Datos personales

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 28 de abril de 2011

La Revolución es una mujer

34 AÑOS DE LAS MADRES DE PLAZA DE MAYO

Publicado el 28 de Abril de 2011




“Si alguien quiere comprender el por qué intransigente y conmovedor de las Madres, que indague a fondo dos de sus proposiciones esenciales: ‘El otro soy yo’ y ‘Para nosotras no queremos nada’”. 


  El próximo 30 de abril, sábado y otoño de vientos y amarillos en el sur, las Madres de Plaza de Mayo cumplirán 34 años de lucha. El pañuelo blanco, emblema de libertad reconocido en el mundo entero, supera en cantidad de años la edad promedio de los hijos de las Madres al momento de desaparecer.

  Algunas Madres han pasado los 90 en su reloj biológico, y sin embargo siguen en la pelea como si fuera la primera vez. O la última. Asisten a ella con sorpresa y asombro. Humildes y sabias. Siempre. Ninguna baja de los 70, y no obstante ello, muy frecuentemente descubren un nuevo misterio en su pueblo, que las maravilla.

  Es raro, pero son sus familiares más íntimos, largamente más jóvenes que ellas, desde nietos a sobrinos, quienes se preocupan por sus horarios. Las Madres saben a qué hora salen de su hogar para ir a la militancia, pero desconocen cuándo regresarán. Quizás la toma sorpresiva de la Catedral, resuelta de improviso en la reunión de la mañana, o la entrega de una carta a Vargas Llosa, las demoren por demás. O las intimen a pasar la noche fuera de casa, en cuyo caso todo se trastoca: los que no pegan un ojo son sus sobrinos o nietos, y ellas las adolescentes. Traviesas, las Madres no avisan a nadie si la condición para el éxito de una acción determinada es guardar secreto y actuar por sorpresa. Muchas veces las vi almorzar en la cocina de su sede, con hambre y como sin ganas, esperando el momento de la reunión política posterior al postre; parecen quinceañeras haciendo tiempo para ir a bailar.

  Cuando en febrero de 1998 la banda irlandesa U2 vino por primera vez a tocar a Buenos Aires, el cuarteto visitó a las Madres en su Casa. Tras el encuentro, el cantante Bono se declaró profundamente conmovido por una frase que le había dicho Hebe de Bonafini: “Somos Madres paridas por nuestros hijos.” A mí me impacta esta otra: “Antes que poner preso a un milico, las Madres preferimos ver a un niño sonreír.” Para lo otro están los abogados.

