Datos personales

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 28 de julio de 2011

No sé lo que quiero, pero lo quiero ya

TIEMPO ARGENTINO

ELECCIONES EN SANTA FE

Por cierto, no hay progresismo posible por fuera del gobierno nacional. ¿Acaso Elisa Carrió es progresista, Binner es socialista, el presente de la UCR es propio de un partido popular? ¿Se puede ser de izquierda y pactar con el sector más retardatario de la economía nacional? Alfonsín hijo pidiendo perdón en la Rural por las rebeldías adolescentes de su padre, ¿qué es? Los grandes derrotados de los últimos comicios fueron aquellos que pretenden forzar sus presupuestos ideológicos y construirse un relato a conveniencia al sol de las ilusiones por izquierda al kirchnerismo.

El país parece decidido a avanzar hacia una polarización entre esa derecha todavía incipiente a nivel nacional, con cáscara nueva, anti-histórica, pero con perspectiva, y el modelo que encabeza la presidenta Cristina Fernández. No estaría mal, después de todo: una democracia en serio, revitalizada, que quiere marchar hacia la efectiva democratización de sus relaciones y la distribución igualitaria de las riquezas que produce, no debiera evitar esas confrontaciones. Al contrario. Pero eso sí: no puede no superarlas.

El kirchnerismo supo resumir los mejores anhelos de transformación que irrumpieron como pus sobre la institucionalidad en 2001. Concretarlos sigue siendo una tarea compleja. Sus enemigos son fuertes. Convencen, confunden, naturalizan su dominación.

Ese resumen que representa el cristi-kirchnerismo es una síntesis en diagonal y hacia adelante de las debilidades que todavía presenta a su interior el amplio espectro de lo popular. Quizás allí exista una lectura posible sobre la actitud de quienes votarán por Cristina en octubre, y más antes en agosto, y ahora lo hacen por Macri o el pintoresco Del Sel. 

La derecha existe y la falsa conciencia, también. Así fue durante todos estos años, también hoy, cuando expresiones locales del oficialismo nacional no logran fraguar como desearían en distritos muy numerosos, ricos y con gran actividad económica.

¿Cómo se explica que quien apoya al gobierno que estatizó los fondos de los trabajadores administrados por las AFJP también sume su voto a quien destruye sistemáticamente la escuela, el hospital y el espacio públicos? A ese argentino promedio, quizá inexistente y seguro que imposible de mensurar, ¿lo conmueve el luto o la risa fácil? Seguramente, ni uno ni lo otro. El bolsillo, primero. 

Pero sin conciencia, sin organización social, comunitaria; sin formación política, sin preparación suficiente para las confrontaciones inevitables que suponen los cambios que se necesitan, hasta la presa confunde al cazador y, desconcertada, pide más. No provoca asco, ni siquiera lástima; lo que produce pavor es su nivel de alienación. Porque no sabe lo que quiere, lo quiere ya.

Los discursos de la presidenta, llenos de conceptos y llanos en su comprensión, se esmeran en revertir esa carencia. Si inaugura el mural de Eva Perón lo hace con el bello rostro de la abanderada de los humildes mirando al sur, hacia las fábricas, el Riachuelo. Y lo explicita. ¿Existirá mención más clara y vigorosa a la lucha de clases, sin contar la línea dedicada al Che en un acto y una fecha tan caras al ideario peronista? Lo dijo Cristina: Eva representa la unidad nacional. Pero bajo el sino del segmento social que tiene su destino atado a un único ingreso: el salario, la jubilación o el momentáneo subsidio estatal que lo incluya por fin en la sociedad que hace casi sesenta años viene expulsándolo permanentemente.

El ninguneo mediático, no obstante, es potente todavía. Asistimos a las consecuencias de aquel privilegio que el año pasado la justicia le extendió al grupo que más licencias en el mercado de medios audiovisuales concentra, franquicia que se mantiene hasta hoy.

Por lo demás, la formación política no deviene exclusivamente de un saber académico. No hay que ser sociólogo para tener conciencia para sí. Obvio que la derecha no tiene tantos miembros activos y lúcidos como circunstanciales votantes. La falsa conciencia de quienes sufragan por ella no es un concepto abstracto, ni una categoría de la filosofía política. La conciencia se adquiere, esencialmente, con la práctica. Y la práctica es la lucha, pero sobre todo la organización. “Tenemos que ser orgánicos”, dijo Cristina en marzo, en aquel discurso fundacional pronunciado en la cancha de Huracán.

