Datos personales

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

sábado, 29 de septiembre de 2012

del 13-s al 7-D

Democracia sin neutralidades

La presidenta se propone gobernar para los 40 millones de argentinos. Sí, los 40 millones.

El kirchnerismo se agiganta cuanto más difícil se le presenta. Siempre ha sido así. Está en su ADN. Su primera victoria nació de un triunfo que no fue. Esa es su épica. El conflicto es su motor. Vino a la historia de los argentinos para cambiarla. Se agranda de visitante, y nada le sienta tan bien como un desafío, tanto más si tiene carnadura de clase.

Para el proyecto nacional y popular, inclusivo y democrático, de solidaridad e integración continental, de movilizar hacia arriba la perversa escala social cimentada por el capitalismo se trata. De subir de nivel a sus habitué. Pero para todos. No sólo a quienes disfrutan de un nivel de ingresos suficientemente alto, sino, y especialmente, a quienes más abajo se encuentran. Algunos, sin embargo, quieren el disfrute de ese estándar para ellos solos. Democracia, república, instituciones, sí, pero a prudente distancia de quienes "nada tienen que perder salvo sus cadenas". Cuando un gobierno procura extender los beneficios hacia los moradores de los primeros pisos de la pirámide, aparecen quienes temen perder su lugar exclusivo y excluyente. Si por ellos fuera, la movilidad social se quedaría quieta, y el buen pasar material sería otra cosa. Un privilegio, apenas. Como actores de telenovelas, se creen a salvo de las vicisitudes que deben atravesar los personajes que componen. Pero la cruenta realidad social tiene otra intensidad. No es ficción, y menos para las clases que por primera vez en décadas asisten a su, quizás, última oportunidad sobre la Tierra.


Hubo quien creyó que la presidenta iba a mermar su marcha en los puntos medulares de su proyecto de país, iniciado nuevo años atrás y revalidado de forma creciente en las urnas. Error. Ni siquiera ante la ONU se contuvo. El cacerolazo de consignas varias, programa impreciso y cero representación institucional fue respondido con más política. Clarín sintió el golpe, y respondió a los tumbos. Como Chávez (el boxeador).


Al momento de titular sobre la decisión oficial de sumar terrenos capitalinos para el programa Pro.Cre.Ar., Clarín puso el énfasis en los predios de los barrios cuyo valor por metro cuadrado cuesta mucho más que la media. "El gobierno planea construir viviendas en Liniers, Caballito y Palermo", tituló el diario de la cornetita buscando alarmar a sus vecinos hipersensibilizados, omitiendo deliberadamente que el programa también pondrá en valor terrenos en Parque Patricios y Pompeya, en el cinturón sur de la ciudad, donde no se oyó ninguna cacerola.


A quienes con ahínco y espíritu patriótico quieren regresar la correlación de fuerzas al escenario del año 2008, cuyo punto más complejo fue las seis de la tarde del domingo 28 de junio de 2009, Cristina les dedicó las retenciones móviles a la exportación de biodiésel. Sintomático. Naturalmente, esa producción no es comparable, por cantidad e incidencia económica, a la exportación de soja transgénica, pero que las hay, las hay.


Si los impuestos sobre otras exportaciones de bienes primarios merecieran el mismo comportamiento por parte del Estado, quizás podría reducirse la dispersión de precios sobre los alimentos, desacoplando el vaivén internacional de la mesa de los argentinos. Pero no. Al menos, por ahora.


Evidentemente, el 13-S fue la respuesta más o menos previsible a la profundización que se impuso el gobierno desde el 10 de diciembre pasado, cuando Cristina asumió su segundo mandato consecutivo. A medida que avance la sintonía fina, y se defina aún más claramente la distribución de riquezas, es de esperar que los segmentos sociales más acomodados asuman un perfil cada vez más activo y militante. El desafío es aumentar en unidad y organización popular para frustrar lo que más temprano que tarde podrá ser obvio: el zarpazo destituyente, que tiene fecha límite, el 7-D.


