del 13-s al 7-D
El kirchnerismo se agiganta cuanto más
difícil se le presenta. Siempre ha sido así. Está en su ADN. Su primera
victoria nació de un triunfo que no fue. Esa es su épica. El conflicto
es su motor. Vino a la historia de los argentinos para cambiarla. Se
agranda de visitante, y nada le sienta tan bien como un desafío, tanto
más si tiene carnadura de clase.
Para el proyecto nacional y popular, inclusivo y democrático, de solidaridad e integración continental, de movilizar hacia arriba la perversa escala social cimentada por el capitalismo se trata. De subir de nivel a sus habitué. Pero para todos. No sólo a quienes disfrutan de un nivel de ingresos suficientemente alto, sino, y especialmente, a quienes más abajo se encuentran. Algunos, sin embargo, quieren el disfrute de ese estándar para ellos solos. Democracia, república, instituciones, sí, pero a prudente distancia de quienes "nada tienen que perder salvo sus cadenas". Cuando un gobierno procura extender los beneficios hacia los moradores de los primeros pisos de la pirámide, aparecen quienes temen perder su lugar exclusivo y excluyente. Si por ellos fuera, la movilidad social se quedaría quieta, y el buen pasar material sería otra cosa. Un privilegio, apenas. Como actores de telenovelas, se creen a salvo de las vicisitudes que deben atravesar los personajes que componen. Pero la cruenta realidad social tiene otra intensidad. No es ficción, y menos para las clases que por primera vez en décadas asisten a su, quizás, última oportunidad sobre la Tierra.
Hubo quien creyó que la presidenta iba a mermar su marcha en los puntos medulares de su proyecto de país, iniciado nuevo años atrás y revalidado de forma creciente en las urnas. Error. Ni siquiera ante la ONU se contuvo. El cacerolazo de consignas varias, programa impreciso y cero representación institucional fue respondido con más política. Clarín sintió el golpe, y respondió a los tumbos. Como Chávez (el boxeador).
Al momento de titular sobre la decisión oficial de sumar terrenos capitalinos para el programa Pro.Cre.Ar., Clarín puso el énfasis en los predios de los barrios cuyo valor por metro cuadrado cuesta mucho más que la media. "El gobierno planea construir viviendas en Liniers, Caballito y Palermo", tituló el diario de la cornetita buscando alarmar a sus vecinos hipersensibilizados, omitiendo deliberadamente que el programa también pondrá en valor terrenos en Parque Patricios y Pompeya, en el cinturón sur de la ciudad, donde no se oyó ninguna cacerola.
A quienes con ahínco y espíritu patriótico quieren regresar la correlación de fuerzas al escenario del año 2008, cuyo punto más complejo fue las seis de la tarde del domingo 28 de junio de 2009, Cristina les dedicó las retenciones móviles a la exportación de biodiésel. Sintomático. Naturalmente, esa producción no es comparable, por cantidad e incidencia económica, a la exportación de soja transgénica, pero que las hay, las hay.
Si los impuestos sobre otras exportaciones de bienes primarios merecieran el mismo comportamiento por parte del Estado, quizás podría reducirse la dispersión de precios sobre los alimentos, desacoplando el vaivén internacional de la mesa de los argentinos. Pero no. Al menos, por ahora.
Evidentemente, el 13-S fue la respuesta más o menos previsible a la profundización que se impuso el gobierno desde el 10 de diciembre pasado, cuando Cristina asumió su segundo mandato consecutivo. A medida que avance la sintonía fina, y se defina aún más claramente la distribución de riquezas, es de esperar que los segmentos sociales más acomodados asuman un perfil cada vez más activo y militante. El desafío es aumentar en unidad y organización popular para frustrar lo que más temprano que tarde podrá ser obvio: el zarpazo destituyente, que tiene fecha límite, el 7-D.
Nadie de entre quienes salieron a batir la olla dijo "no a la reelección, pero sí a la AUH". O "todo bien con la Ley de Medios, pero déjenme comprar dólares". O "extiendan el plan de viviendas para quienes no tienen ninguna, y devuélvanles los subsidios a la luz y el gas a mis copropietarios en Barrio Parque". Era un No a todo eso junto, multiplicado por su rencor de clase, cuyo resultado dio un reclamo inequívoco: "Cristina, andate." Esa y no otra es la agenda más acuciante de la derecha, que no consigue sistematizar en un programa político, ni sintetizar en un buen candidato que lo lleve adelante, capitalizando electoralmente las mieles de tanto odio.