  ¿Por qué una organización política, no partidaria, que ya lleva 34 años en el ruedo no se burocratiza nunca? ¿Qué hace que la Asociación Madres de Plaza de Mayo se conserve ilusionada, aguerrida, firme, como el primer día? ¿Por qué las mujeres que la componen se mantienen conscientes respecto de sus responsabilidades en la lucha, y ninguna coyuntura política las confunde de esta certeza ni las aparta un ápice de su camino? ¿Cómo forjaron ese modo-Madres de hacer política? ¿Acaso en las reuniones semanales de cada martes, en las que debaten con rigor de físicas y ardor de revolucionarias desde la receta de los fomentos hasta la marcha del mundo? Ellas, que no tienen experiencia militante previa y se iniciaron en la lucha siendo mujeres maduras, cortazarianamente, ¿de dónde sacan para saber que los pergaminos obtenidos tras sus combates no las hacen acreedoras de ningún privilegio sobre el resto, sino todo lo contrario?
  Si alguien quiere comprender el por qué intransigente y conmovedor de las Madres, que indague a fondo dos de sus proposiciones esenciales: “El otro soy yo” y “Para nosotras no queremos nada”. Su monumental lucha se sostiene sobre no muchos conceptos, aunque cardinales para la cultura posdictatorial. El cimiento fundamental: la socialización de la maternidad. Su condición de “Madres de todos los desaparecidos” y no del suyo o suya individual, circunstancia sine qua non del capitalismo.
  Quienes no acuerdan con ellas las invalidan apelando a su supuesta “irracionalidad”. Los más buenos dicen que están doloridas; y los otros, que sólo “odian”. Qué raros ciertos discursos de la democracia argentina, que insisten en no dar cuenta acabadamente de las Madres y su aporte definitorio al acervo popular, acaso demostrando en su envés que no les perdonan un gesto que, al tiempo que las distingue de modo peculiar en toda la historia de Occidente, invalida a sus críticos: haber ocupado en absoluta soledad la Plaza de Mayo, quizá en el momento más “inoportuno” y cruel de nuestra historia social.
  Su penúltima aventura, sin embargo, es muy otra: su desembarco en los barrios más olvidados del país, las villas miserias, al comando de la Misión Sueños Compartidos. La primera edificación que iniciaron fue Ciudad Oculta, en 2006; la última todavía no empezó. Cuando plantaron el primer poste entre el barro de la villa de Mataderos, Hebe dio un discurso en el que pidió perdón a sus habitantes por no haber ido antes a construir junto a ellos sus viviendas.
  Es que las Madres son así. Su miel es dulce y cáustica. De allí su carácter y convicción revolucionarios, su firmeza toda suave. Muchos dicen que el dolor está invicto, que fracasa la ilusión, pero el sufrimiento jamás. “Son los ilusos del dolor”, como dijo Juan Gelman. Pero esos muchos que piensan poco, inventores de teorías gordas y aportes finitos, se equivocan. La única imbatible es la esperanza, si no cómo se explica el fenómeno de estas mujeres.
  A esa plaza que les dio el nombre, el primer cobijo, ellas le devolvieron un país. Rasparon su piedra con palitos y descubrieron una comarca debajo. La Patria renació bajo las tejas del piso de la Plaza. Las Madres la alumbraron. Pasaron 34 años y ahora el país, nuestro país, ya está aprendiendo a caminar. Pide cada vez menos upa. El babero se enchastra todavía cuando come, pero embucha solo. Agarra con fuerza la cuchara. Hunde el pan en la sopa y chupa. Está grande ya en su terrible adolecer. Pía con fruición de primavera. Son las Madres. Y sin embargo, su humildad es tan orgullosa y compañera que reconocen, no en su mérito, sino en la orden del presidente Kirchner al jefe militar de que descuelgue los cuadros de los genocidas, el resurgimiento de ese país.   
  Sin ademanes de ocasión ni los histeriqueos característicos en ciertas prácticas militantes, las Madres enseñan día a día que luchar no es cuestión de quién tiene la bandera más ancha. Que las discusiones se ganan con el cuerpo. Que cabeza y corazón no disputan nada entre sí, sino contra cabeza y corazón del enemigo, que es de clase. Que la entrega a la causa demanda mucho más que un cuarto de hora de efusión contestadora. He ahí, quizás, su aporte decisivo a la causa de los pueblos y la libertad: se lucha como se vive, todos los minutos de todas las horas de cada día.
  ¿Adónde se cruzan la poesía y la Revolución? Si eso ocurriera alguna vez, ¿en qué última e íntima esquina, misterio o palabra, se daría el encuentro? ¿En un pájaro? ¿En vientos que pasan volando por acá? ¿En sueños, tardes, tormentas? ¿En el rojo profundo que hace el sol cuando se esconde atrás del día? ¿En una mujer?
  En una mujer. Definitivamente, allí hicieron su casa la poesía y la Revolución. Ambas hicieron fuego para que no se apaguen nunca las rabias, las rebeldías que soplan desde el fondo o patio de los siglos. Al final de una mujer, Revolución se limpia con poesía las mugres del día que pasó.
  La alegría, siempre; el dolor, sí, pero la tristeza, jamás. Ahí van las que nunca cotizaron en plata o sosiego la vida de sus hijos. Las Madres de Plaza de Mayo sí que están invictas. Las más jóvenes de entre todas las púberes, ellas, nuestras queridas viejas. ¿A cuál derrota le exigirán ahora una revancha, a cuál muerte otra oportunidad?