Nadie de entre quienes salieron a batir la olla dijo "no a la reelección, pero sí a la AUH". O "todo bien con la Ley de Medios, pero déjenme comprar dólares". O "extiendan el plan de viviendas para quienes no tienen ninguna, y devuélvanles los subsidios a la luz y el gas a mis copropietarios en Barrio Parque". Era un No a todo eso junto, multiplicado por su rencor de clase, cuyo resultado dio un reclamo inequívoco: "Cristina, andate." Esa y no otra es la agenda más acuciante de la derecha, que no consigue sistematizar en un programa político, ni sintetizar en un buen candidato que lo lleve adelante, capitalizando electoralmente las mieles de tanto odio.


Por momentos resultaron desopilantes los títulos y comentarios editoriales de los medios que ya sabemos: "Advierten que una contramarcha K profundizaría la división", proscribieron dos días después de las cacerolas. Ergo: si los partidarios del gobierno movilizan su respuesta a la "marcha del odio", como les dolió que le llamaran, se ahondaría la disputa social. Qué particular la noción de democracia para estos muchachos. En su visión, el kirchnerismo se habría quedado sin derecho a salir a las calles para no atomizar aun más el escenario social y político. Como si la única expresión válida y legítima fuera la protesta, y no las muestras de apoyo o acuerdo. En esa forzada, interesada y previsible composición mediática, no habrían sido los propios dirigentes del oficialismo quienes desestimaron solos, con total soberanía táctica, la encerrona a la que quería llevarlos la derecha, sino la petulancia de los convocantes al cacerolazo: ustedes no deben marchar. No importa si quieren o no hacerlo, si les resulta conveniente salir a la calle ahora o posponerlo para el 27 de octubre: no pueden. El oficialismo se ha quedado sin derechos. Como ese cacerolero de honestidad brutal, que reconoció ser un "golpista en defensa de la democracia". Si fuera Bush hijo, arrojaría bombas por la paz.  


Por lo demás, estaría bueno que la Feria del Libro saliera de su viejo reducto en el predio de la Sociedad Rural y cruzara la General Paz, en dirección de Tecnópolis. Las novedades editoriales estarían, física y materialmente, más cerca de las fracciones sociales que la suelen tener difícil en su acceso a bienes culturales. Algunos, claro, llamarían a esto lucha de clases, y tocarían el silbato ante su sola mención. Es notable: a la movilidad social vertical, al ascenso intraclases, lo llaman por su negación, que es la disputa sin cuartel entre clases contrapuestas por el vértice. "Lógica binaria", impugnan. Abren el librito y repiten de memoria cualquier salmo del viejo general, y más ahora que se cumplen años del asesinato de Rucci. Pero el nombre es lo de menos. Lo central es que la presidenta se propone gobernar para los 40 millones de argentinos. Sí, los 40 millones. Pero, y en esto también es irreductible: sin reconocerse neutral. Sin imparcialidades, ni distancias sobreactuadas, en el fondo ficticias. Timbre para algunos que son pocos, pero conservan todavía mucho dinero y su consecuente cuota de poder

martes, 18 de septiembre de 2012

LA DERECHA, EN ACCIÓN


Aparición con vida

La consigna “Aparición con vida” tuvo el mérito de condensar en sólo tres palabras la mayor respuesta al genocidio. El lema fue ideado en soledad por las Madres de Plaza de Mayo hacia 1980, y sostenido a pesar de múltiples resistencias, provenientes no sólo desde la derecha. A través del planteo, las Madres buscaban contrarrestar el discurso de la muerte que el poder militar había comenzado a ofertar a cambio de reconocer algunas de sus culpas. “Excesos”, como empezó a decirse.

Para algunos, que la dictadura accediera a confeccionar una lista de muertos en su “guerra antisubversiva” significaba un avance. Para las Madres, todo lo contrario. De ahí su consigna. Una respuesta visceral contra las perversas explicaciones que pudieran esgrimir los generales. Si las Madres aceptaban mansamente que la dictadura consintiera que sus hijos estaban muertos, para qué seguir en la Plaza, reclamando saber dónde estaban. Las Madres redoblaron la apuesta, entonces: “Con vida los llevaron, con vida los queremos”.

