sin “grieta” no hay historia
Al
fin arribamos los argentinos, y por segunda vez, a las PASO. Llegamos
al comicio, sin embargo, con una carencia vital: la frustrada elección
popular de los miembros del Consejo de la Magistratura. Una verdadera
lástima. "No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió",
canta Joaquín Sabina. Es dramáticamente cierto en nuestra democracia de
treinta años.
Se sabe: la corporación judicial se puso en guardia, mostró las uñas y falló sobre sí misma, impidiéndole a la ciudadanía que participe del único poder del Estado democrático adonde tiene vedado expresamente el ingreso, y que insiste en gobernarse solo, sin la legitimidad que da el voto universal, libre y secreto. Si en la vida hay que elegir, la Corte lo hizo: optó por desechar la histórica posibilidad de encabezar la democratización del Poder del Estado del cual es su máxima autoridad.
Es una pena que la democracia no haya podido todavía prender la luz y descubrir, sin otro esfuerzo que mirar, las oscuras vinculaciones de varios de nuestros jueces con el poder real. Y no sólo los jueces: basta ver el caso adelantado por este diario el sábado 3 de agosto, en el que queda claro que los compromisos de la justicia con los genocidas exceden a los magistrados y llegan hasta instancias auxiliares del Poder Judicial, como lo es el sensible Cuerpo Médico Forense dependiente de la Corte Suprema.
Que los jueces insistan en querer cogobernar no hace sino presagiar nuevos conflictos: el de un pueblo que, inexorablemente, redoblará su esfuerzo hasta terminar imponiendo su derecho a decidir los destinos del país. Los jueces son los grandes voyeuristas de la democracia. Intervienen en la política, pero no dejan que la política se entrometa en su quehacer. Son activos jugadores, pero juegan de telespectadores pasivos, que escrutan el mundo desde lejos, por control remoto. Ya nadie les cree.
¿Cómo explicar que Guillermo Moreno sea llamado a declarar justo cuando la Secretaría de Comercio Interior manda a clausurar supermercados por violación al acuerdo de precios y se dispone a aplicar la Ley de Abastecimiento contra los productores que esconden el trigo en sus campos?
Fue realmente una pena aquel fallo de la Corte, el último –hasta estas horas– de su cosecha 2013. Sergio Massa hubiera podido candidatear con total libertad a su fiscal Julio Novo, por caso. Los radicales habrían blanqueado su favoritismo por Ricardo Recondo. El fiscal Marijuan podría haberse probado el traje del fervor popular, y Lorenzetti el de la oratoria. El lamentable fallo en la causa Schoklender, dictado un jueves por la tarde, mientras las Madres marchaban en la Plaza donde lo hacen desde hace 37 años, dado a conocer a los medios periodísticos antes que a las partes, hubiese sido leído sin demasiadas adjetivaciones como lo que definitivamente fue: un vulgar acto de campaña electoral de la variopinta oposición.
Pero no. Habrá que seguir construyendo poder popular, acumulando experiencias, arribando a nuevas síntesis, logrando consensos, para concretar en la institucionalidad democrática los cambios que hace rato crujen en nuestra cultura política. No es verdad que el kirchnerismo abrió entre los argentinos una "grieta" insalvable, nueva, que nos divide irreductiblemente en bandos irreconciliables, eternamente enemigos. Esa "grieta" –si tal cosa existe– siempre estuvo. Supura todavía. La abrió brutalmente el genocidio provocado por la dictadura cívico-militar. Mide treinta mil ausencias para siempre de profundidad. Pero la hegemonía político-cultural que sus mandantes económicos construyeron luego la volvió perfectamente invisible. Parecían naturales, como caídos del cielo, la dominación y los perversos mecanismos para perpetuarla. Por suerte, desde el año 2003 esos pernos comenzaron a hacerse perceptibles. Fácilmente identificables. Quedaron desnudos.
Esa fisura social que algunos interesadamente parecen descubrir recién ahora, es un accidente intrínseco, inexorable, en una democracia que se sabe transformadora. Sin conflicto, sin "grieta", sin resolución del choque de intereses, no hay historia. Si la democracia deja de ser un mero mecanismo institucional para tener fundamento en la base material de la sociedad de su tiempo, si deja huella en la cultura, si afecta un poco a los poderosos para favorecer mucho a los eternos marginados, entonces la fractura se vuelve obvia. Y para algunos, intolerable.
