Yo creí que este país lleno de sur, apenado, hermoso, tantas veces injusto, contradictorio, no tenía arreglo cuando en 2003, el candidato a presidente que lo había destruido resultó el más votado.
Yo no creía que aquella segunda vuelta que no fue, pudiese hacer el milagro de evitarle a este país, a este pueblo, el desastre total de regresar a lo peor de la década del noventa, ya en pleno siglo XXI. Me sabía condenado a fracasar con total éxito.
Y me equivoqué. Pero creí estar seguro que esa gracia que empezó en 2003 se acababa sin remedio la fría madrugada de julio de 2008, cuando el vicepresidente de la Nación votó en contra del gobierno que formalmente integraba, y el poder transformador, transgresor, interpelante del oficialismo parecía licuarse del todo.
Y volví a equivocarme. E insistí en el error la oscura noche del 28 de junio del siguiente año, cuando pensé para adentro, sin confesárselos a mi mujer ni a mis compañeros, con los ojos llorosos ante mis hijas que dormían, que ahora sí estábamos liquidados, que si Kirchner no podía vencer, al menos por pocos votos, al colombiano, o a su imitador televisivo al menos, entonces no había caso.
Como no había caso, creí yo, triste y vencido por el dolor, el día que esperando al censista no lograba entender que quien no pudiera ser cifrado entre la multitud de argentinos y argentinas que somos, fuera Néstor. Justo él. El del humor y la osadía eternos. El que no le pudo ganar a Menem y no obstante se las ingenió para darle una zurra bárbara al establishment que el riojano representaba.
Y ya ven, sin embargo. Hasta aquí hemos llegado, lejos y alto: ley de Medios, Asignación Universal por Hijo nacido y en gestación, fondos de los trabajadores recuperados para el país de la producción y el empleo, y una elección presidencial golpeando la puerta, pidiendo pista para entrar a confirmar que sí, que vamos por todo lo que falta. La belleza para todos; para todos el libro y la milanesa. Eso tan simple y tan complejo que creí imposible hace ocho, nueve, diez años atrás, ante tanta muerte en las calles, ante tanto hambre quemándose en los puentes.
Ahora ya no me equivoco más. Nada me puede hacer creer lo contrario. Ni que gane Macri.
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