Años después, las Madres siguieron sosteniendo el reclamo. No porque estuvieran locas, que se negaban a hacer el duelo, sino porque veían allí una manera eficaz de denunciar los límites de la naciente democracia: impunidad para los genocidas, y ni siquiera una explicación formal por parte del Estado de sus pecados, lo que sí o sí debía incluir la sanción penal a los responsables. Un señalamiento permanente al Estado Terrorista, que no dejó de serlo del todo incluso más allá del 10 de diciembre de 1983.

Tantos años después, la consigna de las Madres vuelve a ser utilizada, esta vez como burla por parte de sus enemigos históricos. Desde hace más de 30 años que la derecha tiene clavada esa consigna en la garganta, y ahora intenta escupirla. Sus voceros no sólo quisieran deshonrar el pañuelo, sino además ridiculizar y vaciar de contenido una de las consignas más emblemáticas de la lucha contra el Terrorismo de Estado. No es cierto que cualquiera “podría usar el pañuelo blanco, y no por eso habría que pensar que se lo está manoseando”, como dice la diputada Victoria Donda. Ni siquiera la madre de Luciano Arruga. El pañuelo no trasciende a las Madres, que lo sostuvieron sobre sus sienes durante todos los años que duró la impunidad, y todavía lo portan cada jueves en la Plaza de Mayo. No es un pedazo de trapo, sino un hecho político único e indivisible. El pañuelo contiene una definición. Es sujeto en quienes lo crearon y no objeto de otros, que jamás lo respetaron ni le reconocieron entidad. Representa la vida de los reprimidos por el terror cívico-militar, y también sus luchas, que Néstor y Cristina Kirchner reivindicaron como propias y continúan desde su particular experiencia al frente del Estado.

A propósito, hay quien dice que el Gobierno debe hacerse cargo del cacerolazo y bajar un rango en su confrontación con los espesos intereses con los cuales rivaliza desde el 25 de mayo de 2003. Disiento. Lo que hay por detrás de una movilización planificada durante semanas, para nada espontánea, anunciada incluso en las versiones en papel de los diarios hegemónicos con, por lo menos, nueve días de anticipación, es la oposición irracional, prejuiciosa, de clase, a un programa de gobierno que se sostiene en dos premisas fundamentales: la solidaridad social, y la distribución de riquezas.

Que no fuera espontánea no tendría por qué estar mal, excepto para ese relato antipolítico sobre el que se montan las operaciones mediáticas de la derecha, que alienta las protestas. Lo espontáneo contra el “unidos y organizados” lanzado en Vélez.

Su aparente condición de “apolítica” contiene una verdad a medias: indudablemente, el cacerolazo no pudo (ni podrá, al menos en lo inmediato) ser capitalizado políticamente por la oposición. Esa incapacidad, no obstante, no le abrevia contenido ideológico: la simbología nazi que pudo verse en la marcha, la burla a las Madres, y las expresiones lindantes con el más rancio odio de la vieja oligarquía, hicieron del cacerolazo una clara expresión de los pensamientos más retrógrados de la escena política.

Evidentemente, los reclamos con un barniz republicano, de defensa de las instituciones democráticas por parte de un segmento social ubicado entre el medio y el techo de la pirámide de ingresos, logran sin demasiado esfuerzo traducirse en expresiones callejeras. Si durante semanas los medios más vistos, escuchados y leídos alertan a la población sobre un Estado policial en ciernes, y multiplican ese miedo por el denominador común del reclamo material, el resultado previsible será una Plaza de Mayo más o menos colmada.

¿Y cuál es ese mínimo común múltiplo? La resistencia al control estatal sobre la economía en negro, el rechazo a las pulsiones progresivas del sistema tributario todavía regresivo, la incomodidad ante la “sintonía fina” que les impide a sectores de ingresos suficientemente altos comprar dólares para atesoramiento y especulación, la reprobación ante la quita de subsidios a las tarifas de servicios públicos, y la exigencia de que el Estado deje de atender las necesidades del segmento más empobrecido y reasigne esos recursos en la fracción más acomodada.

