Datos personales

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

martes, 31 de mayo de 2011

Por siempre las Madres

TIEMPO ARGENTINO / demeiramain.blogspot.com
 
Grosera operación mediática

Publicado el 31 de Mayo de 2011
 
 
La Asociación Madres de Plaza de Mayo es presidida por Hebe de Bonafini desde 1978, cuando se constituyó civilmente, apelando a la escasa legalidad a la que podían aspirar bajo el régimen de terror. Esa constitución formal, con estatuto interno y designación de autoridades, resultó una victoria formidable de los pañuelos blancos ante el genocidio en curso. La conducción de Hebe fue decidida entonces por sus propias compañeras y ratificada formalmente en 1986, cuando un proceso de divergencias políticas e ideológicas interno fue zanjado con una nueva elección dirigencial. Eso en los papeles. En el terreno fáctico, la revalidación se produce a diario, como ocurre con todo colectivo militante y transformador, revolucionario y no burocrático, cuyo accionar lo obliga a deliberar permanentemente sobre sus prácticas.
Por cierto, a Hebe y a las Madres de Plaza de Mayo nunca jamás un político del genotipo al que pertenece el bonaerense Eduardo Duhalde les diría que él las prefiere como un ejemplo de algo.
Esta certidumbre política tiene sus costos. El pueblo de a pie sabe acabadamente quiénes son las Madres, por más que no lo expresen del mismo modo (y hasta de forma opuesta y antagónica) las mediaciones periodísticas de esa construcción social de nuestra historia que son las Madres de Plaza de Mayo.
Las Madres nunca fueron bien tratadas por los partidos políticos tradicionales, menos aún por su prensa afín, y ni qué decir del Estado Nacional, incluida su justicia, claro. Recién en 2003 esto comenzó a alterarse positivamente. De ahí que el infeliz comentario del ex presidente interino, formulado en Tucumán, tenga un efecto inverso y termine honrando, muy a pesar suyo, a la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Muy preocupadas debieran estar si sus enemigos hablaran bien de ellas.
Las mentiras que a diario se tejen sobre las Madres, las difamaciones, las desmesuras en las crónicas que las refieren, no son nuevas. En 1986, cuando una fracción de integrantes de la organización se marchó del seno de la Asociación (justamente esa agrupación con la que ahora adorna torpemente sus discursos de campaña el pejotista federal Duhalde), fueron denunciadas en los diarios de la prensa radical ficciones similares respecto al patrimonio de Hebe y no sé cuántas cosas más. Se invocó, incluso, la intervención del Estado alfonsinista a través de la Inspección General de Justicia para que sean auditadas las cuentas de la organización. No hallaron nada raro. Hasta el ticket de compra del detergente para lavar los platos que se ensucian tras sus almuerzos diarios, y por el que las Madres habían confeccionado un riguroso organigrama que establecía quién debía lavarlos cada vez, les fue suministrado. Siempre cumplió un rol determinante la cocina en su praxis política.
Las Madres se han repuesto de golpes infinitamente más fuertes y dolorosos que una semana de portadas en su contra en el matutino de mayor tirada nacional. Y no hablo aquí de la desaparición de sus hijos, circunstancia dolorosísima pero previa a su surgimiento colectivo. En otras palabras: no habría Madres de Plaza de Mayo si no mediara el genocidio; así de dramática y cruenta es nuestra historia social. Con ellas es creer o reventar. Siempre. Que los medios mientan ahora sobre las Madres no puede hacer mella en quienes tuvieron las agallas de apretar los dientes y regresar a la Plaza de Mayo, el jueves siguiente a los secuestros y posteriores desapariciones de tres de sus integrantes, las más activas y señeras, producidos entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977.
A propósito, ¿por qué será que la mayoría de las veces se pasa por alto esa circunstancia en el relato mediático e incluso histórico? ¿Por qué usualmente se habla de las monjas francesas, y casi nunca o poco de Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Balestrino? ¿Para desmerecer el aporte colectivo de quienes las sobrevivieron, acaso?
Las Madres produjeron una fractura, no sólo en el complejo tablero coyuntural de nuestro país, sino en la cultura occidental sobre la que el capitalismo de estas tierras se asienta, cada vez con mayor y más notoria incomodidad. Su lucha política, sus novedosas síntesis ideológicas, su contribución a la ética que ha logrado alcanzar la humanidad de este tiempo histórico todavía signado por el capitalismo, constituyen, quizás, la riqueza más significativa con que cuenta el acervo de luchas populares argentinas para sus combates del futuro. Y la derecha lo sabe. Y le preocupa.
Si las Madres se hubieran refugiado en el dolor únicamente; si su relato se hubiese ceñido a la sangre y la búsqueda de restos óseos; si hubiesen aceptado mansas y obedientes las mieles del dinero en bonos a cambio de la vida de sus hijos, serían sin dudas candidatas de fuste al bronce del capitalismo. Quizás tendrían el Premio Nobel ya. El sistema se “humanizaría” con su “ejemplo”.
Pero no. Las Madres son unas jodidas. Se meten donde no las llama nadie. El sistema, que sabe recuperarse de sus crisis orgánicas y revertir sus errores (horrores y terrores), les tenía asignado un papel muy diferente.
Macri lo sintetizó cabalmente días atrás: “No puede ser que una organización para la defensa de los Derechos Humanos se convierta en una empresa constructora.” El alcalde de Buenos Aires sabe perfectamente que las Madres no son una empresa. Si lo fueran, quizás sería menos problema para él, que es el rey del discurso empresarial privado. Pero las Madres son mucho más que una “factoría que hace casas”, y en esa amplitud y mirada de 360 grados que tienen las Madres, quizás hasta les pisen los callos a algunos negociantes, tal vez amigotes del ingeniero hincha de Boca, por qué no a alguna empresa constructora demasiado cercana a su holding comercial.
Entonces, Clarín, La Nación, Lanata, Perfil, Nelson Castro, Magdalena, se alistan. Todo un ejército mediático toma distancia bajo el puntual Toque de Diana del comandante en jefe de las fuerzas de la reacción, don Héctor Magnetto, supremo líder y última esperanza de los enemigos de clase al proyecto nacional y popular que las Madres defienden y protagonizan desde su trinchera en Plaza de Mayo, y cada vez más lugares y múltiples soportes: la radio, la revista, la universidad, la editorial, el ECuNHi, y la Misión Sueños Compartidos, ese gesto conmovedor de solidaridad de clase e inclusión de los de más abajo de todo en la perversa pirámide social.  
La derecha sabe que en octubre se definen muchas cuestiones esenciales, que hacen a su supervivencia estratégica y a la vitalidad de sus intereses al tanto por ciento. Lo sabe por zorra y por vieja, y tiene razón. Se juega el destino inmediato de esta manera tan particular de hacer nuestra revolución. No es poco. Las clases dominantes de este país no trepidaron en cometer un genocidio con tal de preservar su tasa de ganancia. Lo volverían a hacer si se dieran las circunstancias. Estas tapas de Clarín no son nada, pues. Máxime teniendo en cuenta las que sobrevendrán pronto, quizás peores. Sin embargo, ¿qué trasnochado cree que el pueblo dejará pasar ligeramente esta nueva oportunidad que ha construido para sí? Ni lo sueñen, fachos. Con las Madres, no.

