LA DERECHA, EN ACCIÓN
La Presidenta , no obstante, parece pensar muy diferente. Cristina no va a ponerse
nerviosa, notificó desde el interior profundo de la provincia de San Juan.
Otros, ya lo están. El viernes 7 de diciembre se acerca inexorablemente al
calendario de las conquistas populares más determinantes de nuestra democracia.
Aparición con vida
La consigna “Aparición con vida” tuvo el mérito de condensar en sólo tres palabras la mayor respuesta al genocidio. El lema fue ideado en soledad por las Madres de Plaza de Mayo hacia 1980, y sostenido a pesar de múltiples resistencias, provenientes no sólo desde la derecha. A través del planteo, las Madres buscaban contrarrestar el discurso de la muerte que el poder militar había comenzado a ofertar a cambio de reconocer algunas de sus culpas. “Excesos”, como empezó a decirse.
La consigna “Aparición con vida” tuvo el mérito de condensar en sólo tres palabras la mayor respuesta al genocidio. El lema fue ideado en soledad por las Madres de Plaza de Mayo hacia 1980, y sostenido a pesar de múltiples resistencias, provenientes no sólo desde la derecha. A través del planteo, las Madres buscaban contrarrestar el discurso de la muerte que el poder militar había comenzado a ofertar a cambio de reconocer algunas de sus culpas. “Excesos”, como empezó a decirse.
Para
algunos, que la dictadura accediera a confeccionar una lista de muertos en su “guerra
antisubversiva” significaba un avance. Para las Madres, todo lo contrario. De
ahí su consigna. Una respuesta visceral contra las perversas explicaciones que
pudieran esgrimir los generales. Si las Madres aceptaban mansamente que la
dictadura consintiera que sus hijos estaban muertos, para qué seguir en la Plaza , reclamando saber
dónde estaban. Las Madres redoblaron la apuesta, entonces: “Con vida los llevaron,
con vida los queremos”.
Años
después, las Madres siguieron sosteniendo el reclamo. No porque estuvieran
locas, que se negaban a hacer el duelo, sino porque veían allí una manera
eficaz de denunciar los límites de la naciente democracia: impunidad para los
genocidas, y ni siquiera una explicación formal por parte del Estado de sus
pecados, lo que sí o sí debía incluir la sanción penal a los responsables. Un
señalamiento permanente al Estado Terrorista, que no dejó de serlo del todo
incluso más allá del 10 de diciembre de 1983.
Tantos
años después, la consigna de las Madres vuelve a ser utilizada, esta vez como
burla por parte de sus enemigos históricos. Desde hace más de 30 años que la
derecha tiene clavada esa consigna en la garganta, y ahora intenta escupirla. Sus
voceros no sólo quisieran deshonrar el pañuelo, sino además ridiculizar y
vaciar de contenido una de las consignas más emblemáticas de la lucha contra el
Terrorismo de Estado. No es cierto que cualquiera “podría usar el pañuelo
blanco, y no por eso habría que pensar que se lo está manoseando”, como dice la
diputada Victoria Donda. Ni siquiera la madre de Luciano Arruga. El pañuelo no trasciende
a las Madres, que lo sostuvieron sobre sus sienes durante todos los años que
duró la impunidad, y todavía lo portan cada jueves en la Plaza de Mayo. No es un pedazo
de trapo, sino un hecho político único e indivisible. El pañuelo contiene una
definición. Es sujeto en quienes lo crearon y no objeto de otros, que jamás lo
respetaron ni le reconocieron entidad. Representa la vida de los reprimidos por
el terror cívico-militar, y también sus luchas, que Néstor y Cristina Kirchner
reivindicaron como propias y continúan desde su particular experiencia al
frente del Estado.
A propósito,
hay quien dice que el Gobierno debe hacerse cargo del cacerolazo y bajar un
rango en su confrontación con los espesos intereses con los cuales rivaliza
desde el 25 de mayo de 2003. Disiento. Lo que hay por detrás de una
movilización planificada durante semanas, para nada espontánea, anunciada
incluso en las versiones en papel de los diarios hegemónicos con, por lo menos,
nueve días de anticipación, es la oposición irracional, prejuiciosa, de clase, a
un programa de gobierno que se sostiene en dos premisas fundamentales: la
solidaridad social, y la distribución de riquezas.
Que no
fuera espontánea no tendría por qué estar mal, excepto para ese relato
antipolítico sobre el que se montan las operaciones mediáticas de la derecha, que
alienta las protestas. Lo espontáneo contra el “unidos y organizados” lanzado
en Vélez.
Su
aparente condición de “apolítica” contiene una verdad a medias: indudablemente,
el cacerolazo no pudo (ni podrá, al menos en lo inmediato) ser capitalizado
políticamente por la oposición. Esa incapacidad, no obstante, no le abrevia
contenido ideológico: la simbología nazi que pudo verse en la marcha, la burla a
las Madres, y las expresiones lindantes con el más rancio odio de la vieja
oligarquía, hicieron del cacerolazo una clara expresión de los pensamientos más
retrógrados de la escena política.
Evidentemente,
los reclamos con un barniz republicano, de defensa de las instituciones
democráticas por parte de un segmento social ubicado entre el medio y el techo
de la pirámide de ingresos, logran sin demasiado esfuerzo traducirse en
expresiones callejeras. Si durante semanas los medios más vistos, escuchados y
leídos alertan a la población sobre un Estado policial en ciernes, y
multiplican ese miedo por el denominador común del reclamo material, el
resultado previsible será una Plaza de Mayo más o menos colmada.
¿Y cuál es
ese mínimo común múltiplo? La resistencia al control estatal sobre la economía
en negro, el rechazo a las pulsiones progresivas del sistema tributario todavía
regresivo, la incomodidad ante la “sintonía fina” que les impide a sectores de
ingresos suficientemente altos comprar dólares para atesoramiento y
especulación, la reprobación ante la quita de subsidios a las tarifas de
servicios públicos, y la exigencia de que el Estado deje de atender las
necesidades del segmento más empobrecido y reasigne esos recursos en la
fracción más acomodada.
De aquí
al 7 de diciembre, cuando finalice el plazo establecido por la Corte para que el Grupo
Clarín se desprenda de las licencias de más que todavía mantiene bajo su poder,
la acción directa será vista como una virtud propia de las democracias más
dinámicas. Los caceroleros de la esquina de Santa Fe y Coronel Díaz reclamarán
para sí la misma soberanía institucional que tiene una sesión parlamentaria. Un
asambleísmo de los propietarios. Un centralismo democrático cuyo vértice son
los que más tienen que perder si se profundiza el modelo de inclusión
ciudadana. Si pudieran reunirían miles de firmas para los fines más diversos,
que con gusto reemplazarían por el resultado electoral de octubre pasado. Lo
estrambótico que previó la
Presidenta días atrás.
Que el
Gobierno escuche las cacerolas, como aconsejan, tiene una única lectura: que suspenda
los juicios a los genocidas; que endeude al país; que cancele la AUH y redireccione esos
recursos camino del extremo más pudiente de la sociedad; que acabe con la sustitución
de importaciones; que les devuelva el negocio de televisar los partidos de fútbol
a sus antiguos dueños; que regrese a los bancos la potestad de controlar los
fondos de jubilación; que reintegre al contado YPF, y, esencialmente (por el
alto valor simbólico que tendría), que restituya las retenciones a la soja a los
dueños y arrendatarios de las mejores tierras para cultivo, retornando la
correlación de fuerzas al mismo nivel del año 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario