El turno de salir a la calle 
Hay
 quien dice que el Gobierno nacional debe hacerse cargo del cacerolazo 
del jueves 13 de septiembre y bajar un rango en la confrontación con los
 espesos intereses concentrados con los cuales rivaliza desde que se 
inició la experiencia kirchnerista. Hasta aquí, todo muy racional y 
democrático. Un gesto de republicanismo. Los canales de televisión, una 
herramienta comunicacional al servicio de la información veraz y 
objetiva. Sin embargo, lo que hay por detrás de una movilización 
planificada durante semanas, para nada espontánea, anunciada incluso en 
las versiones en papel de los diarios hegemónicos con, por lo menos, 
nueve días de anticipación, es el primer paso de una movida 
destituyente, desestabilizadora, o lo que dé. 
Que
 no fuera espontánea no tendría por qué estar mal, o tener una carga 
negativa, excepto para ese relato antipolítico y antiorganizativo sobre 
el que se montan las operaciones mediáticas de la derecha en sus 
múltiples expresiones, que alienta las protestas. Lo espontáneo contra 
el “unidos y organizados” lanzado en Vélez.  
Quien
 reclama al Gobierno que “escuche el mensaje” de las ollas abolladas en 
las esquinas más paquetas de la ciudad, lo hace desde una lectura 
interesada de los hechos, y no como analista ajeno a las disputas que se
 tienden sobre su objeto de análisis. Eso es, exactamente, lo que los 
promotores de la protesta quisieran que hiciera la Presidenta de la 
Nación. Fue precisamente para eso que durante las semanas previas 
emprendieron una feroz campaña mediática tendiente a instalar en la 
sociedad el miedo a un supuesto Estado policial en ciernes. 
Evidentemente,
 los reclamos con un barniz republicano, de defensa de las instituciones
 democráticas cuando estas son aparentemente vulneradas, por parte de un
 segmento social ubicado entre el medio y el techo de la pirámide de 
ingresos, logran sin demasiado esfuerzo traducirse en expresiones 
callejeras. Probablemente haya más en las próximas semanas. 
De
 aquí al 7 de diciembre, la acción directa será vista como una virtud 
propia de las democracias más dinámicas. Los caceroleros de la esquina 
de Santa Fe y Coronel Díaz reclamarán para sí la misma soberanía 
institucional que tiene una sesión parlamentaria. Un asambleísmo de los 
propietarios. Un centralismo democrático cuyo vértice son los titulares 
de las cuentas bancarias más suculentas. Si pudieran reunirían miles y 
miles de firmas para los fines más diversos, que con gusto reemplazarían
 por el resultado electoral de octubre pasado. Lo estrambótico que 
previó la Presidenta una semana atrás.  
Por
 lo demás, resulta paradójico que le pidan clemencia y consenso al 
Gobierno, y no al más penetrante Grupo multimediático que no escucha (ni
 deja escuchar) el mensaje de las urnas de hace menos de un año, que no 
quita el pie derecho del acelerador en su confrontación con las medidas 
oficiales, y, esencialmente, que no da cuenta del fallo de la Corte 
Suprema que puso fecha límite al vergonzoso paraguas cautelar que otros 
magistrados de esa misma Justicia abrieron hace 3 años y lo mantiene 
todavía a resguardo de la ley.  
Que
 el Gobierno escuche las cacerolas, como aconsejan, tiene una única 
lectura: que suspenda los juicios a los genocidas cívico-militares; que 
endeude al país para cumplir con sus obligaciones de pago a los 
acreedores externos; que anule la Asignación Universal por Hijo y 
reasigne esos recursos al extremo más pudiente de la estructura social; 
que ajuste el gasto público; que acabe de una vez con el proceso de 
industrialización por sustitución de importaciones; que les devuelva el 
negocio de televisar los partidos de fútbol a Clarín y TyC Sports; que 
les devuelva a los bancos el control del aporte de los trabajadores para
 sus jubilaciones; que le devuelva YPF a Repsol; que les devuelva la 
retención por la exportación de soja a sus productores. 
Evidentemente,
 “devolver” por parte del Estado no sería, como dicen, un gesto de 
grandeza y misericordia política y social. Hoy más que nunca, “devolver”
 sería volver atrás, regresar paulatinamente el ciclo abierto el 25 de 
mayo de 2003 a fojas cero.  
La Presidenta,
 no obstante, parece pensar muy diferente. Cristina no va a ponerse 
nerviosa, notificó desde el interior profundo de la provincia de San 
Juan. Otros, ya lo están. El 7 de diciembre se acerca inexorablemente al
 calendario de las conquistas populares más determinantes de nuestra 
democracia. 
Previsiblemente,
 la derecha intentará tirar del mantel al suelo así se venga toda la 
cristalería al piso. Ahora les toca actuar a otros que son millones, que
 también sabrán salir unidos y organizados a las calles, sin ponerse 
nerviosos, a sostener el mantel sobre la fórmica nacional y popular, y 
lo que es más definitorio: a cuidar sus platos bien servidos para todos y
 todas, su posibilidad de tener un trabajo, su –quizás– última 
oportunidad sobre la Tierra.
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