Al fin se le cerró la mollera al país;
ya zurció la costra a la cabeza, el dolor
a su esperanza, el olvido
a esta furia fértil como un sol.
Al fin.
Como mi hijita de dos meses es
el sol que sale por el este del país:
calienta tibio todavía, usa
escarpines que ningún barro ensuciará, va
contento a upa de brazos que otea
por el modo o el olor.
Como mi hijita.
Ya no es más aquel campito
lastimado de sangre.
Tardó casi treinta años; lleva
1500 siestas sin dormir a
la hora de los jueves, pero
ahora es un país.
Nuestro país.
Cuando estuvo solo teta consiguió de tomar.
Raspó con palitos la piedra dura en
Plaza de Mayo y salieron las Madres.
Dos meses hace que mi hijita
surgió al mundo y ya tiene un país.
Ella sí no tendrá que raspar baldosas
para encontrarse una patria debajo.
Las Madres se la traen hasta aquí:
está plantada en su puerta, da
sombra al que se cansa y chupete
a quien no se puede dormir.
Tiene suerte mi hijita.
Cuando sonríe está diciendo,
simplemente, “Gracias, Madres”,
para que ellas piensen, entonces,
“valió la pena”.