viernes, 27 de mayo de 2011

Ya nadie va a escuchar tu remera, Sarlo

Polémica en 6,7,8 



Demetrio Iramain

“El espíritu sólo triunfará en sus manifestaciones más peligrosas. Ninguna audacia intelectual puede conducir a la muerte”, dijo el poeta surrealista y militante comunista francés Paul Eluard.

Convertir, entonces, a Beatriz Sarlo en una especie de “heroína del pensamiento”, con enfatizada épica, por haber aceptado enfrentarse “sola” a siete periodistas que rebatirían sus argumentos, mientras por detrás la sostiene una poderosísima maquinaria mediática, siempre a resguardo judicial, resulta, cuanto menos, una desmesura. La alevosía recuerda la de los intelectuales orgánicos del Estado neoliberal, que construyeron un avieso relato según el cual Carlos Menem había sido un valiente por no temer a la posible reacción de sus compañeros justicialistas ante las privatizaciones y el acuerdo con la UCD. “Si yo decía lo que iba a hacer nadie me votaba”, se sinceraba el riojano, lo que a la derecha le parecía un gesto de nobleza y gallardía impropio en un plebeyo. 

Ninguna discusión intelectual se libra por fuera de lo que subyace en la base material de la sociedad contemporánea a ese debate. Se llame Beatriz Sarlo, Orlando Barone, o el fiambrero del chino que rivaliza con la vecina de los gatos por al precio de la biondiola.

¿Se puede prescindir de la fervorosa puja política, económica, cultural, que atraviesa la Argentina de estos días, en un debate televisivo que, precisamente, la aborda? Por supuesto que no.

Esa confrontación tiene sus propias leyes, que exceden largamente la habilidad de unos y otros en la argumentación. De a ratos, el diálogo se vuelve de sordos. Esos ratos duran una eternidad. La historia, mismamente. 

Como un juez que debajo del ring pone un puntaje para uno y otro boxeador al final de cada round, Clarín La Nación decretan, naturalmente, que la vencedora en el debate protagonizado en 6,7,8 fue la columnista del diario de la familia Mitre y de la radio del mismo nombre, propiedad del Grupo cornetita. Obviamente, los nacionales y populares creemos exactamente lo contrario.

Toda lucha remite a la perenne tensión entre clases sociales. Esas clases están enfrentadas por una situación objetiva, no argumental. De dinero contante y sonante. No interpretativo. No hay mucha retórica posible en la cruda disputa capital-trabajo. Cuando el discurso que la expresa no asume ese antagonismo está en problemas. Miente. A algunos se les nota más que a otros. El cris-kircherismo ha tenido la saludable virtud democrática e histórica de hacer visible esa circunstancia.

Resulta natural, pues, que la clase que esté triunfando en la contienda pretenda naturalizar su supremacía. Lograr la hegemonía, que se dice.

Pero hete aquí que en la Argentina actual sucede una situación paradojal. Los segmentos sociales hasta ayer predominantes, ven peligrar hoy su influjo. Para abreviar: desde 2003, el gobierno nacional conduce un proyecto político favorable a los intereses de los sectores sociales más atrasados. Ese favoritismo por los de abajo, supone un perjuicio para las elites dominantes. Al grano: Sarlo habla en defensa de esas clases, aunque de modo indirecto: atacando al kirchnerismo. ¿Por qué? Simple: está perdiendo. De ahí, también, la invocación inversa de la presidenta Cristina Fernández, quien reclama institucionalizar el proceso transformador, ser orgánicos, y no construir (justo ahora, en esta instancia favorable) sobre la contradicción. 

Si la apuran, Sarlo hasta dirá que Marcela y Felipe deben hacerse fehacientemente el estudio de ADN, pero en el fondo (y más arriba también) la ensayista actúa perfectamente en contra de eso. Si el gobierno es derrotado, Sarlo y mi vecina de los gatos (una de entre ese muy módico 30 por ciento de ciudadanía que se interesa por la cosa pública, según el “INDEC” de Magnetto) saben acabadamente que las causas judiciales por el genocidio y sus complicidades civiles se archivarían.

Indudablemente, esa investigaciones judiciales no son parte de la agenda de los grupos económicos con huevos en la canasta del negocio mediático donde Sarlo trabaja. A ella, portavoz (por acción u omisión) de esos intereses le importa hablar de otra cosa. El INDEC, por ejemplo.

Sin embargo, si al 70 por ciento de la sociedad no le interesa la política, como afirmó Sarlo, ¿a cuánto ascenderá entonces el ínfimo porcentaje que desespera por las mediciones de la canasta básica?

