La campaña contra Boudou
Para la derecha el oficialismo tiene una ilegitimidad de origen, que por supuesto no son los votos, sino el norte que se trazó: beneficiar a las grandes mayorías populares, aunque eso importe alterar espesos intereses.
La corporación mediática ha vuelto a poner en marcha una potente estrategia de desgaste que, sin embargo, ya no corroe como antaño. A poco de andar, el caso Ciccone dice más por sus denunciantes que por sus denunciados. Primero, probaron con el juez. “Maniobra de Oyarbide para quedarse con la causa que complica a Boudou”, titularon, anticipando el discurso que emplearían el día que la justicia contradiga su guión. Perdieron. El magistrado federal, instructor de otras causas que los desilusionaron en sus conclusiones, se declaró incompetente. Se sabe: si Señoría no procesa al vicepresidente, ni halla pruebas que lo vinculen con el delito que el “juez” Magnetto le atribuye, un premio consuelo podría ser echarle toda la culpa a Oyarbide. El ardid alcanzaría para dos o tres tapas de diario consecutivas. Pero así, ni sopa.
Enseguida, el supuesto aislamiento con que habrían destratado a Boudou los propios funcionarios del gobierno. Incluida la presidenta. Fallaron otra vez. No hace falta ser un analista político para darse cuenta de que la campaña busca afectar a todo el oficialismo. Desde luego, no embisten contra Boudou por su novia, sino por lo que su investidura representa en el proyecto colectivo. Van por el modelo y apuntan cada vez más alto.
No hay caso. Algunos con gran poder de fuego mediático reinciden en buscar judicialmente lo que sus representantes políticos no consiguen en la arena electoral. Si fracasan, prueban con la construcción periodística, paralela a la realidad: ahí juegan de local, y su “ley” los admite como juez y parte.
Es insólito que desde las páginas de Clarín se les impute a los militantes de La Cámpora el “adoctrinamiento” del que serían objeto por parte de sus dirigentes. Como si formarse ideológicamente fuera un disvalor. Como si esos jerarcas multimediáticos no reunieran a sus periodistas para adiestrarlos respecto de la “guerra” que el Grupo le declaró al gobierno. Como si los encargados del diario no impidieran a su personal la libre agremiación sindical, violación que ha merecido severos fallos judiciales, incumplidos por la patronal con puntualidad británica. Como si los gerentes del Grupo no se autoproclamaran “delegados” de sus empleados, convocándolos escandalosamente a salir a la calle “en defensa de la fuente laboral”, tal lo ocurrido en Cablevisión.
En la calle Tacuarí se hacen los ofendidos por lo que les dijo la presidenta, pero en su réplica vuelven sobre el 1 de mayo de 1974, cuando las corrientes de izquierda del peronismo se dieron media vuelta y dejaron hablando solo a Perón. Osvaldo Pepe se quedó junto a su líder, reconoce. Lo acompañaron el aparato sindical de entonces y Lopecito. Pasaron 38 años y todavía no se los perdona a los “zurdos”. Y después impugnan de “setentista” al gobierno. Enhorabuena que Clarín asuma abiertamente su ideología y aliente el surgimiento de La Victorio Calabró que discuta con las juventudes K.
Para la derecha el oficialismo tiene una ilegitimidad de origen, que por supuesto no son los votos, sino el norte que se trazó desde un principio: beneficiar a las grandes mayorías populares, aunque eso importe alterar espesos intereses. De ahí su oposición tenaz, cerrada. Totalizadora. Cualquier acción de gobierno será observada críticamente por los grupos económicos y comunicacionales que ven en el kirchnerismo la reencarnación de Lenin. La Nación busca restos de materialismo dialéctico hasta en los silencios de la presidenta.
Marxista de perfil bajo, el Kicillof. Un revolucionario en las sombras, “judío” como el autor de El Manifiesto. Ya no un “militante” rentado, sino un oscuro operador de nuevo tipo: con solidez académica, que puede sentarse de igual a igual con un director de Techint a discutir el destino de las utilidades empresarias. Hasta sus orígenes en la agrupación universitaria Tontos pero No Tanto, rastrearon. ¿Perfil periodístico o informe de inteligencia?
Para adobar el brebaje, la derecha recurre otra vez al “caos callejero”. Alguna vez fue “la ola de inseguridad”; quizás lo vuelva a ser luego del asalto al conductor radial. Mientras, apelan al “descontrol en las calles”; al “desborde social” en ascuas. El bardo siempre paga bien. Sin atender, claro, el esfuerzo presidencial por encausar dentro de los márgenes institucionales las legítimas disputas sociales, que son propias de una nación de la periferia cuyas redes económicas se encuentran en transición, quizás a la vanguardia de los cambios inevitables que sobrevendrán en el mundo ante el fracaso del capitalismo “anarco financiero”, y que viene de una devastación política y económica sin igual en su historia.
Profundizar el cambio también nos desafía a resolver genuinas demandas sociales a través de los propios mecanismos institucionales, potenciándolos al máximo, aunque eso no evite, de cuando en vez, ver cortadas las calles. Las negociaciones colectivas son el ejemplo más próximo. Las rondas paritarias serán un buen termómetro para medir dónde se encuentran hoy los sectores populares y su expresión dirigencial.
Mayor conciencia, mejor organización, más cohesión social, nunca están de más. Y no perder jamás de vista la conducción estratégica, encarnada por la presidenta a voz en cuello. Algo más que el porcentaje de aumento salarial depende de ellas.
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