¿para qué clarín hizo lo que hizo?
Hebe de Bonafini recordó alguna vez que
durante la dictadura, cuando la policía llevaba detenida a alguna Madre
de Plaza de Mayo, todas las demás se metían dentro de los patrulleros
para caer en cana ellas también. El comisario no sabía qué hacer con
tantas mujeres en el patio de la seccional, intercalando la palabra
“asesino” entre las estrofas de un padrenuestro. Sublevaban a los
comunes y los pordioseros. Cuando algún vigilante le pedía a alguna su
documento de identidad, para amedrentarla y tratar de impedir la marcha,
las demás le ofrecían el suyo, para que quien terminara acobardándose
fuera el oficial de policía. A la vez que un gesto vital de solidaridad,
nacido de la cualidad más insondable de lo humano, era una acción
política en defensa propia, que de tan efectiva terminaba pasando a la
ofensiva. Denúncieme a mí también, Magnetto.
¿Para qué Clarín hizo lo que hizo? ¿Van a hacernos creer ahora que los abogados del multimedios definen en soledad, con autonomía técnica, su estrategia legal? ¿Que se mandan solos? ¿Que nadie les hace ver los alcances políticos de sus escritos y chicanas?
Si a Caballero le cabe una denuncia penal por sus ideas, qué pensará un recién egresado de la carrera de periodismo que podría ocurrirle si firmara una solicitada en apoyo a sus colegas criminalizados por el “delito” de lesa opinión. De mínima, no conseguir trabajo. Con googlear su nombre alcanzaría. Quizás sea eso lo que buscó el Grupo Clarín con su insólita presentación ante los Tribunales federales: meter miedo. Disciplinar. Dejar una marca de agua en la subjetividad de los profesionales de la comunicación, trabajadores del periodismo, que no se borra después del 7D, ni con quitar la demanda judicial, ni con jurar que no citaría siquiera en calidad de testigos a los periodistas inicialmente denunciados.
El que se la agarra con el más grande y poderoso, y hace suya la guerra de la democracia contra las corporaciones, en algún momento la liga. Quien opina, pierde. Ya no basta con rebajar a la categoría de “militantes” a los periodistas no neutrales. Ya no es suficiente tirarlos al tacho del “periodismo oficialista”, “paraestatal”, “pautadependiente”, como los definió Moyano; ahora que pasen por Tribunales. Magnetto parece un elefante herido, torpe, sin sentido de la distancia, pero al rugir sopla como un tornado todavía. Mientras se despereza y gira sobre su cola buscando acomodarse para entrar a una sombra que podría ser definitiva, ensaya golpes, y aunque rompa la cristalería en su embestida, los tira igual. ¿Habrán sido los últimos? Pierde todas las batallas, una a una, pero sabe que la guerra continúa.
Por de pronto, logró que sus alfiles comunicacionales, los estrategas del relato destituyente, a quienes nadie denunció por sus continuas burlas o permanentes injurias a la presidenta, se lavaran un poco la cara y se mostraran contrarios a la denuncia del estudio Wortman Jofré. Ellos sí que son “independientes”, “profesionales” y tienen “pensamiento propio”.
Uno, sin embargo, no evitó ni ante estas circunstancias tirar la patadita y declarar su solidaridad entre alfileres con “el agredido que nos ha agredido”. Su declaración de apoyo a los periodistas denunciados habría significado para él “un desafío mayúsculo”. No es un gesto vital de autoprotección, como aquel de las Madres en plena dictadura, sino, apenas, un esfuerzo sobrehumano, aséptico, con guantes sobre los dedos mientras éstos se toman la nariz. “Desafío mayúsculo”.
Da bronca que el editor en jefe del diario Clarín coteje la presentación judicial de sus abogados con el juicio ético, simbólico, sin pretensión punitiva alguna, de las Madres a los periodistas cómplices del genocidio. Aquel fue un hecho político, de apelación a la memoria social, de reparación histórica; el otro pasó al acto. ¿Es que Kirschbaum no se da cuenta que denunciar penalmente el “delito” de opinar es el límite tras el cual espera la más llana intolerancia?
