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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

viernes, 27 de mayo de 2011

Ya nadie va a escuchar tu remera, Sarlo

Polémica en 6,7,8 



Demetrio Iramain

“El espíritu sólo triunfará en sus manifestaciones más peligrosas. Ninguna audacia intelectual puede conducir a la muerte”, dijo el poeta surrealista y militante comunista francés Paul Eluard.

Convertir, entonces, a Beatriz Sarlo en una especie de “heroína del pensamiento”, con enfatizada épica, por haber aceptado enfrentarse “sola” a siete periodistas que rebatirían sus argumentos, mientras por detrás la sostiene una poderosísima maquinaria mediática, siempre a resguardo judicial, resulta, cuanto menos, una desmesura. La alevosía recuerda la de los intelectuales orgánicos del Estado neoliberal, que construyeron un avieso relato según el cual Carlos Menem había sido un valiente por no temer a la posible reacción de sus compañeros justicialistas ante las privatizaciones y el acuerdo con la UCD. “Si yo decía lo que iba a hacer nadie me votaba”, se sinceraba el riojano, lo que a la derecha le parecía un gesto de nobleza y gallardía impropio en un plebeyo. 

Ninguna discusión intelectual se libra por fuera de lo que subyace en la base material de la sociedad contemporánea a ese debate. Se llame Beatriz Sarlo, Orlando Barone, o el fiambrero del chino que rivaliza con la vecina de los gatos por al precio de la biondiola.

¿Se puede prescindir de la fervorosa puja política, económica, cultural, que atraviesa la Argentina de estos días, en un debate televisivo que, precisamente, la aborda? Por supuesto que no.

Esa confrontación tiene sus propias leyes, que exceden largamente la habilidad de unos y otros en la argumentación. De a ratos, el diálogo se vuelve de sordos. Esos ratos duran una eternidad. La historia, mismamente. 

Como un juez que debajo del ring pone un puntaje para uno y otro boxeador al final de cada round, Clarín La Nación decretan, naturalmente, que la vencedora en el debate protagonizado en 6,7,8 fue la columnista del diario de la familia Mitre y de la radio del mismo nombre, propiedad del Grupo cornetita. Obviamente, los nacionales y populares creemos exactamente lo contrario.

Toda lucha remite a la perenne tensión entre clases sociales. Esas clases están enfrentadas por una situación objetiva, no argumental. De dinero contante y sonante. No interpretativo. No hay mucha retórica posible en la cruda disputa capital-trabajo. Cuando el discurso que la expresa no asume ese antagonismo está en problemas. Miente. A algunos se les nota más que a otros. El cris-kircherismo ha tenido la saludable virtud democrática e histórica de hacer visible esa circunstancia.

Resulta natural, pues, que la clase que esté triunfando en la contienda pretenda naturalizar su supremacía. Lograr la hegemonía, que se dice.

Pero hete aquí que en la Argentina actual sucede una situación paradojal. Los segmentos sociales hasta ayer predominantes, ven peligrar hoy su influjo. Para abreviar: desde 2003, el gobierno nacional conduce un proyecto político favorable a los intereses de los sectores sociales más atrasados. Ese favoritismo por los de abajo, supone un perjuicio para las elites dominantes. Al grano: Sarlo habla en defensa de esas clases, aunque de modo indirecto: atacando al kirchnerismo. ¿Por qué? Simple: está perdiendo. De ahí, también, la invocación inversa de la presidenta Cristina Fernández, quien reclama institucionalizar el proceso transformador, ser orgánicos, y no construir (justo ahora, en esta instancia favorable) sobre la contradicción. 

Si la apuran, Sarlo hasta dirá que Marcela y Felipe deben hacerse fehacientemente el estudio de ADN, pero en el fondo (y más arriba también) la ensayista actúa perfectamente en contra de eso. Si el gobierno es derrotado, Sarlo y mi vecina de los gatos (una de entre ese muy módico 30 por ciento de ciudadanía que se interesa por la cosa pública, según el “INDEC” de Magnetto) saben acabadamente que las causas judiciales por el genocidio y sus complicidades civiles se archivarían.