De aquí al 7 de diciembre, cuando finalice el plazo establecido por la Corte para que el Grupo Clarín se desprenda de las licencias de más que todavía mantiene bajo su poder, la acción directa será vista como una virtud propia de las democracias más dinámicas. Los caceroleros de la esquina de Santa Fe y Coronel Díaz reclamarán para sí la misma soberanía institucional que tiene una sesión parlamentaria. Un asambleísmo de los propietarios. Un centralismo democrático cuyo vértice son los que más tienen que perder si se profundiza el modelo de inclusión ciudadana. Si pudieran reunirían miles de firmas para los fines más diversos, que con gusto reemplazarían por el resultado electoral de octubre pasado. Lo estrambótico que previó la Presidenta días atrás.

Que el Gobierno escuche las cacerolas, como aconsejan, tiene una única lectura: que suspenda los juicios a los genocidas; que endeude al país; que cancele la AUH y redireccione esos recursos camino del extremo más pudiente de la sociedad; que acabe con la sustitución de importaciones; que les devuelva el negocio de televisar los partidos de fútbol a sus antiguos dueños; que regrese a los bancos la potestad de controlar los fondos de jubilación; que reintegre al contado YPF, y, esencialmente (por el alto valor simbólico que tendría), que restituya las retenciones a la soja a los dueños y arrendatarios de las mejores tierras para cultivo, retornando la correlación de fuerzas al mismo nivel del año 2008.

La Presidenta, no obstante, parece pensar muy diferente. Cristina no va a ponerse nerviosa, notificó desde el interior profundo de la provincia de San Juan. Otros, ya lo están. El viernes 7 de diciembre se acerca inexorablemente al calendario de las conquistas populares más determinantes de nuestra democracia.

viernes, 14 de septiembre de 2012

El turno de salir a la calle
 

 
 
Hay quien dice que el Gobierno nacional debe hacerse cargo del cacerolazo del jueves 13 de septiembre y bajar un rango en la confrontación con los espesos intereses concentrados con los cuales rivaliza desde que se inició la experiencia kirchnerista. Hasta aquí, todo muy racional y democrático. Un gesto de republicanismo. Los canales de televisión, una herramienta comunicacional al servicio de la información veraz y objetiva. Sin embargo, lo que hay por detrás de una movilización planificada durante semanas, para nada espontánea, anunciada incluso en las versiones en papel de los diarios hegemónicos con, por lo menos, nueve días de anticipación, es el primer paso de una movida destituyente, desestabilizadora, o lo que dé.
 
Que no fuera espontánea no tendría por qué estar mal, o tener una carga negativa, excepto para ese relato antipolítico y antiorganizativo sobre el que se montan las operaciones mediáticas de la derecha en sus múltiples expresiones, que alienta las protestas. Lo espontáneo contra el “unidos y organizados” lanzado en Vélez. 
 
Quien reclama al Gobierno que “escuche el mensaje” de las ollas abolladas en las esquinas más paquetas de la ciudad, lo hace desde una lectura interesada de los hechos, y no como analista ajeno a las disputas que se tienden sobre su objeto de análisis. Eso es, exactamente, lo que los promotores de la protesta quisieran que hiciera la Presidenta de la Nación. Fue precisamente para eso que durante las semanas previas emprendieron una feroz campaña mediática tendiente a instalar en la sociedad el miedo a un supuesto Estado policial en ciernes.
 
Evidentemente, los reclamos con un barniz republicano, de defensa de las instituciones democráticas cuando estas son aparentemente vulneradas, por parte de un segmento social ubicado entre el medio y el techo de la pirámide de ingresos, logran sin demasiado esfuerzo traducirse en expresiones callejeras. Probablemente haya más en las próximas semanas.
 
De aquí al 7 de diciembre, la acción directa será vista como una virtud propia de las democracias más dinámicas. Los caceroleros de la esquina de Santa Fe y Coronel Díaz reclamarán para sí la misma soberanía institucional que tiene una sesión parlamentaria. Un asambleísmo de los propietarios. Un centralismo democrático cuyo vértice son los titulares de las cuentas bancarias más suculentas. Si pudieran reunirían miles y miles de firmas para los fines más diversos, que con gusto reemplazarían por el resultado electoral de octubre pasado. Lo estrambótico que previó la Presidenta una semana atrás. 
 
