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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

domingo, 17 de junio de 2012

El militante que buscaba la palabra justa

36 años sin francisco “paco” urondo
 

Hace 36 años, el 17 de junio de 1976, en Guaymallén, provincia de Mendoza, el poeta, periodista y militante montonero Francisco “Paco” Urondo cayó abatido por una patota militar, junto a su compañera Alicia Raboy, también periodista.

 

Su hija Ángela, por entonces una niñísima de once meses de edad, viajaba en el auto interceptado por el operativo represivo donde fue asesinado su papá y secuestrada su madre, llevada posteriormente a la D2 y desde entonces desaparecida. Su vida fue salvada de milagro y sobrevivió a la caza militar. El pasado 7 de junio, Ángela Urondo escribió lo que sigue en su muro de Facebook: en este Día “puede ser fácil recordar a Urondo o a Walsh. Yo quiero recordar a mi madre, Alicia Cora Raboy, periodista del diario Noticias, que escribía en la (también desaparecida) sección Gremiales. En nombre de mamá (y de) todos los periodistas desaparecidos anónimos, que no tienen lugar en las marquesinas de la memoria colectiva.” 
 
 También las Madres de Plaza de Mayo dedicaron el último Día del Periodista a los centenares de profesionales de la comunicación desaparecidos por la dictadura militar, cuya larga lista se conoce por su número, por el drama social que encierra en sí misma (el secuestro y la muerte de los que se animaron a denunciar lo que estaba ocurriendo en el país), y no por los nombres y apellidos que la integran. “Este día de hoy está dedicado a todos los que nos quieren seguir contando la verdad, esa verdad que es indispensable y necesaria para ser libre; y este día de hoy está dedicado a los 150 periodistas desaparecidos”, dijo Hebe de Bonafini el jueves 7 de junio, en la Plaza de Mayo, en reivindicación de aquellos periodistas, verdaderos militantes de la vida y la libertad. Hebe no habló de uno o una en particular, aunque culminó su discurso con la lectura de un tramo de la carta que Rodolfo Walsh le escribiera a su hija Vicky, cuando supo de su muerte en combate. En un periodista desaparecido, todos los demás.  

 
 Por cierto, Urondo estaba entre esos 150. Por periodista, por poeta y, esencialmente, por militante. Como dicen las Madres, “a nuestros hijos se los llevaron por revolucionarios, no por médicos o intelectuales o trabajadores”. Su entrega apasionada a todo lo que hacía, su amor a la verdad –que es revolucionaria– no le dejó ver dónde terminaba un oficio y empezaba el otro. Quizás ni siquiera existan tales fronteras, inventadas de apuro por los fundamentalistas de la posmodernidad y el fin de la historia. Para Urondo, no había bordes que limitaran su compromiso. Su amor al pueblo era uno e indivisible. En uno de sus poemas más célebres, escribió “empuñé un arma porque busco la palabra justa”. Nunca la poesía y la revolución se habían fundido tanto, en un solo gesto.  

 
 El ejemplo de aquel ejemplar ciudadano argentino, digno hijo de su tiempo, olvidado durante muchos años por la cultura oficial de nuestro país, cobra especial valor en la perspectiva de las actuales prácticas de tantos periodistas que hoy, bajo las circunstancias de otro tiempo, creen que el mundo termina donde empieza su oficio. Que su profesión no sólo limita con otras adyacentes, sino que de ella depende el destino inmediato de la humanidad. No aceptan relatar los hechos de la realidad, incluso interpretarlos; quieren forzarlos de modo que sean otros, y calcen perfectamente en sus enunciados. A contramano del curso de la historia, se autoproclaman fiscales de la República, salvadores de la honestidad de la Nación, y última reserva moral de la sociedad capitalista. Pobres. 

 
 Porque las circunstancias sociohistóricas podrán variar, pero siguen siendo iguales la noción de ética, el compromiso con la verdad y el pueblo, la generosidad con los que menos tienen y más sufren, el firme apoyo a las fuerzas sociales que, aun con sus imperfecciones, luchan decididamente contra los poderes fácticos, y más si, como desde hace nueve años ocurre en la Argentina, tienen consigo el control de los mecanismos más importantes del Estado. 

 
 “¿Soy el Poeta de la Revolución/ acaso, como dice/ por ahí –bromeando–/ un compañero de cárcel? No. El poeta/ de la Revolución es el Pueblo”, escribió en soporte poesía Urondo. Paco se sabía parte de un colectivo social (la clase trabajadora, con empleo y no), mucho más amplio, vigoroso y gravitante que su propio ombligo. No se la creyó. Se sentía absolutamente empatado al resto. Uno más entre sus iguales de clase. Fue, sin dudas, uno de los poetas más exquisitos que hayan dado las letras argentinas, mérito que no le impidió aceptar humildemente, compañeramente, las tareas y los destinos militantes más difíciles. 

 
 Y sí. Aquella generación sabía que lo importante, lo que verdaderamente podía cambiar la historia, era el esfuerzo colectivo, no la lucidez personal. Su única épica posible era en plural. Como tantos y tantas, Urondo se sentía parte de un todo, que incluía un rasgo generacional, pero no únicamente. 

 
 Con el kirchnerismo, el atributo colectivo de la política recobra intensidad y sentido. Como no pasó nunca desde 1983, la política vuelve a enamorar. Entra por los ojos de esos pibes y pibas que militan, protagonizan el ciclo abierto en 2003 y hasta lo conducen en áreas sensibles del Estado. Pero Axel Kicillof, por citar al más encumbrado de entre los últimos, no es sólo él, sino el emergente de una decisión política mucho más vasta: darles espacios estratégicos a los jóvenes, para que sea su propia dinámica la que renueve la política, dinamice el Estado y aleje al sistema de toma de decisiones de las viejas prácticas que rigieron al país durante los últimos 35 años, absolutamente funcionales al liberalismo tardío, al alineamiento nacional con las economías industrializadas de los países centrales, y al brutal desmantelamiento de nuestro aparato productivo, incluso en clave burguesa. Ojalá esa renovación en las estructuras estatales comprenda también a otras instancias decisivas de la sociedad democrática: los sindicatos de trabajadores y la justicia.  

 
 No sabemos si Paco Urondo habría adherido al kirchnerismo. Ni su grado de empatía o crítica con él. Sería una deshonestidad intelectual e histórica arriesgarlo. Profundo y reflexivo, sí, pero ingenuo o banal, jamás. Crítico, seguramente; neutral, difícil. Pero de una cosa sí estamos seguros: nunca habría aceptado arrastrarse ante los empresarios que hicieron negocios con la dictadura que masacró a sus compañeros, y menos que menos apelando al oficio periodístico, victimizándose tristemente por eventuales hechos de censura, justo en los medios de comunicación que silenciaron su muerte, que trataron de “terrorismo” a su amor por el pueblo y la revolución, justificando la masacre, y que cubrieron con mentiras y olvidos el último gran genocidio argentino.

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