las caras del neoliberalismo
El peronismo no perdona la derrota", escribió
un editorialista de Clarín la noche del 28 de junio de 2009. El leve
triunfo de Francisco De Narváez sobre Néstor Kirchner tenía apenas unas
horas. Por entonces, decenas de comentarios, notas editoriales, columnas
de opinión, daban vueltas como un perro buscándose la cola, alrededor
de un concepto núcleo, fundante: el kirchnerismo estaba definitivamente
muerto; la Argentina arribaba, inexorablemente, a un nuevo "fin de
ciclo". Cuatro años después, Clarín no espera el resultado de las PASO y
titula: "Elección clave para el tramo final de Cristina." Otro,
sobreexcitado, augura "el post kirchnerismo". No aprenden más.
Le gusta conjugar el verbo "terminar" a Magnetto, especialmente cuando de sus enemigos se trata. Corre con ventaja: Justicia corporativa mediante, su posición dominante e ilegal en el mercado mediático no acaba nunca. Cuatro años después de sancionada la Ley de Medios, las múltiples licencias de más que concentra el Grupo Clarín SA pronto van a cumplir tantos años de sobrevida como un mandato presidencial. Así, cualquiera es un valiente.
En la gran encuesta nacional del domingo 11 de agosto el kirchnerismo cayó en distritos muy numerosos, al igual que en 2009. La merma no le impidió, sin embargo, seguir siendo la primera fuerza a nivel nacional, ampliando, incluso, la brecha conseguida cuatro años atrás. No es poco tras diez años consecutivos de gobierno, con un proyecto consolidado ideológicamente, capacidad demostrada de movilización, amplio anclaje social, y claro liderazgo político, si lo que subyace en todas las especulaciones es la elección de 2015. Esa sola cualidad del kirchnerismo, ratificada una vez más en las urnas, relativiza el desmedido festejo opositor de Massa (un novato en las grandes ligas), de Cobos (que ganó en su cuadra), y de los porteños Solanas y Carrió (difícil encontrar en el país otro escenario más cambiante, histérico, imposible de transpolar mecánicamente al resto del país, que el capitalino).
Así las cosas, Magnetto corre el severo riesgo de creer haber ganado la final cuando se trata de la primera ronda. Error de principiantes, aunque previsible: la suya es una tentación muy característica en quienes se creen dueños de la pelota. Si ganara la elección de medio término, legislativa (y tanto más si se trata de una interna abierta), eso no indicaría, per se, la construcción de un liderazgo aglutinador, con proyección nacional, tal como vienen reclamando con urgencia las corporaciones agraviadas por el kirchnerismo. No olvidar que Mauricio Macri y De Narváez, grandes triunfadores en aquel 28 de junio, no la pasaron nada bien este domingo. El Colorado cayó al cuarto lugar en Buenos Aires, y el PRO, cuyo único botín es el gobierno de la ciudad cenicienta del país, ni siquiera ganó en la capital del Metrobus.
Debieran saberlo sus enemigos: cada vez que lo dieron derrotado, el oficialismo respondió con sus mejores páginas. Profundizó su política. Amplió su base de sustentación. Ya se ha dicho que si se proyectara maquinalmente el resultado del domingo a octubre, el FPV mantendría intacta su capacidad legislativa, y hasta podría mejorarla un poco. No es un dato menor. Para empezar, neutraliza antes de su nacimiento el eventual resurgimiento del fallido Grupo A, con el que, más allá de alguna variante de forma, insistirá la variopinta oposición.
Si las denuncias de corrupción a la bartola, si los cacerolazos con rasgos entre violentos y fascistoides, si el claro rol opositor asumido cada vez más abiertamente por la Corte Suprema, si la perenne campaña psicológica de la poderosa cadena mediática privada, tienen por toda expresión electoral los resultados del domingo, el kirchnerismo puede dormir destapado todavía.