Es una lástima que, en ese tópico, los panelistas de 6,7,8  hayan caído en la ingenuidad de debatirlo apenas si superficialmente, tanto que todos parecieron compartir la posición de la ensayista sobre la política gubernamental respecto del Instituto de Estadísticas y Censos. 

Quizás lo único realmente objetivo fue la invitación que la productora de 6,7,8 cursó a una opositora de primer orden, a debatir sobre el kirchnerismo. Una contraposición de ideas antagónicas semejante no se da, ni por asomo, en los medios donde Sarlo cumple tareas. Esto sí es objetivo.

Los panelistas de la productora PPT nunca jamás fueron convidados a escribir una columna de opinión siquiera, en el diario La Nación , ni a polemizar mano a mano en el horario prime time de la programación de Canal 13 o Radio Mitre, en la víspera de un día feriado.

Ergo, la riqueza argumental de los defensores del kirchnerismo es lo suficientemente holgada como para aceptar debatirla con una de las más hábiles impugnadoras, ante millones de espectadores televisivos, en vivo y en directo. No hay nada para ocultar porque lo que está en juego, no es una cuestión epistemológica o de teoría política, sino el bienestar de millones de personas que han mejorado sensiblemente su existencia social desde 2003.

Se debate ideología, no otra cosa. Se pugna por intereses. El discurso que contraponen los opositores al gobierno no puede ocultar una desventaja política fundamental: sus voceros y argumentadores no proponen nada mejor para esas grandes mayorías que el gobierno nacional y popular beneficia con sus políticas. El capitalismo de estas tierras arribó a un punto tal de contradicción que cualquier proyecto que discuta una parte accesoria de su núcleo duro será severamente enfrentado por sus beneficiarios privilegiados.

Se puede perder un debate, o salir airoso en él. Hasta unas elecciones de mitad de mandato se pueden perder en manos de la más senil de las oposiciones de derecha. Pero si el proyecto transformador tiene carnadura social, logra continuar. Imponerse. ¿Qué fue sino lo que ocurrió en nuestro país con la experiencia frustrante de la Alianza ? Lo que esa criatura política amagó con expresar fue el proceso social de ruptura con el neoliberalismo, pero terminó configurando apenas si la superación electoral, aunque su perfecta continuidad política y económica. Tanto fue así, que acabó sucumbiendo en 2001 bajo el río torrentoso de un caudal de insurrección y resistencia, subterráneo a veces, que irrumpió en demandas y anhelos de transformación, cristalizados finalmente en el gobierno surgido en mayo de 2003. 

De ahí el claro triunfo de las posiciones sostenidas por los panelistas de 6,7,8 en el debate. Sarlo perdió porque el gobierno gana en la lucha política. En la calle. En la historia. En el plan político y cultural superador que tiene para ofrecerles a las grandes mayorías nacionales. La derecha que la ex marxista representa de modo sutil, con discursos socialdemócratas, y frases para el Twitter o el título en TN, no convence a nadie. A ninguno. Lo que cuenta es la mejora sustancial en las condiciones materiales y simbólicas para la mayoría de la sociedad. Ya nadie va a escuchar tu remera, Sarlo.

martes, 24 de mayo de 2011

Macri y sus carteles: sólo tu voto es bienvenido

La campaña del PRO


Demetrio Iramain

Los publicistas de la campaña electoral del PRO han inundado la ciudad de Buenos Aires con afiches de generosas dimensiones y tipografías, en los que pueden leerse mensajes y consignas ciertamente llamativos.
  
Hasta ahora, el aviso más explícitamente político, que escapa a la típica superficialidad visual de los slogan PRO, es aquel que sostiene que durante la gestión del alcalde Macri en la ciudad de Buenos Aires la tasa de mortalidad infantil del distrito descendió hasta su nivel más bajo en toda la historia.

Lo cierto es que ese índice viene bajando en la ciudad desde mucho tiempo antes. Entre 2004 y 2008, mermó del 8,7 a 7,7, y luego continuó constante la tendencia decreciente, claro que en total sintonía con lo que ocurre a nivel nacional. 

La publicidad capciosa de ese indicador desconoce olímpicamente una obviedad: todas las mediciones socio-económicas han mejorado en forma sostenida desde 2003, especialmente los de ocupación, y no sólo en Buenos Aires, ciudad cuya actividad económica hace más factible alcanzar esos registros.

Por cierto, ese crecimiento social no ha sido mérito de su gestión local, sino de un modelo de desarrollo endógeno, con inclusión a través de la creación de empleo y aumento del consumo interno, que encabeza el gobierno nacional y que tiene en la ciudad de Buenos Aires a su más sobreactuado contrapeso. Ni hablar del notable impacto de la Asignación Universal por Hijo en todas las mediciones de vulnerabilidad social, y su huella en los índices de escolaridad y atención médica primaria, que Macri pasa por alto deliberadamente.

¿Se puede ser tan necio como para desconocer que el subsidio del Estado nacional por hijo, ahora extendido a todas las mujeres embarazadas, cuyo cobro establece a modo de contraprestación el riguroso seguimiento médico del proceso de gestación, incide positivamente en la medición de los casos de mortalidad infantil por causas evitables?

La espesura que adquirió el debate político en la Argentina habrá sugerido a los estrategas PRO cambiar por contenidos más políticos aquella vaga tecla de play sobre un fondo de rabioso amarillo y ninguna otra palabra, estética que lo llevó al triunfo electoral en junio de 2009, aunque con una notoria merma respecto del torrente de votos de dos años antes. La conciencia que segmentos cada vez más amplios de la sociedad capitalina tienen respecto de los intereses en pugna bajo los conflictos materiales y simbólicos que operan en la realidad, invalida la impronta antipolítica y marketinera que Macri quiso darle a su gestión.

La política ya no es un shopping noventista y neoliberal, advierte con un dejo de nostalgia el Jefe de gobierno, quien, no obstante, insiste en bailar en público entre un cotillón de globos y la cosificación del embarazo de su esposa, hija de un acaudalado empresario textil. ¿Con eso quiere enfrentar al proyecto colectivo referenciado en el gobierno nacional, que expresa la fórmula Filmus-Tomada?

