chevron, militares y política nacional
Los militares siempre fueron un punto de
tensión en la política argentina. A veces conflictivo, otras menos, pero
siempre tirante. Las Fuerzas Armadas tienen un peso específico
considerable: presencia territorial, armas, organización y estructura de
mando. La regla básica del ser militar es más bien simple,
rudimentaria: recibir órdenes y obedecerlas. Cuando el poder político
que ejerce la comandancia en jefe no los conduce, no les dice qué hacer,
no les da tareas específicas y concretas, los uniformados se mandan
ellos mismos. Se inventan oficios, por ejemplo: conspirar.
Después de un siglo de intervencionismo militar en la vida institucional del país, y mediando un genocidio, resulta una chiquilinada aspirar a que las Fuerzas Armadas prescindan solas de la política y se dediquen únicamente a prepararse para la guerra. ¿Cómo blindar el debate sobre el rol de los militares en el actual contexto histórico argentino y latinoamericano? ¿Cómo volver "profesionales" y "ascéticas" a unas FF AA que nacieron sanmartinianas pero que fueron convertidas por las clases dominantes en fuerzas de ocupación, de estilo prusiano, cuyos aviones de combate tuvieron su bautismo de fuego en la Plaza de Mayo, contra su propio pueblo, y la única "guerra" de la que salieron victoriosos la libraron en una sala de torturas?
Desde el año 2003 la Argentina viene reconstruyendo firme y sostenidamente el poder del Estado. Existe un liderazgo político, social y estratégico claro, y rige un proyecto nacional. Si las FF AA no se sumaran a ese plan de desarrollo endógeno e integración continental crecientemente revalidado en las urnas; si no recibieran órdenes en función de ese proyecto, ¿dónde estarían? Si no fueran leales a esa "facción", como redujo el senador radical Gerardo Morales, ¿a qué otra "facción" le serían leales o cuanto menos funcionales, por acción u omisión?
Cuando Néstor Kirchner pasó a retiro a Ricardo Brinzoni, el entonces jefe del Ejército dio un discurso de despedida en el que alertó a sus camaradas sobre una "vuelta riesgosa de las intrigas políticas sobre los cuarteles". Algo parecido dijo hace unos días Adolfo Pérez Esquivel. Para el Nobel, no se puede "partidizar las Fuerzas Armadas; eso sería peligroso, porque si eso ocurre no se sabe cuál puede ser su posición ante cualquier tipo de conflicto". ¡Es justamente al revés! Todo el pueblo debe saber de qué lado se situarán los militares en caso de un conflicto: por ejemplo, de poderes, como los que perfilan ciertos fallos demasiado preocupantes de la Corte.
El debate alrededor de Milani empezó cuando el jefe del Ejército enfatizó el "compromiso" de su fuerza con "las políticas de transformación emprendidas que apuntan a la construcción de una nación en paz, autónoma y democrática, definitivamente vinculada a América Latina, socialmente integrada y con igualdad de oportunidades para todos". En los años posteriores al genocidio nunca un jefe del Ejército había llegado tan lejos.
La Justicia dirá si Milani tiene manchadas de sangre sus manos. ¿No siente vergüenza el radical Ricardo Gil Lavedra al denunciar a Martín Fresneda, hijo de desaparecidos, militante de HIJOS y actual secretario de Derechos Humanos? ¿Habrá olvidado la política hacia el poder militar llevada adelante por el gobierno de la Alianza, del que él fue su ministro?
El ahora diputado era titular de la cartera de Justicia cuando el represor Jorge Olivera, fugado días atrás del Hospital Militar, fue detenido en Italia por orden de un juez francés, acusado de la desaparición de la ciudadana de ese país Marie Anne Erize Tisseau. Para Brinzoni, titular del Ejército nombrado por De la Rúa y mantenido en su cargo por Duhalde, la detención constituía "un atropello a la política (y) la justicia nacional".
