jueces y democracia
                           
        
        
            
 
  
     
   
 En noviembre de 2008, mientras aún humeaba 
el voto no positivo de Julio Cobos en el Senado, la Corte Suprema emitía
 un fallo controvertido: la declaración de inconstitucionalidad del 
artículo 41 de la ley de asociaciones sindicales, que permitía ser 
delegados sólo a quienes pertenecieran a un sindicato con personería 
gremial. El fallo, dejó decir la Corte, apuntaba a defender el principio
 de pluralismo sindical, pero en la práctica ponía en jaque al viejo 
modelo cegetista de un único sindicato por actividad. A la justicia, 
meterse con el monopolio gremial le resulta más fácil que hacerlo con el
 mediático.
 
 
 
 
 
 
 
 
Como casi nada en las sociedades del conflicto, las instituciones 
estatales tampoco son neutrales. Una disputa subyace bajo sus formas: 
quiénes toman las decisiones, si el pueblo o el gran capital, y qué 
segmento social se beneficia con ellas. El comunicado de 200 jueces, 
funcionarios y académicos contradiciendo a la corporación judicial 
expresa una edificante tensión a su interior. Los sectores más 
retrógrados de la justicia se muestran fuertes todavía.
Son lo viejo que no termina de morir. A pesar de sus pliegues y contradicciones, la justicia, como un todo, sólo podrá ser otra cosa cuando haya en el país un cambio aún más profundo al que estamos protagonizando en estos años. Ir por todo, que se dice. En eso estamos.
Un corte de manga
La política está vedada para los señorías sólo cuando las utilidades de los grupos económicos no sufren riesgo.
Hugo Moyano, por entonces aliado estratégico clave del gobierno, 
sostenía que el dictamen perseguía la atomización del sindicalismo y su 
creciente debilidad. Las patronales, Magnetto incluido, se relamían. 
Sabían que ante un escenario de grave crisis económica mundial y un 
oficialismo en aprietos, el gobierno sólo contaba con un único sostén de
 fuste, organizado y con capacidad real de movilización, aunque herido 
por el fallo de la Corte. Ahora que Moyano cruzó abiertamente al bando 
de la oposición, la justicia ya ni se preocupa por fragmentar la fuerza 
cegetista.
Aquel dictamen sobrevino en una demanda interpuesta por ATE, cuyos 
abogados patrocinantes no buscaban la declaración de 
inconstitucionalidad de la ley de asociaciones sindicales, sino apenas 
que se les otorgara reconocimiento a los delegados del personal civil 
del Estado Mayor del Ejército y de las Fuerzas Armadas, elegidos por sus
 compañeros aunque no encuadrados dentro de PECIFA, en la CGT. La Corte 
no esperó a que le preguntaran sobre la constitucionalidad o no de esa 
ley: cuando el expediente llegó a sus manos falló en consecuencia, 
porque entendió que cierto artículo vulneraba garantías establecidas en 
la ley Magna. ¿Por qué no obró de igual modo con la ley de medios?
Desde el año 2010, cuando tuvo por primera vez la posibilidad de 
fallar sobre la demanda de Clarín, la Corte se desentendió sutilmente de
 la trama más sensible del expediente y dijo esta boca no es mía. Leyó 
todos los artículos, los estudió con detenimiento, y dijo que la ley era
 constitucional, no obstante lo cual aceptó que la medida cautelar 
dispuesta por tribunales inferiores respecto de la constitucionalidad de
 dos artículos exceptuara vergonzosamente al principal actor mediático.
Cuesta entender por qué si la Corte Suprema es, esencialmente, el 
mayor tribunal de constitucionalidad del país, tolera alegremente 
(excepto Zaffaroni) que un tribunal inferior declare en la práctica la 
inconstitucionalidad de una ley que, en su momento, la Corte no objetó. Y
 eso que ya resolvió cuatro veces en el expediente.
Desde 2010 la Corte viene sosteniendo repetidamente que la ley es 
legal. Si los artículos 45 y 161 no lo fueran, ya lo tendría que haber 
señalado en su oportunidad y no dejar correr la normativa durante todo 
este tiempo. Sin embargo, las chicanas interpuestas por la cohorte de 
abogados que trabajan a las órdenes de Magnetto, impiden su plena 
aplicación. ¿Será verdad que en el capitalismo sólo basta con contratar 
un buen estudio jurídico para ser honorable?
Tanto amor de los jueces por las formas contrasta con el destrato 
al cargo, la función y la ley fundamental evidenciado por los 
magistrados durante la dictadura cívico-militar. Alguna vez el camarista
 Evaristo Santa María, titular de la Asociación de Magistrados y 
Funcionarios de la justicia nacional entre abril de 1978 y diciembre de 
1985, declaró para una edición especial de la revista de esa entidad, 
por entonces dirigida por el camarista Recondo: “Cuando llegó la 
revolución (sic) del 24 de marzo de 1976 cerraron tribunales como quince
 o veinte días (…) Eran tiempos muy especiales (…) recuerdo que había 
una cuestión fundamental en la justicia, una especie de ranking de a 
quiénes les llegaban más hábeas corpus. Pero a la Asociación jamás llegó
 un tema político.”
Qué pícaros los jueces: se divertían compitiendo por quién recibía 
más hábeas corpus. ¿Ganaba quien los rechazaba más rápido? Esos recursos
 judiciales desesperados, presentados por valientes abogados, no 
constituían para los jueces un “tema político”. Los millares de madres, 
esposas y hermanos buscando en Tribunales a sus familiares secuestrados 
en medio de la noche, no representaban para los magistrados, últimos 
garantes de la constitución y los derechos individuales, indicio alguno 
de que algo no estaba bien en el país.
Si los poderes políticos cuidan los intereses de las corporaciones 
económicas, ¿para qué habrían de embarrarse los jueces? La política está
 vedada para los señorías sólo cuando las utilidades de los más espesos 
grupos económicos no sufren riesgo alguno. Pero si esa tranquilidad se 
ve alterada, los magistrados se hacen cargo de la hora y alguno hasta se
 sueña presidente. 
El poder económico será "democrático" en tanto las instituciones 
aseguren la supervivencia y reproducción de su capital. Si los avances 
populares ponen en riesgo tal condición, recurren a la violencia 
institucional. Fuerzan sentencias en los tribunales, fatigan la 
democracia a través de estruendosos conflictos de poderes, construyen 
fierros mediáticos o judiciales, como dijo Cristina que antes había 
dicho Néstor. A veces, sin embargo, ni esa violencia legal, blanca, les 
basta, en cuyo caso emplean la violencia lisa y llana. ¿O qué fue sino 
el terrorismo de Estado, legalizado por el Poder Judicial de entonces, o
 el golpe contra Yrigoyen, amparado por una acordada de la Corte 
Suprema? La excusa siempre es la misma: "defender la república". Bellas 
palabras aunque huecas si la república continúa atada a las 
corporaciones económicas.
Son lo viejo que no termina de morir. A pesar de sus pliegues y contradicciones, la justicia, como un todo, sólo podrá ser otra cosa cuando haya en el país un cambio aún más profundo al que estamos protagonizando en estos años. Ir por todo, que se dice. En eso estamos.
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