Procesamiento judicial confirmado por la Cámara Federal mediante (y que lo inhabilitaría para presentarse a elecciones distritales), hasta la estricta coloración amarilla del fulgor PRO debió ceder paso a otras tonalidades. Una multiplicidad de triángulos multicolores, a manera de banderines marítimos, que quizás remita a las fiestas juninas del nordeste brasileño, o a los corsos de Avenida de Mayo, ambiciona darle forzadamente un toque carnavalesco y divertido a la campaña, que las urgencias de la derecha le impiden agregarle.   

Por lo demás, resulta paradigmática esa invitación de Macri a los sectores sociales más refractarios a sus políticas excluyentes, expresada en esas fotos súper producidas, de anónimos adolescentes de barrio, muchachas y muchachos, con remeras de Sumo, de River, tocando la guitarra, despreocupadamente, o con camperas de cuero negras y pañuelos palestinos al cuello, y una única consigna “Vos sos bienvenido”. Si bien en los interlocutores que la campaña de afiches construye no aparece una mención clara a una determinada pertenencia de clase, es obvio que no los supone en los estratos sociales más altos.

¿A quién le habla Macri? Evidentemente, quiere tutearse con la juventud de las barriadas más populares. Sorry, gordo. Allí donde no llegó la cosmética policía metropolitana que sólo patrulla las calles más allá de la avenida Córdoba, al menos sí llegó el fotógrafo de Jaime Durán Barba para tomarles unas instantáneas y hacerlos sentir protagonistas. “Bienvenidos”.

Ahí donde ya no es posible divertirse barato pues el macrismo continuó de la peor manera la política iniciada por el ibarrismo tardío, y que consiste en inhabilitar pubs y boliches chicos, de cerveza y entrada módicas, donde puedan tocar las bandas barriales que no logran ingresar al gran circuito del rock, al menos está la foto de la minita y el chabón desalineados.

Allí donde las escuelas se caen a pedazos, y sus estudiantes las toman en protesta por el deterioro de la educación pública, van los publicistas de campaña y hacen posar delante de sus flashes a los adolescentes tipo Socorro 5º año, para volvercool los rasgos más antisistémicos de su rebeldía generacional.

“Algo es algo”, especula Macri que pensarán los pibes sobre sus forzadas apelaciones a quienes siempre le dieron la espalda, porque él se las dio primero. Se equivoca. En los barrios del sur y más al norte también, saben que para el PRO jamás serán bienvenidos los jóvenes, para peor morochos y pobres, sino, apenas, sus votos.

Ese número informe, quizá la única cualidad realmente objetiva de las democracias liberales, apenas si representativas, hasta ayer sostenía el mito que construyeron a su imagen y semejanza nuestras elites políticas y culturales. Ahora, vaya paradoja, el neoliberalismo chorrea justamente por donde antes más se sustentaba: el caudal de votos. ¿Se acuerdan cuando Menem decía “esperen las próximas elecciones y voten por otro candidato”? La derecha, ahora, ni eso. Macri, menos.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Los pies en octubre, la mirada en la Historia

Tiempo Argentino

"Es paradójico que sea justamente el concepto de lealtad el que la presidenta haya tenido que recordarles a sus compañeros de partidos, y tanto más cuando si figura atraviesa un punto altísimo de consenso social" 

Cistina avisó que ella está dispuesta a dejar de tocar si sus “fans” más fervorosos –digamos– insisten en encender fuegos de artificio que, al tiempo que dicen ser para beneficio del show, ponen en serio riesgo la integridad del conjunto. A ver si nos entendemos: los seguidores pueden acompañar el recital; su coreografía de manos alzadas, saltos rítmicos, coros conmovedores, es bienvenida y hasta necesaria, pero los solos los ejecuta el guitarrista.

Se acepta que la imagen pueda resultar desmesurada, pero ilustra. No es la primera vez que acontece, sin embargo. En Catamarca, poco antes de las elecciones para elegir gobernador, la presidenta Cristina Fernández dijo que sola no podía. “Les pido ayuda y esfuerzo para profundizar el modelo que construimos”, precisó. El pueblo de ese distrito entendió la exhortación de su líder y obró en consecuencia, ungiendo a la candidata del Frente para la Victoria. Chubut y San Juan, igual.

Al menos en política, usualmente ocurre que lo que parece ser, no es. Y viceversa. Tanto más en momentos de grandes definiciones, de las que depende la suerte inmediata de proyectos populares de transformación. El voto “no positivo” de Julio Cobos es, quizás, el ejemplo más notorio. La traición puede demorar un proceso histórico, pero si él es genuino, verdadero y tiene carnadura social, termina imponiéndose. Lo que parece no ser, acaba siendo.

Cuando el pasado jueves 17 de marzo el vocero del sindicato Camioneros anunció un paro nacional de su sector para el lunes 21, Omar Viviani salió presuroso a llamar a conferencia de prensa para el día siguiente, en la que notificó que se plegarían todos los gremios del transporte. El paro comenzaba a ser general, entonces. Por si fuera poco, durante el monólogo ante los periodistas el taxista no se privó de reivindicar a un sindicalista urticante para la izquierda peronista: José Ignacio Rucci, a menos de una semana del acto en la cancha de Huracán, en el que el oficialismo y la multiplicidad de movimientos sociales que lo componen habían celebrado, con el discurso excluyente de la presidenta, el triunfo electoral de Héctor Cámpora.
Viviani, titular de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, representa el ala derecha del moyanismo. Porque Hugo Moyano es una cosa, pero muy otra es el complejo combinado que el camionero expresa, tensiones incluidas, desde su secretariado general en la CGT. Ni hablar de las distancias que, a simple vista, se verifican entre Pablo Moyano y su hermano más chico, Facundo.

