Voluntad popular
Publicado el 18 de Agosto de 2011
Por Demetrio Iramain
Tiene razón Cristina: nadie cuenta con el apoyo cautivo de nadie. Si así lo permitiera la historia, aún seríamos colonia. Claro que el voto del ya histórico domingo 14 de agosto es demandante de conquistas que restan alcanzar todavía. Por ejemplo, la plenitud de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
A propósito, cada vez que el oficialismo perdió una elección en el presente año (y fueron por cargos locales y en sólo dos distritos), los medios que ya sabemos citaron invariablemente el término “kirchnerismo” o los nombres de los candidatos derrotados en sus títulos de portada. Con desesperación, buscaron presentar definitivamente vencidos a los circunstanciales perdedores. Ahora que triunfó Cristina y el oficialismo arrasó en todo el país, eligieron poner la carga de las tapas de sus diarios en el alto nivel de participación ciudadana. Como si les hubiera subido un extraño apego por la calidad democrática, hasta entonces desconocido. Nos están cargando.
Ya hubiera querido Magnetto que algún candidato opositor alcanzara ante Cristina al menos el 28% que reunió Filmus en Buenos Aires, para acreditar en una única cuenta todo el débito de las operaciones políticas y mediáticas de aquí a octubre. Pero ni eso: en apenas cuatro puntos porcentuales, casi 40 puntos por debajo de la presidenta, se amontonan cuatro candidatos opositores, que reclamarán para sí (sin argumentos excluyentes) el apoyo del vecino. Tanto andarán a los codazos que ya ni el espanto podrá unirlos.
Precisamente, menos de un año atrás la Corte Suprema dictó un fallo que mantuvo al Grupo Clarín bajo el paraguas que le había abierto la justicia cautelar de las instancias inferiores. Gracias a aquel dictamen, todavía hoy se mantiene a salvo del artículo 161 de la Ley de Medios, que lo obliga a desprenderse de las muchas licencias de más que concentra en el mercado mediático.
El fallo de la Corte fue paradójico porque, si bien confirmaba la plena vigencia de la Ley 26.522, le permitía al principal propietario de medios que exceden por varias decenas el límite establecido, retenerlos por un período indeterminado de tiempo, tan laxo que llega hasta hoy. Tratándose del Grupo Clarín, sin la plena vigencia de ese artículo, la norma se veía afectada en su espíritu más íntimo.
Si bien contaba con suficientes argumentos jurídicos para desestimar el amparo, la Corte no quiso definir la puja política entre la democracia y Magnetto, y optó por patear hacia adelante su decisión y atarla al resultado de las elecciones generales. Pues bien: el 14 de agosto también ganó la Ley de Medios de la Democracia y del amplio abanico social que la conquistó, señorías.
Sin dudas, el polémico dictamen del máximo tribunal le otorgaba a la oposición política una ventaja excesiva de cara al proceso comicial del año en curso: la ilegal concentración de medios radiales y televisivos, para que intervengan de modo determinante sobre la subjetividad popular durante la campaña. No ocurrió del todo. Si bien la nueva ley electoral no pudo impedir ciertas operaciones políticas y mediáticas, el acceso igualitario a los espacios publicitarios por parte de todos los candidatos significó un hito en la calidad democrática imposible de soslayar.
Ciertamente, la derecha mediática y sus empleados en la política estaban cebados. Las derrotas electorales de los candidatos del FPV en Buenos Aires y Santa Fe, que quisieron exportar forzadamente a Córdoba, llevaron a sus paladines a cometer errores groseros. Ejemplo: Zaffaroni.
Sólo Binner se dio cuenta del inexorable fiasco mediático de la campaña contra el juez, y se corrió a tiempo, aunque por pura necesidad: su muy particular “socialismo” liberal disputaba votos con el progresismo de retaguardia del radicalismo. El de Santa Fe, desorientado por el ajustadísimo triunfo a lo Das Neves de su delfín político, ganó, al fin, un poroto. Uno solo. Y ni siquiera pudo disfrutarlo del todo: en las primarias, Cristina lo venció en su propio distrito.
Quisieron ir por el juez, para condicionar a la Corte, y terminar de escalar el breve cerro que treparon en Buenos Aires y Santa Fe, y rebotaron. La opereta terminó en contragolpe nacional y popular, evidenciándose nuevamente ante los ojos de la sociedad democrática a qué juegan la oposición y su red de medios hegemónicos: a disimular lo que, Miguel del Sel, el del humor facilongo, no pudo sostener en secreto ni por un solo día: la opción por esa derecha vulgar, primaria, que el bonaerense expresaba y que ahora buscará representación en quien se anime a levantarla en octubre. Por cierto, que sea justamente Fernando de la Rúa quien salga a hacer fuerza por uno de los candidatos del pelotón de segundos, para imprimirles al mismo tiempo confianza a todos los demás, no debiera resultarles muy esperanzador. No sé, digo…
Nos habían aturdido con los triunfos opositores en dos distritos importantes. Pintaba el desconcierto, parecía. Hasta que de tanto darle vuelta a la maquinita de desequilibrar emocionalmente, el procedimiento falló. Falsearon la rosca. Ya no cierra.
Ni qué hablar tras las elecciones del domingo, celebradas en todo el país, con índices de participación que superaron a los de una elección general y marcaron un récord desde 1983. Ahora van a decir que el país marcha inexorablemente hacia la instauración de la hegemonía más larga que conozca nuestra democracia, obviando su propia hegemonía, la mediática, que se mantiene por lo menos desde reinstaurada la legalidad republicana, sin contar los pactos con la dictadura expresados en la trama Papel Prensa.
La actual Corte Suprema siempre sostuvo que “judicializar los conflictos no es el mejor camino; lo mejor es que se resuelvan en el campo de la política, (que) para eso funciona”, como señaló en abril de 2008 el doctor Ricardo Lorenzetti, presidente del tribunal.
¿Habrá mejor resolución política que un resultado electoral? Siendo representativa nuestra democracia, y más allá de la importancia de la militancia y la movilización popular, ¿existe una opinión política más concluyente y significativa que los votos, reunidos a contracorriente del discurso mediático? ¿Cuánto tiempo más podrá seguir sin aplicarse plenamente la Ley de Medios, también sobre el más grande acopiador de micrófonos y cámaras?
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