Esa conciencia de la que adolecen muchos de los votantes de la derecha, la tiene sin dudas el más caracterizado de los Midachi. El cómico santafesino, que no es un cientista social precisamente, hace política en virtud de sus intereses de clase, que no son otros que el rinde de sus grandes extensiones de tierra. La conciencia no es un detalle, sino un dispositivo imprescindible con el cual decodificar el mundo circundante. Educa al individuo en una sociedad que es hostil y que sin referencia colectiva, de pertenencia común, de identidad de clase, se le volvería dramáticamente ajena. Sirve para comprender la mucha información que el sistema suministra a través de sus resortes ideológicos, de propaganda, ellos sí que muy extendidos y eficaces. La derecha no necesita la cadena nacional de radio y televisión para contarse. Preexiste. Es la realidad dada.

Desideologizar los debates, despolitizar los mensajes, limar las diferencias insalvables en la visión del mundo para que parezcan detalles sin sentido, es frustrar la democracia. Eso también es campaña sucia. Porque la institucionalidad que supimos conseguir los argentinos ha progresado mucho y bien es que viene ahora la derecha a decirnos que gobernar es cosa de pícaros, chantapufis y buena onda.

¿Se acuerdan cuando Cristina reclamaba no construir en base a la contradicción y darnos a la tarea de institucionalizar los logros conseguidos? También lo dijo en Huracán. Parecía módico aquel planteo de la presidenta. Sonaba a poco según muchos. Pero tenía razón. Profundizar el modelo es eso también. 


Publicado el 28 de Julio de 2011

El país parece decidido a avanzar hacia una polarización entre esa derecha todavía incipiente a nivel nacional, con cáscara nueva, anti-histórica, pero con perspectiva, y el modelo que encabeza la presidenta Cristina Fernández. 
La primavera de la derecha en pleno invierno nacional y popular, de tan repetida en la guerra de baja intensidad que proponen los medios que ya sabemos, aturde. En su envés, viene a demostrar que la oposición al proyecto iniciado en 2003 es una sola y mora a la diestra de la oferta política. La derecha, si bien presume de su inocencia ideológica, supuestamente antipolítica, es precisamente todo lo contrario. Y se le nota: el apoyo de Miguel Torres del Sel a Eduardo Duhalde explica muchas de sus indefiniciones a propósito durante la campaña. 

jueves, 21 de julio de 2011

¿Quién tiene miedo de perder el 31 de julio?

 
LA ÉPICA Y LA DERROTA


Publicado el 21 de Julio de 2011

El kirchnerismo siempre produjo sus mejores y más inolvidables hechos políticos estando en absoluta inferioridad. Esa es su épica: el contragolpe, la dificultad. Como las mejores expresiones del movimiento popular, sus orígenes están en los márgenes adonde lo confinan las clases dominantes. Y sus corporaciones.

En rigor, su nacimiento ocurrió en medio de una derrota electoral, cuando Néstor Kirchner se hizo con el gobierno tras el abandono de quien lo había vencido, aunque muy por pocos votos, en la primera vuelta. Paradójicamente, la alternativa política profundamente transformadora que ideó el santacruceño nació de una victoria que no fue.

Después de ocho años de mejoras sustanciales en todos los indicadores socio-económicos, de edificantes reescrituras de la Historia, de cambios culturales demorados durante décadas, de democratización de la institucionalidad y de sus expresiones simbólicas tan enquistadas en la vida de los argentinos, ¿a quién no lo desvela perder electoralmente la Capital en manos de la reacción conservadora? ¿Quién puede dormir tranquilo después de ver cómo el alcalde de derecha obtiene casi la mitad de los votos, tras una gestión desastrosa?

Como bien expresó el mismo Daniel Filmus, una fuerza política y social que gobierna el país con grandes posibilidades de ser revalidada en octubre próximo, no puede conformarse sólo con dar testimonio en el segundo distrito en importancia. Definitivamente, el Frente para la Victoria quiere ganar la Capital, y sumar de forma clara y decidida a la ciudad autónoma a la causa nacional. Pero no a cualquier precio.

¿Se imagina alguno a Juan Cabandié no hablando mal de sus apropiadores para tentar de ese modo el voto de quienes quieren archivar sin más trámite las causas por delitos cometidos por la dictadura? ¿O a Carlos Tomada haciendo la vista gorda con las empresas agrícolas que emplean mano de obra esclava? ¿Para sumar así el apoyo de quienes repiten como loritos el cuento aquel de la necesidad de “atraer inversiones”, y no reparan en la necesidad del fuerte control del Estado para impedir violaciones a los derechos más primarios de los trabajadores?