Hay colorados y Colorados. El bonaerense y de los otros. El cegetista se la jugó y propuso a Massa para la provincia de Buenos Aires, en lugar del candidato de la Rosada, Daniel Scioli. Viviani quiso embarcar en su loca apuesta al resto de líderes confederados, mas no lo consiguió. Moyano lo desmintió en privado, y Piumato, vía Twitter.

Por cierto, sería una fantasía afirmar (y hasta sugerir, siquiera) que el discurso de José C. Paz haya tenido un único destinatario. Mucho menos al módico Viviani. Pero la especulación electoralera del tachero operó, quizá sin proponérselo, como la excusa perfecta para el explícito mensaje presidencial.

Como nunca antes con tanta claridad, la presidenta nos está hablando a todos. Hace rato que la mandataria está apelando a una superación socio-histórica de la actual etapa que atraviesa el país, signada por el decido apoyo popular al modelo que ella y su marido iniciaron en 2003. Desde la ley de medios hasta hoy, el acceso y posterior participación protagónica de diversos actores sociales, jóvenes especialmente, cercanos a espacios culturales, de capas medias, históricamente refractarios a la ortodoxia peronista, constituyen la espesura social sobre la cual lanzarse a su concreción que, si bien no prescinde (he ahí su novedad histórica) de la vieja “columna vertebral”, entiende que es menos imprescindible que otrora.


Esa superación supone una no-neutralidad ante la historia (léase juicios a los genocidas militares y su ampliación al mundo blanco de la complicidad civil), ni ante los derechos y necesidades de los sectores sociales postergados (asalariados, genéricamente). Y la apelación al mismo tiempo a un esfuerzo patriótico (Pacto Social, diríase) que sitúe por encima de la necesidad inmediata de tal o cual actor, el bien social superior de una grandeza nacional bien entendida, aceptablemente armónica, que permita a los trabajadores alcanzar la felicidad relativa a la que pueden aspirar bajo el capitalismo.

En esa lógica se inscribe la reivindicación de la militancia, concebida como sacrificio personal y entrega desinteresada (aunque no ingenua ni inocente) al bien común. Servir a la política y no servirse de ella. Entregarlo todo a la causa sin esperar recompensa, como lo hizo Néstor Kirchner, que literalmente cedió el bienestar físico de su corazón para no conceder sus convicciones ideológicas. Rasgos épicos, altruistas, de una generación diezmada por la represión, que el noventismo había extraviado en el escenario democrático, invisibilizándolos ante las nuevas promociones de cuadros políticos y funcionarios estatales, tentados por el neoliberalismo a convertirse en tecnócratas, sin ideología, ni sentido de la historia.


Pero algunos siguen sin entenderlo así. Sólo quien sabe que atesora una grandísima corriente de aceptación popular puede permitirse retar en público, para deleite de sus enemigos poderosísimos, con la voz temblorosa, a su más importante fuerza social aliada (y organizada), que cree interpretar (y falla) lo que ella –presidenta y líder absoluto del modelo– sintetiza y anuncia profundizar.

Cristina conduce y el resto obedece. Cohesionados y unidos. Es paradójico que sea justamente el concepto de lealtad, tan caro al ideario peronista, el que la presidenta haya tenido que recordarle a la rama sindical de su partido. Quienes andan a los codazos por lugares sobresalientes en las listas, no explican por qué en sus estructuras sindicales no progresan militantes extra-pejotistas, como reclaman ahora airadamente a los armadores del oficialismo.


Cuestión, que el discurso presidencial más impactante de los últimos tiempos, no fue dirigido a los contrincantes, sino a los suyos propios. Sintomático. Salto cualitativo, que se dice. Otra cosa. De otro tiempo. Lejos de la inmediatez de quienes tienen el tupé de oponérsele desde una altura muy cercana al suelo. Debieran tomar nota y preocuparse los enemigos del modelo nacional y popular: el tiempo que ellos gastan en trazar el mínimo común múltiplo de su oposición senil, la presidenta lo utiliza para afilar cada vez el perfil de su proyecto, circunstancia que le proporciona aún mayores adhesiones.

El alcance de la mirada de Cristina se posa mucho más lejos que la adyacencia opositora. Mientras la mayoría discute los elencos de octubre, la presidenta pone el ojo en la Historia, cuya dimensión temporal y cultural es mucho más vasta que la singularidad de un puñado de nombres y apellidos. De eso trata: de una compleja y vital construcción social. Todo un pueblo lo está aprendiendo; quizás lenta, sí, pero seguro que inexorablemente.

Andá a cantarle a Magnetto, Vargas Llosa

Insólita respuesta del Nobel a Hebe de Bonafini
 

 

 
Tras 19 días y 500 noches de pensarlo, el último premio Nobel de literatura, el peruano Mario Vargas Llosa, desde Madrid, optó por replicar con otra muy breve, la carta que Hebe de Bonafini le había entregado en mano, casi un mes atrás, minutos antes de su conferencia en la Feria del Libro.
 
En aquella oportunidad, la presidenta de las Madres le había solicitado que sume su firma a un petitorio en favor de la libertad de expresión, debido a la censura que impone Cablevisión a la señal CN23, donde Hebe conduce junto a Teresa Paradi el programa de frecuencia semanal “ La Clementina ”.
 
Mediante una nueva misiva fechada el 10 de mayo en la capital española, arribada una semana más tarde a Buenos Aires, el escritor peruano le dice a la titular de las Madres de Plaza de Mayo, que tras haber reunido “suficiente información como para saber que se trata de un tema absolutamente local, una diferencia entre una empresa privada (Cablevisión) y una cantante (sic) que no afecta para nada el tema de los derechos humanos ni la libertad de expresión”, decidió que “no voy a sumarme a este pedido”.
 
Para el escritor, sólo se trata de “un tema absolutamente local, una diferencia entre una empresa privada y una cantante”. ¿Acaso hay que acceder al título de escritor y obtener un galardón internacional en literatura, para alcanzar el status de censurado, tan caro al mito del liberal apesadumbrado por la sociedad contemporánea, especialmente aquéllas que atraviesan procesos socio-políticos de transformaciones materiales y simbólicas, y que son ejecutados por los Estados de esos países?
 
