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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 5 de abril de 2012

Todo reclamo es político


Al devolver la política al centro de la escena pública, Néstor Kirchner restituyó también la ideología, no los eslóganes vanos de un tiempo que ya no es más, cuya sobrevaloración transformaría al peronismo en una cáscara vacía, y no en lo que debe ser: una identidad siempre en movimiento, dinámica, que logre fundir en una nueva las diferentes tendencias del campo popular.

La frase de Hugo Moyano en el salón Felipe Vallese de la CGT, durante el acto en recuerdo del paro general con movilización del 30 de marzo de 1982: “Les pido a los trabajadores que se preparen, porque la Plaza de Mayo va a volver a ser la Plaza de los trabajadores.” De los trabajadores peronistas, claro.  

 La frase de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la Plaza de Mayo, el 18 de junio de 2008, en plena disputa con las patronales sojeras, en el punto más alto del conflicto y cuando más destituyente era la salida sugerida por los medios de comunicación hegemónicos: “Esta Plaza de Mayo empezó siendo de los peronistas, pero después de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo es de todos los argentinos.”

 Un mundo separa ambos enunciados. Desde luego, no son –ni en uno ni en otro caso– exabruptos propios de la oralidad y el margen de improvisación lógicos en quien diserta ante un auditorio numeroso, decenas de miles la presidenta, y unos centenares el jefe de la CGT. Son evidentes tensiones ideológicas las que afloran por entre las representaciones del discurso y se ponen en cuestión. El lenguaje no traiciona.

 Por cierto, la disputa cuenta ya con varios chisporroteos previos. Uno de los más alusivos fue aquella proclama en recuerdo del nacimiento de Rucci que ya no alcanza a verse en las paredes de las avenidas porteñas, firmado por el tándem Venegas-Moyano. Se recuerda: el afiche contenía una cita del metalúrgico dirigida al lucifuercista cordobés Agustín Tosco, en la que hacía mención a su condición de “peronista” y al “drama” que esa caracterización ideológica le provocaría al emblemático líder del Cordobazo. Naturalmente, el destinatario del mensaje del cartel no era un inexistente sector clasista o corriente de izquierda dentro de la CGT, sino Cristina.  

 No era, sin embargo, el primer chispazo. En la cancha de Huracán, en diciembre último, Hugo Moyano devolvió una versión retro de aquel “imberbes” de 1974. Contrapuso a los “niños bien” con los trabajadores. Como si los jóvenes militantes de La Cámpora, de Kolina, del Movimiento Evita, no fueran asalariados. Como si él representara a los trabajadores de menor nivel de ingreso, a quienes el legítimo reclamo de elevar el mínimo no imponible no les mueve un pelo. Como si no hubieran pasado casi 40 años, un genocidio físico y otro social en el medio, y no urgiera en las fuerzas populares la necesidad de alcanzar nuevas síntesis ideológicas que den cuenta de renovadas identidades políticas, nacidas al calor de los procesos socio-históricos.

 La historia no pasó en vano. Ni para vencedores, ni para vencidos. Al devolver la política al centro de la escena pública, Néstor Kirchner restituyó también la ideología, no los eslóganes vanos de un tiempo que ya no es más, cuya sobrevaloración transformaría al peronismo en una cáscara vacía, y no en lo que debe ser: una identidad siempre en movimiento, dinámica, que logre fundir en una nueva las diferentes tendencias del campo popular.

A propósito, cuando se produjo el voto no positivo de Julio Cobos y la Resolución 125 se vio frustrada, con toda la carga política que eso implicaba, los debates posteriores al interior de los sectores más ortodoxos de la alianza oficialista rondaron, aunque por lo bajo, un concepto que parecía meramente práctico, de procedimiento: el gobierno se había equivocado en poner a un radical en la fórmula presidencial, y también en no negociar con el pejotismo bonaerense sintetizado en Felipe Solá.

 Pues bien: ahora vemos que aquella observación no era práctica, estrictamente táctica, sino profundamente ideológica. De contenido, no de forma. Al gobierno se le reprochaba haber profundizado la disputa, no haber arriado a tiempo sus banderas, no alcanzar algún tipo de acuerdo con el sector más dogmático del pejotismo, y llegar así a una situación de excesiva debilidad política. “En el peronismo nadie mea agua bendita”, pretendían explicarle a Cristina, recordándole la bolilla número 1 del histórico movimiento policlasista, recriminándola por no haber acordado con dirigentes que al año siguiente integrarían el armado electoral de Francisco De Narváez. 

 Casualmente, esos mismos objetores de ayer son quienes hoy ven en el gobierno un “cambio de rumbo”, un “soviet”, un “ajuste neoliberal”, un “regreso a los años noventa”, al tiempo que objetan a la presidenta por haberle puesto a Mariotto a “comerle los talones al pobre Scioli”. Insólito. “¿Qué trabajo territorial tienen Kicillof o Larroque que justifique su gravitancia política y sus puestos en áreas sensibles del Estado que sin dudas debieran ocupar viejos caciques, de lealtad a prueba de balas: un Curto, un Othacehé, un Romero?”, rumian en silencio. Y el trasvasamiento generacional, ¿para cuándo?
 Asistimos, pues, a lo de siempre: argumentaciones de izquierda para reclamar, al dorso, más derecha. No es nuevo. Lo que sí es novedoso son las dificultades que se les presentan: ¿cómo interpretar según esa lectura que no sabe con qué ojo mirar –si el diestro o el de al lado–, el avance estatal sobre YPF? ¿Cómo situarse ante el enojo de los países centrales en la OMC? ¿Cómo entender el grueso error de poner por delante de la puesta en práctica de una política industrialista en la Argentina, como hacía décadas no experimentaba el país, “la inflación del carrito de supermercado”? ¿Será que ya no es suya la batalla por la plena vigencia de la Ley de Medios ahora que se pavonean ante las cámaras y micrófonos del Grupo Clarín y denuncian “censura” en las pantallas de la TV Pública? Fracasados todos los ensayos con los políticos de la oposición, ¿habrá en ciernes un experimento que amalgame a algún gobernador con cierta rama sindical? 

 Nada es lo que parece en el camino largo y sinuoso de la liberación verdadera de una sociedad, de la alteración positiva de sus estructuras de dominación, de la relativa emancipación del hombre bajo las espesas condiciones en que se desarrolla el capitalismo por estos lares del Sur. Los que parecían estar, podrían ya no estar más. Y viceversa. Tanto más en momentos de grandes definiciones, de las que depende la suerte inmediata de proyectos populares de transformación. Lo que parece no ser, acaba siendo.

 Cuando las tensiones asumen las formas de puja ideológica, estamos a las puertas de un cambio ciertamente edificante. La profundización es eso también. Como el gobierno de Cristina, la ideología tampoco es neutral.

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