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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

viernes, 14 de septiembre de 2012

El turno de salir a la calle
 

 
 
Hay quien dice que el Gobierno nacional debe hacerse cargo del cacerolazo del jueves 13 de septiembre y bajar un rango en la confrontación con los espesos intereses concentrados con los cuales rivaliza desde que se inició la experiencia kirchnerista. Hasta aquí, todo muy racional y democrático. Un gesto de republicanismo. Los canales de televisión, una herramienta comunicacional al servicio de la información veraz y objetiva. Sin embargo, lo que hay por detrás de una movilización planificada durante semanas, para nada espontánea, anunciada incluso en las versiones en papel de los diarios hegemónicos con, por lo menos, nueve días de anticipación, es el primer paso de una movida destituyente, desestabilizadora, o lo que dé.
 
Que no fuera espontánea no tendría por qué estar mal, o tener una carga negativa, excepto para ese relato antipolítico y antiorganizativo sobre el que se montan las operaciones mediáticas de la derecha en sus múltiples expresiones, que alienta las protestas. Lo espontáneo contra el “unidos y organizados” lanzado en Vélez. 
 
Quien reclama al Gobierno que “escuche el mensaje” de las ollas abolladas en las esquinas más paquetas de la ciudad, lo hace desde una lectura interesada de los hechos, y no como analista ajeno a las disputas que se tienden sobre su objeto de análisis. Eso es, exactamente, lo que los promotores de la protesta quisieran que hiciera la Presidenta de la Nación. Fue precisamente para eso que durante las semanas previas emprendieron una feroz campaña mediática tendiente a instalar en la sociedad el miedo a un supuesto Estado policial en ciernes.
 
Evidentemente, los reclamos con un barniz republicano, de defensa de las instituciones democráticas cuando estas son aparentemente vulneradas, por parte de un segmento social ubicado entre el medio y el techo de la pirámide de ingresos, logran sin demasiado esfuerzo traducirse en expresiones callejeras. Probablemente haya más en las próximas semanas.
 
De aquí al 7 de diciembre, la acción directa será vista como una virtud propia de las democracias más dinámicas. Los caceroleros de la esquina de Santa Fe y Coronel Díaz reclamarán para sí la misma soberanía institucional que tiene una sesión parlamentaria. Un asambleísmo de los propietarios. Un centralismo democrático cuyo vértice son los titulares de las cuentas bancarias más suculentas. Si pudieran reunirían miles y miles de firmas para los fines más diversos, que con gusto reemplazarían por el resultado electoral de octubre pasado. Lo estrambótico que previó la Presidenta una semana atrás. 
 
Por lo demás, resulta paradójico que le pidan clemencia y consenso al Gobierno, y no al más penetrante Grupo multimediático que no escucha (ni deja escuchar) el mensaje de las urnas de hace menos de un año, que no quita el pie derecho del acelerador en su confrontación con las medidas oficiales, y, esencialmente, que no da cuenta del fallo de la Corte Suprema que puso fecha límite al vergonzoso paraguas cautelar que otros magistrados de esa misma Justicia abrieron hace 3 años y lo mantiene todavía a resguardo de la ley. 
 
Que el Gobierno escuche las cacerolas, como aconsejan, tiene una única lectura: que suspenda los juicios a los genocidas cívico-militares; que endeude al país para cumplir con sus obligaciones de pago a los acreedores externos; que anule la Asignación Universal por Hijo y reasigne esos recursos al extremo más pudiente de la estructura social; que ajuste el gasto público; que acabe de una vez con el proceso de industrialización por sustitución de importaciones; que les devuelva el negocio de televisar los partidos de fútbol a Clarín y TyC Sports; que les devuelva a los bancos el control del aporte de los trabajadores para sus jubilaciones; que le devuelva YPF a Repsol; que les devuelva la retención por la exportación de soja a sus productores.
 
Evidentemente, “devolver” por parte del Estado no sería, como dicen, un gesto de grandeza y misericordia política y social. Hoy más que nunca, “devolver” sería volver atrás, regresar paulatinamente el ciclo abierto el 25 de mayo de 2003 a fojas cero. 
 
La Presidenta, no obstante, parece pensar muy diferente. Cristina no va a ponerse nerviosa, notificó desde el interior profundo de la provincia de San Juan. Otros, ya lo están. El 7 de diciembre se acerca inexorablemente al calendario de las conquistas populares más determinantes de nuestra democracia.
 
Previsiblemente, la derecha intentará tirar del mantel al suelo así se venga toda la cristalería al piso. Ahora les toca actuar a otros que son millones, que también sabrán salir unidos y organizados a las calles, sin ponerse nerviosos, a sostener el mantel sobre la fórmica nacional y popular, y lo que es más definitorio: a cuidar sus platos bien servidos para todos y todas, su posibilidad de tener un trabajo, su –quizás– última oportunidad sobre la Tierra.

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