Conflicto Docente
Los que miran el dedo en vez de apreciar la luna
Todos los sectores populares, de trabajadores  sindicalizados o sin empleo formal, organizados como movimiento social o  territorial, deben dejar de lado la lógica de la Carpa Blanca, la  Marcha Federal, la ‘resistencia al ajuste’. No sólo los maestros. 
 En enero de 2006, promediando el gobierno de Néstor Kirchner, las Madres  de Plaza de Mayo decidieron realizar su última Marcha de la  Resistencia, que sería la número 25. Un cuarto de siglo de esa  formidable creación política, siempre simbólica y con grandes  implicancias concretas, que acompañó las luchas populares argentinas  durante todo ese tiempo, nacida en pleno terror dictatorial y mantenida  durante la “democracia”, aun ante las inclemencias políticas más  severas.  
Cuando Hebe de Bonafini fundamentó las razones de esa decisión muy  meditada por todas las Madres, señaló que dejaban de hacer esas  movilizaciones de 24 horas de marcha continua, porque “el enemigo ya no  está en la Casa Rosada”. Con notables lucidez, humildad y disposición  para la revisión incluso de sus prácticas más arraigadas, las Madres  marcaban muy tempranamente los desafíos de la nueva etapa política  abierta en el país. Emprender el nuevo camino de la “construcción” y ya  dejar de frecuentar el de la “resistencia”. Cambiar para avanzar.  Luchar, sí; pensar, también. “Protesta con propuesta”, como decía Hebe  por entonces.  
Seis años más tarde, aquella señera posición de las Madres vuelve a  cobrar relevancia y sentido. Por caso, deberían tenerla en cuenta  algunos que, parados al sol del modelo, desde la misma vereda discursiva  de los intereses populares, afirman a la bartola que el gobierno habría  perdido el rumbo.
¿Habrán reparado en que el oficialismo asumió su tercera gestión  consecutiva hace tres meses nada más, producto de un resultado electoral  abrumador que lo respalda, consumado 150 días atrás? ¿De verdad creen  que es Cristina Fernández quien tiene que demostrar todavía hacia dónde  se dirige, cuál es su norte, cuáles sus prioridades estratégicas? De  vuelta: ¿el gobierno?
Evidentemente, Clarín tampoco extravió el camino. Magnetto no llega a  ningún lado, pero es allí adonde se dirige: el abismo del descrédito más  absoluto. Tan firme y sostenida es su marcha (hacia el despeñadero),  que durante largo tiempo logró reunir tras de sí a la oposición  política, muchos de cuyos referentes, sin embargo, se dieron cuenta y  bajaron, aunque tarde y por la puerta de atrás. 
La ecuación de la derecha es obvia. Desfinanciar al Estado, sobreactuar  varios conflictos sectoriales simultáneos, editorializar sobre ellos  como si fueran un grave problema social, y recurrir a la calle si ello  fuera posible para abortar a través de ese combo lo que Cristina viene  anunciando desde hace largos meses: el desafío de institucionalizar los  cambios para dejarlos asentados en el nuevo país postneoliberal.
Mientras el gobierno quiere conjurar la crisis del capitalismo  anarco-financiero redireccionando sus subsidios, maximizando sus  ingresos, privilegiando a los más débiles por sobre el resto, Macri le  tira el subte por la cabeza para intentar volver flacos sus recursos.  Atención: conservan gran poder de fuego en los medios, todavía. Y  dinero. “Poder fáctico”, que se dice, sobre el que también habló  Lorenzetti el martes 6.
Las desmesuras siempre ayudan poco. Apelando a los mismos giros  retóricos, alguno podría invertir su carga y reclamarle a ciertos  críticos que sean ellos quienes dejen de jugar a las escondidas. Y que  si quieren convocar a un paro general, que lo digan; si quieren irse de  su partido para armar algo por afuera, que lo digan; si quieren formar  con Micheli una “CGTA”, que lo digan. Para decirlo en jujeño: ¿por qué  mejor no lo charlamo’?
Por lo demás, calibrar el curso del gobierno por los 200 pesos que  separan a los gremios docentes de lo propuesto por el Ministerio de  Educación es, cuanto menos, imprudente. Precipitado. A menos que se  tenga decidido de antemano el rumbo propio, opuesto por el vértice al  del oficialismo, y se espere cualquier hecho político para expresarlo,  sin reparar, incluso, en que eso suene a excusa.
¿Puede haber perdido la brújula un gobierno que mantiene a raya a los  grupos económicos, que no tolera despidos, que defiende la producción  argentina, limitando hasta lo indispensable las importaciones, que logró  convertir en causa regional el reclamo por Malvinas, que insiste en  hacer valer su derecho a integrar los directorios de empresas  estratégicas para el desarrollo nacional? ¿Sólo por ofrecer un  porcentaje de aumento salarial inferior a lo pretendido por los  docentes, después de ocho años consecutivos de incrementos siempre por  encima de las mediciones de inflación, incluso las privadas?
Todos los sectores populares, de trabajadores sindicalizados y otros sin  empleo formal, organizados como movimiento social o territorial, deben  dejar de lado la lógica de la Carpa Blanca, la Marcha Federal, la  “resistencia al ajuste”. No sólo los maestros. El 2001 quedó atrás,  también sus categorías para analizarlo. La antipolítica ya no es más una  respuesta posible. Urge alcanzar un nuevo acuerdo entre los argentinos,  el nuevo Estado que surja de él, quizás un nuevo marco normativo que  exprese el formidable cambio que viene operando en el país, tal como lo  reclamara Cristina en Huracán en marzo del año pasado.
La misma tolerancia que tuvieron los docentes cuando tiraron abajo la  Carpa Blanca en diciembre de 1999, apenas asumida la Alianza, firmándole  un cheque en blanco a De la Rúa que muy pronto el último presidente  radical traicionaría, les solicita ahora Cristina a los maestros,  ofreciéndoles como garantía los nueve años de modelo nacional y popular,  y la dirección favorable a los trabajadores, nunca neutral, de sus  políticas públicas. Le sobra espalda para reclamarlo.
 Ya nos había advertido la presidenta cuando cerró su última campaña  electoral: “Los tontos son aquellos que cuando alguien señala con el  dedo la luna, miran el dedo”, dijo. El tiempo ha pasado, y varios  insisten en la misma necedad. En vez de leer como una unidad el mensaje  presidencial, algunos se detienen demasiado en el brevísimo renglón  referido a los tres meses de vacaciones en la escuela. ¿Por qué no se  destaca en su justa medida la apelación al compromiso colectivo, el  reclamo por las familias que dependen del colegio abierto para poder ir a  trabajar, la defensa de la escuela pública no sólo en las palabras, y  la demanda de mayor comprensión hacia un gobierno que ha hecho de la  educación estatal gratuita y de calidad, una consecuente política de  Estado? 
 Cristina no hablaba de 200 pesos, sino de un imperioso cambio cultural  que logre hacer salir indemne al proyecto en marcha en medio de la  profunda crisis que atraviesa el capitalismo global, cuyo rumbo sí se  desconoce. Los maestros –que son trabajadores, pero también formadores  de ciudadanía, la primera mediación institucional entre un niño y la  sociedad en la que vive y crece, y que en unos días les enseñarán a  nuestros hijos qué fue el 24 de Marzo– están llamados a desempeñar un  rol concluyente: convertirse en el caso testigo de quienes asumen ese  deber social, esa obligación histórica
 
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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