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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

viernes, 2 de marzo de 2012

La furia y el método

Cristina y el valor de la política 
 

Aunque el gobernador porteño no ayude mucho, inútiles resultarán los esfuerzos de quienes quieren convencernos de que nunca logramos superar el estigma de 2001.

La presidenta no recurre a la poesía para expresarse, pero quizás sus políticas, y las representaciones discursivas que adquieren al momento de ser explicadas, se parezcan a ese oficio que ejerce y que no es suyo, como escribió sobre su arte, humilde y gigante, Juan Gelman, obligado por “dolores ajenos, lágrimas, pañuelos saludadores”: buscar por entre las grietas del lenguaje; romper las palabras para nacer otras nuevas; decir eso sin nombre, a veces evidente, que vive entre el silencio y las cosas.

Ya sea en un estadio, o mediando el mayor formalismo institucional, Cristina acude al sentido común, a la racionalidad más directa, a la obviedad de los secretos nunca revelados, para fundamentar su norte político: arribar a esa felicidad relativa que es posible alcanzar en el actual estadio capitalista. No es un recurso de estilo; apela a un cambio cultural. Los del medio y más abajo en la pirámide social entienden qué estación busca captar su sintonía fina; a otros que no tuvieron infancia les parece, en cambio, que juega a las escondidas.

Ciertas fricciones del momento son propias a un proceso político como el que transitamos, aliviador de profundas desigualdades preexistentes, con marcos legales y normativos viejos, que hasta ayer las convalidaban, y que hoy actúan como corsé. Quizás el kirchnerismo sea eso: una respuesta nueva a viejos problemas, que inaugura a su vez nuevos desafíos, muchos de los cuales se presentan al mismo tiempo, contemporáneos unos con otros, y que por su propia dinámica exigen celeridad en su resolución. Ese “vamos por todo” que cantaba Cristina en el Monumento a la Bandera. Quien no tenía trabajo reclama ahora, no sólo cobrar bien a fin de mes, sino viajar en tiempo y forma a su empleo. Son demandas justas, razonables. El problema es cuando se las quiere utilizar para corroer los cimientos que posibilitan su surgimiento.
El sentido común es un recurso noble, que nos mantuvo a flote durante la múltiple devastación sufrida hasta 2003. Un instinto de supervivencia social. Todavía nos sirve para curarnos en salud de oportunismos varios y cinismos variopintos, que insultan la razón.

¿Cómo explicar sino el destemplado plantón de Macri a los usuarios del subte? Un alcalde xenófobo, del distrito más próspero del país, que expulsa de los hospitales bajo su jurisdicción a ciudadanos de otras circunscripciones, hablando de “federalismo”. Y reclamando ayuda económica del gobierno central. Aunque el gobernador porteño no ayude mucho, inútiles resultarán los esfuerzos de quienes quieren convencernos, antojadizamente, de que nunca logramos superar el estigma 2001: el aumento “desmedido” en las dietas de diputados y senadores, los funcionarios que, irremediablemente, no funcionan, y como única respuesta a todo ello, la antipolítica: que se vayan todos y fuego en la estación. El “país de mierda”, frustrado y frustrante, sin moral ni potencialidades, incapaz de todo, en el que muchos quieren persuadirnos de que seguimos viviendo.

A propósito, mucho se habló de los sueldos de senadores y diputados, pero nada se dijo sobre el ingreso mensual de los jueces, bastante superior al de los legisladores, y que no tributa ganancias. Como quisiera la CGT. Todo eso sin contar que los magistrados no son elegidos por el voto popular, que su cargo es vitalicio, que se jubilan cuando quieren con el 82 móvil (incluso ante la contingencia de un juicio político), y que –salvo por la visibilidad que tienen los ministros de la Corte Suprema– a los demás jueces de instancias inferiores ningún cambio en la coyuntura política los mueve de sus gruesas poltronas.

La justicia sigue siendo la señora gorda de la democracia. Aun soportando tensiones internas, el máximo tribunal hace esfuerzos por modificar esa apreciación social, pero después vienen los jueces delinsólito fuero cautelar, y aquí estamos. Aunque el sindicato de los Señorías se queje, que la justicia es lenta resulta, ciertamente, más que una sensación.

Semanas atrás la presidenta nos conminó a debatir seriamente la actividad minera. Lo ocurrido en la estación de trenes también nos reta a encarar con la misma profundidad el problema del transporte público en la Argentina. Tantas muertes seguramente evitables, con certeza injustas, nos obligan a este perentorio ejercicio. Pero no a cualquier precio.

¿Merecemos los argentinos que el interés de las corporaciones empuje el debate político hasta los sótanos del morbo mediático, de la miserable especulación, de la orgía conspirativa, siendo que lo que está en juego es la resolución de problemas urgentes? ¿Tendremos que seguir soportando que el antioficialismo ciego de algunos los lleve a redactar declaraciones antinacionales, altisonantes, sin vergüenza alguna, que hasta el mismísimo David Cameron atenuaría? ¿Qué hicimos para merecer tanta honestidad brutal de la derecha: los kelpers tratados como sujetos de derecho y no como objetos de coloniaje; los mayores infractores a las garantías sindicales patrocinando a determinado sector en la CGT; y los defensores del más feroz capitalismo convertidos en quijotes del medioambiente?

Vamos. ¿Quién polariza hasta el límite de lo insoportable las disputas políticas? ¿Quién es el que verdaderamente escruta el actual escenario argentino desde posiciones simplificada y excesivamente binarias, indivisibles ya? ¿No era el gobierno, acaso, el que empleaba un discurso que dividía imperdonablemente en “bandos irreconciliables” a los argentinos? ¿Por qué corren, entonces, en salvaguarda de Gran Bretaña, de Repsol-YPF, de los consorcios privados que se niegan a aceptar representantes estatales en sus Directorios, de las empresas energéticas, incluso de las compañías transportistas puestas en vereda por el Estado a través de la implementación de la tarjeta SUBE, toda vez que la presidenta convoca a la unidad nacional en defensa de los intereses del país que comanda?

Centrar todos los reproches en el prudente y respetuoso silencio presidencial mantenido inmediatamente después de la tragedia, dice poco. Para excusas ya tenemos a los Cirigliano. Nótese que quienes se sumaron a ese tren son los mismos que cuestionan a Cristina por el uso“desmedido” de la cadena oficial de radio y televisión para comunicar a la población, sin mediaciones ni filtros, lo que el gobierno considera esencial.

“Un país en serio” comprende la sobriedad y el pudor ante las más dramáticas circunstancias, y también la más sensata firmeza para remediarlas. “El método cotidiano, la furia fría”, como decía Rodolfo Walsh. La senil oposición (política y de la otra), todo lo contrario.

No olvidarlo nunca: uno afirmó por televisión abierta, a minutos de la colisión, que el accidente acababa de sumar una tercera formación.

Oposición política: se busca. Como dijo Cristina, es una obligación oponerse a lo que está mal. El problema no es objetar criteriosamente al gobierno, sino no asumir la incapacidad intrínseca para refutarlo, apuntando únicamente al mensajero. En ese caso, la culpa seguirá siendo de los médicos que, ineptos, no supieron hallar restos de cáncer en la tiroides de la presidenta.

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