entre la contradicción y la falsa conciencia
Monotemática, la derecha recurre a las
excepciones para explicar el 8N. En vez de buscar el trazo grueso de la
protesta prueba con sus anécdotas. Su última novedad: la cacerola
también la habrían tocado ex votantes del kirchnerismo. ¿Será por
Alberto Fernández que lo dice? Difícil darle densidad sociológica a esa
aseveración. Evidente error de concepto, que esconde la deliberada (y
repetida) intención de socavar la base social del kirchnerismo.
Arriesgo un mínimo común múltiplo relativamente fácil de identificar entre la informe multitud del jueves pasado: la desaprobación (entre el duro rechazo y la más vulgar de las apatías) a la política oficial en materia de Derechos Humanos. Naturalmente, no todos los que salieron a la calle son defensores de los genocidas. Ni Julio Bárbaro llegó a tanto. Sin dudas, los terroristas de Estado no cuentan con una corriente de opinión favorable tan numerosa, pero sí de una legión de indiferentes a quienes les preocupa más atesorar dólares que quedar pegados a Cecilia Pando. Por ahora, a la derecha cruda y dura le alcanza.
Tras tantos años de derrota política, de condena histórica, de juicios y castigos, llenar el Obelisco resulta un bálsamo. Desde las marchas-Blumberg y el voto-Cleto que no lograba articular respuesta. No en vano aquel reclamo afiebrado de mano dura a los delincuentes surgió el 1 de abril de 2004, apenas siete días después de la expropiación de la ESMA a la Marina de Guerra.
En los papeles, el kirchnerismo empezó el 25 de mayo de 2003, pero su profundo contenido revisionista y transformador nació el 24 de marzo de 2004, cuando Kirchner llamó "mis compañeros" a los desaparecidos, ordenó al jefe del Ejército que descuelgue los cuadros de Videla y de Bignone, y pidió perdón en nombre del Estado por la dictadura y la posterior impunidad. Ahí empezó otra Argentina. Su huella cultural, simbólica y política tuvo la trascendencia de lo inevitable e imposible de desandar. Ese día el naciente kirchnerismo definió claramente a sus enemigos, señaló su universo de aliados, y estableció cuál era su noción de democracia y el destino estratégico que habría de guiar sus políticas públicas, hasta hoy. La derecha, que no olvida ni perdona, se la tiene jurada desde entonces. Sólo el imponente aparato cultural con que todavía cuenta el poder económico podría confundir los tantos y lograr esa escena bizarra de nuestra democracia: el 8N.
De ahí el carácter definitorio del 7D. Si el clan Magnetto siguiera indemne ante los fallos de la ley, la democracia habría comprobado que su techo es demasiado bajo para las demandas de cientos de miles que salieron a las calles a reclamar lo que sus convocantes, en el fondo, no quieren para ellos, porque nada están dispuestos a ceder. Si un reclamo por algo parece por otra cosa, hay que desconfiar. Si las demandas son contradictorias, si el rasgo ideológico es difuso, si no hay referentes claros, a no dudarlo: la movida es de derecha. Si a quienes les importa la Fragata olvidaron las Malvinas o se ponen del lado de los fondos buitre, eso quiere decir que hay otra ecuación oscura, inconfesable, detrás.
Un Obelisco lleno de gente en defensa de la justicia, la libertad de expresión, contra la inseguridad y todo sometimiento de las instituciones, podría ser indicativo de salud democrática. Si los movilizados masivamente un día de tanto calor, a pesar de los cortes de luz, no exhiben en sus pancartas ninguna demanda material, entonces es que las políticas anticíclicas dan resultado.
La poderosa maquinaria cultural que alumbró la protesta se propuso frustrar los avances más valiosos de nuestra democracia, manipulando hasta el grotesco la subjetividad de los argentinos. Un extranjero que recién se asomara a la política nacional tranquilamente podría confundir a los movilizados del 8N con los adherentes al 7D. ¿O no es el gobierno, acaso, el actor político que más persigue la defensa de los fallos de la justicia, el castigo a quienes contravienen la ley, la plena vigencia de la norma que garantiza libertad de expresión y multiplicidad de voces, y contra toda forma de presión de los grupos económicos a las instituciones de la República?
