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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 9 de junio de 2011

Estaremos siempre junto a las Madres

TIEMPO ARGENTINO



HEBE Y LA LUCHA DE CLASES

Publicado el 9 de Junio de 2011

Había que tener agallas para plantarse en plena Plaza de Mayo durante los años de la crueldad neoliberal, y soñar en voz alta con el socialismo y reivindicar a los hijos como revolucionarios.
 

La lucha entre clases sociales contrapuestas, antagónicas, no es la resultante de un ejercicio intelectual, abstracto. Por el contrario, existe. Se toca con las manos. Se cobra a fin de mes. Se han escrito largos libros y gordas teorías de flacos aportes para desvirtuarla, para decir que ya no explica el mundo, que ya no alcanza para comprender la Historia y proyectar el futuro, y –no obstante el gran aparato propagandístico con que contaban– han convencido a pocos. El tan promocionado “fin de las ideologías”, que entusiasmó a tantos, no llegó solo; fue acompañado de abundante literatura y filosofía, de cátedras muy bien rentadas, que la propia Historia se encargó de desmentir.
Con naturalidad y gran eficacia, Hebe de Bonafini ha vuelto estos días a ese concepto central del pensamiento político y filosófico, que estructuró las luchas y los procesos sociales de todo el siglo XX. Nunca se fue de su clase, Hebe. Su pertenencia al segmento social de más abajo, que jamás se extravió de su conciencia, la defiende mejor que nadie de las mugres y mentiras que sus enemigos mediáticos, de clase también, tienden estos días sobre ella y sus heroicas compañeras, las Madres de Plaza de Mayo. El pueblo de a pie, que no tiene para comprarse una Ferrari, sabe. Hebe le habla de igual a igual. Su palabra conversa con su pueblo sin mediaciones, porque de él respira.
Ejemplos cotidianos sobre la coherencia entre las condiciones de vida de cada Madre en lo individual, y en su comportamiento público, sobran. ¿Qué es si no la ética? ¿Se puede vivir diferente a lo que se dice, u obrar distinto a como se piensa y vive? ¿De qué hablamos si no cuando hablamos del Che?
Es absolutamente cierto que las Madres se pagan hasta el agua. Yo las vi con mis propios ojos recolectar el dinero para pagarse el almuerzo, redondear para arriba y no hacer problema por las monedas, con tal de terminar rápido el trámite y empezar raudamente la reunión de elaboración política y reflexión colectiva de cada día martes. Parecen quinceañeras haciendo tiempo para ir a bailar.
Yo las vi viajar todas juntas en micro a Córdoba (y no en avión, sólo la presidenta de la entidad), a comandar el acto que Hebe compartió con Fidel Castro y Hugo Chávez en el campus de la universidad nacional que fue cuna de la Reforma de 1918.
Pero seguramente el argumento político más claro al que recurrir para preservarlas ante las calumnias de sus enemigos, es contraponer en blanco sobre negro las injurias de ahora con aquella posición histórica asumida por la Asociación Madres de Plaza de Mayo, tomada durante la década de 1990: el rechazo a cobrar las cuantiosas indemnizaciones monetarias que el Estado (por entonces neoliberal, perdonador, cómplice de los genocidas) ofertó a los familiares de los desaparecidos, a modo de perverso reconocimiento de su responsabilidad en el genocidio.
Había que tener agallas para plantarse en plena Plaza de Mayo durante los años de la crueldad neoliberal, y soñar en voz alta con el socialismo, reivindicar a los hijos como revolucionarios, aceptar que podían haber sido guerrilleros pero nunca “perejiles”, y gritar contra la corriente derrotada y posibilista “el que cobra la reparación económica se prostituye”. Sólo las Madres tuvieron el coraje de hacerlo.
Quienes quieren bien a las Madres muestran ese conmovedor rechazo a vender la sangre de los hijos e hijas por un puñado de dólares en bonos de cancelación de deuda, y de ese modo silencian abruptamente a sus calumniadores. Sólo con eso alcanza.
La reparación económica fue repudiada tajantemente por las Madres, no así por el resto de organismos de Derechos Humanos (excepto la Asociación de Ex Detenidos), que sí la cobraron. La compensación monetaria resumió exactamente la necesidad capitalista de cosificarlo todo, de expresar en valor de cambio hasta la vida de los revolucionarios que dieron lo mejor de sus capacidades humanas para transformar desde la raíz este injusto sistema de organización social, que todavía rige las relaciones entre las personas y tiende a deshumanizarlas. 
Tan vergonzosa e inaceptable fue la oferta, que la reparación económica distinguía los montos a ser pagados según el “lucro cesante” que había dejado cada desaparecido: cierta cantidad para un obrero raso, y otra muy superior para los deudos de un doctor. ¡¡Justo a ellos, los revolucionarios, cuya mayor grandeza, su mayor gesto ético fue haberse igualado entre sí, sin distinción patrimonial alguna, y hacer una argamasa de vida y sueños con los desheredados por el capitalismo!!
Pero, atención: si bien la histórica discrepancia respecto de las reparaciones económicas expresa concepciones distantes sobre los derechos humanos, lo que sale a la luz no es eso ahora, sino la necesidad perentoria de los enemigos del gobierno nacional por desprestigiar al proyecto popular en curso, que tiene en las Madres de Plaza de Mayo a uno de sus principales sostenedores, mal que les pese a muchos, que no son tantos, pero conservan todavía cuantioso poder mediático.

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