Insólita nota de magdalena ruiz guiñazú
El lunes pasado, mientras Albano Harguindeguy
agonizaba en la cama de su casa, el diario La Nación publicaba una
columna de opinión de Magdalena Ruiz Guiñazú, en la que la periodista
expresaba la "sorpresa e indignación" que le provocaba que en la última
impresión del libro Nunca Más se omitiera la firma de Ernesto Sabato del
prólogo original, escrito en 1984.
La nota en cuestión se titula "Robar a los muertos", y constituye una burda operación intelectual, que busca atribuirle al kirchnerismo una supuesta "apropiación de la Memoria", que conformaría "un robo inexcusable cuando, además, esa Memoria tiene carácter de Informe en un hecho jurídico".
La propia EUDEBA, editora del libro, aclaró que ya en su primera edición, contemporánea a la Conadep, el texto aparecía sin la firma de su autor, aunque siempre se atribuyó su redacción a Ernesto Sabato. Siendo el escritor que presidía la comisión de "notables" –también integrada por Ruiz Guiñazú– un intelectual premiado por su obra literaria, su autoría en singular de un texto que presenta un trabajo colectivo, de grandes implicancias institucionales y políticas resulta, a la vez que un detalle carente de sentido, casi una obviedad. En verdad, a Magdalena no le molesta tanto que no aparezca el nombre de Sabato tras el último punto y aparte del prólogo, sino que en el año 2006, al cumplirse 30 años del golpe, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación haya escrito otra introducción, que no modificó ni una coma de la original, pero que dejó sentada ante las nuevas generaciones de argentinos la falsedad histórica del primer prefacio.
El Informe Sabato fue considerado el documento oficial por el cual las autoridades de entonces del Estado nacional explicaron lo ocurrido en los años inmediatamente anteriores, según una particular y muy discutible interpretación: la teoría de los dos demonios. "Durante la década del '70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países", sostuvo el escritor en el arranque del prólogo. Su pluma complacía así la estricta necesidad política del naciente gobierno radical: conformar el clamor popular de castigo sin enojar demasiado a los militares. Hacer de cuenta que la justicia.
Esa infame explicación sintetizó el forzado consenso que trató de imponer el alfonsinismo a la sociedad argentina, encorsetando la flamante democracia. Varios lo aceptaron, Magdalena entre ellos. Aunque no todos, claro. Mientras una multitudinaria manifestación acompañaba la entrega del Informe de la Conadep, las Madres de Plaza de Mayo realizaban un histórico acto en Parque Lezama, en el que Hebe de Bonafini explicaba que no marcharían junto a la UCR porque intuían que esa operación alfonsinista era, en rigor, el primer paso en el camino de la impunidad. "La verdad que buscamos es la que tienen los militares. Queremos saber quién se los llevó, y eso no está en el Informe. Queremos saber quién hacía las listas, y eso no está en el Informe. Queremos que todos los militares que están en el Informe sean pasados por la radio, para que el pueblo conozca sus caras, porque todo tiende a que nos olvidemos de ellos. Acá se habla mucho de los reprimidos pero poco de los represores", presentía Hebe.
Repartir culpas por partes iguales, empatar a las víctimas de la represión con sus verdugos, igualar revolucionarios con genocidas, fueron condición esencial para fraguar en la conciencia colectiva las condiciones que hicieran posible el progresivo perdón, planificado con suficiente anterioridad. Recién hace unos años aquel esforzado "consenso" comenzó a resquebrajarse drásticamente. Fue entonces cuando aquellos que lo habían aceptado y agachado la cabeza ante las contraindicaciones de lo "políticamente correcto", alzaron airadamente su voz para disimular lo expuestos que quedaron sus tibiezas y límites demasiado angostos. También los de Magdalena Ruiz Guiñazú.