Lo que sucede en la Argentina desde hace diez años es que esa "grieta" –como le llaman– se hizo imposible de ser pasada por alto. Enhorabuena. Lo necesitábamos. ¿Cómo desmentir a los argentinos que durante esta década consiguieron trabajo, pudieron enviar a sus hijos al colegio a estudiar y no a comer, accedieron a las nuevas tecnologías, viajaron por primera vez en avión, salieron del país, con los fantasmas de la "crispación", la "división", la bendita "grieta"?
Es exactamente al revés a cómo lo ven algunos: pocos años hubo más aptos y más ricos que estos para hacer periodismo. No es cierto que son tiempos difíciles para ser periodistas, cientistas, juristas, poetas, políticos, como se victimizan algunos presentadores estrella al momento de recibir un Martín Fierro. Es al contrario: son los mejores. La "grieta" aparece a poco de andar.
No queda atrás del horizonte. No hay que buscarla por entre los discursos a medida de lo políticamente correcto. No se aleja dos pasos cada uno que damos en camino de ella. Viene hacia nosotros. Nos interpela. Apura nuestras definiciones. Nos inquieta. Adquiere las formas de una saludable disyuntiva ética y moral, la misma que hace andar al mundo por los caminos de la historia: se está a favor del pueblo, o en contra de él. Tensiona la paz de cementerios en la que históricamente se hizo periodismo, ciencia, justicia, poesía y política en este país. Se escribe, se comunica, se investiga, se falla a favor del pueblo, o favor de quienes viven de su esfuerzo y usufructúan su trabajo. Ya no existen "verdad" objetiva ni pretendida "neutralidad" que justifiquen evitar ese dilema.
Bienvenido ese quiebre para siempre en nuestra cultura política. Aunque algunos intimen al reloj para que atrase y nos regrese a las cavernas de donde salimos los argentinos hace una década, el futuro es ahora. La historia es aquí. El domingo 11 de agosto se juega una parada importante. Todas lo son. A no dramatizar: restan varias todavía.
La justicia, un PASO atrás de la democracia
La democracia no ha podido todavía descubrir las vinculaciones de varios jueces con el poder real.
Se sabe: la corporación judicial se puso en guardia, mostró las uñas y falló sobre sí misma, impidiéndole a la ciudadanía que participe del único poder del Estado democrático adonde tiene vedado expresamente el ingreso, y que insiste en gobernarse solo, sin la legitimidad que da el voto universal, libre y secreto. Si en la vida hay que elegir, la Corte lo hizo: optó por desechar la histórica posibilidad de encabezar la democratización del Poder del Estado del cual es su máxima autoridad.
Es una pena que la democracia no haya podido todavía prender la luz y descubrir, sin otro esfuerzo que mirar, las oscuras vinculaciones de varios de nuestros jueces con el poder real. Y no sólo los jueces: basta ver el caso adelantado por este diario el sábado 3 de agosto, en el que queda claro que los compromisos de la justicia con los genocidas exceden a los magistrados y llegan hasta instancias auxiliares del Poder Judicial, como lo es el sensible Cuerpo Médico Forense dependiente de la Corte Suprema.
Que los jueces insistan en querer cogobernar no hace sino presagiar nuevos conflictos: el de un pueblo que, inexorablemente, redoblará su esfuerzo hasta terminar imponiendo su derecho a decidir los destinos del país. Los jueces son los grandes voyeuristas de la democracia. Intervienen en la política, pero no dejan que la política se entrometa en su quehacer. Son activos jugadores, pero juegan de telespectadores pasivos, que escrutan el mundo desde lejos, por control remoto. Ya nadie les cree.
¿Cómo explicar que Guillermo Moreno sea llamado a declarar justo cuando la Secretaría de Comercio Interior manda a clausurar supermercados por violación al acuerdo de precios y se dispone a aplicar la Ley de Abastecimiento contra los productores que esconden el trigo en sus campos?