El militar estuvo cuarenta días preso en Roma. Fue liberado de la noche a la mañana cuando sus abogados presentaron sorpresivamente ante la Cámara de Apelaciones de Roma un documento fraudulento que precisaba una supuesta fecha de defunción de la joven. Si estaba muerta, entonces no estaba desaparecida y no había razón judicial para mantener preso a Olivera.
Durante su detención, y a pesar de las evidencias en su contra –de las que Olivera se mantenía a salvo en el país por la vigencia de la ley de Obediencia Debida–, el Estado argentino brindó al represor la misma ayuda que se le presta a cualquier connacional en similar situación. Quizás más: siempre quedará la duda de dónde sacaron los abogados del represor ese documento salvador que la familia de Erize había tramitado ante las oficinas de la burocracia estatal argentina.
Así como los militares deben ser conducidos políticamente porque si no se conducen solos, con los grupos económicos pasa exactamente lo mismo. Es intrínseco al capitalismo: las corporaciones buscan el autogobierno. Quieren reducir el Estado a su mínima expresión, para volverlo un títere a su exclusivo servicio. La comparación viene a cuento del acuerdo estratégico firmado por YPF con Chevron. Ahora resulta que para algunos medios dominantes argentinos Rafael Correa es el nuevo Leonardo Fariña. Pero omiten una sensible diferencia: la contaminación de Texaco en la Amazonía ecuatoriana se produjo hace veinte años, cuando el neoliberalismo hacía estragos en ese país que supo contratar como asesor económico a Domingo Cavallo. Correa echó a Chevron del mismo modo que lo hizo con la constructora Odebrecht, en octubre 2008. Dos años después, con la Revolución Ciudadana mucho más consolidada, en expansión y fortalecida electoralmente, la mayor constructora brasileña volvió a Ecuador. Pero las condiciones eran otras. Tan otras como las que hoy imperan en la Argentina, y a las que Chevron no tendrá más remedio que ajustarse. Nuestro país ya no es el páramo de las privatizaciones menemistas. Pero el corsé capitalista sigue exigiéndoles a nuestros procesos emancipatorios esas inversiones, de las que nuestro desarrollo productivo adolece. No son "contradicciones del relato", como las presentan, sino la respuesta nueva, propia, latinoamericana, al viejo problema de la soberanía política y la independencia económica. Después de todo, tan mal no nos está yendo.
Manual de conducción política
Así como los militares deben ser conducidos políticamente porque si no se conducen solos, con los grupos económicos pasa exactamente lo mismo.
Después de un siglo de intervencionismo militar en la vida institucional del país, y mediando un genocidio, resulta una chiquilinada aspirar a que las Fuerzas Armadas prescindan solas de la política y se dediquen únicamente a prepararse para la guerra. ¿Cómo blindar el debate sobre el rol de los militares en el actual contexto histórico argentino y latinoamericano? ¿Cómo volver "profesionales" y "ascéticas" a unas FF AA que nacieron sanmartinianas pero que fueron convertidas por las clases dominantes en fuerzas de ocupación, de estilo prusiano, cuyos aviones de combate tuvieron su bautismo de fuego en la Plaza de Mayo, contra su propio pueblo, y la única "guerra" de la que salieron victoriosos la libraron en una sala de torturas?
Desde el año 2003 la Argentina viene reconstruyendo firme y sostenidamente el poder del Estado. Existe un liderazgo político, social y estratégico claro, y rige un proyecto nacional. Si las FF AA no se sumaran a ese plan de desarrollo endógeno e integración continental crecientemente revalidado en las urnas; si no recibieran órdenes en función de ese proyecto, ¿dónde estarían? Si no fueran leales a esa "facción", como redujo el senador radical Gerardo Morales, ¿a qué otra "facción" le serían leales o cuanto menos funcionales, por acción u omisión?
