A dos años de aquel 27 de octubre
Un recuerdo de Néstor Kirchner
Los luchadores no mueren, nos enseñaron las Madres de Plaza de Mayo. No hay tumba que los encierre.
De las Madres de Plaza de Mayo aprendimos que
a quienes no están más no hay que llorarlos. Reivindicar sus luchas
supone una urgente contraprestación: continuarlas. A fuerza de sangre,
olvido, impunidad, y resistencia a quienes sembraron tanta sangre,
olvido e impunidad, la lección quedó grabada para siempre en la memoria
social de los argentinos. En nuestra manera de ser. Los luchadores no
mueren, nos enseñaron las Madres. No hay tumba que los encierre. No es
una idea mística: es una necesidad histórica. No es negar la muerte,
como los locos; es contradecir su más obvia voluntad. Viven en otros si
(y sólo sí) esos otros, en vez de llorarlos, prolongan su lucha. O los
lloran, pero en silencio, en un acto de íntima contrición, dejando que
de su dolor sólo trascienda fuerza. Como Cristina.
Cuando la presidenta se emociona en público por la ausencia de su
compañero de tantos años, su otra mitad política y sentimental, el
dolor, extrañamente, la defiende. Saca la cara por ella. La vuelve,
paradójicamente, más fuerte.
La presidenta ya casi no llora en público. Tuvo que hacer el duelo a la
vista de todos, sin descansar de sus obligaciones al frente del Estado.
Néstor murió un miércoles, y al lunes siguiente su esposa ya estaba otra
vez en la Casa Rosada. Cuando a Cristina se le aparece de repente el
recuerdo de Néstor entre las palabras que está pronunciando, hace un
silencio, una pausa mínima, los ojos se le humedecen, y entonces
continúa. La presidenta se acuerda de Kirchner y todos los que la
escuchan se acuerdan también. No hace falta que diga nada. Todos
sentimos un poco de su estremecimiento fugaz. Néstor viene, se posa
sobre el silencio, sonríe pícaro, jodón, y se va. Sigue camino de donde
iba. A dónde iría Kirchner, se queda uno pensando. Sólo Cristina lo
sabe.
Ernesto, un compañero, puso su rostro junto al de Néstor en su foto de
portada en Facebook. La imagen está editada. Mi amigo se encontraba a
varios metros de donde estaba el ex presidente, en un acto, cuando le
sacaron esa fotografía. Él se tomó el trabajo de recortar los rostros de
los demás que estaban en el medio, para así tener su foto personal con
el santacruceño. El recorte es obvio, deliberado. Ernesto no es
diseñador de imágenes, pero no le importa que se note. El quería ser él
mismo en su muro de Facebook, y para eso debía incluir necesariamente su
foto con Néstor, contar al mundo su premio mayor: haberlo tenido cerca,
demasiado cerca, alguna vez. Yo, ni eso.
Miento: sin contar las marchas a las que todos fuimos, una vez lo vi
pasar en el auto presidencial camino de la Asamblea Legislativa. Iba en
el asiento de atrás, junto a Cristina, que unos minutos después
inauguraría el período ordinario de sesiones del Congreso, el 1 de marzo
de 2010. Por entonces, se esperaban definiciones de la mandataria sobre
el plan desestabilizador en ciernes, instrumentado por el titular del
Banco Central y una jueza en lo Contencioso Administrativo Federal, que
habían dispuesto sentarse literalmente sobre las reservas en dólares,
para evitar que sean utilizadas para el pago de vencimientos de deuda
externa, tal como había dispuesto con total soberanía política y
estratégica el gobierno nacional. Con el cuento de cuidar "el ahorro de
los argentinos", la derecha quería arrinconar a Cristina y obligarla a
defoltear su propio quite de deuda, endeudarse con el exterior a
intereses usurarios, o usar recursos del presupuesto, descontándolos de
la inversión social. Por ejemplo, la Asignación Universal por Hijo.
Pensaba yo: qué jugada traerían estos bajo la manga, con qué nos
sorprenderían esta vez. Ensayé decenas de variantes, pero en ninguna
imaginé que Cristina anularía el decreto demorado en el fuero cautelar, y
sacaría otros dos casi idénticos, disponiendo exactamente lo mismo, y
que para esas horas el pago ya se habría instrumentado. Días después, la
presidenta declararía que ella estaba "dispuesta a enfrentar la condena
de cualquier juez circunstancial de la Argentina, pero no de la
historia". Como tantas otras veces la oposición volvió a quedar
pedaleando en el aire. Cristina señaló hacia el poniente, y todos
quedaron mirando su dedo, y no la luna que empezaba a asomar por detrás
del horizonte.
Kirchner iba atrás ese día, junto a su esposa, en el auto. Estiraba su
mano tibiamente para saludar por entre la ventanilla a medio abrir a
quienes allí estábamos, sobre la Avenida Rivadavia, a 50 metros del
Congreso, bajo el sol de los últimos días del verano. Yo respondí con
los dedos en V. Me inventé que me sonrió. Todavía lo creo.
Es una tontería, en el fondo. Uno está aquí por sus convicciones. La
foto es, apenas, un detalle, la palmada en la espalda. Todo lo
aprendimos de las Madres de Plaza de Mayo. El último sábado, previo al
Día de la Madre, una delegación de ellas regresó desde Catamarca, adonde
había estado en un acto junto a la gobernadora Lucía Corpacci,
desarrollado el viernes 19, bajo 36 grados de temperatura, de noche, una
vez que aflojaron los más de 40 grados que hubo por la tarde. Las
Madres viajaron durante todo el sábado en su regreso a Buenos Aires.
Salieron de Catamarca en la mañana, y abordaron con retraso su avión en
Tucumán, tras recorrer en micro varios kilómetros de montaña,
centellantes en la altura, entre las cornisas del Aconquija, bajo un
calor insoportable y el polvo espeso del camino. Hebe llegó de noche a
su casa en La Plata, y Chela quizás aun más tarde. No les importó que al
día siguiente fuera el Día de la Madre. Su día. Simple: había que ir a
Catamarca, y ellas fueron a Catamarca. Las Madres tienen entre 75 y 98
de edad, y hace 1800 jueves que no faltan a la Plaza de Mayo.
"Cada cosa es lo que es / Qué difícil es decir esto y decir/ cuánto me
alegra y me basta. / Para ser completo existir es suficiente", escribió
hace casi un siglo el poeta portugués Fernando Pessoa. El pueblo tiene
derecho a extrañar a su líder, pero no a demorar lo que tenemos que
hacer: profundizar la unidad y la organización. A eso iba Néstor,
seguramente. Cristina lo sabe.
Nadie que no sea ella puede saberlo
mejor. Y contarlo a los demás. Ahora yo también sé a dónde iba Néstor.
Que nadie insinúe saber más de kirchnerismo que la propia presidenta. A
dos años de haber entrado a la sombra para siempre, este invento del
"nestorismo", pero sin Cristina es, apenas, la etapa superior y más
sofisticada del viejo gorilismo
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