Si no cree que es “censura” la política que el Grupo Clarín aplica en su empresa en el negocio del cable, respecto de los canales que no son afines a su línea ideológica, así sean estatales, y que consiste en negárselos abusivamente a sus clientes en la oferta televisiva, ¿por qué no explica entonces cuál es esa “diferencia” entre un privado y una cantante, que efectivamente observa en el planteo de Hebe? ¿Será para él que la libertad es más libre para unos que para otros? ¿Lo que para los liberales es “censura”, si de progresistas se trata, se llama “diferencia”?
 
Las respuestas a veces sobran. Sólo un último interrogante queda suspendido en el aire: ¿quién habrá proporcionado a Vargas Llosa “la suficiente información” que el escritor solicitaba para “averiguar con cierta exactitud la raíz del problema”.   
 
 
 
 
 
La carta del escritor peruano
 
 
Madrid, 10 de mayo de 2011
 
Sra. Hebe de Bonafini
Presidenta
Asociación Madres de Plaza de Mayo
 
Estimada señora:
 
     No he querido contestar a su solicitud de sumarme a la protesta contra Cablevisión sin averiguar primero con cierta exactitud la raíz del problema. Por fin he reunido suficiente información como para saber que se trata de un tema absolutamente local, una diferencia entre una empresa privada y una cantante que no afecta para nada el tema de los derechos humanos ni la libertad de expresión. Por lo tanto, no voy a sumarme a este pedido.
 
     Le agradezco que asistiera a mi conferencia en la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires y le envío un saludo.
 
Mario Vargas Llosa

viernes, 13 de mayo de 2011

La bengala perdida

Susana “Momo” Giménez. Gerónimo “Su” Venegas. Hilda “Chiche” Gelblung. Eduardo “Sandro” Duhalde. Fernando “Qom” Bravo. Nelson “El Cacique” Guiñazú. Moria “Sopapo” Camaño.
 
¿Qué pasó? A la derecha le agarró el viejazo, el “Veterano de guerra”. Vino “La Primavera” y la sorprendió en pleno otoño. La farándula pide represión; ciertos políticos acompañan. Al Partido Orden no le alcanzan las operetas de Clarín; ahora disputa poder en “Casos policiales”. Al menos si pudiera trepar al Pino y entrar por la ventana...
 
Pero no. A Susana la desvela la bengala como a Cobos la lealtad. Ya estábamos hechos con el beso entre Juanita y Losteau; ahora cayó Iván. Los genocidas, de a poco, van presos; algunos cómplices civiles también, pero los dinosaurios no desaparecen todavía.
 
Falta que Mirtha se preocupe por el rock y poné los fideos. Ricardito Alfonsín Porro.

jueves, 12 de mayo de 2011

Alfonsín, el apellido de la democracia domesticada

 
 
El apellido Alfonsín dejó huella en nuestra cultura post dictatorial. Remitirá por siempre a lo que quisimos ser socialmente y no alcanzamos. Una manera políticamente correcta de entender la cosa pública. Democracia testimonial, diríase, que de tan buenas intenciones que anuncia y no concreta nunca, acaban siendo malas. Un voluntarismo sin voluntad.
 
De ahí la clara operación mediática a la que asistimos estas últimas semanas, y que consiste en imponer a Ricardo Alfonsín como la gran esperanza en la alternancia institucional que suplican a modo de rezo o mantra nuestras corporaciones, sean ellas empresarias, mediáticas, o las extrañas criaturas políticas que puedan nacer de su cruza.
 
Un “modelo Mujica” de gerenciamiento estatal que –precisamente– no gobierne sino que gestione; apenas si bienpensante, propio de una izquierda demasiado tenue, sobreviviente de la represión, testimonial también, que lleva hasta el paroxismo su docilidad. ¿Cómo se explica, si no, la autolimitación de los líderes más emblemáticos del Frente Amplio (el presidente entre ellos) a enjuiciar los crímenes cometidos por la dictadura militar oriental? Nótese que el límite uruguayo, fijado en la ley de caducidad, fue el primero que cruzó el kirchnerismo en 2003. En el barrio, donde no se anda con vueltas, a eso se le llama traición, o cosas peores, pero en ese fetiche democrático que han construido a su imagen, semejanza y perentoria necesidad las elites económicas y culturales de nuestros países, se le dice “consenso”. Llamativo.
 
No obstante, resulta paradójico que siga siendo la UCR el principal animador de nuestra oposición política. Y más aún que sea el hijo de uno que abandonó anticipadamente un gobierno, en medio de la hiperinflación de julio de 1989. Todo ello sin contar las andanzas de sus correligionarios que lo sucedieron luego: la Alianza delarruista y posteriormente Julio César Cleto Cobos, que al momento de dar por terminada su loca ambición presidencial, explicó que en honor a su centenario partido cumpliría hasta el fin del mandato con el cargo de (la carga de ser) vicepresidente –que ocupa pero no ejerce–, para demostrarle a la sociedad que el radicalismo no está condenado a siempre renunciar. Flaco favor para una estructura partidaria que quiere convencer al electorado sobre sus virtudes para gobernar.
 
A la derecha pura y dura que contrata all inclusive los servicios de Alfonsín (hijo), le gusta conspirar. Cuando se ve perdida, agarra la pelota y la cuelga lejos, tras los altos muros del vecino. Tira del mantel sobre la mesa así se venga toda la cristalería al piso con tal de impedir que se sirvan en ella los nuevos comensales, hasta ayer excluidos, que la distribución de la riqueza invitó a cenar para el próximo mandato. Antes, sin embargo, sondea otras variantes.
 