viernes, 22 de abril de 2011

Firme, señor Premio Nobel

Publicado el 22 de Abril de 2011
Difícilmente exista en el país una voz más autorizada que la palabra colectiva de las Madres de Plaza de Mayo para hablar sobre censura. No ganaron nunca un Premio Nobel, pero su cuerpo sabe.  Su nacimiento a la luz pública expresó justamente eso: un acto contra la censura del Terrorismo de Estado, en el momento más cruel de la historia argentina. 
La creación del pañuelo blanco como seña para reconocerse entre la informe multitud, en el espacio público híper controlado por las botas y los fusiles militares, fue un hecho de resistencia cultural a la censura reconocido mundialmente. Y la lucha contra la censura en nuestro país, señor Vargas Llosa, costó vidas. Muchas. 
Resulta un sinsentido, entonces, que más de un cuarto de siglo después, cuando el país atraviesa un formidable proceso de participación juvenil en política, de profundos debates sobre los alcances reales (y no formales) de la democracia, sobre los sustantivos de la ley y no sólo sobre sus adjetivaciones, venga un señor cuya única autoridad es haber ganado el más importante galardón en literatura, y se haga el pobrecito ante quienes osaron cuestionar, con honestidad intelectual, valentía y sin rodeos, no a usted, sino a sus posiciones políticas. 
Hebe de Bonafini, después de años de censura, mala prensa, prohibiciones de ingreso a la misma Feria del Libro que ahora lo invitó a usted, tiene ahora un programa en un canal privado, CN23. Realmente un logro de nuestra democracia y su libertad de expresión. La Clementina se llama, y se emite semanalmente por el sistema de televisión paga. Sin embargo, y a pesar de disposiciones legales en vigencia, esa señal sigue sin ser ofrecida a los clientes de Cablevisión, empresa que, junto con Direct TV, concentra el 70% del mercado de abonados al cable. 
Los clientes de Cablevisión siguen sin gozar de la libertad de ver a Hebe en su programa, o cambiar de canal si les disgustara la emisión. ¿No cree usted que eso es un acto de censura, señor Premio Nobel? ¿Será que cuando habló ayer sobre los “inquisidores modernos”, estaba refiriéndose a Héctor Magnetto, acaso? Lo sabremos cuando decida si firmar, o todo lo contrario, esa carta que le entregó ayer en mano la propia Hebe.

jueves, 21 de abril de 2011

Triste, solitario y final para Clarín





PERIODISMO DE INFANTERÍA (Y DE LA UIA)




 

Publicado el 21 de Abril de 2011







“Un trabajador posee su mano de obra y nada más. No tiene nada para perder, excepto sus cadenas. No le sobra tiempo para judicializar los conflictos por dinero con sus patrones, ventaja de la que sí goza Magnetto”.