Cuando Néstor Kirchner pasó a retiro a Ricardo Brinzoni, el entonces jefe del Ejército dio un discurso de despedida en el que alertó a sus camaradas sobre una "vuelta riesgosa de las intrigas políticas sobre los cuarteles". Algo parecido dijo hace unos días Adolfo Pérez Esquivel. Para el Nobel, no se puede "partidizar las Fuerzas Armadas; eso sería peligroso, porque si eso ocurre no se sabe cuál puede ser su posición ante cualquier tipo de conflicto". ¡Es justamente al revés! Todo el pueblo debe saber de qué lado se situarán los militares en caso de un conflicto: por ejemplo, de poderes, como los que perfilan ciertos fallos demasiado preocupantes de la Corte.
El debate alrededor de Milani empezó cuando el jefe del Ejército enfatizó el "compromiso" de su fuerza con "las políticas de transformación emprendidas que apuntan a la construcción de una nación en paz, autónoma y democrática, definitivamente vinculada a América Latina, socialmente integrada y con igualdad de oportunidades para todos". En los años posteriores al genocidio nunca un jefe del Ejército había llegado tan lejos.
La Justicia dirá si Milani tiene manchadas de sangre sus manos. ¿No siente vergüenza el radical Ricardo Gil Lavedra al denunciar a Martín Fresneda, hijo de desaparecidos, militante de HIJOS y actual secretario de Derechos Humanos? ¿Habrá olvidado la política hacia el poder militar llevada adelante por el gobierno de la Alianza, del que él fue su ministro?
El ahora diputado era titular de la cartera de Justicia cuando el represor Jorge Olivera, fugado días atrás del Hospital Militar, fue detenido en Italia por orden de un juez francés, acusado de la desaparición de la ciudadana de ese país Marie Anne Erize Tisseau. Para Brinzoni, titular del Ejército nombrado por De la Rúa y mantenido en su cargo por Duhalde, la detención constituía "un atropello a la política (y) la justicia nacional".
El militar estuvo cuarenta días preso en Roma. Fue liberado de la noche a la mañana cuando sus abogados presentaron sorpresivamente ante la Cámara de Apelaciones de Roma un documento fraudulento que precisaba una supuesta fecha de defunción de la joven. Si estaba muerta, entonces no estaba desaparecida y no había razón judicial para mantener preso a Olivera.
Durante su detención, y a pesar de las evidencias en su contra –de las que Olivera se mantenía a salvo en el país por la vigencia de la ley de Obediencia Debida–, el Estado argentino brindó al represor la misma ayuda que se le presta a cualquier connacional en similar situación. Quizás más: siempre quedará la duda de dónde sacaron los abogados del represor ese documento salvador que la familia de Erize había tramitado ante las oficinas de la burocracia estatal argentina.
Así como los militares deben ser conducidos políticamente porque si no se conducen solos, con los grupos económicos pasa exactamente lo mismo. Es intrínseco al capitalismo: las corporaciones buscan el autogobierno. Quieren reducir el Estado a su mínima expresión, para volverlo un títere a su exclusivo servicio. La comparación viene a cuento del acuerdo estratégico firmado por YPF con Chevron. Ahora resulta que para algunos medios dominantes argentinos Rafael Correa es el nuevo Leonardo Fariña. Pero omiten una sensible diferencia: la contaminación de Texaco en la Amazonía ecuatoriana se produjo hace veinte años, cuando el neoliberalismo hacía estragos en ese país que supo contratar como asesor económico a Domingo Cavallo. Correa echó a Chevron del mismo modo que lo hizo con la constructora Odebrecht, en octubre 2008. Dos años después, con la Revolución Ciudadana mucho más consolidada, en expansión y fortalecida electoralmente, la mayor constructora brasileña volvió a Ecuador. Pero las condiciones eran otras. Tan otras como las que hoy imperan en la Argentina, y a las que Chevron no tendrá más remedio que ajustarse. Nuestro país ya no es el páramo de las privatizaciones menemistas. Pero el corsé capitalista sigue exigiéndoles a nuestros procesos emancipatorios esas inversiones, de las que nuestro desarrollo productivo adolece. No son "contradicciones del relato", como las presentan, sino la respuesta nueva, propia, latinoamericana, al viejo problema de la soberanía política y la independencia económica. Después de todo, tan mal no nos está yendo.
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