El texto agregado en 2006 aclara la nueva visión del Estado argentino respecto de la década del setenta, y que incluye que el entonces presidente Kirchner llamara "mis compañeros" a los desaparecidos, la justicia declarara la inconstitucionalidad de las leyes de perdón, y las Madres comenzaran a ser tratadas con honor institucional por parte de los funcionarios de un Estado que hasta entonces las había combatido velada pero sostenidamente.
Lo que quizás más enoje a Magdalena es que el nuevo prólogo juzga de "inaceptable" que se "pretenda justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares, frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado, que son irrenunciables".
La denuncia de Ruiz Guiñazú respecto de la firma de Sabato es, además de inexacta, una simple excusa para señalar otras objeciones al gobierno, explícitamente políticas. Dice Magdalena: "Cabe preguntarse si quienes se permiten semejante atropello no deberían ocupar su tiempo en, por ejemplo, redactar otro Nunca Más con los desaparecidos por la Triple A (…) Seguramente su agitado proselitismo partidario no debe permitirles ese tiempo fundamental." Textual.
Cabe preguntarse, en realidad, por qué esta experimentada periodista omite deliberadamente reconocer que las políticas del gobierno nacional crearon las condiciones para que la luz de la justicia alcance hasta la Masacre de Trelew, sin contar la causa que se instruye en el fuero federal y que investiga penalmente los crímenes de la Triple A. En política, el odio y la cerrazón nunca son buenos consejeros. Si la historia es una construcción social, entonces siempre ha de estar en movimiento. Hacer relecturas de sus documentos, someterlos a nuevas interpretaciones, no implica en absoluto manipularlos. Que eso suceda es indicativo de que la historia no está quieta, ni sus pueblos, que la protagonizan, están muertos. Como dice el nuevo prólogo del Informe, "el Nunca Más del Estado y la sociedad argentina debe dirigirse tanto a los crímenes del terrorismo de Estado como a las injusticias sociales que son una afrenta a la dignidad humana". Quien no lo intentara, y tanto más si tiene altas responsabilidades al frente del Estado, sí estaría robando a los muertos, y traicionado la generosidad de aquellos que dieron la vida por la osadía de construir un país distinto, este al que ahora, trabajosa y esperanzadamente, estamos arribando.
Robar a la verdad
La propia EUDEBA aclaró que ya en su primera edición el prólogo del Nunca Más aparecía sin firma.
La nota en cuestión se titula "Robar a los muertos", y constituye una burda operación intelectual, que busca atribuirle al kirchnerismo una supuesta "apropiación de la Memoria", que conformaría "un robo inexcusable cuando, además, esa Memoria tiene carácter de Informe en un hecho jurídico".
La propia EUDEBA, editora del libro, aclaró que ya en su primera edición, contemporánea a la Conadep, el texto aparecía sin la firma de su autor, aunque siempre se atribuyó su redacción a Ernesto Sabato. Siendo el escritor que presidía la comisión de "notables" –también integrada por Ruiz Guiñazú– un intelectual premiado por su obra literaria, su autoría en singular de un texto que presenta un trabajo colectivo, de grandes implicancias institucionales y políticas resulta, a la vez que un detalle carente de sentido, casi una obviedad. En verdad, a Magdalena no le molesta tanto que no aparezca el nombre de Sabato tras el último punto y aparte del prólogo, sino que en el año 2006, al cumplirse 30 años del golpe, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación haya escrito otra introducción, que no modificó ni una coma de la original, pero que dejó sentada ante las nuevas generaciones de argentinos la falsedad histórica del primer prefacio.
El Informe Sabato fue considerado el documento oficial por el cual las autoridades de entonces del Estado nacional explicaron lo ocurrido en los años inmediatamente anteriores, según una particular y muy discutible interpretación: la teoría de los dos demonios. "Durante la década del '70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países", sostuvo el escritor en el arranque del prólogo. Su pluma complacía así la estricta necesidad política del naciente gobierno radical: conformar el clamor popular de castigo sin enojar demasiado a los militares. Hacer de cuenta que la justicia.
