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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

viernes, 22 de marzo de 2013

El Papa y el poder

 

Cristina se reúne con el Papa. Ambos se tratan con calidez, se dejan fotografiar mientras se saludan con un beso, obséquianse regalitos. Todo ello sin dejar de lado el rigor formal que les impone el alto cargo de Estado que invisten. A la salida, le zampa el apellido a la criatura: “Le pedí que colabore para lograr el diálogo por las Malvinas".


La Presidenta “invita” al Papa “argentino, cuervo y peronista” (como enfatizan erróneamente algunos) a venir a la Argentina, su habitual país de residencia hasta el cónclave y del cual salió para ir a la asamblea de cardenales, apenas unas semanas atrás. Cita el marco institucional que debe regir el convite, y puntualiza: “Ustedes saben que el Papa no solamente es el jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana sino que además es un jefe de Estado, el jefe del Estado Vaticano”, y continúa: “por lo tanto, para visitar un país requiere dos invitaciones, por parte del Estado que lo invita y su representante, en este caso la Presidenta, y también por parte de la Conferencia Episcopal del país al cual va invitado".


Varios creyeron que el gobierno argentino iba a declararle la guerra al  Vaticano. A seguir participando. A izquierda y a derecha se creyó. Algunos se entusiasmaron con la hipótesis. Otros le temieron por demás. A derecha y a izquierda.



La presidenta parece tenerla infinitamente más clara que muchos. Esos muchos son realmente demasiados. No en vano es Cristina la conductora de unos; el enemigo número uno, la contradicción principal para otros; y el resto, apenas el resto.



Minga que el Papa Francisco tiene asuntos para preocuparse más importantes que el proceso emancipador latinoamericano. La coincidencia entre la muestra popular y política de fortaleza ante la adversidad que se vio en los funerales de Hugo Chávez, y el resultado de la fumata blanca, ¿es sólo temporal? ¿Producto de la casualidad? Se parece mucho a una respuesta urgente. A un dramático ahora o nunca.



¿Cómo se explica si no el triunfalismo del arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, quien sintió como una victoria propia la elección del argentino y fue señalado como el más influyente a la hora de armar y desarmar las mundanas alianzas que se dieron en el cónclave? No lo digo yo; La Nación lo informó a a sus lectores.



El poder


Cristina dice que Francisco habló de la Patria Grande, y se identificó con Bolívar y San Martín. Cuando estuvo en visita oficial en Vietnam, en enero pasado, la Presidenta comparó al mismo San Martín del que habló el Papa, con el revolucionario Ho Chi Minh. Por propiedad transitiva en sentido estricto, Francisco sería comunista, pues. Sin embargo, ¿cómo explicar el saludo con Macri, entonces?



La política es bastante más compleja que una regla de tres simple. Los datos  objetivos deben ser su punto de partida, a saber:



1) las denuncias sobre la mirada hacia el costado de Bergoglio, cuando no era Francisco, durante la dictadura militar, documentadas por Horacio Verbitsky y que merecieron la declaración del cura ante un tribunal ordinario de Justicia penal;



2) la oposición del ex jesuita, cuando no era Francisco, al matrimonio igualitario, a las políticas de salud reproductiva, a los avances en materia de género, su llamado a la “guerra de Dios”. Pero;



3) la beatificación de un cura asesinado por la dictadura militar, solicitada por el propio Bergoglio, y resuelta en su primer decreto por el flamante Papa cuando ya era Francisco. Apenas un gesto, sí, pero tratándose del Vaticano, el capital simbólico adquiere bastante más volumen que una simple alegoría.



Indudablemente, no estamos ante un “viejito que fueron a buscar al fin del mundo”. Se trata de cuadro de primer orden de una institución milenaria, vertical, con carácter de Estado, poderosa política y simbólicamente, aunque algo maltrecha en los últimos años (o décadas).  Está visto: el curita de Flores aborda de un modo más que hábil las contradicciones de la Iglesia.



Hay quien afirma sin disimular que la Presidenta busca hechizar al Santo Padre. Aparatearle el papado. Ganarle de mano a la oposición  y hacer con los mensajes cifrados del curita que llegó en el subte de los vagones de madera a San Pedro, un Pontífice K. Me parece inconveniente decirlo así. Digo… Otros sugieren lo mismo, aunque en voz más baja. Cuestión de estilos. En cualquier caso: guarda, el otro equipo también juega.