Si algo tienen de bueno estos años de disputa política y batalla cultural, es que todos los intereses que pujan en el escenario político deben hacerlo por encima de la mesa. Ya no pueden ser disimulados con operaciones mediáticas. Se acabó el verso de “la espontaneidad”, de lo “apolítico”. A un lado y a otro: “unidos y organizados” contra las pedradas sobre los vidrios del Tortoni para “garantizar” el paro y hacer que aquel que quiera ir a trabajar desista solo de intentarlo. A quienes comparan a Moyano con Vandor, el jefe de la CGT-Clarín les responde con otra demanda por “coacción agravada” y “calumnias e injurias”. Quién lo hubiera creído entre peronistas. Quienes se ven perdidos quieren dar por concluido el debate: denuncia penal y a otra cosa. Fascismo democrático.
Como dice Máximo en la película que recuerda a su padre, para Néstor Kirchner lo que se expresó en las calles durante la fiesta popular del Bicentenario fue un quiebre cultural que hizo posible y duradero los cambios políticos y económicos que sobrevinieron desde entonces. ¿Y dónde está el origen de ese quiebre, cuál es su kilómetro cero? Quizás haya que remontarse al 24 de marzo de 2004, cuando el presidente ordenó con un gesto al jefe del Ejército que descuelgue los cuadros de los genocidas de las paredes del Colegio Militar (nunca un mandatario democrático había sido tan comandante en jefe de las Fuerzas Armadas), y llamó “mis compañeros” a los desaparecidos, fusilados y puestos en prisión.
Avanzar, profundizar, ir por más (o por todo, según lo consintiera la correlación de fuerzas ante cada instancia de la larga batalla), era factible porque había un cuerpo social cohesionado y conciente que lo permitía. A pesar de la corrosiva maquinaria cultural puesta en marcha para desmentirlo, ese cuerpo social está vivo y se muestra crecientemente organizado. Su fortaleza, que quiere (y puede) cada día más, sin dudas será correspondida por fuerzas de la reacción, que, urgidas, se alistan también para oponer su resistencia. Malas noticias para la derecha en sus múltiples formatos: la justicia, que era su última trinchera, ya no les brinda tantas garantías. El quiebre cultural. La sociedad argentina, incluidos sus periodistas, les perdieron el miedo. También los pordioseros. Los mocosos. Los que hasta ayer miraban la democracia apoyando la ñata sobre el vidrio, y ahora también empujan para entrar y saber de qué se trata. Bienvenidos
Entonces a mí también, Magnetto
Magnetto parece un elefante herido, torpe, sin sentido de la distancia, pero al rugir sopla como un tornado todavía.
¿Para qué Clarín hizo lo que hizo? ¿Van a hacernos creer ahora que los abogados del multimedios definen en soledad, con autonomía técnica, su estrategia legal? ¿Que se mandan solos? ¿Que nadie les hace ver los alcances políticos de sus escritos y chicanas?
Si a Caballero le cabe una denuncia penal por sus ideas, qué pensará un recién egresado de la carrera de periodismo que podría ocurrirle si firmara una solicitada en apoyo a sus colegas criminalizados por el “delito” de lesa opinión. De mínima, no conseguir trabajo. Con googlear su nombre alcanzaría. Quizás sea eso lo que buscó el Grupo Clarín con su insólita presentación ante los Tribunales federales: meter miedo. Disciplinar. Dejar una marca de agua en la subjetividad de los profesionales de la comunicación, trabajadores del periodismo, que no se borra después del 7D, ni con quitar la demanda judicial, ni con jurar que no citaría siquiera en calidad de testigos a los periodistas inicialmente denunciados.
El que se la agarra con el más grande y poderoso, y hace suya la guerra de la democracia contra las corporaciones, en algún momento la liga. Quien opina, pierde. Ya no basta con rebajar a la categoría de “militantes” a los periodistas no neutrales. Ya no es suficiente tirarlos al tacho del “periodismo oficialista”, “paraestatal”, “pautadependiente”, como los definió Moyano; ahora que pasen por Tribunales. Magnetto parece un elefante herido, torpe, sin sentido de la distancia, pero al rugir sopla como un tornado todavía. Mientras se despereza y gira sobre su cola buscando acomodarse para entrar a una sombra que podría ser definitiva, ensaya golpes, y aunque rompa la cristalería en su embestida, los tira igual. ¿Habrán sido los últimos? Pierde todas las batallas, una a una, pero sabe que la guerra continúa.