En otro orden, la fallida performance electoral del moyanismo sugiere alguna conclusión que, probablemente, sus estrategas omitirán. Hasta ayer aliado estratégico, y hoy acérrimo opositor, ese espectro gremial dio el mal PASO. Piumato tuvo más seguidores en la red social Twitter que votos. Al relator de la posición de corporación acerca de las leyes de democratización de la justicia, no lo votaron ni siquiera los jueces. Quienes se autoproclaman la voz política de la clase obrera no deberían obviar el mensaje de las urnas: el solcito opositor no calienta en la vereda de los trabajadores.
Previsiblemente, la derecha ahora se escandalizará porque "Cristina minimizó la derrota". Sus comunicadores ansiaban que la dramatice, cambiando radicalmente de rumbo político y económico. Quienes jamás se ciñeron al 54% del kirchnerismo en 2011, exigen a gritos cambios ante el saldo de las PASO. Sintomático.
De ahí la fiebre mediática actual por mostrarla arrodillada, humillada, encerrada en su debilidad. En Clarín, uno gasta una carilla entera en el maquillaje con que habría recubierto la "crisis de llanto" de Cristina, al tiempo que la compara, sugestivamente, con Fernando De la Rúa: "En octubre de 2001, el mandatario radical también sufrió un severo traspié en las legislativas (…) Dos meses más tarde se derrumbó", sermonea. Desde los medios que ya sabemos insistirán en reclamarle al kirchnerismo la bandera blanca de la rendición incondicional, y que la mandataria se siente a negociar a la defensiva, como pidiendo perdón, con los grupos más concentrados de la economía. No la conocen todavía.
Cuanto más profundos son los cambios que operan en las sociedades, más paradigmáticos resultan los intentos de restaurar lo anterior. Pero si esas transformaciones son evidencia de fuerzas sociales en ascenso, puestas en perspectiva histórica, acaban imponiéndose. La política es un cine en continuado, que puede desmentir en la siguiente escena la fotografía inmediatamente previa. ¿Cuánto tiempo podrá sostenerse en el árbol el fruto tardío del neoliberalismo argentino sin caerse pesadamente al suelo, morado de tan podrido que lo subieron allí, forzadamente? En cualquier caso, vuelve a surgir con claridad la disyuntiva en la que se bate el proyecto regional desde que se inició: lo nuevo que no termina de nacer rivaliza con lo viejo que no se resigna a morir. En la Argentina saltaron el domingo apenas algunas astillas de esa inevitable colisión. Seguimos.
Lo viejo que no termina de morir
Magnetto corre el severo riesgo de creer haber ganado la final cuando se trata de la primera ronda.
Le gusta conjugar el verbo "terminar" a Magnetto, especialmente cuando de sus enemigos se trata. Corre con ventaja: Justicia corporativa mediante, su posición dominante e ilegal en el mercado mediático no acaba nunca. Cuatro años después de sancionada la Ley de Medios, las múltiples licencias de más que concentra el Grupo Clarín SA pronto van a cumplir tantos años de sobrevida como un mandato presidencial. Así, cualquiera es un valiente.
En la gran encuesta nacional del domingo 11 de agosto el kirchnerismo cayó en distritos muy numerosos, al igual que en 2009. La merma no le impidió, sin embargo, seguir siendo la primera fuerza a nivel nacional, ampliando, incluso, la brecha conseguida cuatro años atrás. No es poco tras diez años consecutivos de gobierno, con un proyecto consolidado ideológicamente, capacidad demostrada de movilización, amplio anclaje social, y claro liderazgo político, si lo que subyace en todas las especulaciones es la elección de 2015. Esa sola cualidad del kirchnerismo, ratificada una vez más en las urnas, relativiza el desmedido festejo opositor de Massa (un novato en las grandes ligas), de Cobos (que ganó en su cuadra), y de los porteños Solanas y Carrió (difícil encontrar en el país otro escenario más cambiante, histérico, imposible de transpolar mecánicamente al resto del país, que el capitalino).
