Polémica en 6,7,8 
Demetrio Iramain
“El  espíritu sólo triunfará en sus manifestaciones más peligrosas. Ninguna  audacia intelectual puede conducir a la muerte”, dijo el poeta  surrealista y militante comunista francés Paul Eluard.
Convertir,  entonces, a Beatriz Sarlo en una especie de “heroína del pensamiento”,  con enfatizada épica, por haber aceptado enfrentarse “sola” a siete  periodistas que rebatirían sus argumentos, mientras por detrás la  sostiene una poderosísima maquinaria mediática, siempre a resguardo  judicial, resulta, cuanto menos, una desmesura. La alevosía recuerda la  de los intelectuales orgánicos del Estado neoliberal, que construyeron  un avieso relato según el cual Carlos Menem había sido un valiente por  no temer a la posible reacción de sus compañeros justicialistas ante las  privatizaciones y el acuerdo con la UCD. “Si yo decía lo que iba  a hacer nadie me votaba”, se sinceraba el riojano, lo que a la derecha  le parecía un gesto de nobleza y gallardía impropio en un plebeyo. 
Ninguna  discusión intelectual se libra por fuera de lo que subyace en la base  material de la sociedad contemporánea a ese debate. Se llame Beatriz  Sarlo, Orlando Barone, o el fiambrero del chino que rivaliza con la  vecina de los gatos por al precio de la biondiola.
¿Se  puede prescindir de la fervorosa puja política, económica, cultural,  que atraviesa la Argentina de estos días, en un debate televisivo que,  precisamente, la aborda? Por supuesto que no.
Esa  confrontación tiene sus propias leyes, que exceden largamente la  habilidad de unos y otros en la argumentación. De a ratos, el diálogo se  vuelve  de sordos. Esos ratos duran una eternidad. La historia, mismamente. 
Como un juez que debajo del ring pone un puntaje para uno y otro boxeador al final de cada round, Clarín y La Nación decretan,  naturalmente, que la vencedora en el debate protagonizado en 6,7,8 fue  la columnista del diario de la familia Mitre y de la radio del mismo  nombre, propiedad del Grupo cornetita. Obviamente, los nacionales y  populares creemos exactamente lo contrario.
Toda  lucha remite a la perenne tensión entre clases sociales. Esas clases  están enfrentadas por una situación  objetiva, no argumental. De dinero contante y sonante. No  interpretativo. No hay mucha retórica posible en la cruda disputa  capital-trabajo. Cuando el discurso que la expresa no asume ese  antagonismo está en problemas. Miente. A algunos se les nota más que a  otros. El cris-kircherismo ha tenido la saludable virtud democrática e  histórica de hacer visible esa circunstancia.
Resulta  natural, pues, que la clase que esté triunfando en la contienda  pretenda naturalizar su supremacía. Lograr la hegemonía, que se dice.
Pero  hete aquí que en la Argentina actual sucede una situación paradojal.  Los segmentos sociales hasta ayer predominantes, ven peligrar hoy su  influjo. Para abreviar: desde 2003, el gobierno nacional conduce un  proyecto político favorable a los intereses de los sectores sociales más  atrasados. Ese favoritismo por los de abajo, supone un perjuicio para  las elites dominantes. Al grano:  Sarlo habla en defensa de esas clases, aunque de modo indirecto:  atacando al kirchnerismo. ¿Por qué? Simple: está perdiendo. De ahí,  también, la invocación inversa de la presidenta Cristina Fernández,  quien reclama institucionalizar el proceso transformador, ser orgánicos,  y no construir (justo ahora, en esta instancia favorable) sobre la  contradicción. 
Si  la apuran, Sarlo hasta dirá que Marcela y Felipe deben hacerse  fehacientemente el estudio de ADN, pero en el fondo (y más arriba  también) la ensayista actúa perfectamente en contra de eso. Si el  gobierno es derrotado, Sarlo y mi vecina de los gatos (una de entre ese  muy módico 30 por ciento de ciudadanía que se interesa por la cosa  pública, según el “INDEC” de Magnetto) saben acabadamente que las causas  judiciales por el genocidio y sus  complicidades civiles se archivarían.
