Datos personales

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 23 de febrero de 2012

Compañero de sus compañeros

Los trabajadores son la verdadera riqueza con que cuenta un país. No tienen por qué tener miedo de su práctica sindical: es un derecho. No deben bajar los brazos en sus justas demandas: son una garantía para los demás trabajadores.

 La muerte de Amalia Lacroze de Fortabat acercó el recuerdo de Carlos Moreno, abogado sindical desaparecido por litigar contra los abusos patronales en Loma Negra. Días antes, el diario Clarín había cuestionado a un trabajador por la defensa que había hecho de la actividad minera, justificando su impugnación en su condición de sindicalista. Por más que se quiera demorar su abordaje, la tensión capitalistas-trabajadores y las formas que adquiera la representación de unos y otros siempre están: son las grandes organizadoras de la sociedad contemporánea. 

Por cierto, nunca han de verificarse dos situaciones análogas en el mundo laboral argentino. La fragmentación de la clase trabajadora adquiere todavía expresiones pavorosas, que van desde los paros por tendinitis hasta el sobreactuado rechazo de los empleados de Cablevisión a una orden de allanamiento judicial a la sede de la empresa. Pero imaginemos un modelo posible, quizás ideal, pero seg
 
uramente verificable entre las múltiples experiencias actuales de sindicalización. 
El delegado de base, genuino representante de sus compañeros, antes de ser elegido para tal función es un simple referente: el trabajador más solidario y atento a las necesidades de los demás, el que se muestra más lúcido al momento de aclarar informaciones que hacen a su labor de todos los días. Ese referente, por otra parte, no es un mal empleado, ni trabaja a desgano. Es, sin dudas, el mejor trabajador en el más amplio y cabal sentido de la calificación. Su ejemplo da confianza a los demás. Los motiva a intervenir. Su accionar legitima la práctica sindical, sin mayores esfuerzos de la organización: el representante surgido de la base, el líder natural, el producto de una determinada circunstancia material y subjetiva, y no al revés. No el “empleado del mes”, sino el compañero de sus compañeros. El trabajador que con su conducta permanente impide que los demás trabajadores se sientan “demasiado mimados” por sus patrones, como dijo Inés Lafuente, hija de la dueña de Loma Negra, acerca del trato que su madre les dispensaba a los obreros de la cementera, “camaradería” que, sin duda, no contemplaba las precarias condiciones en las que el personal cumplía su jornada, y que le provocaba graves secuelas respiratorias. 
 
Es entonces cuando el conjunto de trabajadores advierte la necesidad de nombrar delegado a ese compañero (y no la estructura de la organización) para que sea él quien se encargue de reunir todas las voces y necesidades de los empleados en una sola voz, para que sean más efectivos los reclamos y más claros, y para que las autoridades de la empresa tengan freno en caso de trato arbitrario e injusto al personal.
 
El referente es, ahora, “delegado”, con toda la formalidad del caso. Este trabajador, al tiempo que no descuida sus labores en el empleo, es un activista del gremio: pega los carteles con las demandas, difunde las actividades de su organización, y conjura con su entereza los comentarios y actitudes antisindicales de algunos jefes y de otros compañeros, empleados de las categorías más altas, que nunca faltan. No alienta conflictos, mantiene una conducta serena y reflexiva, aunque firme. Su práctica no elude su compromiso con la situación general, su toma de posición acerca de la política nacional, y su efectiva participación en función de su ideología. Con naturalidad no se priva en una asamblea de argumentar sus posiciones opinando acerca de la dictadura o la década del ’90, aunque eso parezca exceder la demanda inmediata que pueda estar tratándose en ese momento. 
 
El delegado no tiene ningún privilegio por sobre los demás trabajadores; es, apenas, quien se encarga de las más primarias labores organizativas: reunir a todos los empleados, sintetizar sus diversas opiniones, contar las informaciones que orgánicamente difunde la conducción del sindicato, llevar la opinión de la base al plenario general de delegados, encausar dentro de lo posible las distintas singularidades que conviven en un espacio común y muy singular: el puesto de trabajo, lugar en el mundo de la clase obrera. 
 
El buen delegado no quiere nada para sí a cambio de su función gremial. No aprovecha las instancias de diálogo con las autoridades para obtener ascensos de categoría o mejoras de cualquier índole. Cumple su rol sindical y es controlado a diario y casi naturalmente por sus compañeros. Los compañeros, a su vez, se comprometen sindicalmente en tanto advierten lo bien que el delegado desarrolla su tarea. A veces no piensan como él, pero lo respetan, porque él los respeta a todos: les habla claro y los escucha, no les impone nada, es honesto y les dice la verdad. Los convoca a ser mejores compañeros cada día, no desde el discurso solamente, sino desde su ejemplo concreto, de cada jornada. 
 
El sindicalismo no empieza y termina en una acción directa; por el contrario, se afianza y ejerce en la oficina o el taller, en las asambleas donde se toman decisiones o se reflexiona sobre lo actuado, en los momentos de descanso, o a la hora del desayuno compartido por todos los compañeros en el mismo sitio donde se presta servicio diariamente.
La Constitución consagra en sus artículos fundamentales el derecho a la libre participación sindical de los trabajadores. Fallos de la actual Corte Suprema garantizan, incluso, las más incipientes acciones de organización sindical. El delegado cuenta con fueros específicos, que lo protegen especialmente de hostigamientos injustos. Esos fueros no son para su utilidad personal, sino para beneficio de todos sus representados. Cierto grupo empresarial, que pretende dar sermones de calidad institucional, que según la conveniencia se interesa por la vida interna de los gremios y sus confederaciones, los viola repetidamente con su propio personal, incumpliendo, incluso, sentencias judiciales que le son adversas a sus estrategias. 
Los trabajadores son la verdadera riqueza con que cuenta un país. No tienen por qué tener miedo de su práctica sindical: es un derecho. No deben bajar los brazos en sus justas demandas: son una garantía para los demás trabajadores, empleados en otros segmentos de la clase obrera. Pero, esencialmente, no deben perder el compromiso consciente con el país y la clase que integran, esa formación social que los comprende, les da sentido, y los ubica en tiempo y espacio de la historia.
 
Afuera del gremio los trabajadores están solos. Las organizaciones sindicales deben ser su segunda casa, y no contener, ni por asomo, sólo a sus dirigentes. El proyecto nacional, popular y democrático, no neutral, los necesita cohesionados y firmes en la defensa de un proyecto político que les devolvió el empleo, y a quienes lo conservaban todavía, la posibilidad de acrecentar el salario. Atentos ante los abusos, y comprensivos con los grandes procesos emancipatorios. Tanto más si estos atraviesan circunstancias no tan favorables.