las exorbitantes ganancias de ciertos particulares, acuñadas a través de la división del trabajo capitalista, que los exceptúa de todo esfuerzo social. Un gobierno que sancione las normativas necesarias, deje llevar a los privados las millonarias ganancias, y sólo firme al pie. “Cargo menor”, como dijo Magnetto. No entienden que el Estado post 2003 procura un modelo sensiblemente distinto, de desarrollo endógeno, que privilegie el acceso de cada vez mayores argentinos al consumo y cuide (y mejore) la tasa de empleo. Capitalista, sí, pero con un límite muy riguroso: el control sobre las condiciones en que los servicios y los bienes son ofrecidos. 

¿Cómo explicar, si no, la forzada reedición del conflicto entre Estado y dueños de las mejores tierras bonaerenses para cultivo y pastoreo? Según los terratenientes (y sus narradores en los medios opositores), el gobierno debe asistirlos en caso de sequía, optimizar los caminos, facilitarles el acceso a puertos, prever un dólar alto para mejorar el rinde de sus exportaciones, pero no aumentarles ni un centavo los impuestos. Creen que saltear su pago es un privilegio natural a su casta. Están convencidos de ello. Quieren una Resolución 125 de carga inversa: que socialice las pérdidas y privatice las ganancias, que transfiera a la comunidad los riesgos y centralice en pocas manos, elegidas en silencio por la sabiduría de Dios, el fruto extraordinario de la tierra.

“El cambio no debe reducirse a lo funcional, debe ser conceptual”, dijo Néstor Kirchner en junio de 2003. Para ello, son indispensables unidad y organización. Conciencia. Cohesión y pueblo en movimiento. Mirada en diagonal, sobre el conjunto. Comprensión estratégica: cuidar siempre, como el valor más preciado, el nivel de ocupación. En síntesis: sintonía fina. Mientras las condiciones terminan de fraguar, está el Estado.