El arte imita a la naturaleza, decía Oscar Wilde. Y la poesía a la política, agrego yo. Hace muchos años, Juan Gelman se preguntó en un bellísimo poema, “¿quién ha visto a la paloma casándose con el gavilán/ al recelo con el cariño/ al explotado con el explotador?”. Yo no. Quizás sí creyó verlos el ecuatoriano Durán Barba o María Eugenia Vidal, que se desviven en elogios a Cristina Fernández, aún a sabiendas de que nada bueno, ni creíble, puede salir de esos gestos sobreactuados, de lesa hipocresía.  

Cuando Macri estuvo mal en las encuestas recurrió a los servicios de la xenofobia. ¿Acaso debiera Filmus transitar un camino, si bien no igual en intensidad, sí al menos similar? ¿Abdicar de alguna bandera nacional y popular? ¿Dejar en la puerta de un canal de televisión las convicciones que Néstor Kirchner llevó consigo a su despacho en la Casa Rosada? Imposible.
Nadie da por perdido el ballotage del 31 de julio así como nadie da por ganada la batalla del 23 de octubre.  El modelo nacional y popular se vota todos los días. Libra contiendas a diario. No hay otro modo de hacer nacer, crecer y desarrollar un proyecto liberador, reparador de injusticias históricas causadas por un bloque de clase muy acostumbrado y eficaz a la hora de aplicar su sistema de dominación.
Se recordará cuando el oficialismo perdió por escasísimo margen las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires, el 28 de junio de 2009, y al tiempo que creció la derecha en ese distrito, también irrumpió, aunque sólo en Capital, Proyecto Sur. El candidato de Cobos, por su parte, arrasaba en Mendoza. Mariano Grondona y Hugo Biolcati se frotaban las manos con el golpe que nunca pudo ser.
Fue entonces cuando la presidenta Cristina Fernández hizo un análisis de coyuntura opuesto por el vértice al que esperaban que hiciera sus enemigos en las grandes corporaciones económicas. En vez de levantar la bandera blanca de la rendición incondicional, redobló la apuesta. Demostró haber tenido razón. Ni el más entusiasta kirchnerista creía posible la sanción de la nueva ley de medios. La presidenta avisó que se daría a la tarea de “construir consensos” para profundizar el camino ya transitado. Todos pensaron en Pino Solanas, menos el cineasta, que rechazó tajantemente la invitación, y hasta llegó a la desmesura que ni Elisa Carrió imaginó en sus más delirantes noches de insomnio: denunciar penalmente a la presidenta por el uso de reservas del Banco Central para cancelar compromisos de pago internacionales por parte del Estado argentino.
Así le fue a Proyecto Sur el domingo 10 de julio. Fue la historia, y su expresión más cabal que es la decisión soberana de los pueblos que la escriben y protagonizan, la que puso las cosas en su lugar. El gran derrotado es ese forzado relato que quiere reescribirse por izquierda, iluso y ajeno, mordaz e inoperante, sobre el modelo nacional y popular, para entregarlo sin épica alguna, viciado de toda legitimidad, a la derecha cruda y dura, brutal y mentirosa, ella sí que amoral, sin ética posible, pero acostumbrada.
No hay otra: la oposición a un modelo nacional, popular e inclusivo no es un modelo nacional, popular e inclusivo mejorado, sino uno completamente distinto, elitista y excluyente. Lucha de clases, que se dice. Pueblo contra acopiadores de riqueza. ¿Alguno cree que dejarán graciosamente que el modelo que recorta sus privilegios de casta se profundice? ¿Que esperarán pacientemente a octubre? 

jueves, 14 de julio de 2011

Sin ningún lugar para terceras opciones




¿HACIA UN ESCENARIO DE CRECIENTE POLARIZACIÓN?

Publicado el 14 de Julio de 2011

El gran dato del domingo no fue tanto el previsible triunfo de Macri, sino el claro repunte del candidato de la presidenta, relegando a Proyecto Sur y a la Coalición Cívica.

