Las conducciones de la CGT y de las 62 Organizaciones Peronistas, que integran la primera, han salido a la calle a disputar ideológicamente el actual momento político. Por ahora, el desafío no pasa de las paredes de las calles porteñas. Pero apunta más lejos.
Por cierto, ni la UOM, menos aún la CGT, emprendió en todos estos años una campaña tan exuberante de afiches callejeros para recordar el nacimiento de José Ignacio Rucci. Generalmente, las calles se colmaban con su rostro en los días de septiembre, mes en que se produjo la muerte de aquel líder sindical. Esta vez es diferente. ¿Al marzo camporista le estarán replicando? ¿Será mera coincidencia temporal lo que une el cartelón de la CGT y las notas contra La Cámpora en Clarín y La Nación?
El destemplado afiche contiene una cita firmada por aquel dirigente metalúrgico en una carta dirigida a su par lucifuercista cordobés, Agustín Tosco. El recorte de la misiva escrita hace cuarenta años, se queda en el párrafo en que Rucci reivindica su condición de “peronista” y el eventual “drama” que esto le provocaría al izquierdista Tosco, líder indiscutido del Cordobazo.
Moyano sabrá muy bien por qué razón aceptó firmar junto al Momo Venegas un afiche con semejante declaración de principios, en pleno marzo, antes de iniciar las negociaciones colectivas en todas las ramas de la economía. Son definiciones no exentas, claro, de crítica. De relecturas. La primera, y siendo bueno: el carácter dogmático que insiste en tener la conducción peronista de la CGT.
¿Se imagina alguno a sectores de izquierda que acompañan decididamente al kirchnerismo pegando un afiche callejero para conmemorar el 1º de Mayo, en el que se citaran escritos de Marx para argumentar sobre la condición bonapartista del peronismo? No sólo sería un error político, una omisión histórica, una simplificación doctrinaria, sino además una malísima opción publicitaria.
El peronismo ha generado grandísimos debates, y los seguirá provocando. El gobierno nacional se reconoce peronista, al igual que la conducción de la CGT. Qué problema. Sin embargo, entre ambas concepciones sin dudas se verifican diferencias, distancias, que es posible transitar. Y necesario. Los dogmas no ayudan a comprender la coexistencia bajo el mismo ideario peronista de pensamientos tan encontrados como los de Lorenzo Miguel y Alicia Eguren, por citar algunos alejados de las desmesuras de hoy.
Por cierto, toda disputa política siempre es ideológica. Cualquier otra que diluya ese anclaje corre el riesgo de convertirse en poliqutería. La ideología es el sustrato de las más dignas confrontaciones sociales, materiales, simbólicas; fuente de toda razón y legitimidad de las luchas políticas. Una manera particular de ver el mundo, de trazarse objetivos próximos y mediatos, de definir aliados y adversarios que podrán ser circunstanciales o definitivos. Históricamente ha sucedido que algunos quieran disimular el componente ideológico que guía sus actos, precisamente para mantener posiciones dominantes y presentar como parte del sentido común, de lo políticamente correcto, de lo que está bien pensar, a sus propios presupuestos ideológicos, que siempre serán particularismos en la sociedad. La ideología de los sectores subalternos tenderá siempre a ser explicita; la de los sectores dominantes, obvia.
La ideología también se define a sí misma según qué enemigos reconozca. ¿Pueden ser análogos el “peronismo” del gobierno, y el del Momo Venegas, representante formal de los peones de campo, pero aliado político de la Sociedad Rural? ¿Que Cristina no es peronista, sugiere Moyano? ¿Será marxista, acaso, como “revela” casi policialmente Carlos Pagni en La Nación? ¿Camporista? ¿Setentista? ¿Será que llegó el “zurdaje” del que nos alertó Mirtha nueve años atrás, y en la CGT se dan cuenta recién ahora?
