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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Los pies en octubre, la mirada en la Historia

Tiempo Argentino

"Es paradójico que sea justamente el concepto de lealtad el que la presidenta haya tenido que recordarles a sus compañeros de partidos, y tanto más cuando si figura atraviesa un punto altísimo de consenso social" 

Cistina avisó que ella está dispuesta a dejar de tocar si sus “fans” más fervorosos –digamos– insisten en encender fuegos de artificio que, al tiempo que dicen ser para beneficio del show, ponen en serio riesgo la integridad del conjunto. A ver si nos entendemos: los seguidores pueden acompañar el recital; su coreografía de manos alzadas, saltos rítmicos, coros conmovedores, es bienvenida y hasta necesaria, pero los solos los ejecuta el guitarrista.

Se acepta que la imagen pueda resultar desmesurada, pero ilustra. No es la primera vez que acontece, sin embargo. En Catamarca, poco antes de las elecciones para elegir gobernador, la presidenta Cristina Fernández dijo que sola no podía. “Les pido ayuda y esfuerzo para profundizar el modelo que construimos”, precisó. El pueblo de ese distrito entendió la exhortación de su líder y obró en consecuencia, ungiendo a la candidata del Frente para la Victoria. Chubut y San Juan, igual.

Al menos en política, usualmente ocurre que lo que parece ser, no es. Y viceversa. Tanto más en momentos de grandes definiciones, de las que depende la suerte inmediata de proyectos populares de transformación. El voto “no positivo” de Julio Cobos es, quizás, el ejemplo más notorio. La traición puede demorar un proceso histórico, pero si él es genuino, verdadero y tiene carnadura social, termina imponiéndose. Lo que parece no ser, acaba siendo.

Cuando el pasado jueves 17 de marzo el vocero del sindicato Camioneros anunció un paro nacional de su sector para el lunes 21, Omar Viviani salió presuroso a llamar a conferencia de prensa para el día siguiente, en la que notificó que se plegarían todos los gremios del transporte. El paro comenzaba a ser general, entonces. Por si fuera poco, durante el monólogo ante los periodistas el taxista no se privó de reivindicar a un sindicalista urticante para la izquierda peronista: José Ignacio Rucci, a menos de una semana del acto en la cancha de Huracán, en el que el oficialismo y la multiplicidad de movimientos sociales que lo componen habían celebrado, con el discurso excluyente de la presidenta, el triunfo electoral de Héctor Cámpora.
Viviani, titular de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, representa el ala derecha del moyanismo. Porque Hugo Moyano es una cosa, pero muy otra es el complejo combinado que el camionero expresa, tensiones incluidas, desde su secretariado general en la CGT. Ni hablar de las distancias que, a simple vista, se verifican entre Pablo Moyano y su hermano más chico, Facundo.

Hay colorados y Colorados. El bonaerense y de los otros. El cegetista se la jugó y propuso a Massa para la provincia de Buenos Aires, en lugar del candidato de la Rosada, Daniel Scioli. Viviani quiso embarcar en su loca apuesta al resto de líderes confederados, mas no lo consiguió. Moyano lo desmintió en privado, y Piumato, vía Twitter.

Por cierto, sería una fantasía afirmar (y hasta sugerir, siquiera) que el discurso de José C. Paz haya tenido un único destinatario. Mucho menos al módico Viviani. Pero la especulación electoralera del tachero operó, quizá sin proponérselo, como la excusa perfecta para el explícito mensaje presidencial.

Como nunca antes con tanta claridad, la presidenta nos está hablando a todos. Hace rato que la mandataria está apelando a una superación socio-histórica de la actual etapa que atraviesa el país, signada por el decido apoyo popular al modelo que ella y su marido iniciaron en 2003. Desde la ley de medios hasta hoy, el acceso y posterior participación protagónica de diversos actores sociales, jóvenes especialmente, cercanos a espacios culturales, de capas medias, históricamente refractarios a la ortodoxia peronista, constituyen la espesura social sobre la cual lanzarse a su concreción que, si bien no prescinde (he ahí su novedad histórica) de la vieja “columna vertebral”, entiende que es menos imprescindible que otrora.


Esa superación supone una no-neutralidad ante la historia (léase juicios a los genocidas militares y su ampliación al mundo blanco de la complicidad civil), ni ante los derechos y necesidades de los sectores sociales postergados (asalariados, genéricamente). Y la apelación al mismo tiempo a un esfuerzo patriótico (Pacto Social, diríase) que sitúe por encima de la necesidad inmediata de tal o cual actor, el bien social superior de una grandeza nacional bien entendida, aceptablemente armónica, que permita a los trabajadores alcanzar la felicidad relativa a la que pueden aspirar bajo el capitalismo.

En esa lógica se inscribe la reivindicación de la militancia, concebida como sacrificio personal y entrega desinteresada (aunque no ingenua ni inocente) al bien común. Servir a la política y no servirse de ella. Entregarlo todo a la causa sin esperar recompensa, como lo hizo Néstor Kirchner, que literalmente cedió el bienestar físico de su corazón para no conceder sus convicciones ideológicas. Rasgos épicos, altruistas, de una generación diezmada por la represión, que el noventismo había extraviado en el escenario democrático, invisibilizándolos ante las nuevas promociones de cuadros políticos y funcionarios estatales, tentados por el neoliberalismo a convertirse en tecnócratas, sin ideología, ni sentido de la historia.


Pero algunos siguen sin entenderlo así. Sólo quien sabe que atesora una grandísima corriente de aceptación popular puede permitirse retar en público, para deleite de sus enemigos poderosísimos, con la voz temblorosa, a su más importante fuerza social aliada (y organizada), que cree interpretar (y falla) lo que ella –presidenta y líder absoluto del modelo– sintetiza y anuncia profundizar.

Cristina conduce y el resto obedece. Cohesionados y unidos. Es paradójico que sea justamente el concepto de lealtad, tan caro al ideario peronista, el que la presidenta haya tenido que recordarle a la rama sindical de su partido. Quienes andan a los codazos por lugares sobresalientes en las listas, no explican por qué en sus estructuras sindicales no progresan militantes extra-pejotistas, como reclaman ahora airadamente a los armadores del oficialismo.


Cuestión, que el discurso presidencial más impactante de los últimos tiempos, no fue dirigido a los contrincantes, sino a los suyos propios. Sintomático. Salto cualitativo, que se dice. Otra cosa. De otro tiempo. Lejos de la inmediatez de quienes tienen el tupé de oponérsele desde una altura muy cercana al suelo. Debieran tomar nota y preocuparse los enemigos del modelo nacional y popular: el tiempo que ellos gastan en trazar el mínimo común múltiplo de su oposición senil, la presidenta lo utiliza para afilar cada vez el perfil de su proyecto, circunstancia que le proporciona aún mayores adhesiones.

El alcance de la mirada de Cristina se posa mucho más lejos que la adyacencia opositora. Mientras la mayoría discute los elencos de octubre, la presidenta pone el ojo en la Historia, cuya dimensión temporal y cultural es mucho más vasta que la singularidad de un puñado de nombres y apellidos. De eso trata: de una compleja y vital construcción social. Todo un pueblo lo está aprendiendo; quizás lenta, sí, pero seguro que inexorablemente.

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