Las elecciones porteñas anuncian un futuro signado por la creciente polarización entre dos proyectos políticos enfrentados, cuya resolución confina en la intrascendencia a sus críticos discursivos por izquierda y derecha. El gran dato del domingo no fue tanto el previsible triunfo de Macri, sino el claro repunte del candidato de la presidenta, relegando drásticamente a Proyecto Sur, virtualmente eliminado del concierto político, y a la Coalición Cívica.

A propósito, a los intereses materiales más concentrados no se les gana con lecciones morales; la ética no da de comer, ni un buen discurso crea, per se, trabajo. Las buenas intenciones dejan de serlo cuando no pasan de una somera enunciación. La pobreza sólo podrá revertirse con políticas de Estado y planificación económica. Para llevarlas adelante debe antes construirse poder popular, progresista, transformador, que rivalice con el que ya cuenta la derecha liberal conservadora. Aunque tardíamente, una porción muy significativa del pueblo de la ciudad autónoma empieza a dar cuenta de esta arraigada condición de las democracias contemporáneas.

Por caso, Elisa Carrió, talibán del discurso moral, de corte liberal-burgués, lo sabe mejor que nadie. Pronta salió a festejar el voto a Macri sin mensurar el magro 3 % obtenido por su candidata, la senadora Estenssoro. A la diputada le interesa, más que la performance de su propio plantel, el nivel de afectación que podrían sufrir los sectores sociales privilegiados si Cristina triunfara en octubre. Ella sí demuestra tener conciencia de su clase, que no es la de los asalariados, atributo del que adolecen nuestros módicos revolucionarios, cuyas siglas partidarias refieren a las palabras “Sur”, “Socialismo” y “Libertad”, entre otras similares.

Alfonsín (h), lo mismo: se dio una ducha con los ajenos votos al PRO como si su delfín Silvana Giúdici fuera de otro acuario. Duhalde, igual. Fernando Solanas, en tanto, felicitó a su tropa con una prosopopeya que sobraba por los cuatro costados. ¿Dónde fueron a parar los miles de votos que perdió en estos generosos dos años en los que ni siquiera tuvo que lidiar con el desgaste de la gestión estatal? Su decepcionante elección acaso esté demostrando el fracaso inexorable que se cierne sobre aquellos que quieren correr por izquierda al cris-kirchnerismo, y sólo aspiran a pasar el invierno al sol del rechazo a la minería contaminante. 

Que Luis Zamora haya entrado séptimo, antes que López Murphy, y que el troskismo sume más votos que el filonazi Biondini, ¿indican acaso la proximidad de la revolución socialista? Si así no ocurriera, ¿se demostraría al menos que la izquierda tiene anclaje popular? Ni ahí.

En la Argentina, incluida Buenos Aires, está en juego la felicidad relativa a la que puedan aspirar bajo el capitalismo las clases subalternas, o la supremacía plena de las elites dominantes. 

Pareciera que el proceso latinoamericano termina de fraguar recién cuando alcanza a construir sus enemigos y los vence. Sus contrincantes se identifican por un rasgo de clase antes que geográfico o generacional, pero en algún lugar tienen que fijar domicilio los segmentos más pudientes de nuestras sociedades, a su vez temerosos del avance político de una juventud cada día más conciente y movilizada.

La experiencia bolivariana nunca logró sumar para la Revolución al estado de Zulia, en Maracaibo, rico en petróleo y producción agrícola. Tampoco a Caracas, rodeada de cerros donde las masas chavistas resultan invencibles en las calles, no así en las urnas, donde los escuálidos de los barrios medios y altos conforman mayoría. Bolivia, otro tanto. En las ciudades de la próspera Media Luna, las influyentes elites blancas suelen fluctuar entre la férrea oposición a Evo Morales y el racismo separatista.

Algo similar ocurre con la poderosa e ilustrada burguesía paulista. Si se dieran las circunstancias, se volvería prejuiciosa y vulgar, y afirmaría que la riqueza que se produce en San Pablo paga el ocio de quienes duermen al sol en Bahía y trasnochan en Río, alimentando un odio de clase que no dudaría en volverse rancio si el PT optara por ahondar la experiencia socialdemócrata.

Sin embargo, en todos estos casos el vigor de las oposiciones locales no logra frustrar el avance de los oficialismos nacionales. En Argentina tampoco.  

Cuando Macri ganó en 2003, el fallido ballottage sólo retrasó por cuatro años su consolidación electoral. Por entonces, el kirchnerismo no había todavía comenzado a desplegar su política. En esa nebulosa entre gris espeso y rojo sangre que fue la Argentina post 2001, la derecha no alcanzó a imponer su plan político (en rigor, tampoco le convenía al bloque dominante, en inédita crisis terminal) y entonces surgió Néstor Kirchner, como expresión genuina (y posible) de la heterogénea irrupción popular. 