Indudablemente,  esa investigaciones judiciales no son parte de la agenda de los grupos  económicos con huevos en la canasta del negocio mediático donde Sarlo  trabaja. A ella, portavoz (por acción u omisión) de esos intereses le  importa hablar de otra cosa. El INDEC, por ejemplo.
Sin  embargo, si al 70 por ciento de la sociedad no le interesa la política,  como afirmó Sarlo, ¿a cuánto ascenderá entonces el ínfimo porcentaje  que desespera por las mediciones de la canasta básica?
Es una lástima que, en ese tópico, los panelistas de 6,7,8  hayan  caído en la ingenuidad de debatirlo apenas si  superficialmente, tanto que todos parecieron compartir la posición de  la ensayista sobre la política gubernamental respecto del Instituto de  Estadísticas y Censos. 
Quizás lo único realmente objetivo fue la invitación que la productora de 6,7,8 cursó  a una opositora de primer orden, a debatir sobre el kirchnerismo. Una  contraposición de ideas antagónicas semejante no se da, ni por asomo, en  los medios donde Sarlo cumple tareas. Esto sí es objetivo.
Los panelistas de la productora PPT nunca jamás fueron convidados a escribir una columna de opinión siquiera, en el diario La Nación ,  ni a polemizar mano a mano en el horario prime time de la programación  de Canal 13 o Radio Mitre, en la víspera de un día feriado.
Ergo,  la riqueza argumental de los defensores del kirchnerismo es lo  suficientemente holgada como para aceptar debatirla con una de las más  hábiles impugnadoras, ante millones de espectadores televisivos, en vivo  y en directo. No hay nada para ocultar porque lo que está en juego, no  es una cuestión epistemológica o de teoría política, sino el bienestar  de millones de personas que han mejorado sensiblemente su existencia  social desde 2003.
Se  debate ideología, no otra cosa. Se pugna por intereses. El discurso que  contraponen los opositores al gobierno no puede ocultar una desventaja  política fundamental: sus voceros y argumentadores no proponen nada  mejor para esas grandes mayorías que el gobierno nacional y  popular beneficia con sus políticas. El capitalismo de estas tierras  arribó a un punto tal de contradicción que cualquier proyecto que  discuta una parte accesoria de su núcleo duro será severamente  enfrentado por sus beneficiarios privilegiados.
Se  puede perder un debate, o salir airoso en él. Hasta unas elecciones de  mitad de mandato se pueden perder en manos de la más senil de las  oposiciones de derecha. Pero si el proyecto transformador tiene  carnadura social, logra continuar. Imponerse. ¿Qué fue sino lo que  ocurrió en nuestro país con la experiencia frustrante de la Alianza ? Lo  que esa criatura política amagó con expresar fue el proceso social de  ruptura con el neoliberalismo, pero terminó configurando apenas si la  superación electoral, aunque su perfecta continuidad política y  económica. Tanto fue así, que acabó sucumbiendo en 2001 bajo el río  torrentoso de un caudal de insurrección y resistencia,  subterráneo a veces, que irrumpió en demandas y anhelos de  transformación, cristalizados finalmente en el gobierno surgido en mayo  de 2003. 
De  ahí el claro triunfo de las posiciones sostenidas por los panelistas de  6,7,8 en el debate. Sarlo perdió porque el gobierno gana en la lucha  política. En la calle. En la historia. En el plan político y cultural  superador que tiene para ofrecerles a las grandes mayorías nacionales.  La derecha que la ex marxista representa de modo sutil, con discursos  socialdemócratas, y frases para el Twitter o el título en TN, no  convence a nadie. A ninguno. Lo que cuenta es la mejora sustancial en  las condiciones materiales y simbólicas para la mayoría de la sociedad.  Ya nadie va a escuchar tu remera, Sarlo.
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