Tiempo Argentino
"Es paradójico que sea justamente el concepto de lealtad el que la presidenta haya tenido que recordarles a sus compañeros de partidos, y tanto más cuando si figura atraviesa un punto altísimo de consenso social" 
Cistina  avisó que ella está dispuesta a dejar de tocar si sus “fans”  más  fervorosos –digamos– insisten en encender fuegos de artificio que,  al  tiempo que dicen ser para beneficio del show, ponen en serio riesgo  la  integridad del conjunto. A ver si nos entendemos: los seguidores  pueden  acompañar el recital; su coreografía de manos alzadas, saltos  rítmicos,  coros conmovedores, es bienvenida y hasta necesaria, pero los  solos los  ejecuta el guitarrista.
Se  acepta que la imagen pueda resultar desmesurada, pero ilustra. No  es la  primera vez que acontece, sin embargo. En Catamarca, poco antes  de las  elecciones para elegir gobernador, la presidenta Cristina  Fernández dijo  que sola no podía. “Les pido ayuda y esfuerzo para  profundizar el  modelo que construimos”, precisó. El pueblo de ese  distrito entendió la  exhortación de su líder y obró en consecuencia,  ungiendo a la candidata  del Frente para la Victoria. Chubut y San Juan,  igual.
Al  menos en política, usualmente ocurre que lo que parece ser, no es.  Y  viceversa. Tanto más en momentos de grandes definiciones, de las que   depende la suerte inmediata de proyectos populares de transformación.  El  voto “no positivo” de Julio Cobos es, quizás, el ejemplo más  notorio.  La traición puede demorar un proceso histórico, pero si él es  genuino,  verdadero y tiene carnadura social, termina imponiéndose. Lo  que parece  no ser, acaba siendo.
Cuando  el pasado jueves 17 de marzo el vocero del sindicato  Camioneros anunció  un paro nacional de su sector para el lunes 21, Omar  Viviani salió  presuroso a llamar a conferencia de prensa para el día  siguiente, en la  que notificó que se plegarían todos los gremios del  transporte. El paro  comenzaba a ser general, entonces. Por si fuera  poco, durante el  monólogo ante los periodistas el taxista no se privó  de reivindicar a un  sindicalista urticante para la izquierda peronista:  José Ignacio Rucci,  a menos de una semana del acto en la cancha de  Huracán, en el que el  oficialismo y la multiplicidad de movimientos  sociales que lo componen  habían celebrado, con el discurso excluyente  de la presidenta, el  triunfo electoral de Héctor Cámpora.
Viviani,  titular de la Confederación Argentina de Trabajadores del  Transporte,  representa el ala derecha del moyanismo. Porque Hugo Moyano  es una cosa,  pero muy otra es el complejo combinado que el camionero  expresa,  tensiones incluidas, desde su secretariado general en la CGT.  Ni hablar  de las distancias que, a simple vista, se verifican entre  Pablo Moyano y  su hermano más chico, Facundo.
Hay  colorados y Colorados. El bonaerense y de los otros. El cegetista  se la  jugó y propuso a Massa para la provincia de Buenos Aires, en  lugar del  candidato de la Rosada, Daniel Scioli. Viviani quiso embarcar  en su loca  apuesta al resto de líderes confederados, mas no lo  consiguió. Moyano  lo desmintió en privado, y Piumato, vía Twitter.
Por  cierto, sería una fantasía afirmar (y hasta sugerir, siquiera)  que el  discurso de José C. Paz haya tenido un único destinatario. Mucho  menos  al módico Viviani. Pero la especulación electoralera del tachero  operó,  quizá sin proponérselo, como la excusa perfecta para el  explícito  mensaje presidencial.
