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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

viernes, 14 de septiembre de 2012

FIN DEL MONOPOLIO CLARIN
 
El 7 de diciembre ya está entre nosotros
 
 
 
Cuando la democracia, por fin, empieza a parecerse a la bella palabra que la nombra, los tiempos se aceleran. La Justicia deja de ser una señora gorda y se convierte en lo que su nombre denomina. Los minutos se convierten en segundos, y el tiempo, ese devenir, en algo más definitorio que un simple acontecer. El 7 de diciembre ya está asomando entre nosotros, aún cuando los últimos fríos del invierno se agitan en este septiembre inexorable.
 
Todo lo más o menos importante que suceda o deje de suceder de aquí a ese día, tendrá que ver con esa fecha bisagra. Sin dudas, habrá 8 y 9 y 15 de diciembre en el calendario, pero la carga política de lo que nos depare como sociedad democrática dependerá de esa jornada.
 
Cristina ya avisó: el 7 de diciembre se termina la ilegalidad en la que aún persiste el Grupo Clarín. Ni las oraciones del gurú Ravi Shankar podrán impedirlo. Ilegalidad en la que aún subsiste por obra y gracia de un Poder del Estado cuya razón de ser es investigar las transgresiones a la ley y sancionar a sus autores, para evitarlas a futuro. Paradojas de la democracia argentina.
 
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, votada hace 3 años por ambas cámaras parlamentarias, sancionada con una inobjetable mayoría compuesta por legisladores de diversos partidos, promulgada a instancias de la decisión política del gobierno nacional luego de múltiples debates, intervenciones y aportes de la sociedad civil, aún no puede aplicarse en su totalidad sobre el principal operador de radios y canales de televisión. La ley rige para todos, menos para Clarín. Una norma de doble vara. Parece una broma de mal gusto, pero es una de las más crueles verdades de esta democracia. El paraguas cautelar para el Grupo estará abierto hasta el 7 de diciembre y ni un día más; para entonces, la sanción de la ley vulnerada sistemáticamente por el principal actor mediático habrá cumplido casi el mismo tiempo que un mandato presidencial. A Magnetto no lo votó nadie nunca, pero su resistencia a la ley más importante de la democracia argentina lo mantuvo en el poder real, casi tanto tiempo como a una gestión de gobierno. Su tiempo de descuento duró como un partido entero.
 
Por lo demás, nótese que Cristina no tomó el guante del 7 de diciembre cualquier día, como al pasar. Todo lo contrario. Eligió la situación y previó convenientemente el momento. En un mismo discurso, la presidenta refutó las constantes operaciones políticas del monopolio comunicacional y señaló fuertemente al grupo Techint, la corporación empresaria más poderosa del país. Como para que no queden dudas de su camino. La profundización de la que tanto se habló en los meses previos a las elecciones de octubre pasado, y que el pueblo apoyó con su voto, no tiene vuelta atrás. Teléfono para tantos distraídos de lengua dulce.
 
La pregunta es qué haremos nosotros con ese día, que se nos acerca al rostro con la velocidad de un rayo y también con su luz. ¿Iremos a la Plaza de Mayo? ¿Al Congreso? ¿A las puertas de los canales de televisión y radios del Grupo Magnetto a impedir lo obvio? ¿Todo eso junto? ¿Cuánto estaremos dispuestos a poner de nuestro propio cuerpo en esta lucha de tantísimos años, que parece arribar, finalmente, a una nueva síntesis: el fin del imperio Clarín?
 
Síntesis, decimos, porque no es la victoria final. No existen las victorias últimas,  conclusivas, en el arduo camino del interés popular. La batalla de fondo es otra, que comprende a la de superficie, y que se libra desde hace siglos, con resultado cada vez más alentador. Pero sin el avance del 7 de diciembre será imposible arribar a nuevas conquistas democráticas. Si no logramos socializar la palabra, democratizar las voces y lo más importante: los micrófonos para amplificarlas, ¿cómo habríamos de seguir distribuyendo cada vez más equitativamente las riquezas socialmente generadas?
 
El 7 de diciembre asoma por detrás del discurso del miedo que emplean hasta el extremo del ridículo los narradores de la derecha. Miedo a Cristina que pide que le tengan miedo; miedo a la reivindicación del “setentismo montonero”, como lo impugnan; miedo a que La Cámpora “adoctrine” a nuestros hijos en las escuelas. Todos miedos de papel que, en rigor, esconden un único temor, ese sí que verdadero: al 7 de diciembre.
 
La repentina pasión de algunos por el federalismo es la expresión institucional que asume por esos días el miedo al 7 de diciembre. Hay quien se piensa engranaje de una pieza sola. De la Sota tiene miedo a que las cosas se le vayan definitivamente de las manos a su ortodoxia pejotista, desde mucho antes del fallo de la Corte que le puso vencimiento al techito donde Clarín se guarece del sol democrático.
 
Ya el 24 de marzo de 2004, cuando Néstor Kirchner encabezó frente a las puertas de la ESMA el acto por el cual el Estado argentino pidió perdón por sus culpas y cedió ese predio de muerte al pueblo y sus organizaciones que lucharon durante décadas contra la impunidad cívico-militar, el gobernador de Córdoba sintió miedo. Fue cuando le dijo a Hebe de Bonafini que las Madres deberían haber cuidado más a sus hijos, respondiendo así al rechazo que los pañuelos blancos había expresado a los gobernadores que querían limpiarse la cara en el acto que encabezaría el presidente santacruceño. “Si van esos gobernadores no vamos las Madres”, dijeron ellas. Si por De la Sota fuera, el ciclo de transformaciones abierto en mayo de 2003 tendría que haber acabado en marzo siguiente. Las Madres lo advirtieron tempranamente. Y tenían razón.
 
Como tiene hoy razón la presidenta, que a diario avanza un paso más en el camino que por entonces, hace 9 años, muchísimos menos de los que hoy somos avizoraban. Hay algo mucho más edificante que la mera retórica en la puesta en valor desde la más alta investidura estatal de los sueños revolucionarios de la generación diezmada por el terror represivo. Aquella vez, Néstor Kirchner llamó “mis compañeros” a los desaparecidos. Fue todo un hito. Ahora, Cristina recuerda a Envar El Kadri y Dardo Cabo. No sólo el recuerdo sentido, quieto en su emoción, sino la reivindicación política, cuya forma más compleja y avanzada es la continuidad, aunque por otros medios que dicta el nuevo contexto histórico, de sus luchas. En el medio, la política, que la conduce.
 
Y que marca los tiempos. Sin dudas, el 7 de diciembre es consecuencia intrínseca del 54 % de votos obtenidos hace menos de un año atrás. El fallo que hace unos meses puso por fin un punto final a la democracia tutelada, no sobrevino antes del mensaje de las urnas. Ya lo dijo el presidente de la Corte Suprema en abril de 2008: “Judicializar los conflictos no es el mejor camino; lo mejor es que se resuelven en el campo de la política, (que) para eso funciona”. Si aquello valió para los exportadores de soja, que también valga, de una vez por todas, para la Ley de Medios, entonces. Y algo más: que nadie lo olvide después del 7 de diciembre

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