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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 25 de agosto de 2011

La “exaltación lírica” de Cristina


Estadista, líder y mujer
Publicado el 25 de Agosto de 2011
A la autodenominada izquierda clasista y revolucionaria le crece el mismo injusto desdén por el kirchnerismo. Mendigan a un periodista de chimentos poder presentarse a elecciones”.



Pasan los días, y las hirientes declaraciones del enemigo de derecha no hacen sino destacar aún más la virtud humilde de su gesto vencedor, templado pero firme. Nunca se la vio sonreír tanto durante su mandato. Pocas veces se mostró en público tan feliz, tan soberana de su sonrisa, tan dueña de una situación que dominaba sin mayor esfuerzo, contemplándola serena desde el fondo de sus ojos delineados hasta la caligrafía. Tan suelta en su movimiento de cabeza y brazo derecho, con el cual seguía las canciones que entonaban fervorosos los militantes reunidos en el Hotel Intercontinental, mostrándose ella misma como la militante que nunca dejó de ser, ni siquiera a la hora de investir los cargos más importantes de la institucionalidad argentina. En “constante estado de exaltación lírica”, como hubiera escrito el poeta Raúl González Tuñón, cuya estrella se había apagado también un 14 de agosto, pero de 1974.


Nuestro pueblo se merecía la felicidad de esa histórica jornada. Pero Cristina Fernández de Kirchner se la merecía todavía más. Sólo esa mujer sabe cuánto costó alcanzar esa cantidad de votos, en un comicio como no se recuerde otro desde reconquistada la legalidad democrática.


Definitivamente, el éxito del Frente para la Victoria es absolutamente suyo. Su cosecha de votos es de su propia siembra. Cristina demostró ser la auténtica líder de este pueblo para esta circunstancia histórica. Que ambos se hayan descubierto aquí en el Sur mientras en el mundo suceden acontecimientos tan particulares no es un dato menor de la ciencia política.


Siempre desconfié de cierto ego e individualismo en las personas, muy natural, por cierto, en hombres y mujeres que nacemos, vivimos y nos desarrollamos en sociedades capitalistas, cuya lógica de acumulación tiende a blindarnos y volvernos ajenos, distantes, enemigos de los demás, así seamos iguales en casi todo. Así ocurre con los políticos, los centrodelanteros, los cirujanos, los reparadores de zapatos, los dueños de las fábricas de zapatos; no así con la mayoría de los poetas, como González Tuñón, que dejó su verso para que otros –yo en este caso– refieran con él a la presidenta del mismo país que habitamos con casi cuarenta años de distancia.


Pero los periodistas, sí. Difícilmente un periodista se confiese “oficialista”, por más que lo sea.


Evidentemente, el término tiene una carga negativa, de la que muchos huyen con vergüenza, pero que no se explica sola, en sí misma, sino en su contexto: ¿oficialista de quién? Por mi parte, me considero miembro de esa “mierda” oficialista, nacional y popular, de la que tanto abominan los mierda “independientes”, elitistas y extranjerizantes. Oficialista, sí, de un gobierno que enfrenta a los poderes fácticos con sus armas legítimamente conquistadas: la institucionalidad, ciertas aptitudes personales de la mandataria, y el aporte militante de crecientes segmentos de la población.


A propósito, algunas mañas intelectuales y otras mezquindades políticas, me hacen acordar a mi adolescencia, cuando a empecé a escuchar los Redondos. Por cierto, sería una trivialidad comparar al rock y la lucha de los pueblos, pero evidentemente ciertas miserias humanas se encuentran en ambos. Allá por mis tiernos años de escuela secundaria, siempre había algunos más grandes que yo, de esos que se las saben todas, que criticaban a la banda por la decisión de llevar sus ceremonias paganas al estadio Obras, templo del rock business. Justificaban su derecho a despotricar contra el Indio en sus decenas de noches viendo a los Redondos en Palladium, en Cemento, en Prix’D’Ami, entre otros reductos. Yo, apenas simpatizante del grupo, no tentado por ningún otro proyecto colectivo que no sea la música (rasgo distintivo de aquella “juventud perdida” de los años noventa), me sentía de prestado en una celebración que quería y necesitaba fuera mía también.


Cualquier parecido con la vanguardia autosuficiente del marxismo local es mucho más que mera coincidencia. A mí todo eso me parecía una soberana pelotudez, pero me enojaba. Al igual que


Cristina con los medios, ya no me pasa. ¿Acaso la vetusta institución Izquierda tiene que darles carnet de revolucionarios a Cristina, a este proyecto nacional y popular, a quienes lo componemos desde las orillas y hasta las alturas, para que lo sean?


Si bien distinto, algo similar ocurre con los poetas respecto de los cientistas sociales, no tratados como corresponde ni siquiera en el celoso mundo de la literatura, y aún más devaluados en el riguroso campo de la filosofía política. ¿Su pecado? Conmover. Pero el corazón tiene razón, siempre. También en política. Si no, ¿cómo se explica el liderazgo de Cristina, que cuando llora hace llorar, y en ese simple acto de apretar los dientes para evitar lo inevitable advertimos de un tirón todas las mentiras a las que la somete el espectro mediático? ¿Quién dijo que lo que le hace bien al corazón está contraindicado para la cabeza? ¿No es cierta poesía un tratado político y filosófico,  ético y estético, sobre el hondo misterio que empuja a los pueblos a cambiar la vida?


A la autodenominada izquierda clasista y revolucionaria, le crece el mismo injusto desdén por el kirchnerismo. Toda la vida soñando en sus volantes con ver al pueblo trabajador a la ofensiva, y una vez que eso sucede, mendigan a un periodista de chimentos poder presentarse a elecciones. Ni hablar de quienes ni siquiera clasificaron en la liguilla para las presidenciales de octubre. Y eso que Néstor Kirchner logró lo imposible: que sus fracciones se junten en un frente común que aspire, al menos, a cierto dígito porcentual, mucho más potente que antes, cuando estaban separados en tribus aún más insignificantes, como las que seguían a los Redondos por Skaylab y el Margarita Xirgu, no obstante lo cual los cerebros del trotskismo criollo dicen que fue un intento K de proscribirlos ante la clase trabajadora. 


A todos ellos, sin embargo, el proceso histórico que a Cristina le toca conducir les da la posibilidad de redimirse. De sumarse, aunque tarde y a la cola, a un proyecto colectivo y ambicioso como no se conoce otro en los últimos treinta años. Antes, claro, deben consentir que ella tenía razón, desde la confección de las listas hasta el estilo moderado en la alocución, sobrio en las palabras pero progresivo en las medidas. Y eso es doble mérito, porque una cosa es conducir un proceso político y social en ascenso, desde el arrebato que permite la calle, y otra muy diferente desde la representación más alta de la institucionalidad de una formación social mientras ella se encuentra en plena mutación.


Simplemente, Cristina demostró ser la mejor de todos nosotros. Su gravitancia resulta una ventaja decisiva de cara a las próximas batallas que tendremos que librar, y otras que ya han comenzado.


“Esa estrella era mi lujo”, diría Patricio Rey.

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