Fue realmente una pena aquel fallo de la Corte, el último –hasta estas horas– de su cosecha 2013. Sergio Massa hubiera podido candidatear con total libertad a su fiscal Julio Novo, por caso. Los radicales habrían blanqueado su favoritismo por Ricardo Recondo. El fiscal Marijuan podría haberse probado el traje del fervor popular, y Lorenzetti el de la oratoria. El lamentable fallo en la causa Schoklender, dictado un jueves por la tarde, mientras las Madres marchaban en la Plaza donde lo hacen desde hace 37 años, dado a conocer a los medios periodísticos antes que a las partes, hubiese sido leído sin demasiadas adjetivaciones como lo que definitivamente fue: un vulgar acto de campaña electoral de la variopinta oposición.
Pero no. Habrá que seguir construyendo poder popular, acumulando experiencias, arribando a nuevas síntesis, logrando consensos, para concretar en la institucionalidad democrática los cambios que hace rato crujen en nuestra cultura política. No es verdad que el kirchnerismo abrió entre los argentinos una "grieta" insalvable, nueva, que nos divide irreductiblemente en bandos irreconciliables, eternamente enemigos. Esa "grieta" –si tal cosa existe– siempre estuvo. Supura todavía. La abrió brutalmente el genocidio provocado por la dictadura cívico-militar. Mide treinta mil ausencias para siempre de profundidad. Pero la hegemonía político-cultural que sus mandantes económicos construyeron luego la volvió perfectamente invisible. Parecían naturales, como caídos del cielo, la dominación y los perversos mecanismos para perpetuarla. Por suerte, desde el año 2003 esos pernos comenzaron a hacerse perceptibles. Fácilmente identificables. Quedaron desnudos.
Esa fisura social que algunos interesadamente parecen descubrir recién ahora, es un accidente intrínseco, inexorable, en una democracia que se sabe transformadora. Sin conflicto, sin "grieta", sin resolución del choque de intereses, no hay historia. Si la democracia deja de ser un mero mecanismo institucional para tener fundamento en la base material de la sociedad de su tiempo, si deja huella en la cultura, si afecta un poco a los poderosos para favorecer mucho a los eternos marginados, entonces la fractura se vuelve obvia. Y para algunos, intolerable.
Lo que sucede en la Argentina desde hace diez años es que esa "grieta" –como le llaman– se hizo imposible de ser pasada por alto. Enhorabuena. Lo necesitábamos. ¿Cómo desmentir a los argentinos que durante esta década consiguieron trabajo, pudieron enviar a sus hijos al colegio a estudiar y no a comer, accedieron a las nuevas tecnologías, viajaron por primera vez en avión, salieron del país, con los fantasmas de la "crispación", la "división", la bendita "grieta"?
Es exactamente al revés a cómo lo ven algunos: pocos años hubo más aptos y más ricos que estos para hacer periodismo. No es cierto que son tiempos difíciles para ser periodistas, cientistas, juristas, poetas, políticos, como se victimizan algunos presentadores estrella al momento de recibir un Martín Fierro. Es al contrario: son los mejores. La "grieta" aparece a poco de andar.
No queda atrás del horizonte. No hay que buscarla por entre los discursos a medida de lo políticamente correcto. No se aleja dos pasos cada uno que damos en camino de ella. Viene hacia nosotros. Nos interpela. Apura nuestras definiciones. Nos inquieta. Adquiere las formas de una saludable disyuntiva ética y moral, la misma que hace andar al mundo por los caminos de la historia: se está a favor del pueblo, o en contra de él. Tensiona la paz de cementerios en la que históricamente se hizo periodismo, ciencia, justicia, poesía y política en este país. Se escribe, se comunica, se investiga, se falla a favor del pueblo, o favor de quienes viven de su esfuerzo y usufructúan su trabajo. Ya no existen "verdad" objetiva ni pretendida "neutralidad" que justifiquen evitar ese dilema.
Bienvenido ese quiebre para siempre en nuestra cultura política. Aunque algunos intimen al reloj para que atrase y nos regrese a las cavernas de donde salimos los argentinos hace una década, el futuro es ahora. La historia es aquí. El domingo 11 de agosto se juega una parada importante. Todas lo son. A no dramatizar: restan varias todavía.
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