Por lo demás, resulta paradójico que le pidan clemencia y consenso al Gobierno, y no al más penetrante Grupo multimediático que no escucha (ni deja escuchar) el mensaje de las urnas de hace menos de un año, que no quita el pie derecho del acelerador en su confrontación con las medidas oficiales, y, esencialmente, que no da cuenta del fallo de la Corte Suprema que puso fecha límite al vergonzoso paraguas cautelar que otros magistrados de esa misma Justicia abrieron hace 3 años y lo mantiene todavía a resguardo de la ley. 
 
Que el Gobierno escuche las cacerolas, como aconsejan, tiene una única lectura: que suspenda los juicios a los genocidas cívico-militares; que endeude al país para cumplir con sus obligaciones de pago a los acreedores externos; que anule la Asignación Universal por Hijo y reasigne esos recursos al extremo más pudiente de la estructura social; que ajuste el gasto público; que acabe de una vez con el proceso de industrialización por sustitución de importaciones; que les devuelva el negocio de televisar los partidos de fútbol a Clarín y TyC Sports; que les devuelva a los bancos el control del aporte de los trabajadores para sus jubilaciones; que le devuelva YPF a Repsol; que les devuelva la retención por la exportación de soja a sus productores.
 
Evidentemente, “devolver” por parte del Estado no sería, como dicen, un gesto de grandeza y misericordia política y social. Hoy más que nunca, “devolver” sería volver atrás, regresar paulatinamente el ciclo abierto el 25 de mayo de 2003 a fojas cero. 
 
La Presidenta, no obstante, parece pensar muy diferente. Cristina no va a ponerse nerviosa, notificó desde el interior profundo de la provincia de San Juan. Otros, ya lo están. El 7 de diciembre se acerca inexorablemente al calendario de las conquistas populares más determinantes de nuestra democracia.
 
Previsiblemente, la derecha intentará tirar del mantel al suelo así se venga toda la cristalería al piso. Ahora les toca actuar a otros que son millones, que también sabrán salir unidos y organizados a las calles, sin ponerse nerviosos, a sostener el mantel sobre la fórmica nacional y popular, y lo que es más definitorio: a cuidar sus platos bien servidos para todos y todas, su posibilidad de tener un trabajo, su –quizás– última oportunidad sobre la Tierra.
FIN DEL MONOPOLIO CLARIN
 
El 7 de diciembre ya está entre nosotros
 
 
 
Cuando la democracia, por fin, empieza a parecerse a la bella palabra que la nombra, los tiempos se aceleran. La Justicia deja de ser una señora gorda y se convierte en lo que su nombre denomina. Los minutos se convierten en segundos, y el tiempo, ese devenir, en algo más definitorio que un simple acontecer. El 7 de diciembre ya está asomando entre nosotros, aún cuando los últimos fríos del invierno se agitan en este septiembre inexorable.
 
Todo lo más o menos importante que suceda o deje de suceder de aquí a ese día, tendrá que ver con esa fecha bisagra. Sin dudas, habrá 8 y 9 y 15 de diciembre en el calendario, pero la carga política de lo que nos depare como sociedad democrática dependerá de esa jornada.
 
Cristina ya avisó: el 7 de diciembre se termina la ilegalidad en la que aún persiste el Grupo Clarín. Ni las oraciones del gurú Ravi Shankar podrán impedirlo. Ilegalidad en la que aún subsiste por obra y gracia de un Poder del Estado cuya razón de ser es investigar las transgresiones a la ley y sancionar a sus autores, para evitarlas a futuro. Paradojas de la democracia argentina.
 
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, votada hace 3 años por ambas cámaras parlamentarias, sancionada con una inobjetable mayoría compuesta por legisladores de diversos partidos, promulgada a instancias de la decisión política del gobierno nacional luego de múltiples debates, intervenciones y aportes de la sociedad civil, aún no puede aplicarse en su totalidad sobre el principal operador de radios y canales de televisión. La ley rige para todos, menos para Clarín. Una norma de doble vara. Parece una broma de mal gusto, pero es una de las más crueles verdades de esta democracia. El paraguas cautelar para el Grupo estará abierto hasta el 7 de diciembre y ni un día más; para entonces, la sanción de la ley vulnerada sistemáticamente por el principal actor mediático habrá cumplido casi el mismo tiempo que un mandato presidencial. A Magnetto no lo votó nadie nunca, pero su resistencia a la ley más importante de la democracia argentina lo mantuvo en el poder real, casi tanto tiempo como a una gestión de gobierno. Su tiempo de descuento duró como un partido entero.
 