Para quienes lo omiten desde las visiones sectarias, sesgadas, interesadas (a izquierda y derecha), Tosco se inició políticamente en el peronismo. A poco de andar, sus lecturas, prácticas políticas y análisis profundos de la realidad de su tiempo, lo llevaron a fijar domicilio ideológico en el campo del “marxismo-socialista”, como se definió a sí mismo. No obstante su compromiso clasista, jamás desconoció a las corrientes peronistas que anidan en la clase obrera. Todo lo contrario. Cuando sectores marxistas, de siglas diferentes y estrategias disímiles de acción, le propusieron presentarse a elecciones como candidato a presidente en 1973, reuniendo en su candidatura a todo ese vasto arco político que de otro modo seguiría fragmentado, Tosco rechazó la invitación porque entendía que siendo un dirigente sindical clasista, consecuente con las luchas y los anhelos del pueblo trabajador, no podía enfrentar en una elección a su indiscutido líder: Juan Domingo Perón, de regreso al país tras 18 años de exilio.
Materialista dialéctico en lo ideológico, en lo político buscaba “la unidad de las fuerzas de las distintas tendencias, sin discriminación ideológica, pero siempre que coincidan en el progreso y la liberación nacional de los argentinos”, como sintetizó el luchador cordobés.
Hace mal la CGT en elegir a Tosco como su contrincante si su propósito inmediato es destacar como el negro sobre el blanco su filiación peronista. El dirigente cordobés no es precisamente un antiperonista, mucho menos un “gorila”. Sí fue un agrio crítico de las burocracias sindicales y de sus privilegios, vicios que los distancian de las masas y de sus representados más próximos.
“Me levanto a las cinco y media. Antes de las seis y media ya estoy fichando en la empresa. Trabajo hasta la una y media. Almuerzo en casa. A veces lo hago en el sindicato. Duermo una pequeña siesta de dos horas, y desde las cinco de la tarde estoy en el sindicato, trabajando con los compañeros”, describió Tosco sobre cómo era un día en su vida. La responsabilidad al frente de un gremio importante entre el segmento más dinámico del proletariado argentino de entonces (el cordobés), no le impedía cumplir con su jornada laboral y fichar a tiempo en la empresa como cualquiera. Alguna vez Cristina dijo lo mismo acerca de la militancia sindical de su madre.
Desde 2003 transitamos una formidable etapa de repolitización en el seno de nuestra sociedad. Una toma de conciencia profunda y apresurada, a borbotones, compleja, contradictoria a veces, sobre la puja de intereses que abrevan en el bajofondo de las tensiones políticas. Naturalmente, esa puja viene acompañada de tomas de posición ideológicas. La billetera no discute con el bolsillo por su forma o tamaño, sino por lo que contiene o no adentro, entre sus pliegues de cuero o goma, según la disponibilidad del usuario.
Esa condición de confusa, paradójica en la maduración política de nuestra sociedad democrática, vuelve más rico al proceso. Los talibanes de Perón no lograrán comprenderlo en toda su dimensión mientras insistan en aplicar sus viejas categorías, superadas no por arcaicas, sino por antihistóricas. Lo mismo para los guardianes del materialismo dialéctico, que niegan la dialéctica leyendo populismo en el kirchnerismo sin atender la actual correlación de fuerzas actual en el núcleo político y social donde se libra la lucha de clases.
Jóvenes e ideología. Alegría y conciencia. Eficiencia y compromiso militante en la gestión del Estado. Todo eso sintetiza hoy, también con sus falencias, la agrupación La Cámpora. De ahí los múltiples embates provenientes tanto desde la derecha, la izquierda y el “peronismo”. Es demasiado para esta gente que no sabe si levantar la consigna “que se vayan todos”, o “que vuelvan algunos”. En qué quedamos: ¿hijos de Montoneros, portadores del incurable gen de la rebeldía, o un gobierno auxiliado por carapintadas para solucionar contingencias callejeras?
Desde luego, las confrontaciones serán aún mayores en tanto el plan de gobierno insista en proponerse liberador, distribuidor de riquezas socialmente generadas, aliviador de injusticias preexistentes, severo impugnador de quienes, en virtud de sus bienes, de su poder fáctico –como observó el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, a la sazón la última esperanza de la gran oligarquía– ostentan posiciones abusivas y franquicias de casta que exhiben como títulos de propiedad. Adquirirán formas ideológicas, pero serán profundamente políticas.
Según José Pablo Feinmann, “el peronismo tiene mucho de marxismo, le guste o no”. Se lo dijo a Hebe de Bonafini, en una entrevista concedida por el filósofo a la revista de las Madres de Plaza de Mayo. Osvaldo Pepe seguramente estará en descuerdo con el concepto. No sería la única coincidencia con el Moyano de estos días.