Indudablemente, esa investigaciones judiciales no son parte de la agenda de los grupos económicos con huevos en la canasta del negocio mediático donde Sarlo trabaja. A ella, portavoz (por acción u omisión) de esos intereses le importa hablar de otra cosa. El INDEC, por ejemplo.

Sin embargo, si al 70 por ciento de la sociedad no le interesa la política, como afirmó Sarlo, ¿a cuánto ascenderá entonces el ínfimo porcentaje que desespera por las mediciones de la canasta básica?

Es una lástima que, en ese tópico, los panelistas de 6,7,8  hayan caído en la ingenuidad de debatirlo apenas si superficialmente, tanto que todos parecieron compartir la posición de la ensayista sobre la política gubernamental respecto del Instituto de Estadísticas y Censos. 

Quizás lo único realmente objetivo fue la invitación que la productora de 6,7,8 cursó a una opositora de primer orden, a debatir sobre el kirchnerismo. Una contraposición de ideas antagónicas semejante no se da, ni por asomo, en los medios donde Sarlo cumple tareas. Esto sí es objetivo.

Los panelistas de la productora PPT nunca jamás fueron convidados a escribir una columna de opinión siquiera, en el diario La Nación , ni a polemizar mano a mano en el horario prime time de la programación de Canal 13 o Radio Mitre, en la víspera de un día feriado.

Ergo, la riqueza argumental de los defensores del kirchnerismo es lo suficientemente holgada como para aceptar debatirla con una de las más hábiles impugnadoras, ante millones de espectadores televisivos, en vivo y en directo. No hay nada para ocultar porque lo que está en juego, no es una cuestión epistemológica o de teoría política, sino el bienestar de millones de personas que han mejorado sensiblemente su existencia social desde 2003.

Se debate ideología, no otra cosa. Se pugna por intereses. El discurso que contraponen los opositores al gobierno no puede ocultar una desventaja política fundamental: sus voceros y argumentadores no proponen nada mejor para esas grandes mayorías que el gobierno nacional y popular beneficia con sus políticas. El capitalismo de estas tierras arribó a un punto tal de contradicción que cualquier proyecto que discuta una parte accesoria de su núcleo duro será severamente enfrentado por sus beneficiarios privilegiados.

Se puede perder un debate, o salir airoso en él. Hasta unas elecciones de mitad de mandato se pueden perder en manos de la más senil de las oposiciones de derecha. Pero si el proyecto transformador tiene carnadura social, logra continuar. Imponerse. ¿Qué fue sino lo que ocurrió en nuestro país con la experiencia frustrante de la Alianza ? Lo que esa criatura política amagó con expresar fue el proceso social de ruptura con el neoliberalismo, pero terminó configurando apenas si la superación electoral, aunque su perfecta continuidad política y económica. Tanto fue así, que acabó sucumbiendo en 2001 bajo el río torrentoso de un caudal de insurrección y resistencia, subterráneo a veces, que irrumpió en demandas y anhelos de transformación, cristalizados finalmente en el gobierno surgido en mayo de 2003. 

De ahí el claro triunfo de las posiciones sostenidas por los panelistas de 6,7,8 en el debate. Sarlo perdió porque el gobierno gana en la lucha política. En la calle. En la historia. En el plan político y cultural superador que tiene para ofrecerles a las grandes mayorías nacionales. La derecha que la ex marxista representa de modo sutil, con discursos socialdemócratas, y frases para el Twitter o el título en TN, no convence a nadie. A ninguno. Lo que cuenta es la mejora sustancial en las condiciones materiales y simbólicas para la mayoría de la sociedad. Ya nadie va a escuchar tu remera, Sarlo.

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