Señal de los tiempos que corren, el periodismo que hoy practica Clarín ya no es de Infantería, sino de la UIA. Sus accionistas aún no logran dar cuenta de los cambios que, muy a su pesar, presenta actualmente la formación social capitalista por estas tierras.
Ayer nomás el grupo reclamaba al Estado y obtenía de él todo lo que ambicionaba: buenos negocios y las fuerzas de represión. Hoy, apenas el favor de algunos jueces; aunque importantes, de todos modos. El comportamiento ante el Decreto 441 es indicativo de su declive en la toma de decisiones estratégicas que hacen al país: fracasado el laboratorio electoral, son las corporaciones empresariales quienes asumen sin rodeos el papel de antagonistas.
Hace diez años Clarín despidió a 117 trabajadores, incluida toda la comisión interna gremial. Cuando el matutino envió el telegrama de rigor, el firmante Héctor Aranda fundamentó los despidos en un “proceso de reorganización” interno. Diecisiete años después de reconquistada la legalidad republicana, el gran diario argentino apelaba a los tópicos más emblemáticos de la Doctrina de Seguridad Nacional. Singularidades de la libertad de expresión a la Ernestina. Hay más: el sábado 4 de noviembre de 2000, una protesta de los despedidos culminó en una salvaje golpiza de los federales, que incluyó la inestimable ayuda de la división canes, y otras alimañas: cabezas de tortuga, sus bastones largos y duros, y helicópteros.
La experiencia de lucha de los despedidos está reunida en un libro de próxima aparición, y del que Tiempo Argentino diera cuenta en exclusiva algunas semanas atrás. Si la imprenta llega a tiempo, será presentado en la Feria del Libro, lo que, por cierto, constituirá un hecho cultural mucho más atractivo que aquel que pueda suscitar Mario Vargas Llosa con sus opiniones políticas.
El prólogo está firmado por Virginia Márquez, quien hasta noviembre de 2000 se desempeñaba como redactora del suplemento mujer. La investigación, que compila las luchas de trabajadores en las distintas épocas de la empresa, fue realizada por la propia Márquez y el infógrafo Aníbal Ces. Ambos fueron cesanteados, a pesar de los fueros y las garantías especiales que la Constitución brinda a los delegados sindicales, y desde entonces nunca más fueron empleados en su oficio periodístico. Eso no es nada: desde entonces, nunca más hubo comisión interna en la redacción.
Miento. La conducción de la UTPBA todavía hoy afirma tener delegados dentro de la empresa, sólo que los trabajadores siguen sin saber quiénes son. Quizá lo sea Ricardo Roa; Van der Kooy seguro que no porque él no es de meterse en política: le pagan por obedecer a Magnetto. En cuanto a lo otro, Ces fue incorporado por un diario italiano de la región norte de la península. A pesar de los premios que cosechó por su labor en Clarín, tuvo que cruzar el océano e instalarse en Milano para volver a trabajar en periodismo. Virginia Márquez, en tanto, consiguió que una empresa satélite del grupo la contrate a los pocos meses del despido, pero fue exonerada nuevamente 120 días después, cuando los médicos le diagnosticaron cáncer. Seguridad jurídica, que se dice. 
“Yo vi a Siri encadenado a las puertas de AGR, en huelga de hambre, y bajo treinta y pico grados de calor, con hipertensión arterial, casi al borde del aneurisma cerebral”, señala Márquez al programa P’frenchi, de la radio de las Madres. La ex trabajadora de Clarín lo dice convencida, con énfasis, desde el fondo de sus ojos saltones, grandes como la injusticia, y penetrantes como el daño en el cuerpo y la subjetividad que puede provocar una factoría empresarial cuando se propone sustentar sus ganancias, no sobre el crecimiento y el desarrollo armónicos de la sociedad, sino sobre el sufrimiento extremo de sus asalariados.   
Márquez y Ces apoyan decididamente a la comisión interna de AGR y rebaten a quienes sumaron su voz para cuestionarla, incluso a este lado del mostrador, por los métodos empleados en su desigual pelea contra una patronal infinitamente poderosa.
Los delegados pusieron el cuerpo para denunciar qué sucede intramuros con los obreros gráficos de las editoras periodísticas de mayor volumen. El lector conoce sobradamente la línea editorial del diario que consume, pero no siempre el proceder de sus patrones y accionistas para con los trabajadores que no figuran en el staff y, sin embargo, aportan lo suyo para concluir el producto periodístico.
Clarín les apuntó a la legitimidad social y el consenso que precisan Siri y los suyos para encarar con éxito su lucha, y no dudó para ello en servirse de un recurso miserable: la persecución parapolicial, y la filmación de las conversaciones convocadas por los propios gerentes de la empresa. Práctica deleznable que –vaya paradoja– esos mismos trabajadores habían denunciado antes, con dispar atención. Clarín editó de tal manera la famosa cámara oculta que hizo quedar a los delegados como vulgares extorsionadores, que de héroes parecían tener poco.
Triste, solitario y final, sin embargo, para las cámaras indiscretas del Investiga. Como el periodismo-Graña, que se doctora de incisivo con los pungas de Florida, la perfecta metáfora de aquel holding comunicacional la constituye el último pez gordo que cayó en las temibles redes de Telenoche: dos trabajadores desesperados.
El problema, no obstante, es que muchos replican su lógica, sin mensurar debidamente que los trabajadores gráficos no poseen los recursos de los periodistas para generarse ingresos alternativos. Si una editora echada por Clarín no consiguió empleo nunca más y tuvieron que pasar diez años para poder contar con relativo eco la injusticia de la que fue objeto, qué puede esperar un obrero gráfico, que ni siquiera tiene la posibilidad de colaborar freelance en otro medio, como monotributista, o dictar algún práctico en la facultad.
Un trabajador posee su mano de obra y nada más. No tiene nada para perder, excepto sus cadenas. No le sobra tiempo para judicializar los conflictos por dinero con sus patrones, ventaja nada menor por cierto, de la que sí goza Magnetto, y tanto más contando con muchos jueces amigos, en jurisdicciones y fueros diversos. Los hijos de Siri, la mujer de Nicolás Rivero, reclaman un plato de comida hoy mismo; su cena de esta noche no puede esperar a que un tribunal de alzada confirme (o no) la razón que les asiste en comer el pedazo de pan que se privaron de almorzar al mediodía.
El enemigo de lo popular trabaja con paciencia y precisión las suturas que remiendan los pedazos rotos de la subjetividad de los trabajadores. El tejido lo habían fracturado la dictadura y el neoliberalismo que le siguió después. Desde 2003 asistimos al arduo desafío de recomponerlo. Pero a veces se rasga otra vez.
Alcanzar la solidaridad intraclase y lograr una visión estratégica en el desarrollo de las disputas, resultan ser el mayor desafío para el futuro inmediato del segmento trabajador. Un salto de calidad indispensable. Parte indisoluble de la definitoria batalla cultural, esa de la que tanto se habla. Porque, ¿qué creen que tuvo Clarín al apoyar a Techint en su loco capricho de impedir la participación estatal acorde con su capital accionario en Siderar? Solidaridad de clase.

martes, 19 de abril de 2011

Néstor, con apellido arltiano


Alto, desgarbado, de frente da la gigantografía de un grano de arroz. Para colmo, bizco y con un sonoro problema de dicción. Feo, sin contar la nariz.

