Triunfo de la revolución bolivariana
El huracán Chávez sopló hasta la Argentina
La nueva victoria es un golpe al corazón de las élites locales y los grupos concentrados de la economía.
Siempre que el poder formal lo tiene el pueblo, que los gobiernos marchan en dirección de las mayorías populares, que sus medidas alteran la ecuación básica del capitalismo que concentra riquezas y expulsa a millones de desheredados sociales, a la democracia le empiezan a zumbar los oídos. Por lo bajo, algunos insisten en hablar mal de ella. Conspiran. Tejen y destejen madejas donde frustrarlo todo. Saber quiénes son los que así actúan resulta, a esta altura, obvio. Evidente. Las formas que adquieran sus felonías, en cambio, se desconocen y van descubriéndose con el correr de los acontecimientos. El contundente resultado de la elección en Venezuela los obliga, por lo pronto, a cuidar la compostura. Un poco, al menos, y sólo por ahora.
Si bien insoportable, a la más recalcitrante derecha nacional el nuevo triunfo electoral de Hugo Chávez le sienta menos mal que el reconocimiento explícito de Henrique Capriles, comunicado al mundo entero apenas dos horas después de que los inefables Mariano Grondona y Pablo Rossi difundieran un dudoso boca de urna de procedencia española, según el cual el líder bolivariano había sido derrotado en la contienda. El mayor papelón mediático de la jornada, no obstante, lo protagonizó su invitado estelar, el carapintada y duhaldista residual Aldo Rico, quien afirmó temerariamente que Chávez desconocería el resultado y resistiría la entrega del poder.
Estratégicamente hablando, la nueva victoria de la Revolución Bolivariana es un golpe al corazón de las élites locales y los grupos concentrados de la economía, que ansiaban asistir al comienzo del fin del ciclo popular abierto en el continente desde comienzos del siglo XXI, y que en la Argentina comenzó a sintonizarse a partir del 25 de mayo de 2003.
La táctica era otra. Los cerebros del todavía incipiente plan insurreccional puesto en marcha en la Argentina hubieran preferido, antes que un triunfo a lo Pirro de Capriles, una incertidumbre sobre el resultado en Venezuela que se prolongara durante semanas, con acusaciones cruzadas de fraude y escenas de violencia callejera, que sin dudas intentarían replicar aquí sus variopintos aliados de penúltima hora: caceroleros y gendarmes sobreestimulados. Tendrán que esperar.
Como alguna vez al Foreing Office en Londres, la legión de diputados de la oposición no fue a Caracas de vacaciones, sino para otro menester. Su misión no fue transparentar el comicio, sino sumarle sombras y sospechas. Fracasó.
De todo el run run de fraude y prepotencia paraestatal armado durante las semanas previas, apenas si pudieron colar el incidente protagonizado por Jorge Lanata en el aeropuerto de Caracas. Aunque a esa hora, con los números cantados de la votación final, el nuevo techo de 8 millones de votos, y la rotunda desmentida por parte de todos los observadores internacionales, la opereta estaba condenada a fracasar con total éxito.
Nótese que Canal 13 acreditó periodistas en Venezuela, y hasta transmitió el programa insignia de la oposición en directo desde la capital de ese país, no obstante lo cual pasadas las elecciones lo más importante ya no fue su resultado, sino la demora sufrida por el equipo de Lanata en el Aeropuerto Simón Bolívar. Sintomático.
Como Cristina aquí, Chávez logró reunir bastante más que la mitad de los votos emitidos, en una elección con altísimos índices de participación, que superaron el 80% del padrón. La diferencia con el caso argentino es notoria: mientras en Venezuela la oposición alcanzó a definir un único candidato, que polarizó con el oficialismo, en nuestro país la derecha carece de esa formación, lo que le impide mostrarse sólida ante un electorado sugestionado únicamente a la acción directa: la cacerola y el escrache, cuando no la lisa y llana amenaza de muerte.
Venezuela, se sabe, ya pasó por todo eso. La fragmentación política y su consiguiente polarización social son claras, y no impiden el avance de la revolución bolivariana. Al contrario: parecen ser intrínsecas a ella, condición y garantía de las transformaciones que provoca a su paso. El proceso emancipador venezolano sufrió mucho antes que la experiencia kirchnerista un golpe de Estado con asunción de presidente de facto y todo, civil pero de facto; un feroz paro petrolero con lockout empresarial, y el odio visceral de las clases más acomodadas, que persiste. Cuando Chávez asumió por primera vez la presidencia de Venezuela nuestro país aún soportaba las últimas funciones del menemismo. La síntesis de las múltiples expresiones e identidades opositoras por derecha al chavismo fue un proceso que demoró años, y que no imposibilitó la síntesis de las múltiples expresiones e identidades populares, democráticas y de izquierda, que conforman el Partido Socialista Unido de Venezuela desde 2007, construcción política que permitió profundizar exponencialmente la revolución.
Timbre para cierta "izquierda" autóctona, que ve sin mayores dificultades en Chávez lo que trabajosamente insisten en no encontrar en Cristina de Kirchner. Algo no está bien si adherentes del eje progresista de América Latina en Venezuela, Bolivia y Ecuador acompañan a la Sociedad Rural en el Congreso argentino.
Sin dudas, nadie está a salvo de contradicciones e incoherencias, y hasta de cosas peores, pero es deber de quienes abrevian las palabras pueblo, socialismo y trabajadores en las siglas de sus organizaciones, resolverlas cuanto antes; de lo contrario, aquellas escalarían a otro estadio y pasarían a habitar la rancia categoría de traición.
Definitivamente, la superación del proceso popular abierto en América Latina no será por izquierda sino todo lo contrario, en cuyo caso sería un retroceso histórico. A su profundización no se podrá arribar de ningún otro modo que no sea desde adentro. Cualquier otra variante discursiva parece destinada a ocupar el incontinente sector del testimonio, el llanto, la literatura fantástica, mas no de la sociología. Mientras el vicepresidente de Evo Morales, Álvaro García Linera, tiene entre las obras completas de Lenin a su libro de cabecera, según él mismo confesó durante su exposición en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo el pasado fin de semana, otros siguen como un faro apenas su póster. Se conforman con ganar la discusión, y no con vencer en las cruentas disputas que surgen del complejo tablero donde pueblo y gobiernos populares a un lado, y poder económico al otro, velan permanentemente sus fuerzas. Teléfono para tantos y tantas que, a la izquierda del televisor, insisten en mirar la realidad en el HD de su sistema de cable premium.
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