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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

miércoles, 8 de junio de 2011

Las Madres, nueva síntesis popular


La Marchita + La Internacional = El Himno


Demetrio Iramain

Era tan compacta, apretada, la multitud reunida el jueves 2 de junio en Plaza de Mayo en apoyo a las Madres, que al momento del discurso de Hebe de Bonafini quienes estaban a la izquierda del escenario, si bien cercanos, apenas si podían verle los ojos mientras lo pronunciaba. Yo entre ellos. Sólo sus ojos. Fue suficiente.

Los enemigos de las Madres están en franco retroceso. Aún tienen cuantioso poder de fuego, pero la pendiente en cuya cúspide moran todavía ha empezado a inclinarse. Está en declive. Juegan la promoción con pronóstico francamente desfavorable. Creyeron, equivocadamente, ganada para siempre la batalla cultural y política, y por eso actúan así, con la inmediatez y la urgencia, a la desesperada, propias en quienes se sienten vencedores eternos, campeones de lo absoluto, y fracasan. Especulan con que si el pañuelo blanco fuera salpicado por alguna mínima mugre, nuestro pueblo se quedaría sin su emblema mayor, su capital simbólico más poderoso, perdiendo al mismo tiempo un hilo conductor que lo reencuentra con lo que fue socialmente, y quiere ser todavía.

La dictadura cívico militar no vino porque sí. Se propuso volver a fojas cero con las conquistas de la clase trabajadora. No se trató de un perverso plan de sangre, ideado por mentes alteradas, sino una aceitada maquinaria de dominación. El genocidio fue el alto costo que asumieron pagar los poderosos para cambiar drásticamente el patrón de acumulación capitalista: pasar de un modelo industrialista a otro financiero; de uno sostenido en la producción y el trabajo a otro justificado en la especulación. De las fábricas con obreros organizados, conscientes, bien remunerados, a los grises bancos y casas cambiarias. Esa fue la “brillante” solución que hallaron nuestras clases dominantes para superar las contradicciones insalvables a las que había arribado el sistema por entonces.

Y no sólo eso. La burguesía también planeó conjurar los avances en la conciencia de la clase obrera y el grado de desarrollo organizativo que alcanzara en la década del setenta, para obturar por décadas la posibilidad de que los de más debajo de la pirámide social vuelvan a terciar con posibilidades ciertas de triunfo en la perenne puja entre clases. Porque esa lucha entre clases opuestas, antagónicas, sigue, aunque no lo parezca. Ni un genocidio puede hacerla cesar. Continuó, incluso, bajo la quietud sepulcral de la dictadura y por entre el silencio de cementerio del neoliberalismo. Es objetiva. Se toca con las manos, se cobra a fin de mes.

En aquellos convulsionados años setenta, plenos de luchas a la ofensiva y “crispación”, como se dice ahora, las clases populares llegaron a disputarles a las elites económicas y culturales palmo a palmo el poder político. El terrorismo estatal fue el rostro que asumió la “solución final” de nuestra burguesía a esa contradicción extrema que presentó entonces el sistema capitalista, cuya fracción dominante a nivel mundial advirtió tempranamente la superación de la guerra fría y la posibilidad de expandir el sistema a escala planetaria.

Pero hete aquí que en nuestro país estuvieron las heroicas Madres de Plaza de Mayo. Su lucha, iniciada mientras la represión militar alcanzaba su punto más alto y descendía hasta el más sórdido de los infiernos, plantada en el corazón mismo del sistema de terror, a plena luz del día, frente a los edificios de las instituciones clave del genocidio en curso, malogró el intento de la burguesía propia y el imperialismo, por arrasar por completo con las luchas del complejo segmento popular.

Quisieron hacer tabla rasa de la rica historia de lucha de este pueblo. Y no pudieron. Todo lo que vino después, desde la restauración de nuestra legalidad republicana, hasta esta cima en las conquistas, la conciencia y la organización popular desde la cual nuevamente asistimos a la posibilidad concreta de disputarles el poder a las clases altas, se logró porque estuvieron las Madres en el preciso lugar de nuestra historia social para impedir el triunfo definitivo de la burguesía terrorista.

Sin mediar la lucha de los pañuelos blancos, su puente entre generaciones, su formidable gesto ético de rechazar la cosificación de la vida de sus hijos expresada en el dinero que ofreció el Estado para “reparar” el genocidio y comprar impunidad, ¿se llenarían hoy las calles de jóvenes que se identifican con el camporismo? ¿Crecerían como hongos locales políticos en las ciudades más grandes del país, y en otras más chicas también, que se proponen organizar a los vecinos de esas barriadas desde su referencia territorial? ¿Volveríamos a leer con fruición aquellas ediciones del matutino.

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