Por de pronto, logró que sus alfiles comunicacionales, los estrategas del relato destituyente, a quienes nadie denunció por sus continuas burlas o permanentes injurias a la presidenta, se lavaran un poco la cara y se mostraran contrarios a la denuncia del estudio Wortman Jofré. Ellos sí que son “independientes”, “profesionales” y tienen “pensamiento propio”.
Uno, sin embargo, no evitó ni ante estas circunstancias tirar la patadita y declarar su solidaridad entre alfileres con “el agredido que nos ha agredido”. Su declaración de apoyo a los periodistas denunciados habría significado para él “un desafío mayúsculo”. No es un gesto vital de autoprotección, como aquel de las Madres en plena dictadura, sino, apenas, un esfuerzo sobrehumano, aséptico, con guantes sobre los dedos mientras éstos se toman la nariz. “Desafío mayúsculo”.
Da bronca que el editor en jefe del diario Clarín coteje la presentación judicial de sus abogados con el juicio ético, simbólico, sin pretensión punitiva alguna, de las Madres a los periodistas cómplices del genocidio. Aquel fue un hecho político, de apelación a la memoria social, de reparación histórica; el otro pasó al acto. ¿Es que Kirschbaum no se da cuenta que denunciar penalmente el “delito” de opinar es el límite tras el cual espera la más llana intolerancia?
Si algo tienen de bueno estos años de disputa política y batalla cultural, es que todos los intereses que pujan en el escenario político deben hacerlo por encima de la mesa. Ya no pueden ser disimulados con operaciones mediáticas. Se acabó el verso de “la espontaneidad”, de lo “apolítico”. A un lado y a otro: “unidos y organizados” contra las pedradas sobre los vidrios del Tortoni para “garantizar” el paro y hacer que aquel que quiera ir a trabajar desista solo de intentarlo. A quienes comparan a Moyano con Vandor, el jefe de la CGT-Clarín les responde con otra demanda por “coacción agravada” y “calumnias e injurias”. Quién lo hubiera creído entre peronistas. Quienes se ven perdidos quieren dar por concluido el debate: denuncia penal y a otra cosa. Fascismo democrático.
Como dice Máximo en la película que recuerda a su padre, para Néstor Kirchner lo que se expresó en las calles durante la fiesta popular del Bicentenario fue un quiebre cultural que hizo posible y duradero los cambios políticos y económicos que sobrevinieron desde entonces. ¿Y dónde está el origen de ese quiebre, cuál es su kilómetro cero? Quizás haya que remontarse al 24 de marzo de 2004, cuando el presidente ordenó con un gesto al jefe del Ejército que descuelgue los cuadros de los genocidas de las paredes del Colegio Militar (nunca un mandatario democrático había sido tan comandante en jefe de las Fuerzas Armadas), y llamó “mis compañeros” a los desaparecidos, fusilados y puestos en prisión.
Avanzar, profundizar, ir por más (o por todo, según lo consintiera la correlación de fuerzas ante cada instancia de la larga batalla), era factible porque había un cuerpo social cohesionado y conciente que lo permitía. A pesar de la corrosiva maquinaria cultural puesta en marcha para desmentirlo, ese cuerpo social está vivo y se muestra crecientemente organizado. Su fortaleza, que quiere (y puede) cada día más, sin dudas será correspondida por fuerzas de la reacción, que, urgidas, se alistan también para oponer su resistencia. Malas noticias para la derecha en sus múltiples formatos: la justicia, que era su última trinchera, ya no les brinda tantas garantías. El quiebre cultural. La sociedad argentina, incluidos sus periodistas, les perdieron el miedo. También los pordioseros. Los mocosos. Los que hasta ayer miraban la democracia apoyando la ñata sobre el vidrio, y ahora también empujan para entrar y saber de qué se trata. Bienvenidos
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