La derecha se queja por la ley que le dará en temas de gravedad institucional rápida intervención al Tribunal de justicia más importante y prestigioso, pero si es por ella, el 8N sería un per saltum de dudosa legalidad, que le ahorraría a su forzado esquema institucional el incómodo (y, esencialmente, adverso) trámite de las elecciones.
Jamás habrá imaginado el juez Recondo una plaza en su nombre. Nunca Magnetto se habrá soñado tan popular. Criaturas de la falsa conciencia. La clase media es la hija más destacada de la clase obrera, la que pudo estudiar y viajar por el mundo, la que tuvo acceso a bienes culturales; pero a veces se contenta con creerse hija no reconocida de la alta burguesía. Su único desafío: mendigar su apellido, rascar las migas de una improbable herencia, que nunca llega. Si fuera tan fácil y menos determinante, la batalla cultural, la distribución igualitaria de riquezas se daría sin más trámite. Para la revolución socialista bastaría con sentarse a esperar que las contradicciones alcanzaran su punto de hervor, y ya. Pero no. La historia no camina sola.Todo proceso sociopolítico debe doblegar pulsiones que quieren regresarlo hacia atrás. El caso argentino iniciado en 2003 quiso desandar sus pasos en las elecciones del 28 de junio de 2009, pero fue esa contingencia la que terminó impulsándolo drásticamente. La Ley de Medios fue sancionada apenas cuatro meses después de esos comicios. Ni hablar de la Asignación Universal por Hijo o Hija, y la estatización de los fondos de jubilación, hasta entonces en manos de los bancos, sin dudas las medidas más radicalizadas del kirchnerismo hasta ese momento.
El 8N es la reacción a lo que el proyecto nacional y popular se trazó para el segundo mandato de Cristina: profundización e institucionalización de las transformaciones. A las cacerolas de noviembre le seguirán los micrófonos abiertos para todos y todas del 7D. Antes, claro, deberá sortear otros intentos de restauración conservadora, teñidos, incluso, de paro y protesta popular. Que las corporaciones económicas se disfracen de trabajadoras. Las situaciones estrambóticas de las que habló la presidenta en septiembre.
Las situaciones estrambóticas
No es una casualidad que el Grupo Clarín tenga sus manos manchadas de sangre.
Arriesgo un mínimo común múltiplo relativamente fácil de identificar entre la informe multitud del jueves pasado: la desaprobación (entre el duro rechazo y la más vulgar de las apatías) a la política oficial en materia de Derechos Humanos. Naturalmente, no todos los que salieron a la calle son defensores de los genocidas. Ni Julio Bárbaro llegó a tanto. Sin dudas, los terroristas de Estado no cuentan con una corriente de opinión favorable tan numerosa, pero sí de una legión de indiferentes a quienes les preocupa más atesorar dólares que quedar pegados a Cecilia Pando. Por ahora, a la derecha cruda y dura le alcanza.
Tras tantos años de derrota política, de condena histórica, de juicios y castigos, llenar el Obelisco resulta un bálsamo. Desde las marchas-Blumberg y el voto-Cleto que no lograba articular respuesta. No en vano aquel reclamo afiebrado de mano dura a los delincuentes surgió el 1 de abril de 2004, apenas siete días después de la expropiación de la ESMA a la Marina de Guerra.
En los papeles, el kirchnerismo empezó el 25 de mayo de 2003, pero su profundo contenido revisionista y transformador nació el 24 de marzo de 2004, cuando Kirchner llamó "mis compañeros" a los desaparecidos, ordenó al jefe del Ejército que descuelgue los cuadros de Videla y de Bignone, y pidió perdón en nombre del Estado por la dictadura y la posterior impunidad. Ahí empezó otra Argentina. Su huella cultural, simbólica y política tuvo la trascendencia de lo inevitable e imposible de desandar. Ese día el naciente kirchnerismo definió claramente a sus enemigos, señaló su universo de aliados, y estableció cuál era su noción de democracia y el destino estratégico que habría de guiar sus políticas públicas, hasta hoy. La derecha, que no olvida ni perdona, se la tiene jurada desde entonces. Sólo el imponente aparato cultural con que todavía cuenta el poder económico podría confundir los tantos y lograr esa escena bizarra de nuestra democracia: el 8N.