Ni el nombre lo ayuda, que algunos dicen “Kishner”. Otros, en cambio, directamente suprimen la “ch”, un sonido que, aunque con variaciones muy particulares, él incluye en las dos terceras partes del universo de palabras que profiere, y decretan: “Kirner”. Equilibrio natural de las especies, que se dice. ¿Cómo entrarle en el suburbio, a la hora de la matiné, a ese guiso de consonantes que tiene en el medio: “Ki-rchn-er”? Como subir una escalera de escalones angostos, con bandeja en mano y esquivando macetas, así resulta pronunciar su nombre. Igual que Arlt con la ele, este otro cristiano carga el acento en la ka. Su otro yo no-peronista, el apellido, que tiene menos pueblo que el diario La Nación.

De la política aprendió que todo es ilusión, menos gobernar. No lo supo solo, sin embargo, pero siempre calló de dónde lo sacó. El histórico Movimiento se redujo a una filosofía del poder, no más que eso. Ni menos tampoco. Cuántos que se entusiasman con ganar discusiones quisieran contar con esa afiatada maquinita de mandar.

No es de esos que despotrican contra el Estado y después le piden ayuda al Código Civil, pero comprende como un padre a quienes sí lo hacen. Detesta a los neutrales, los que sí que no, los que llegan hasta ahí nomás, los otarios prevenidos de todo; no vota en blanco nunca, ni soporta a quienes te encajan discursos con principios morales para adornar que meten en el sobre un papel de diario.

Es decidido como un púber en edad de merecer. Si hace falta no espera y se manda solo. Sabe dos o tres verdades fundamentales, nada más: que las partes las tiene para usar, y que su momento político ya no está en la edad del pavo. El resto, sobra.

Cambiante, intempestivo, irreverente, jodido como el que más. Querible a cualquier precio. La mujer lo va a condenar de finado: “Caprichoso”, le zampará parada al borde del cajón. Y ese día, guitarra, vas a llorar.

Por principios y/o costumbre, no halaga nunca a nadie, ni que sea el presidente de Estados Unidos. Así esté en la ONU no se aguanta a que termine un discurso para ir recién al baño. “Quien quiera recompensa o lisonja que vaya a cobrarle a la revolución”, se justifica. La única excepción, siempre, en todo, las Madres de Plaza de Mayo.

De la explotación absoluta a la felicidad relativa


Clarín-Techint resisten al nuevo capitalismo



Macri, Clarín y Vargas Llosa histeriquean con Techint porque ya no pueden disimular el franco retroceso del capitalismo neoliberal que trafican sus ideas en cuanto a legitimidad social y su expresión en las elecciones. Un conglomerado de medios a favor de esas recetas bastardea todo lo que toca.

Clarín, estratega de ese partido del orden que no encuentra líder ni libreto, sí que tiene conciencia de clase. Ha sacado la conciencia para sí afuera a luchar como un ejército. Se muestra activo y solidario con sus iguales en la clase poseedora, atributo que, dramáticamente, extravió el insólito y circunstancial aliado de Paolo Rocca en Siderar: la seccional San Nicolás de la Unión Obrera Metalúrgica.

La representación sindical en la conducción de una factoría a la que accede en virtud del Plan de Propiedad Participada, no convierte en absoluto a los obreros en burgueses, como tampoco transforma en patronal a un Estado que se sienta a discutir de igual a igual con los privados, y que tiene en los trabajadores al objeto central de sus políticas públicas.

Lo que está en juego es el capitalismo argentino de las próximas décadas. Si como Clarín, Techint y hasta Obama ansían, u ese otro que propició el ministro Julián Domínguez días atrás: con empresas argentinas, de capitales formados con acumulación de plusvalía, sí, pero con hondo sentido nacional, y un enfoque estratégico en su rubro productivo: el de un país en crecimiento, con desarrollo sustentable y en aceptables condiciones de armonía social, esa felicidad relativa a la que puede aspirar la clase obrera en un país como éste, a esta altura de la Historia y en el particular momento que atraviesa el continente.