Por lo demás, nótese que Cristina no tomó el guante del 7 de diciembre cualquier día, como al pasar. Todo lo contrario. Eligió la situación y previó convenientemente el momento. En un mismo discurso, la presidenta refutó las constantes operaciones políticas del monopolio comunicacional y señaló fuertemente al grupo Techint, la corporación empresaria más poderosa del país. Como para que no queden dudas de su camino. La profundización de la que tanto se habló en los meses previos a las elecciones de octubre pasado, y que el pueblo apoyó con su voto, no tiene vuelta atrás. Teléfono para tantos distraídos de lengua dulce.
 
La pregunta es qué haremos nosotros con ese día, que se nos acerca al rostro con la velocidad de un rayo y también con su luz. ¿Iremos a la Plaza de Mayo? ¿Al Congreso? ¿A las puertas de los canales de televisión y radios del Grupo Magnetto a impedir lo obvio? ¿Todo eso junto? ¿Cuánto estaremos dispuestos a poner de nuestro propio cuerpo en esta lucha de tantísimos años, que parece arribar, finalmente, a una nueva síntesis: el fin del imperio Clarín?
 
Síntesis, decimos, porque no es la victoria final. No existen las victorias últimas,  conclusivas, en el arduo camino del interés popular. La batalla de fondo es otra, que comprende a la de superficie, y que se libra desde hace siglos, con resultado cada vez más alentador. Pero sin el avance del 7 de diciembre será imposible arribar a nuevas conquistas democráticas. Si no logramos socializar la palabra, democratizar las voces y lo más importante: los micrófonos para amplificarlas, ¿cómo habríamos de seguir distribuyendo cada vez más equitativamente las riquezas socialmente generadas?
 
El 7 de diciembre asoma por detrás del discurso del miedo que emplean hasta el extremo del ridículo los narradores de la derecha. Miedo a Cristina que pide que le tengan miedo; miedo a la reivindicación del “setentismo montonero”, como lo impugnan; miedo a que La Cámpora “adoctrine” a nuestros hijos en las escuelas. Todos miedos de papel que, en rigor, esconden un único temor, ese sí que verdadero: al 7 de diciembre.
 
La repentina pasión de algunos por el federalismo es la expresión institucional que asume por esos días el miedo al 7 de diciembre. Hay quien se piensa engranaje de una pieza sola. De la Sota tiene miedo a que las cosas se le vayan definitivamente de las manos a su ortodoxia pejotista, desde mucho antes del fallo de la Corte que le puso vencimiento al techito donde Clarín se guarece del sol democrático.
 
Ya el 24 de marzo de 2004, cuando Néstor Kirchner encabezó frente a las puertas de la ESMA el acto por el cual el Estado argentino pidió perdón por sus culpas y cedió ese predio de muerte al pueblo y sus organizaciones que lucharon durante décadas contra la impunidad cívico-militar, el gobernador de Córdoba sintió miedo. Fue cuando le dijo a Hebe de Bonafini que las Madres deberían haber cuidado más a sus hijos, respondiendo así al rechazo que los pañuelos blancos había expresado a los gobernadores que querían limpiarse la cara en el acto que encabezaría el presidente santacruceño. “Si van esos gobernadores no vamos las Madres”, dijeron ellas. Si por De la Sota fuera, el ciclo de transformaciones abierto en mayo de 2003 tendría que haber acabado en marzo siguiente. Las Madres lo advirtieron tempranamente. Y tenían razón.
 