Como  nunca antes con tanta claridad, la presidenta nos está hablando a   todos. Hace rato que la mandataria está apelando a una superación   socio-histórica de la actual etapa que atraviesa el país, signada por el   decido apoyo popular al modelo que ella y su marido iniciaron en 2003.   Desde la ley de medios hasta hoy, el acceso y posterior participación   protagónica de diversos actores sociales, jóvenes especialmente,   cercanos a espacios culturales, de capas medias, históricamente   refractarios a la ortodoxia peronista, constituyen la espesura social   sobre la cual lanzarse a su concreción que, si bien no prescinde (he ahí   su novedad histórica) de la vieja “columna vertebral”, entiende que es   menos imprescindible que otrora.
Esa  superación supone una no-neutralidad ante la historia (léase  juicios a  los genocidas militares y su ampliación al mundo blanco de la   complicidad civil), ni ante los derechos y necesidades de los sectores   sociales postergados (asalariados, genéricamente). Y la apelación al   mismo tiempo a un esfuerzo patriótico (Pacto Social, diríase) que sitúe   por encima de la necesidad inmediata de tal o cual actor, el bien  social  superior de una grandeza nacional bien entendida, aceptablemente   armónica, que permita a los trabajadores alcanzar la felicidad  relativa a  la que pueden aspirar bajo el capitalismo.
En  esa lógica se inscribe la reivindicación de la militancia,  concebida  como sacrificio personal y entrega desinteresada (aunque no  ingenua ni  inocente) al bien común. Servir a la política y no servirse  de ella.  Entregarlo todo a la causa sin esperar recompensa, como lo  hizo Néstor  Kirchner, que literalmente cedió el bienestar físico de su  corazón para  no conceder sus convicciones ideológicas. Rasgos épicos,  altruistas, de  una generación diezmada por la represión, que el  noventismo había  extraviado en el escenario democrático,  invisibilizándolos ante las  nuevas promociones de cuadros políticos y  funcionarios estatales,  tentados por el neoliberalismo a convertirse en  tecnócratas, sin  ideología, ni sentido de la historia.
Pero  algunos siguen sin entenderlo así. Sólo quien sabe que atesora  una  grandísima corriente de aceptación popular puede permitirse retar  en  público, para deleite de sus enemigos poderosísimos, con la voz   temblorosa, a su más importante fuerza social aliada (y organizada), que   cree interpretar (y falla) lo que ella –presidenta y líder absoluto  del  modelo– sintetiza y anuncia profundizar.
Cristina  conduce y el resto obedece. Cohesionados y unidos. Es  paradójico que  sea justamente el concepto de lealtad, tan caro al  ideario peronista, el  que la presidenta haya tenido que recordarle a la  rama sindical de su  partido. Quienes andan a los codazos por lugares  sobresalientes en las  listas, no explican por qué en sus estructuras  sindicales no progresan  militantes extra-pejotistas, como reclaman  ahora airadamente a los  armadores del oficialismo.
Cuestión,  que el discurso presidencial más impactante de los últimos  tiempos, no  fue dirigido a los contrincantes, sino a los suyos propios.  Sintomático.  Salto cualitativo, que se dice. Otra cosa. De otro  tiempo. Lejos de la  inmediatez de quienes tienen el tupé de oponérsele  desde una altura muy  cercana al suelo. Debieran tomar nota y  preocuparse los enemigos del  modelo nacional y popular: el tiempo que  ellos gastan en trazar el  mínimo común múltiplo de su oposición senil,  la presidenta lo utiliza  para afilar cada vez el perfil de su proyecto,  circunstancia que le  proporciona aún mayores adhesiones.
El  alcance de la mirada de Cristina se posa mucho más lejos que la   adyacencia opositora. Mientras la mayoría discute los elencos de   octubre, la presidenta pone el ojo en la Historia, cuya dimensión   temporal y cultural es mucho más vasta que la singularidad de un puñado   de nombres y apellidos. De eso trata: de una compleja y vital   construcción social. Todo un pueblo lo está aprendiendo; quizás lenta,   sí, pero seguro que inexorablemente. 
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