De ahí el carácter definitorio del 7D. Si el clan Magnetto siguiera indemne ante los fallos de la ley, la democracia habría comprobado que su techo es demasiado bajo para las demandas de cientos de miles que salieron a las calles a reclamar lo que sus convocantes, en el fondo, no quieren para ellos, porque nada están dispuestos a ceder. Si un reclamo por algo parece por otra cosa, hay que desconfiar. Si las demandas son contradictorias, si el rasgo ideológico es difuso, si no hay referentes claros, a no dudarlo: la movida es de derecha. Si a quienes les importa la Fragata olvidaron las Malvinas o se ponen del lado de los fondos buitre, eso quiere decir que hay otra ecuación oscura, inconfesable, detrás.
Un Obelisco lleno de gente en defensa de la justicia, la libertad de expresión, contra la inseguridad y todo sometimiento de las instituciones, podría ser indicativo de salud democrática. Si los movilizados masivamente un día de tanto calor, a pesar de los cortes de luz, no exhiben en sus pancartas ninguna demanda material, entonces es que las políticas anticíclicas dan resultado.
La poderosa maquinaria cultural que alumbró la protesta se propuso frustrar los avances más valiosos de nuestra democracia, manipulando hasta el grotesco la subjetividad de los argentinos. Un extranjero que recién se asomara a la política nacional tranquilamente podría confundir a los movilizados del 8N con los adherentes al 7D. ¿O no es el gobierno, acaso, el actor político que más persigue la defensa de los fallos de la justicia, el castigo a quienes contravienen la ley, la plena vigencia de la norma que garantiza libertad de expresión y multiplicidad de voces, y contra toda forma de presión de los grupos económicos a las instituciones de la República?
La derecha se queja por la ley que le dará en temas de gravedad institucional rápida intervención al Tribunal de justicia más importante y prestigioso, pero si es por ella, el 8N sería un per saltum de dudosa legalidad, que le ahorraría a su forzado esquema institucional el incómodo (y, esencialmente, adverso) trámite de las elecciones.
Jamás habrá imaginado el juez Recondo una plaza en su nombre. Nunca Magnetto se habrá soñado tan popular. Criaturas de la falsa conciencia. La clase media es la hija más destacada de la clase obrera, la que pudo estudiar y viajar por el mundo, la que tuvo acceso a bienes culturales; pero a veces se contenta con creerse hija no reconocida de la alta burguesía. Su único desafío: mendigar su apellido, rascar las migas de una improbable herencia, que nunca llega. Si fuera tan fácil y menos determinante, la batalla cultural, la distribución igualitaria de riquezas se daría sin más trámite. Para la revolución socialista bastaría con sentarse a esperar que las contradicciones alcanzaran su punto de hervor, y ya. Pero no. La historia no camina sola.Todo proceso sociopolítico debe doblegar pulsiones que quieren regresarlo hacia atrás. El caso argentino iniciado en 2003 quiso desandar sus pasos en las elecciones del 28 de junio de 2009, pero fue esa contingencia la que terminó impulsándolo drásticamente. La Ley de Medios fue sancionada apenas cuatro meses después de esos comicios. Ni hablar de la Asignación Universal por Hijo o Hija, y la estatización de los fondos de jubilación, hasta entonces en manos de los bancos, sin dudas las medidas más radicalizadas del kirchnerismo hasta ese momento.
El 8N es la reacción a lo que el proyecto nacional y popular se trazó para el segundo mandato de Cristina: profundización e institucionalización de las transformaciones. A las cacerolas de noviembre le seguirán los micrófonos abiertos para todos y todas del 7D. Antes, claro, deberá sortear otros intentos de restauración conservadora, teñidos, incluso, de paro y protesta popular. Que las corporaciones económicas se disfracen de trabajadoras. Las situaciones estrambóticas de las que habló la presidenta en septiembre.
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