Por cierto, ni la UOM, menos aún la CGT, emprendió en todos estos años una campaña tan exuberante de afiches callejeros para recordar el nacimiento de José Ignacio Rucci. Generalmente, las calles se colmaban con su rostro en los días de septiembre, mes en que se produjo la muerte de aquel líder sindical. Esta vez es diferente. ¿Al marzo camporista le estarán replicando? ¿Será mera coincidencia temporal lo que une el cartelón de la CGT y las notas contra La Cámpora en Clarín y La Nación?
El destemplado afiche contiene una cita firmada por aquel dirigente metalúrgico en una carta dirigida a su par lucifuercista cordobés, Agustín Tosco. El recorte de la misiva escrita hace cuarenta años, se queda en el párrafo en que Rucci reivindica su condición de “peronista” y el eventual “drama” que esto le provocaría al izquierdista Tosco, líder indiscutido del Cordobazo.
Moyano sabrá muy bien por qué razón aceptó firmar junto al Momo Venegas un afiche con semejante declaración de principios, en pleno marzo, antes de iniciar las negociaciones colectivas en todas las ramas de la economía. Son definiciones no exentas, claro, de crítica. De relecturas. La primera, y siendo bueno: el carácter dogmático que insiste en tener la conducción peronista de la CGT.
¿Se imagina alguno a sectores de izquierda que acompañan decididamente al kirchnerismo pegando un afiche callejero para conmemorar el 1º de Mayo, en el que se citaran escritos de Marx para argumentar sobre la condición bonapartista del peronismo? No sólo sería un error político, una omisión histórica, una simplificación doctrinaria, sino además una malísima opción publicitaria.
El peronismo ha generado grandísimos debates, y los seguirá provocando. El gobierno nacional se reconoce peronista, al igual que la conducción de la CGT. Qué problema. Sin embargo, entre ambas concepciones sin dudas se verifican diferencias, distancias, que es posible transitar. Y necesario. Los dogmas no ayudan a comprender la coexistencia bajo el mismo ideario peronista de pensamientos tan encontrados como los de Lorenzo Miguel y Alicia Eguren, por citar algunos alejados de las desmesuras de hoy.
Por cierto, toda disputa política siempre es ideológica. Cualquier otra que diluya ese anclaje corre el riesgo de convertirse en poliqutería. La ideología es el sustrato de las más dignas confrontaciones sociales, materiales, simbólicas; fuente de toda razón y legitimidad de las luchas políticas. Una manera particular de ver el mundo, de trazarse objetivos próximos y mediatos, de definir aliados y adversarios que podrán ser circunstanciales o definitivos. Históricamente ha sucedido que algunos quieran disimular el componente ideológico que guía sus actos, precisamente para mantener posiciones dominantes y presentar como parte del sentido común, de lo políticamente correcto, de lo que está bien pensar, a sus propios presupuestos ideológicos, que siempre serán particularismos en la sociedad. La ideología de los sectores subalternos tenderá siempre a ser explicita; la de los sectores dominantes, obvia.
La ideología también se define a sí misma según qué enemigos reconozca. ¿Pueden ser análogos el “peronismo” del gobierno, y el del Momo Venegas, representante formal de los peones de campo, pero aliado político de la Sociedad Rural? ¿Que Cristina no es peronista, sugiere Moyano? ¿Será marxista, acaso, como “revela” casi policialmente Carlos Pagni en La Nación? ¿Camporista? ¿Setentista? ¿Será que llegó el “zurdaje” del que nos alertó Mirtha nueve años atrás, y en la CGT se dan cuenta recién ahora?
Para quienes lo omiten desde las visiones sectarias, sesgadas, interesadas (a izquierda y derecha), Tosco se inició políticamente en el peronismo. A poco de andar, sus lecturas, prácticas políticas y análisis profundos de la realidad de su tiempo, lo llevaron a fijar domicilio ideológico en el campo del “marxismo-socialista”, como se definió a sí mismo. No obstante su compromiso clasista, jamás desconoció a las corrientes peronistas que anidan en la clase obrera. Todo lo contrario. Cuando sectores marxistas, de siglas diferentes y estrategias disímiles de acción, le propusieron presentarse a elecciones como candidato a presidente en 1973, reuniendo en su candidatura a todo ese vasto arco político que de otro modo seguiría fragmentado, Tosco rechazó la invitación porque entendía que siendo un dirigente sindical clasista, consecuente con las luchas y los anhelos del pueblo trabajador, no podía enfrentar en una elección a su indiscutido líder: Juan Domingo Perón, de regreso al país tras 18 años de exilio.