Francisco no es precisamente un pata dura, y en su bando patean unos cuántos que para qué te voy a contar. Sin ir más lejos, el vocero Vaticano, un tarambana que también quiso marcarle la cancha al nuevo Papa y le sacó el cuero a sus críticos, afirmando con poco tino que las acusaciones en su contra se deben a una campaña de la izquierda anticlerical.


Marxistas, no: marcianos



Por lo demás, de ningún modo es cierto que “la religiosidad –cosa difícil de entender para muchos– atraviesa todas las clases sociales y las identidades políticas, excepto para los marxistas y los hombres de negocios que tienen otras religiones”, como escribió uno estos días. Intuyo la intención de Hernán Brienza: provocar, polemizar, lanzar la culebra para que pique y se abra un debate ciertamente edificante que, sin dudas, sobrevino con el correr de los días y todavía sigue.



Los marxistas pueden ser comparables con los hombres de negocios sólo en los negocios. En la ideología y la política, nada que ver. No confundir los marxistas con los marcianos. Ejemplo: un marxista esperaría a ver qué pasa para actuar y dar una respuesta nueva a un problema viejo en la actual circunstancia de su desarrollo. Como tantos otros hechos de la realidad, el nombramiento de Francisco es un producto de la historia, que merece una intervención acorde. Un marciano, no. Quizás sacaría un afiche que afirme sin demasiadas vueltas: “El Papa progresista”. O, en el otro extremo de las desmesuras propias de la vida política, rompería a piedrazos las puertas de la Catedral para denunciar el oscuro pacto de Cristina con el imperialismo, expresado a través de uno de sus principales agentes: el clero.



A propósito, una clase pública en una Universidad, en el año 2003, apenas asumido Néstor Kirchner, proponía un debate sobre las primeras cinco medidas que tendría que tomar una revolución socialista. La intención era obvia: demostrar que el santacruceño no venía a hacer la revolución socialista. Una soberana pelotudez. Nada hay menos marxista que intervenir sobre una realidad que no es la dada. Hay muchos que hablan y jamás entendieron al Che, para quien la verdad debe ser “ajustada como un guante”. ¿Sirve de algo demostrar en discursos grandilocuentes, en consignas efectistas, que Francisco no es Angelelli? O mejor dicho: ¿a quién le sirve llevar las cosas a un callejón sin salida ideológico? ¿Aporta? Para qué darse manija con lo obvio: sin dudas el Vaticano va a seguir sin socializar entre los habitantes de las villas sus bienes y posesiones en dinero contante y sonante, ni va a predicar contra las condiciones que generan la pobreza.



Por cierto, son muy extendidas las corrientes que, desde el marxismo, abordaron la religiosidad de las masas. Especialmente en América latina. Su densidad en la praxis revolucionaria es muy importante. En Nicaragua la revolución sandinista tuvo sacerdotes en puestos de conducción. La insurgencia colombiana tiene en el cura Camilo Torres a uno de sus impulsores. No descubrimos nada si repetimos aquí que el sentimiento religioso de nuestros pueblos, que también convive con la emocionante revolución socialista cubana y su versión aplicada del marxismo, debe coexistir con la rebeldía de las masas latinoamericanas, y que esa singular combinación también ha estado presente en la alternativa política que construye y transita actualmente la región.



Bien por La Cámpora si acompañó, aunque sea críticamente, con cierta distancia, a los vecinos católicos de los barrios más pobres en su júbilo por Francisco. No confundir el relativismo cultural, el paternalismo, el asistencialismo, con la disposición a la construcción política, a la ardua tarea de politizar y organizar aún entre el barro de las contradicciones de la vida social en tiempos del capitalismo.



En resumen: la más íntima razón de ser de la política es el poder. A un lado y al otro de quienes luchan por él. Contra él. A pesar de él. Allí es dónde está la clave de los últimos acontecimientos: la lucha por el poder, que es lo único que no es ilusión. Al menos así pensaba Lenin.

 

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