Por momentos resultaron desopilantes los títulos y comentarios editoriales de los medios que ya sabemos: "Advierten que una contramarcha K profundizaría la división", proscribieron dos días después de las cacerolas. Ergo: si los partidarios del gobierno movilizan su respuesta a la "marcha del odio", como les dolió que le llamaran, se ahondaría la disputa social. Qué particular la noción de democracia para estos muchachos. En su visión, el kirchnerismo se habría quedado sin derecho a salir a las calles para no atomizar aun más el escenario social y político. Como si la única expresión válida y legítima fuera la protesta, y no las muestras de apoyo o acuerdo. En esa forzada, interesada y previsible composición mediática, no habrían sido los propios dirigentes del oficialismo quienes desestimaron solos, con total soberanía táctica, la encerrona a la que quería llevarlos la derecha, sino la petulancia de los convocantes al cacerolazo: ustedes no deben marchar. No importa si quieren o no hacerlo, si les resulta conveniente salir a la calle ahora o posponerlo para el 27 de octubre: no pueden. El oficialismo se ha quedado sin derechos. Como ese cacerolero de honestidad brutal, que reconoció ser un "golpista en defensa de la democracia". Si fuera Bush hijo, arrojaría bombas por la paz.
Por lo demás, estaría bueno que la Feria del Libro saliera de su viejo reducto en el predio de la Sociedad Rural y cruzara la General Paz, en dirección de Tecnópolis. Las novedades editoriales estarían, física y materialmente, más cerca de las fracciones sociales que la suelen tener difícil en su acceso a bienes culturales. Algunos, claro, llamarían a esto lucha de clases, y tocarían el silbato ante su sola mención. Es notable: a la movilidad social vertical, al ascenso intraclases, lo llaman por su negación, que es la disputa sin cuartel entre clases contrapuestas por el vértice. "Lógica binaria", impugnan. Abren el librito y repiten de memoria cualquier salmo del viejo general, y más ahora que se cumplen años del asesinato de Rucci. Pero el nombre es lo de menos. Lo central es que la presidenta se propone gobernar para los 40 millones de argentinos. Sí, los 40 millones. Pero, y en esto también es irreductible: sin reconocerse neutral. Sin imparcialidades, ni distancias sobreactuadas, en el fondo ficticias. Timbre para algunos que son pocos, pero conservan todavía mucho dinero y su consecuente cuota de poder
Democracia sin neutralidades
La presidenta se propone gobernar para los 40 millones de argentinos. Sí, los 40 millones.
Para el proyecto nacional y popular, inclusivo y democrático, de solidaridad e integración continental, de movilizar hacia arriba la perversa escala social cimentada por el capitalismo se trata. De subir de nivel a sus habitué. Pero para todos. No sólo a quienes disfrutan de un nivel de ingresos suficientemente alto, sino, y especialmente, a quienes más abajo se encuentran. Algunos, sin embargo, quieren el disfrute de ese estándar para ellos solos. Democracia, república, instituciones, sí, pero a prudente distancia de quienes "nada tienen que perder salvo sus cadenas". Cuando un gobierno procura extender los beneficios hacia los moradores de los primeros pisos de la pirámide, aparecen quienes temen perder su lugar exclusivo y excluyente. Si por ellos fuera, la movilidad social se quedaría quieta, y el buen pasar material sería otra cosa. Un privilegio, apenas. Como actores de telenovelas, se creen a salvo de las vicisitudes que deben atravesar los personajes que componen. Pero la cruenta realidad social tiene otra intensidad. No es ficción, y menos para las clases que por primera vez en décadas asisten a su, quizás, última oportunidad sobre la Tierra.
Hubo quien creyó que la presidenta iba a mermar su marcha en los puntos medulares de su proyecto de país, iniciado nuevo años atrás y revalidado de forma creciente en las urnas. Error. Ni siquiera ante la ONU se contuvo. El cacerolazo de consignas varias, programa impreciso y cero representación institucional fue respondido con más política. Clarín sintió el golpe, y respondió a los tumbos. Como Chávez (el boxeador).
Al momento de titular sobre la decisión oficial de sumar terrenos capitalinos para el programa Pro.Cre.Ar., Clarín puso el énfasis en los predios de los barrios cuyo valor por metro cuadrado cuesta mucho más que la media. "El gobierno planea construir viviendas en Liniers, Caballito y Palermo", tituló el diario de la cornetita buscando alarmar a sus vecinos hipersensibilizados, omitiendo deliberadamente que el programa también pondrá en valor terrenos en Parque Patricios y Pompeya, en el cinturón sur de la ciudad, donde no se oyó ninguna cacerola.
