ciudadana ilustre de la plata
Hebe es las Madres
Hebe tuvo la virtud de sintetizar en ella las multiplicidades de sus demás compañeras.
Nunca habría imaginado Hebe de Bonafini el 30 de abril de 1977, cuando las Madres marcharon por primera vez en Plaza de Mayo, que un día, alguna vez, muchos años después (digamos unos 35 años), el intendente de La Plata, ciudad donde Hebe nació, la declararía ciudadana ilustre de la capital provincial, en un acto demasiado emotivo, al que asistiría el vicepresidente de la Nación.
Nunca lo habría imaginado. Jamás. El dolor se lo impedía. Cuando salieron a la calle, ni nombre tenían. Eran, apenas, madres en minúscula, desesperadas. Objetos del sufrimiento causado por un terror hasta esos días inédito en estas tierras, desconocido, aunque ya empezaban a ser sujetos de su rebeldía. Convocarse en Plaza de Mayo y marchar contradiciendo al estado de sitio, fue su primera marca colectiva. Un salto cualitativo que, aunque ellas no lo sabían por entonces, daba junto a ellas la clase obrera mundial. "Estamos halagadas de recibir este premio hoy, y por sentir que lo que estamos haciendo les sirve a todos. Eso es lo más importante", dijo Hebe.
Como el Che, que dejó escrito en la última carta a sus hijos que la revolución es lo único importante, y que "cada uno de nosotros, solo, no vale nada", las Madres se pasaron la lucha demostrando qué es lo importante, y qué no. Cuáles son las contradicciones insalvables y cuáles, apenas, las secundarias. Pasaron 35 años y algunos todavía no lo comprenden. Otros y otras sí. Definitivamente sí.
Para las Madres de Plaza de Mayo, salir a buscar a los hijos fue el único modo posible de seguir vivas. Lucharon con naturalidad, como quien se levanta a la mañana y vive. Lucharon como vivieron. De ahí el concepto "de la cocina a la Plaza". Al salir de sus hogares a desafiar la dictadura, con cierta ingenuidad, sin una conciencia acabada sobre el tamaño del enemigo a enfrentar y la complejidad del duelo, tampoco sabían que estaban ingresando en la historia grande de las luchas populares de su tierra.
Una Madre, todas las Madres. Hebe tuvo la virtud de sintetizar en ella las multiplicidades de sus demás compañeras. Ella es el denominador común de un riquísimo universo de mujeres ciertamente heterogéneo, de historias y formaciones disímiles, cuyo kilómetro cero fue el dolor inconmensurable por la ausencia del hijo o hija. De allí su formidable mérito: dirigir un colectivo que convirtió esa angustia individual e intransferible, que también fue social e histórica, y cuyas consecuencias abarcaron varias generaciones (la de los propios hijos y las que vinieron luego), en un movimiento de oposición, resistencia y puente intergeneracional con aquellas luchas y estos desafíos del presente, de reconocimiento internacional y proyección, por lo menos, continental. No todas las madres de desaparecidos llegaron tan lejos.
"Les debemos todo a tantos pibes, por eso quiero que este reconocimiento sea para ellos. Me tocó recibirlo a mí, pero ellos, los anónimos, son los ciudadanos ilustres de esta ciudad. Esos anónimos que hacían teatro en el Colegio Nacional, que estudiaban y trabajaban en los barrios, con los curas progresistas que había en La Plata, y qué felices que eran; con los sindicalistas de verdad, no estos burócratas de hoy. Ellos nunca pedían permiso para no ir a trabajar. Trabajaban y a la noche, las reuniones."
No son palabras de ocasión, sino una línea de coherencia mantenida en el tiempo y sostenida hasta con el propio cuerpo. "El otro soy yo." Un tiempo que abarca los últimos 35 años de vida política nacional, y cuyo legado para quienes continúen la gesta de las clases subalternas, es uno solo, aunque definitorio: colectivizar las respuestas al enemigo, para volverlas más fructíferas. No pedir nada para uno, sino entregarlo todo por los demás. He ahí la única garantía de verdad en lo que se enuncia.
Las que socializaron la maternidad y se convirtieron en Madres de todos los desaparecidos, sin distinguirlos por pertenencia partidaria o método de lucha, lograron derrotar al capitalismo en su propia fortaleza: de entrada nomás rechazaron los planteos individuales, en singular, que el sistema les ofrecía como única manera de encausar su problemática. También el dinero. Las Madres le ganaron a la muerte de visitante, vencieron al terror en su cancha, discutieron la lógica más atroz del sistema de denominación de igual a igual, sin dobleces. Al igual que a la presidenta Cristina, a ellas tampoco las corrió nadie con aprietes ni patoteadas, y eso que en el caso de las Madres los ataques incluyeron el secuestro y desaparición de las tres compañeras señeras del movimiento: Azucena Villaflor de Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, en diciembre de 1977.
Como dijo Amado Boudou en el acto, Hebe "es una mujer colectiva". La lucha de las Madres lo es. Ellas no podrían haber ocurrido nunca en la historia si no fueran un sujeto colectivo, un sueño compartido, una estrategia común, un esfuerzo de a muchas. Las Madres fueron, ya en plena dictadura, las primeras en marcar el camino de estar "unidos y organizados". No había modo de vencer el terror ni de retomar los sueños revolucionarios de la generación que más cerca había estado de alcanzar el cielo, si no se encaraba de modo urgente, preciso y eficaz el reto de la cohesión y la necesaria síntesis que debe alcanzar un pueblo si quiere liberarse.
Si las Madres de Plaza de Mayo hubieran pensado en los premios, ya tendrían el Nobel de la Paz en las vitrinas de su sede. Pero no: allí hay poemas, pinturas, retratos de jefes de Estado fotografiados junto a ellas, una imagen del Che, pañuelos de lucha obsequiados a las Madres por colectivos insurgentes, revolucionarios, a la ofensiva o en la resistencia, de todas partes del mundo. A ellas les alcanza con el reconocimiento de su pueblo. Moran en el corazón de quienes se piensan a sí mismos en función del país que habitan y sueñan para sus hijos y los hijos de sus iguales de clase. Les basta y sobra con la distinción formal de las autoridades democráticas elegidas por el pueblo que protagoniza la alternativa de liberación abierta el 25 de mayo de 2003. Hebe quizás no lo soñó aquel 30 de abril. Sus hijos, menos. O quizás sí. Confiaban en el tiempo. En la fuerza indomable de los pueblos. En la verdad y la solidaridad. Si se lucha por los demás, y ese otro es tan grande como un pueblo entero, esa lucha está embarazada de futuro. Para siempre. A veces tarda demasiado, pero sabe dar a luz.
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