Ocho años después el panorama es otro. Existe un modelo nacional, de crecimiento con inclusión, que tiende a repartir parejamente las riquezas sociales, enfrentado a otro muy distinto, repelente a las mayorías populares, que añora los años de endeudamiento y represión con que era impuesto, y que cuenta con un eje suficientemente sólido en los distritos de mayor impacto económico.

Algunos se sorprenden con la elección de Macri, pero olvidan que fue en Córdoba, Rosario y Buenos Aires donde primero y más se golpearon las cacerolas cuando el conflicto con las patronales rurales. Macri es el nuevo Menem. Tras largos años de impacto negativo, la derecha vuelve a mostrarse dinámica y versátil, y si bien le resta acumular horas de vuelo para proyectarse por todo el cielo argentino, es seguro que lo intentará. El modelo nacional quizás ya no brinde tantas garantías al bloque dominante. Así Filmus triunfara en el segundo turno capitalino, el piso de esa derecha, por ahora sólo porteña, podría ser potente.

Quizás estemos a las puertas de una nueva etapa política: el arraigo político y electoral de Cristina Fernández, conductora de la alternativa progresista y distributiva; y la consolidación de una oposición netamente de derecha, que todavía no encuentra expresión a escala nacional. Indefectiblemente, sus pujas estructurarán el siguiente período, hasta 2015.

Por lo demás, el ballottage definitorio no será el 31 de julio, sino en octubre. Toda elección es nacional por más que las estrategias de campaña lo disimulen. Al fin los argentinos votan pensando qué país quieren habitar, y no tentados por módicas ambiciones, de loco consumo o mera subsistencia, a las que la institucionalidad los había acostumbrado.

jueves, 7 de julio de 2011

María Alejandra, la hija de Hebe




UN IMPORTANTE SOSTÉN EN LA LUCHA DE LAS MADRES

 

Publicado el 7 de Julio de 2011


María Alejandra Bonafini dejó de ser una niña allá por sus once de edad. Por entonces, comportándose como un adulto, aceptaba reunirse con sus dos hermanos mayores, luego desaparecidos por la dictadura, en encuentros furtivos, ocultos, realizados bajo una sola condición: no contarle a nadie, menos que menos a sus padres, dónde se concretaban esas citas a escondidas de los guardianes del régimen de terror.

Alejandra era la más chica de un hogar de tres hermanos, y tras los juegos y mimos con los dos más grandes, militantes perseguidos por la represión genocida, regresaba a su mundo de muñecas y elásticos, no sin antes cumplir rigurosamente la condición de guardar secreto sobre el lugar donde se veían, convenida previamente con Jorge y Raúl.

¿Sabría Alejandra qué peligros corría ella? ¿Los entendía? ¿Cómo puede una niña asimilar que encontrarse con los hermanos más grandes a jugar o tomar un helado pueda costarles la vida? ¿Qué significa para una niña de esa once años, madurada de golpe, tan brutalmente por el dolor, esa dimensión desconocida y ajena, “la vida”?

Seguramente esa experiencia tan fuerte la habrá marcado para el resto de sus años, hasta hoy, que asume con total entereza y dedicación la conducción de emergencia de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, en circunstancias no óptimas, por cierto.

El 25 de mayo de 2001 la vida puso en el camino de Alejandra otro escollo de esos que a cualquiera dejarían fuera de carrera. Un grupo de tareas al estilo de los que secuestraron a sus hermanos entró por la fuerza a su casa –en la que vivía junto a su mamá Hebe– y la torturó bárbaramente. Por entonces su madre estaba en Brasil, representando a las Madres. Algunos dicen que la buscaban a Hebe; otros piensan que no, que justamente le pegaron a la presidenta de la organización donde más podía dolerle: el cuerpo de su amada hija.

En respuesta, las Madres de Plaza de Mayo denunciaron la implantación de una especie sutil de Terrorismo estatal, aunque con fachada democrática. Un salto cualitativo en la escalada represiva que acompañó la descomposición neoliberal. No pocos sostuvieron que era exagerada la caracterización, pero pocos meses después, ante la cacería humana desatada en Plaza de Mayo y demás ciudades del país, con más de treinta muertos en las calles, sin contar los piqueteros asesinados en junio por la Gendarmería , debieron aceptar que las Madres tenían razón.