Como tiene hoy razón la presidenta, que a diario avanza un paso más en el camino que por entonces, hace 9 años, muchísimos menos de los que hoy somos avizoraban. Hay algo mucho más edificante que la mera retórica en la puesta en valor desde la más alta investidura estatal de los sueños revolucionarios de la generación diezmada por el terror represivo. Aquella vez, Néstor Kirchner llamó “mis compañeros” a los desaparecidos. Fue todo un hito. Ahora, Cristina recuerda a Envar El Kadri y Dardo Cabo. No sólo el recuerdo sentido, quieto en su emoción, sino la reivindicación política, cuya forma más compleja y avanzada es la continuidad, aunque por otros medios que dicta el nuevo contexto histórico, de sus luchas. En el medio, la política, que la conduce.
 
Y que marca los tiempos. Sin dudas, el 7 de diciembre es consecuencia intrínseca del 54 % de votos obtenidos hace menos de un año atrás. El fallo que hace unos meses puso por fin un punto final a la democracia tutelada, no sobrevino antes del mensaje de las urnas. Ya lo dijo el presidente de la Corte Suprema en abril de 2008: “Judicializar los conflictos no es el mejor camino; lo mejor es que se resuelven en el campo de la política, (que) para eso funciona”. Si aquello valió para los exportadores de soja, que también valga, de una vez por todas, para la Ley de Medios, entonces. Y algo más: que nadie lo olvide después del 7 de diciembre

jueves, 6 de septiembre de 2012

EL LARGO CAMINO DE SER JOVEN
 
La juventud, parte indivisible del proyecto
 

 
 
Siempre se dijo de Néstor Kirchner que en verdad él era su ministro de Economía. Un ministro solapado, en las sombras, como si tuviera que pedir permiso para decidir sobre el proyecto económico de un gobierno del que él era su máxima autoridad. El paradigma neoliberal había llegado al extremo de escindir drásticamente la economía de la política, tanto que el nombre del ministro de Hacienda parecía más definitorio que el del propio presidente.
 
Algo de eso observó la Jefa de Estado en su discurso por el Día de la Industria. “No se trata de modelos económicos, sino de proyectos políticos”, dijo Cristina en Tecnópolis. Sin dudas, el primero es parte del segundo, incluso en los proyectos de país absolutamente divergentes del actual, cuyos argumentadores, sin embargo, se empeñan en sostener lo contrario.
 
Las medidas económicas anunciadas por José Martínez de Hoz el 2 de abril de 1976 indicaban claramente el proyecto de país que traían bajo sus espesas suelas los borceguíes militares. El genocidio fue intrínseco a ese proyecto. No marchaban separados el exterminio físico y la destrucción del aparato productivo nacional. No era una banda de forajidos ajena a la pulcritud financiera. Pero, claro, todavía hoy algunos lo cuentan al revés.
 
A propósito, desde hace unos días el diario La Nación cambió el diseño de su edición en papel, para –eso dicen– volverlo más ágil y atractivo ante sus lectores. “¿Por qué La Nación cambió La Nación?”, se pregunta con giro bergmaniano uno de sus columnistas, Carlos M. Reymundo Roberts. Arriesgo: porque no puede cambiar otra cosa. Sin dudas, la marca periodística La Nación quisiera torcer el rumbo de los acontecimientos que ocurren en la Nación desde hace nueve años, pero incapaz de hacerlo, cambia la fuente tipográfica de sus páginas.
 
Es un premio consuelo, después de todo, aunque demasiado pobre. Si como dice Jorge Fernández Díaz, “lo que en política es pecado, en periodismo es virtud”, se entiende por qué La Nación mantiene el calibre belicoso y oligárquico de sus comentarios editoriales, a prudente resguardo de lo que sucede en el país. Novedosos en el envase, prejuiciosos en el contenido. Basta repasar sus títulos editoriales para comprobarlo, uno de los cuales se pregunta “hasta dónde llegará el extremismo de Cristina”. La misma retórica empleada para justificar el genocidio.
 
Nada más reaccionario y viejo como el militante esfuerzo de La Nación por frustrar desde su narración interesada de los hechos el ciclo de transformaciones iniciado el 25 de mayo de 2003. Lo que en política es virtud, para cierto periodismo es pecado.
 
Los mismos que se oponen a que los jóvenes menores de 18 años voten en las elecciones nacionales son quienes militan para bajar el límite de edad para imputar delitos. “A delitos de adulto, penas de adulto”, se reduce su universo conceptual. Si a los 16 años se puede trabajar e ingresar así en la ecuación básica del capitalismo, por qué no habría de permitirse el voto.
 