A propósito, Alfonsín (h) surgió como posibilidad presidencial –aunque remota–, tras la muerte de su padre, en el primer hervor del otoño 2009. Por entonces, todavía conservaba cierto ímpetu la figura de otro radical de baja performance, el nombrado Cobos, tras su breve fulgor senatorial de una noche sin estrellas. Pero, ley de medios, recuperación de la línea aérea de bandera y fin del sistema privado de jubilación mediante, su hado había comenzado a declinar, circunstancia que determinó la puesta a punto de este nuevo ensayo. Otra muerte reciente, la del escritor Ernesto Sábato, le dio al pálido hijo del ex presidente oriundo de Chascomús su primer acto de campaña.
 
Nunca como en la muerte Ricardito fue tan usuario de su apellido. Su aparición entre las conversaciones de los grandes, resulta, además, tardía. Durante el kirchner-cristinismo subyacen más los conflictos de intereses que vitalizan la democracia, que los nombres de quienes los protagonizan circunstancialmente. Requerir el favor de un apellido para ganar legitimidad y consenso parece retrógrado. Atrasa con la historia. La discusión ideológica que ha recuperado para el debate político el oficialismo tiene más raigambre que la inmediatez coyuntural. De ahí la apelación de la presidenta Cristina a institucionalizar los cambios estructurales de este tiempo, para no hacerlos depender de un puñado de personas. El oficialismo posee la ventaja de presentar candidatos sólidos en todo el país, cuya sustancia se basa, no en el marketing o la destreza de los publicistas para instalarlos, sino en la densidad del proyecto nacional que comanda en forma sostenida desde hace ocho años. Lo que se dice, un serio proyecto de desarrollo nacional como hacía muchas décadas no experimentaba la Argentina.
 
La oposición, cualquiera sea su variante, carece olímpicamente de esos atributos. Para peor, el oficialismo logró construir canales genuinos y consistentes de comunicación con la sociedad, que le permiten sortear las corrosivas operaciones de distorsión de sus contrincantes. 
 
Es notable, sin embargo, el cambio de última hora en la estrategia antioficialista, que viró del PRO-peronismo al radical de un volantazo. La permuta está a tono, no sólo con las encuestas, sino esencialmente con una evidente demanda social: la continuidad del proceso socio-económico, histo-cultural y político iniciado en 2003. Aunque haciendo mímica, el poder fáctico entiende que el hijo de Alfonsín puede entonar alguna de las partes de ese repertorio de un modo más creíble que el súper millonario condenado al vecinalismo porteño.
 
Pero se le nota. Ricardito chorrea por el bigote. Los cabildeos con De Narváez y el apoyo decidido de un conglomerado de referentes provinciales que sintetiza la evangélica Cynthia Hotton, despeinan al más prolijo. Por cierto, es la oposición la que tiene que demostrar en qué consiste el proyecto político superador que tendría para ofrecerles a los argentinos; no así el oficialismo, que puede darse el lujo de aliarse con quién crea conveniente en pos de intereses colindantes, tácticos, de estricta actualidad, sin alterar en nada su legitimidad ni poner en duda su rumbo estratégico. 
 
Hasta ahora, la única ventaja con que cuenta Alfonsín (h) es la insolvencia intrínseca de la otra alternativa que asomaba antes de su lanzamiento al magma de la carrera presidencial: Macri. Su única riqueza consiste en la pobreza, de forma y de fondo, de quienes sólo tienen dinero.
 
A la oposición le interesa la calidad institucional tanto como a Falcioni el jogo bonito. El plebiscito donde resultó triunfante el gobernador de San Juan, alineado claramente con el gobierno nacional, demuestra que el oficialismo resulta imbatible en las urnas. Y la derecha no logra redondear una respuesta. Cuando en octubre de 2006 el obispo Piña, de Misiones, se impuso a un proyecto reeleccionista similar al impulsado ahora por Gioja, el variopinto espectro opositor creyó falible al kirchnerismo. Encontró entonces un hueco discursivo sobre lo institucional por donde entrarle, y apeló desde entonces a una dudosa moral democrática para enfrentarlo. Ahora ni eso.
 
A los enemigos del proyecto nacional y popular apenas si les quedan vagos rastros de un ex fuego que ya no alumbra ni da calor. Ahora que hace noche en su cielo sin luna, es sol radiante lejísimo de allí, en esta democracia.  
 

* Publicado en Tiempo Argentino, 12/5/2011

sábado, 7 de mayo de 2011

Un intelectual a medida del alfonsinismo

Sábato o la curiosa civilidad de un “demócrata” 

Publicado el 6 de Mayo de 2011

 
 
 

Relativizar la anuencia del escritor para con el régimen apelando al ‘contexto general’ o al ‘pensamiento medio de los argentinos’ diluiría al mismo tiempo el claro ejemplo de valientes intelectuales contemporáneos de Sabato, como Roberto Santoro o Paco Urondo.
 
La muerte en Occidente, también la de Ernesto Sabato, suele situarnos ante conflictos de índole moral. Entre otros, el siguiente: ¿es legítimo objetar las conductas de quien ya no puede defenderse? Quizá el contexto o la espesura de lo que se reproche resuelvan ese dilema. Tratándose del accionar público de Sabato durante el mayor genocidio que haya padecido nuestra historia social, modestamente entiendo que el uso del arma de la crítica está plenamente justificado. 
 
 Si a los “librepensadores”, privilegiada condición social a la que sólo pueden acceder intelectuales no orgánicos de la causa popular, se les permiten ciertas jactancias ataviadas de “licencias poéticas”, ¿por qué no puede cuestionarse la actuación civil de un escritor? La individualidad de nuestros pensamientos, así fueran geniales, no va a preservarnos de la Historia. “Sólo la construcción colectiva nos reivindicará” frente a ella, como rezongó Néstor Kirchner a José Pablo Feinmann. Para lo otro están los circuitos académicos, los suplementos culturales y los premios literarios, como el Cervantes, que Sabato supo cosechar en vida. Para el surrealista Paul Eluard, “el espíritu sólo triunfará en sus manifestaciones más peligrosas. Ninguna audacia intelectual puede conducir a la muerte.” Menos aún la vacilación. 
 