Cuando el porteño teatro Payró abrió sus puertas en solidaridad con Alejandra y las Madres, el acto coincidió con la represión en General Mosconi. Hebe, entonces, transformó aquel encuentro artístico, no sólo en un acto en defensa de su hija, sino de apoyo al pueblo de aquella localidad salteña, que –como dijo Hebe– “no tiene la posibilidad de tener un teatro en Buenos Aires, como sí tenemos las Madres, para que se solidaricen con él”.

¿Qué político o periodista de estos que ahora vilipendian a las Madres será capaz de un gesto de desprendimiento semejante? Esos opinólogos y diputados de la oposición, que banalizan todo lo que tocan, que especulan miserablemente con las operaciones inmobiliarias de Alejandra, ¿por qué no movieron un pelo siquiera para encontrar a los responsables políticos del grupo de tareas que, disfrazado de cuadrilla de empleados telefónicos, entró a la casa de Hebe y torturó con submarino seco y quemaduras de cigarrillo a su hija? ¿Lo olvidaron? ¿Por qué ahora tanta presión mediática sobre las Madres, tanta persecución fotográfica sobre Alejandra, y ningún seguimiento sobre aquel caso, que la Justicia nunca logró esclarecer y permanece impune a diez años de su comisión? ¿Habrá prescripto ya? ¿Se habrá pasado de largo en el sueño que durmió durante todos estos años, herrumbrado en un cajón de tribunal? ¿Será que no se despertará jamás?

Es deseable que la Justicia continúe investigando con total rigor a las Madres, y no como obró en el caso de las torturas a Alejandra. De ese modo podrá explicar a la sociedad cómo vive cada una de ellas, su bienestar atado al único ingreso de un salario mensual, como jubiladas. También Alejandra, trabajadora, que aporta a la economía de su familia desde los 16 años y nada tiene que esconder, como las Madres. Como su madre. Entre Hebe y Alejandra existe una ligazón que sólo la historia trágica de esa familia explica. Es la historia de tantas y tantas familias argentinas, que ellas compendian del mejor modo, quizá el único posible aquí en el Sur: luchar como se vive, haciendo las dos cosas al mismo tiempo, sin sobreactuarlas.

A propósito, el 11 de septiembre de 2001 Hebe estaba en La Habana , adonde había viajado para reencontrarse con Alejandra, que se reponía de las secuelas físicas y emocionales de las torturas recibidas en su casa seis meses antes. Ni siquiera el impacto de los dos aviones entrando por las ventanas de las Torres Gemelas pudo nublarles la alegría del reencuentro. ¿Acaso no tenían derecho a ella? ¿Quién podía negárselas? ¿Bush? Ningún periodista reparó en esa circunstancia tan particular para intentar contextualizar aquellas declaraciones de Hebe, vertidas en caliente, sobre los atentados. Para comprenderlas en toda su dimensión, para abordarlas con otras categorías que excedan la pírrica ecuación electoral y la mera conveniencia política; para que expliquen algo, porque si no dicen poco. Y mal. Pero no. Era pedirles demasiado.

Hasta quienes dicen quererlas parecen picotear del cuerpo de las Madres y hablan de los “errores de Hebe” con una ligereza que sonroja, asimilando para sí el discurso del enemigo, que da por ciertos hechos que no lo son y llama “errores” a sus, en todo caso, “ardores” discursivos, medición que desconoce el costo que tuvo el gran acierto de Hebe y de las Madres: haber ocupado políticamente la Plaza de Mayo; forjar una organización política de entre un colectivo de mujeres desesperadas, sin formación teórica, absolutamente heterogéneo, y sostener con ella un pleito con el Estado terrorista burgués y su continuación “democrática” durante las tres décadas y media que siguieron luego.

Esa es María Alejandra Bonafini, íntimo sostén de su madre, Hebe, la que por mandato de sus compañeras aceptó la responsabilidad y el desafío de presidir las Madres de Plaza de Mayo en el peor momento, tras los secuestros de Azucena, Mary y Esther, y conducirlas durante todos estos años que duró la impunidad y la desmemoria en este país; y ese otro es el periodismo opositor, ese sí que militante, que oferta votos contrarios al gobierno deshonrando sin piedad ni vergüenza el pañuelo blanco y su ejemplo de 34 años. Que saque el lector sus propias conclusiones.