Que manejen el auto de papá, sí; que opinen de política en la mesa, jamás. Esas argumentaciones parecen provenir desde posiciones aparentemente apolíticas, pero son todo lo contrario. Tienen por el Derecho simpatía sólo en el apartado de sus obligaciones. Lo estiman cuanto más impide hacer. He ahí, quizás, la expresión más concentrada del pensamiento de derecha.
 
De los 33 muertos contabilizados por la represión policial del 19 y 20 de diciembre de 2001, 10 tenían hasta 18 años de edad. Durante los años de la implosión neoliberal, vieron a sus padres perder el empleo, dejaron de ir a la escuela o fueron a ella sólo a comer, se organizaron como pudieron, y salieron entonces a la desesperada a la calle a decirle basta a De la Rúa, tras lo cual murieron bajo balas del Estado. Sin embargo, no recibieron de la ley de ese mismo Estado ni siquiera el reconocimiento a un derecho esencial: optar por el candidato que los podría sacar de su condición de extrema vulnerabilidad. No eligieron a la Alianza, pero la padecieron hasta la muerte. La “democracia” sólo los dejó opinar con sus cuerpos.
 
Los casos se repiten con frecuencia en nuestra historia. Sin ir más lejos, los estudiantes de La Noche de los Lápices, de cuyo secuestro se cumplen en unos días más 36 años.
 
Fueron ejemplo de vida, de entrega, de solidaridad, y no obstante, la ley los trató como adolescentes para sus derechos cívicos, y como hombres maduros para los rigores de sus mecanismos de represión.
 
“Cambiar la vida”, aconsejó Rimbaud a sus 17 de edad. La derecha, todo lo contrario. Para los que quieren que todo siga como está, el objetivo inmediato es prolongar la edad del pavo. Que los jóvenes sean consumidores, mas nunca militantes. Objetos de la ciudadanía de otros, y no sujetos de sus propios derechos ciudadanos.
 
Desde el 25 de mayo de 2003, esto viene siendo modificado exponencialmente. De aquí a algunas décadas, los profesores de educación cívica se referirán al ciclo kirchnerista como el de la restitución plena de derechos (al trabajo, a la salud, al alimento, al ingreso mínimo) y la creación de otros, que la ley no contemplaba: casarse con quien uno desee, sin importar el género del cónyuge, y votar, incluso sin haber cumplido los 18.
 
Como no siempre ocurre, la discusión en el plano normativo es consecuencia de algo que sucede previamente en la base social. El cambio en nuestra Carta Magna es, en ese sentido, inexorable. Que quienes cursan los 16 y hasta los 18 años puedan votar no es, en modo alguno, un proyecto traído de los pelos, ni aislado de la política imperante en el país desde hace tres mandatos presidenciales. El alentador aumento en la cantidad de jóvenes que a pesar de estar transitando su adolescencia hacen sus primeras experiencias de participación política es innegable.
 
Quienes insisten en desconocerles a los jóvenes sus derechos políticos, ¿dónde estuvieron durante la movilización popular del Bicentenario? ¿Bajo qué cama se escondieron cuando una multitud conmovedora de jóvenes salió a las calles a llorar la muerte de Néstor Kirchner, y lo que es más determinante aun: a ofrecerle a Cristina su voluntad de organización y lucha, su desenfado, para sostener su gobierno y profundizarlo?
 
“El camino de la juventud lleva toda una vida”, decía Pablo Picasso. Si lo sabrán las Madres de Plaza de Mayo. Un proyecto emancipador no puede tener entre sus protagonistas únicamente a los jóvenes, pero de ningún modo debe prescindir de ellos. Mal que le pese a la derecha, la juventud es parte indivisible del proyecto de país que sintetiza Cristina. Su garantía de continuidad. Más que un rasgo etario, el desafío es convertir a la condición “joven” del actual proyecto político en una definición ideológica. A quienes se quejan por las manifestaciones que asume la participación juvenil, en verdad no los deja dormir el fondo. Saben que La Cámpora es sólo el emergente de un cambio cultural. Y contra eso no hay 0-800 que alcance.