Materialista dialéctico en lo ideológico, en lo político buscaba “la unidad de las fuerzas de las distintas tendencias, sin discriminación ideológica, pero siempre que coincidan en el progreso y la liberación nacional de los argentinos”, como sintetizó el luchador cordobés.
Hace mal la CGT en elegir a Tosco como su contrincante si su propósito inmediato es destacar como el negro sobre el blanco su filiación peronista. El dirigente cordobés no es precisamente un antiperonista, mucho menos un “gorila”. Sí fue un agrio crítico de las burocracias sindicales y de sus privilegios, vicios que los distancian de las masas y de sus representados más próximos.
“Me levanto a las cinco y media. Antes de las seis y media ya estoy fichando en la empresa. Trabajo hasta la una y media. Almuerzo en casa. A veces lo hago en el sindicato. Duermo una pequeña siesta de dos horas, y desde las cinco de la tarde estoy en el sindicato, trabajando con los compañeros”, describió Tosco sobre cómo era un día en su vida. La responsabilidad al frente de un gremio importante entre el segmento más dinámico del proletariado argentino de entonces (el cordobés), no le impedía cumplir con su jornada laboral y fichar a tiempo en la empresa como cualquiera. Alguna vez Cristina dijo lo mismo acerca de la militancia sindical de su madre.
Desde 2003 transitamos una formidable etapa de repolitización en el seno de nuestra sociedad. Una toma de conciencia profunda y apresurada, a borbotones, compleja, contradictoria a veces, sobre la puja de intereses que abrevan en el bajofondo de las tensiones políticas. Naturalmente, esa puja viene acompañada de tomas de posición ideológicas. La billetera no discute con el bolsillo por su forma o tamaño, sino por lo que contiene o no adentro, entre sus pliegues de cuero o goma, según la disponibilidad del usuario.
Esa condición de confusa, paradójica en la maduración política de nuestra sociedad democrática, vuelve más rico al proceso. Los talibanes de Perón no lograrán comprenderlo en toda su dimensión mientras insistan en aplicar sus viejas categorías, superadas no por arcaicas, sino por antihistóricas. Lo mismo para los guardianes del materialismo dialéctico, que niegan la dialéctica leyendo populismo en el kirchnerismo sin atender la actual correlación de fuerzas actual en el núcleo político y social donde se libra la lucha de clases.
Jóvenes e ideología. Alegría y conciencia. Eficiencia y compromiso militante en la gestión del Estado. Todo eso sintetiza hoy, también con sus falencias, la agrupación La Cámpora. De ahí los múltiples embates provenientes tanto desde la derecha, la izquierda y el “peronismo”. Es demasiado para esta gente que no sabe si levantar la consigna “que se vayan todos”, o “que vuelvan algunos”. En qué quedamos: ¿hijos de Montoneros, portadores del incurable gen de la rebeldía, o un gobierno auxiliado por carapintadas para solucionar contingencias callejeras?
Desde luego, las confrontaciones serán aún mayores en tanto el plan de gobierno insista en proponerse liberador, distribuidor de riquezas socialmente generadas, aliviador de injusticias preexistentes, severo impugnador de quienes, en virtud de sus bienes, de su poder fáctico –como observó el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, a la sazón la última esperanza de la gran oligarquía– ostentan posiciones abusivas y franquicias de casta que exhiben como títulos de propiedad. Adquirirán formas ideológicas, pero serán profundamente políticas.
Según José Pablo Feinmann, “el peronismo tiene mucho de marxismo, le guste o no”. Se lo dijo a Hebe de Bonafini, en una entrevista concedida por el filósofo a la revista de las Madres de Plaza de Mayo. Osvaldo Pepe seguramente estará en descuerdo con el concepto. No sería la única coincidencia con el Moyano de estos días.
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