Así las cosas, Magnetto corre el severo riesgo de creer haber ganado la final cuando se trata de la primera ronda. Error de principiantes, aunque previsible: la suya es una tentación muy característica en quienes se creen dueños de la pelota. Si ganara la elección de medio término, legislativa (y tanto más si se trata de una interna abierta), eso no indicaría, per se, la construcción de un liderazgo aglutinador, con proyección nacional, tal como vienen reclamando con urgencia las corporaciones agraviadas por el kirchnerismo. No olvidar que Mauricio Macri y De Narváez, grandes triunfadores en aquel 28 de junio, no la pasaron nada bien este domingo. El Colorado cayó al cuarto lugar en Buenos Aires, y el PRO, cuyo único botín es el gobierno de la ciudad cenicienta del país, ni siquiera ganó en la capital del Metrobus.
Debieran saberlo sus enemigos: cada vez que lo dieron derrotado, el oficialismo respondió con sus mejores páginas. Profundizó su política. Amplió su base de sustentación. Ya se ha dicho que si se proyectara maquinalmente el resultado del domingo a octubre, el FPV mantendría intacta su capacidad legislativa, y hasta podría mejorarla un poco. No es un dato menor. Para empezar, neutraliza antes de su nacimiento el eventual resurgimiento del fallido Grupo A, con el que, más allá de alguna variante de forma, insistirá la variopinta oposición.
Si las denuncias de corrupción a la bartola, si los cacerolazos con rasgos entre violentos y fascistoides, si el claro rol opositor asumido cada vez más abiertamente por la Corte Suprema, si la perenne campaña psicológica de la poderosa cadena mediática privada, tienen por toda expresión electoral los resultados del domingo, el kirchnerismo puede dormir destapado todavía.
En otro orden, la fallida performance electoral del moyanismo sugiere alguna conclusión que, probablemente, sus estrategas omitirán. Hasta ayer aliado estratégico, y hoy acérrimo opositor, ese espectro gremial dio el mal PASO. Piumato tuvo más seguidores en la red social Twitter que votos. Al relator de la posición de corporación acerca de las leyes de democratización de la justicia, no lo votaron ni siquiera los jueces. Quienes se autoproclaman la voz política de la clase obrera no deberían obviar el mensaje de las urnas: el solcito opositor no calienta en la vereda de los trabajadores.
Previsiblemente, la derecha ahora se escandalizará porque "Cristina minimizó la derrota". Sus comunicadores ansiaban que la dramatice, cambiando radicalmente de rumbo político y económico. Quienes jamás se ciñeron al 54% del kirchnerismo en 2011, exigen a gritos cambios ante el saldo de las PASO. Sintomático.
De ahí la fiebre mediática actual por mostrarla arrodillada, humillada, encerrada en su debilidad. En Clarín, uno gasta una carilla entera en el maquillaje con que habría recubierto la "crisis de llanto" de Cristina, al tiempo que la compara, sugestivamente, con Fernando De la Rúa: "En octubre de 2001, el mandatario radical también sufrió un severo traspié en las legislativas (…) Dos meses más tarde se derrumbó", sermonea. Desde los medios que ya sabemos insistirán en reclamarle al kirchnerismo la bandera blanca de la rendición incondicional, y que la mandataria se siente a negociar a la defensiva, como pidiendo perdón, con los grupos más concentrados de la economía. No la conocen todavía.
Cuanto más profundos son los cambios que operan en las sociedades, más paradigmáticos resultan los intentos de restaurar lo anterior. Pero si esas transformaciones son evidencia de fuerzas sociales en ascenso, puestas en perspectiva histórica, acaban imponiéndose. La política es un cine en continuado, que puede desmentir en la siguiente escena la fotografía inmediatamente previa. ¿Cuánto tiempo podrá sostenerse en el árbol el fruto tardío del neoliberalismo argentino sin caerse pesadamente al suelo, morado de tan podrido que lo subieron allí, forzadamente? En cualquier caso, vuelve a surgir con claridad la disyuntiva en la que se bate el proyecto regional desde que se inició: lo nuevo que no termina de nacer rivaliza con lo viejo que no se resigna a morir. En la Argentina saltaron el domingo apenas algunas astillas de esa inevitable colisión. Seguimos.
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