FIN DEL MONOPOLIO CLARIN
El 7 de diciembre ya está entre nosotros
Cuando
la democracia, por fin, empieza a parecerse a la bella palabra que la
nombra, los tiempos se aceleran. La Justicia deja de ser una señora
gorda y se convierte en lo que su nombre denomina. Los minutos se
convierten en segundos, y el tiempo, ese devenir, en algo más
definitorio que un simple acontecer. El 7 de diciembre ya está asomando
entre nosotros, aún cuando los últimos fríos del invierno se agitan en
este septiembre inexorable.
Todo
lo más o menos importante que suceda o deje de suceder de aquí a ese
día, tendrá que ver con esa fecha bisagra. Sin dudas, habrá 8 y 9 y 15
de diciembre en el calendario, pero la carga política de lo que nos
depare como sociedad democrática dependerá de esa jornada.
Cristina
ya avisó: el 7 de diciembre se termina la ilegalidad en la que aún
persiste el Grupo Clarín. Ni las oraciones del gurú Ravi Shankar podrán
impedirlo. Ilegalidad en la que aún subsiste por obra y gracia de un
Poder del Estado cuya razón de ser es investigar las transgresiones a la
ley y sancionar a sus autores, para evitarlas a futuro. Paradojas de la
democracia argentina.
La Ley
de Servicios de Comunicación Audiovisual, votada hace 3 años por ambas
cámaras parlamentarias, sancionada con una inobjetable mayoría compuesta
por legisladores de diversos partidos, promulgada a instancias de la
decisión política del gobierno nacional luego de múltiples debates,
intervenciones y aportes de la sociedad civil, aún no puede aplicarse en
su totalidad sobre el principal operador de radios y canales de
televisión. La ley rige para todos, menos para Clarín. Una norma de
doble vara. Parece una broma de mal gusto, pero es una de las más
crueles verdades de esta democracia. El paraguas cautelar para el Grupo
estará abierto
hasta el 7 de diciembre y ni un día más; para entonces, la sanción de
la ley vulnerada sistemáticamente por el principal actor mediático habrá
cumplido casi el mismo tiempo que un mandato presidencial. A Magnetto
no lo votó nadie nunca, pero su resistencia a la ley más importante de
la democracia argentina lo mantuvo en el poder real, casi tanto tiempo
como a una gestión de gobierno. Su tiempo de descuento duró como un
partido entero.
Por
lo demás, nótese que Cristina no tomó el guante del 7 de diciembre
cualquier día, como al pasar. Todo lo contrario. Eligió la situación y
previó convenientemente el momento. En un mismo discurso, la presidenta
refutó las constantes operaciones políticas del monopolio comunicacional
y señaló fuertemente al grupo Techint, la corporación empresaria más
poderosa del país. Como para que no queden dudas de su camino. La
profundización de la que tanto se habló en los meses previos a las
elecciones de octubre pasado, y que el pueblo apoyó con su voto, no
tiene vuelta atrás. Teléfono para tantos distraídos de lengua dulce.
La
pregunta es qué haremos nosotros con ese día, que se nos acerca al
rostro con la velocidad de un rayo y también con su luz. ¿Iremos a la
Plaza de Mayo? ¿Al Congreso? ¿A las puertas de los canales de televisión
y radios del Grupo Magnetto a impedir lo obvio? ¿Todo eso junto?
¿Cuánto estaremos dispuestos a poner de nuestro propio cuerpo en esta
lucha de tantísimos años, que parece arribar, finalmente, a una nueva
síntesis: el fin del imperio Clarín?
Síntesis, decimos, porque no es la victoria final. No existen las victorias últimas, conclusivas,
en el arduo camino del interés popular. La batalla de fondo es otra,
que comprende a la de superficie, y que se libra desde hace siglos, con
resultado cada vez más alentador. Pero sin el avance del 7 de diciembre
será imposible arribar a nuevas conquistas democráticas. Si no logramos
socializar la palabra, democratizar las voces y lo más importante: los
micrófonos para amplificarlas, ¿cómo habríamos de seguir distribuyendo
cada vez más equitativamente las riquezas socialmente generadas?
El
7 de diciembre asoma por detrás del discurso del miedo que emplean
hasta el extremo del ridículo los narradores de la derecha. Miedo a
Cristina que pide que le tengan miedo; miedo a la reivindicación del
“setentismo montonero”, como lo impugnan; miedo a que La Cámpora
“adoctrine” a nuestros hijos en las escuelas. Todos miedos de papel que,
en rigor, esconden un único temor, ese sí que verdadero: al 7 de
diciembre.
La
repentina pasión de algunos por el federalismo es la expresión
institucional que asume por esos días el miedo al 7 de diciembre. Hay
quien se piensa engranaje de una pieza sola. De la Sota tiene miedo a
que las cosas se le vayan definitivamente de las manos a su ortodoxia
pejotista, desde mucho antes del fallo de la Corte que le puso
vencimiento al techito donde Clarín se guarece del sol democrático.
Ya
el 24 de marzo de 2004, cuando Néstor Kirchner encabezó frente a las
puertas de la ESMA el acto por el cual el Estado argentino pidió perdón
por sus culpas y cedió ese predio de muerte al pueblo y sus
organizaciones que lucharon durante décadas contra la impunidad
cívico-militar, el gobernador de Córdoba sintió miedo. Fue cuando le
dijo a Hebe de Bonafini que las Madres deberían haber cuidado más a sus
hijos, respondiendo así al rechazo que los pañuelos blancos había
expresado a los gobernadores que querían limpiarse la cara en el acto
que encabezaría el presidente santacruceño. “Si van esos gobernadores no
vamos las Madres”, dijeron ellas. Si por De la Sota fuera, el ciclo de
transformaciones abierto en mayo de
2003 tendría que haber acabado en marzo siguiente. Las Madres lo
advirtieron tempranamente. Y tenían razón.
Como
tiene hoy razón la presidenta, que a diario avanza un paso más en el
camino que por entonces, hace 9 años, muchísimos menos de los que hoy
somos avizoraban. Hay algo mucho más edificante que la mera retórica en
la puesta en valor desde la más alta investidura estatal de los sueños
revolucionarios de la generación diezmada por el terror represivo.
Aquella vez, Néstor Kirchner llamó “mis compañeros” a los desaparecidos.
Fue todo un hito. Ahora, Cristina recuerda a Envar El Kadri y Dardo
Cabo. No sólo el recuerdo sentido, quieto en su emoción, sino la
reivindicación política, cuya forma más compleja y avanzada es la
continuidad, aunque por otros medios que dicta el nuevo contexto
histórico, de sus luchas. En el
medio, la política, que la conduce.
Si
aquello valió para los exportadores de soja, que también valga, de una
vez por todas, para la Ley de Medios, entonces. Y algo más: que nadie lo
olvide después del
7 de diciembre
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