La discusión alrededor del decreto 441 es parte de la misma reyerta que recorre el país desde 2003: reconstruir un Estado inteligente, dinámico, que no se inhibe ni ahí de ocupar sus posiciones y maximizar sus potencialidades, o volver al Estado bobo, que sólo garantice negocios privados, que venda barato activos societarios para que los cobren otros particulares, privados, cuando éstos rindan mucho debido a las propias políticas económicas de ese Estado.
               
La dupla Clarín-Techint no protesta por el “capitalismo de amigos” que ofertaría el gobierno, sino por no estar ellos entre esos “amigos” por conveniencia de lo público.

¿Existe condición más revolucionaria que la realidad dada? ¿Se puede intervenir en ella, incluso para hacer una Revolución, sin conocerla acabadamente? Por el contrario, ¿habrá algo más reaccionario que negarla, y construirse una virtual, en paralelo, a imagen y semejanza del deseo propio o la necesidad inmediata, aunque sea ella de izquierda, o parezca, absolutamente inconducente, improbable y todo lo demás? Difícil. ¿Qué esperan los revolucionarios argentinos para incidir en las contradicciones principales, y no las reyertas secundarias, ese partido en cancha de papi que cautiva a Pino, Donda y aledaños? 

sábado, 16 de abril de 2011

Las Madres contra la falsa conciencia

TODOS SOMOS IGUALES ANTE

LA HISTORIA
Publicado el 14 de Abril de 2011

“Con la autoridad que emana de su lucha, las Madres proponen que la eventual condición de excluido no releve a nadie de su compromiso democrático y con lo popular” 