 Por cierto, no sólo el almuerzo con Videla –que también compartió Borges– escandaliza en este escritor. Sabato fue funcionario de Aramburu; apoyó el golpe de Onganía; festejó con énfasis y declaraciones públicas los mismos goles que gritó la Junta Militar en el Mundial ’78; ya en plena carnicería genocida, confundió imperdonablemente el objeto de su furia contra los totalitarismos, escribiendo lo que sigue para una publicación alemana: “A Perón le faltaba toda grandeza; fue un siniestro demagogo, que se rodeaba de criaturas corruptas y serviles y que perseguía a todos los que no pensaban como él con cárceles, torturas y asesinatos.” Todo esto sin contar el patrioterismo que le subió como un sarampión cuando J&B Galtieri invadió las Islas Malvinas, ni mensurar que en 1984, ya durante los tiempos de la legalidad republicana, Sabato todavía defendía públicamente al nuncio apostólico monseñor Pío Laghi, amigote de Massera y confidente de torturadores. 
 
 Relativizar la anuencia del escritor para con el régimen apelando al “contexto general” o al “pensamiento medio de los argentinos” diluiría al mismo tiempo el claro ejemplo de valientes intelectuales contemporáneos de Sabato, como Roberto Santoro o Paco Urondo. Para que se entienda: si hablamos bien de Rodolfo Walsh, ¿podemos no hablar mal de Sabato? Ellos sí fueron comprometidos, no sólo con su tiempo histórico (al fin y al cabo Ernesto dio cuenta de él almorzando con Videla y reclamándole por los derechos de autor de los escritores), sino con el destino de su pueblo, que es más determinante. Ni siquiera la muerte hace que todo dé lo mismo. 
 
 Lo grave no fue, pues, sólo la comilona con el dictador, sino lo que Sabato dijo a su salida, tras haber callado ante el general el secuestro de Haroldo Conti, a pesar del encargo previo formulado expresamente por los grupos que denunciaban la represión del régimen. “Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”, comentó el escritor tras el tentempié. Sus dichos fueron reproducidos ampliamente por la prensa cómplice. Fotocopias de esos artículos de diario fueron repartidos por las embajadas argentinas en las naciones de Europa donde la colonia exiliar de nuestro país, cuyos miembros eran tratados de “anti nacionales”, buscaba llamar la atención sobre los crímenes. Para entonces, en la Argentina ya habían sido secuestrados decenas de intelectuales, sin contar los trabajadores.

Todas estas evidencias están expuestas con sobrado rigor documental en una célebre polémica que Osvaldo Bayer y el mismo Sabato mantuvieron en el Periódico Madres de Plaza de Mayo, en marzo de 1985. Aquel debate ya forma parte de nuestra cultura post dictatorial, y aunque se quiera impedirlo, es continuado ahora por las nuevas generaciones, que asisten a él sin cola de paja ni deuda alguna con el pasado, porque comprende eso tan vivo y palpitante que todos juntos componemos, incluso sin tener cabal conciencia a veces de ello: la Historia de los pueblos. No de la literatura. 
 
 Si no, ¿cómo se explica la inmediata operación cultural de los medios hegemónicos tras la muerte del escritor? Grondona y Kovadloff llorando como viudas, ¿qué quiere decir? Strassera y Fernández Meijide convocados de urgencia por Magnetto, que hizo de la muerte de Sabato el primer acto de campaña de su nueva esperanza electoral, Ricardo Alfonsín, cuyo apellido siempre estará ligado a la democracia domesticada que ansían nuestras élites culturales y económicas, tan distante de la que estamos construyendo, ¿cómo se neutraliza? 
 
 La derecha en sus múltiples variantes y discursos siempre aspirará a frustrar el proceso de reapropiación crítica sobre nuestra historia de dos siglos de derrotero, incluida la política de impunidad –disfrazada de “ejemplificadora justicia”– del primer alfonsinismo, de la que Sabato fue su más emblemático intelectual orgánico. 
 
 Y sí, en 1984 el escritor se convirtió en el pensador a medida de aquel radicalismo en ascenso. Su eterna desesperanza y sus cuestionamientos a “las bandas terroristas que sin dudas han sido puestas en gran parte bajo control” por la Junta Militar, lo convirtieron en el modelo perfecto de intelectual de la “democracia” reconquistada, institucionalidad que nunca honró la palabra que la nombraba sino hasta muy entrado el año 2003, y cosechó entonces su gran premio cívico: redactar el prólogo del informe Nunca Más, confeccionado por la comisión de “notables” que él presidió (la CONADEP), y en el que Sabato plasmó en pocos párrafos esa criatura que dio en llamarse “teoría de los dos demonios”. 

Esa infame versión radical sobre el terrorismo estatal no fue, en verdad, fruto del pesimismo literario de Sabato. Ya en las primeras medidas del gobierno de Alfonsín estaba expresada. Bien lo dice Ulises Gorini en su libro de investigación sobre la Historia de las Madres de Plaza de Mayo: “La secuencia numérica de los decretos que ordenaban el enjuiciamiento de las cúpulas guerrilleras y militares –el 157 y el 158, respectivamente– llevaba la marca poco sutil de una periodización de la historia funcional al mito de los ‘dos demonios’, según la cual la acción guerrillera había precedido a la represión militar, a la vez que la última había sido una respuesta a la primera.” 
 
  En una carta que Sabato recibiera del Che alguna vez, Guevara ennobleció al escritor, sólo que hacia adelante. “Sé que ese día su arma de intelectual honrado disparará hacia donde está el enemigo, nuestro enemigo, y podremos tenerlo allá, presente y luchando junto a nosotros”, le dijo en el tramo final de la misiva, escrita en 1960. Sus juicios pesan todavía. 
 
 Es la Historia, que “se cuenta sola; sólo hay que saber leerla”, la que revirtió aquel fallido pronóstico del legendario comandante revolucionario.