Esa infame explicación sintetizó el forzado consenso que trató de imponer el alfonsinismo a la sociedad argentina, encorsetando la flamante democracia. Varios lo aceptaron, Magdalena entre ellos. Aunque no todos, claro. Mientras una multitudinaria manifestación acompañaba la entrega del Informe de la Conadep, las Madres de Plaza de Mayo realizaban un histórico acto en Parque Lezama, en el que Hebe de Bonafini explicaba que no marcharían junto a la UCR porque intuían que esa operación alfonsinista era, en rigor, el primer paso en el camino de la impunidad. "La verdad que buscamos es la que tienen los militares. Queremos saber quién se los llevó, y eso no está en el Informe. Queremos saber quién hacía las listas, y eso no está en el Informe. Queremos que todos los militares que están en el Informe sean pasados por la radio, para que el pueblo conozca sus caras, porque todo tiende a que nos olvidemos de ellos. Acá se habla mucho de los reprimidos pero poco de los represores", presentía Hebe.
Repartir culpas por partes iguales, empatar a las víctimas de la represión con sus verdugos, igualar revolucionarios con genocidas, fueron condición esencial para fraguar en la conciencia colectiva las condiciones que hicieran posible el progresivo perdón, planificado con suficiente anterioridad. Recién hace unos años aquel esforzado "consenso" comenzó a resquebrajarse drásticamente. Fue entonces cuando aquellos que lo habían aceptado y agachado la cabeza ante las contraindicaciones de lo "políticamente correcto", alzaron airadamente su voz para disimular lo expuestos que quedaron sus tibiezas y límites demasiado angostos. También los de Magdalena Ruiz Guiñazú.
El texto agregado en 2006 aclara la nueva visión del Estado argentino respecto de la década del setenta, y que incluye que el entonces presidente Kirchner llamara "mis compañeros" a los desaparecidos, la justicia declarara la inconstitucionalidad de las leyes de perdón, y las Madres comenzaran a ser tratadas con honor institucional por parte de los funcionarios de un Estado que hasta entonces las había combatido velada pero sostenidamente.
Lo que quizás más enoje a Magdalena es que el nuevo prólogo juzga de "inaceptable" que se "pretenda justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares, frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado, que son irrenunciables".
La denuncia de Ruiz Guiñazú respecto de la firma de Sabato es, además de inexacta, una simple excusa para señalar otras objeciones al gobierno, explícitamente políticas. Dice Magdalena: "Cabe preguntarse si quienes se permiten semejante atropello no deberían ocupar su tiempo en, por ejemplo, redactar otro Nunca Más con los desaparecidos por la Triple A (…) Seguramente su agitado proselitismo partidario no debe permitirles ese tiempo fundamental." Textual.
Cabe preguntarse, en realidad, por qué esta experimentada periodista omite deliberadamente reconocer que las políticas del gobierno nacional crearon las condiciones para que la luz de la justicia alcance hasta la Masacre de Trelew, sin contar la causa que se instruye en el fuero federal y que investiga penalmente los crímenes de la Triple A. En política, el odio y la cerrazón nunca son buenos consejeros. Si la historia es una construcción social, entonces siempre ha de estar en movimiento. Hacer relecturas de sus documentos, someterlos a nuevas interpretaciones, no implica en absoluto manipularlos. Que eso suceda es indicativo de que la historia no está quieta, ni sus pueblos, que la protagonizan, están muertos. Como dice el nuevo prólogo del Informe, "el Nunca Más del Estado y la sociedad argentina debe dirigirse tanto a los crímenes del terrorismo de Estado como a las injusticias sociales que son una afrenta a la dignidad humana". Quien no lo intentara, y tanto más si tiene altas responsabilidades al frente del Estado, sí estaría robando a los muertos, y traicionado la generosidad de aquellos que dieron la vida por la osadía de construir un país distinto, este al que ahora, trabajosa y esperanzadamente, estamos arribando.
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