Días atrás las Madres de Plaza de Mayo emitieron un comunicado bastante arriesgado, por cierto. Infrecuente. En el texto, al tiempo que repudiaron al alcalde de San Martín de los Andes por haber ordenado que fueran borrados con trapitos en solvente los pañuelos blancos pintados sobre el lomo de la plaza central de la ciudad, reclamaron, además, que fueran sancionados los beneficiarios de los planes sociales que, como condición para cobrarlos, dando curso a una sutil e inaceptable extorsión, consintieron la orden impartida por la intendencia, a todas luces contraria a las actuales políticas del Estado argentino. Para las Madres resulta un contrasentido que con fondos del Estado Nacional se financien actividades que van en contra de los propios lineamientos del Estado Nacional, y estos comprometen a los tres poderes públicos.
El mensaje de los pañuelos blancos puede sonar extemporáneo, desmesurado quizá, pero no lo es. Más bien resulta una proposición polémica y picante, y con un claro sustrato ideológico. Sitúa la conciencia del pueblo trabajador en otro plano de su subjetividad. En otra escala. Desafía puntos más altos en la cognición que deben alcanzar los sectores populares para llevar a buen puerto sus luchas por mejor trabajo, justa distribución de la riqueza y democratización de lo institucional, propias de este período histórico a la ofensiva, y que se anuncia aun más progresivo para el futuro inmediato.
Con la autoridad que emana de su lucha, las Madres proponen que la eventual condición de excluido no releve a nadie de su compromiso democrático y con lo popular. Hay que discutir con nuestros semejantes de clase, tengan trabajo o no, de igual a igual. Siempre. Con la verdad ajustada como un guante, como decía el Che. Ellas fueron las primeras en dar el ejemplo, bajándose del podio y el cómodo lugar de la indulgencia: jamás apelaron al dolor para patrocinar sus posicionamientos. Rechazaron uno a uno privilegios e indemnizaciones, y se asimilaron siempre a los de más abajo. Cuando fueron en 2006 a Ciudad Oculta a construir con los vecinos de la villa sus viviendas, les pidieron “perdón por no haber venido antes”.
Si aceptáramos que los aún demorados de ingresar al mercado de trabajo formal estén exentos de aportar políticamente a la lucha en favor de sus intereses como pueblo, ¿no estaríamos remedando, aunque por el lado del revés, la misma lógica oportunista que objeta la política del kirchnerismo en materia de Derechos Humanos bajo la excusa de que nunca fueron vistos Néstor y Cristina en una Marcha de la Resistencia?
El paternalismo estatal, la idealización sin ideología de la pobreza, el voluntarismo ya no corren más aquí. Llevan a muy poco, conducen a muy cerca. “Quisiéramos que sea Asignación por Trabajo, y no por Hijo”, señaló la presidenta Cristina Fernández esta semana. Hacia esa meta marcha su gobierno. Desde 2003, asistimos a una paulatina reconstrucción de la clase trabajadora como sujeto fundamental (y transformador) de la política. Las Madres dicen que la característica distintiva del actual proyecto no es sólo la acción de gobierno sino, esencialmente, el hecho de que esas políticas han depositado en los sectores populares la posibilidad de recomponer por sus propios medios el país, de resolver por su propio esfuerzo sus carencias materiales, y de hallar por su propia capacidad organizativa una alternativa política para llevar adelante el modelo nacional y popular, claro que siempre con el apoyo definitorio del Estado. 
Tal como expresara la presidenta en Huracán, la hora demanda ser “orgánicos” de la transformación en todas nuestras manifestaciones sociales, y ellas incluyen lo laboral, y no excluyen –ni por asomo– a los trabajadores de la planta baja de la pirámide socioeconómica, favorecidos por ahora con subsidios, pero parte activa y dinámica de la clase obrera en franca recuperación material y subjetiva.
El trabajo digno no sólo comprende la justa retribución en el salario y una carga horaria acorde en el cumplimiento del jornal; también la exigencia de que los trabajadores se hagan cargo de su parte en el compromiso social e histórico que deben asumir en la etapa crucial que transita el país. A riesgo de pecar de rígido, afirmo: no habrá salto cualitativo sin esa contingencia. Por caso, la Misión Sueños Compartidos, de construcción de viviendas (un “pretexto” para un proyecto más grande, de inclusión social) no sería exitosa sin la firme y serena disciplina que reina en los múltiples obradores. El orden, el método y la responsabilidad no pueden ser patrimonio declamativo de las derechas.
Algo de todo esto también hubo en la exhortación de la mandataria en su último discurso ante la Asamblea Legislativa, cuando les pidió a los gremios racionalidad en sus reclamos y el no empleo de métodos que podrían conspirar contra la propia legitimidad de sus demandas. En suma: conjugar táctica y estrategia, en una dialéctica compleja, sí, pero imprescindible.
Si el gobierno hace lo suyo y legisla un marco regulatorio para las trabajadoras de casas particulares, reconociéndoles derechos laborales, no puede esperarse de esa fracción de la clase obrera otra contraprestación que no sea su activa gravitancia en la lucha popular. Que esas mujeres trabajadoras ya no sean más el tacho adonde van a parar las culpas de las buenas conciencias de las clases medias urbanas, de ahora en más depende, como nunca antes, de ellas mismas.
En 1961 el Che dijo que el rol de los sindicatos en la revolución es “adecuar las condiciones reales del lugar de trabajo a las grandes directivas generales de desarrollo del Estado”, al tiempo que observaba que no había contradicción intrínseca entre “la defensa de los intereses inmediatos de la clase obrera, con la transmisión a la misma de las grandes iniciativas económicas del gobierno”. Si bien centradas en el tránsito a la sociedad socialista, y salvando las obvias distancias del caso, aquellas reflexiones del Che pueden ser asimiladas al presente argentino, especialmente en ese tramo en el que Guevara alega que “el gobierno trata de llevar adelante al país en la forma más rápida posible, con la utilización de la mayor cantidad posible de recursos, para beneficio del mayor número posible de personas en el menor tiempo posible”. Cualquier semejanza con nuestra estricta realidad es culpa de la Historia.
Ya no se trata sólo de tener razón y ganar las discusiones, ni de justificar a quienes obran mal amparados en situaciones objetivas de explotación o violencia de clase. ¡Estamos asistiendo al modo argentino de hacer nuestra Revolución! Todo lo que falte debe ser resuelto; todas las privaciones, satisfechas, pero nada debe retrasar aquella síntesis histórica a la que hemos arribado: aportamos a la Revolución, o sumamos a los reaccionarios.
Estando en juego el destino de la Patria, la obligación es una sola: no fallar. La falsa conciencia en la clase trabajadora debe ser combatida tanto como la baja moral burguesa, propia de una clase que, aunque opuesta por el vértice a la de los obreros, insiste en presentarse hegemónica, entera, compacta todavía, y –no obstante– en crisis terminal.