A quienes con ahínco y espíritu patriótico quieren regresar la correlación de fuerzas al escenario del año 2008, cuyo punto más complejo fue las seis de la tarde del domingo 28 de junio de 2009, Cristina les dedicó las retenciones móviles a la exportación de biodiésel. Sintomático. Naturalmente, esa producción no es comparable, por cantidad e incidencia económica, a la exportación de soja transgénica, pero que las hay, las hay.
Si los impuestos sobre otras exportaciones de bienes primarios merecieran el mismo comportamiento por parte del Estado, quizás podría reducirse la dispersión de precios sobre los alimentos, desacoplando el vaivén internacional de la mesa de los argentinos. Pero no. Al menos, por ahora.
Evidentemente, el 13-S fue la respuesta más o menos previsible a la profundización que se impuso el gobierno desde el 10 de diciembre pasado, cuando Cristina asumió su segundo mandato consecutivo. A medida que avance la sintonía fina, y se defina aún más claramente la distribución de riquezas, es de esperar que los segmentos sociales más acomodados asuman un perfil cada vez más activo y militante. El desafío es aumentar en unidad y organización popular para frustrar lo que más temprano que tarde podrá ser obvio: el zarpazo destituyente, que tiene fecha límite, el 7-D.
Nadie de entre quienes salieron a batir la olla dijo "no a la reelección, pero sí a la AUH". O "todo bien con la Ley de Medios, pero déjenme comprar dólares". O "extiendan el plan de viviendas para quienes no tienen ninguna, y devuélvanles los subsidios a la luz y el gas a mis copropietarios en Barrio Parque". Era un No a todo eso junto, multiplicado por su rencor de clase, cuyo resultado dio un reclamo inequívoco: "Cristina, andate." Esa y no otra es la agenda más acuciante de la derecha, que no consigue sistematizar en un programa político, ni sintetizar en un buen candidato que lo lleve adelante, capitalizando electoralmente las mieles de tanto odio.
Por momentos resultaron desopilantes los títulos y comentarios editoriales de los medios que ya sabemos: "Advierten que una contramarcha K profundizaría la división", proscribieron dos días después de las cacerolas. Ergo: si los partidarios del gobierno movilizan su respuesta a la "marcha del odio", como les dolió que le llamaran, se ahondaría la disputa social. Qué particular la noción de democracia para estos muchachos. En su visión, el kirchnerismo se habría quedado sin derecho a salir a las calles para no atomizar aun más el escenario social y político. Como si la única expresión válida y legítima fuera la protesta, y no las muestras de apoyo o acuerdo. En esa forzada, interesada y previsible composición mediática, no habrían sido los propios dirigentes del oficialismo quienes desestimaron solos, con total soberanía táctica, la encerrona a la que quería llevarlos la derecha, sino la petulancia de los convocantes al cacerolazo: ustedes no deben marchar. No importa si quieren o no hacerlo, si les resulta conveniente salir a la calle ahora o posponerlo para el 27 de octubre: no pueden. El oficialismo se ha quedado sin derechos. Como ese cacerolero de honestidad brutal, que reconoció ser un "golpista en defensa de la democracia". Si fuera Bush hijo, arrojaría bombas por la paz.
Por lo demás, estaría bueno que la Feria del Libro saliera de su viejo reducto en el predio de la Sociedad Rural y cruzara la General Paz, en dirección de Tecnópolis. Las novedades editoriales estarían, física y materialmente, más cerca de las fracciones sociales que la suelen tener difícil en su acceso a bienes culturales. Algunos, claro, llamarían a esto lucha de clases, y tocarían el silbato ante su sola mención. Es notable: a la movilidad social vertical, al ascenso intraclases, lo llaman por su negación, que es la disputa sin cuartel entre clases contrapuestas por el vértice. "Lógica binaria", impugnan. Abren el librito y repiten de memoria cualquier salmo del viejo general, y más ahora que se cumplen años del asesinato de Rucci. Pero el nombre es lo de menos. Lo central es que la presidenta se propone gobernar para los 40 millones de argentinos. Sí, los 40 millones. Pero, y en esto también es irreductible: sin reconocerse neutral. Sin imparcialidades, ni distancias sobreactuadas, en el fondo ficticias. Timbre para algunos que son pocos, pero conservan todavía mucho dinero y su consecuente cuota de poder
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