Datos personales

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

viernes, 30 de marzo de 2012

24 de marzo

Soberanía económica: etapa superior de la memoria
 
 
El nuevo aniversario del último golpe de Estado encuentra a la Argentina atravesando una situación por demás particular, seguramente impensada por aquellos genocidas de uniforme al servicio de los planificadores de miseria. No entraba en sus planes que 36 años después del genocidio, las instituciones de la democracia funcionaran a pleno, maximizaran las pocas potestades que la devastación neoliberal dejó sembrada como peste, y le devolvieran al pueblo recursos estratégicos e instrumentos de intervención estatal en la economía para volverla una herramienta de transformación al servicio de las mayorías populares.
 
Desde luego, la masacre iniciada el 24 de marzo de 1976 no vino sola. No fue obra de una jauría de generales desquiciados. Se trazó un claro objetivo económico: destruir el aparato productivo nacional para imponer un patrón financiero de acumulación a tono con las necesidades imperiales, que frustrara por décadas el sueño de soberanía económica e independencia política, obligando a las generaciones futuras de argentinos a soportar en sus espaldas la pesada cruz del endeudamiento externo. Para lograrlo debía antes ser aniquilada la organización de la clase trabajadora, disciplinada mediante el más cruel terror y arrasada por completo su capacidad de oponer resistencia. La tortura y la muerte fueron condición ineludible.
 
Por cierto, la dictadura hizo bien su “trabajo”, que fue perfeccionado hábilmente durante los años de la legalidad republicana que la sucedieron. La desregulación de los mercados, el ajuste estructural, el estancamiento científico y técnico, y la sobrevaloración de las rentas agropecuarias y financieras implantadas por el genocidio en la ecuación básica de la economía argentina, fueron el marco de su extranjerización total consumada durante el menemato. Y con ella, la brutal liquidación de las riquezas nacionales acuñadas durante décadas de trabajo social, indispensables para sostener cualquier proyecto viable de desarrollo.
 
La privatización de YPF –a la sazón la principal empresa del país– y la modificación made in Cavallo de la Carta Orgánica del Banco Central constituyeron, junto al cierre de los ramales ferroviarios, los puntos más pronunciados del despojo. Una tenía razón de ser junto a la otra. Sin un plan de progreso endógeno solventado por la producción sostenida de energía, ¿para qué la moneda nacional? Sin proyecto de crecimiento, de diversificación productiva, de inclusión social, ¿para qué mantener la extensión de las vías férreas, que se volvieron ociosas, oxidando literalmente a los pueblos que sobrevivían en derredor del tren? Lógica mercantil pura y dura, como aquélla otra sobre la que se sostuvo el proceso privatizador: “El Estado no está en condiciones de invertir capital de riesgo en exploraciones hidrocarburíferas”. Los consorcios privados tampoco lo harían.  
 
Asistimos, pues, al inicio de la etapa superior de la recuperación de la memoria colectiva sobre el Terrorismo de Estado y el proceso histórico contemporáneo, iniciada con la expropiación de la ESMA a la Marina de Guerra, en marzo de 2004. La ofensiva estatal sobre YPF y la sanción de la nueva Carta Orgánica del Banco Central marcan, sin dudas, el norte que se ha fijado el gobierno nacional y popular para el periodo iniciado en diciembre: profundizar el camino transitado desde mayo de 2003, también bajo la espesa crisis del capitalismo global. Ahora sí, adiós a la Patria financiera y a los últimos vestigios del “Desacuerdo” de Washington.
 
Algunos, sin embargo, parecen no entender la densidad histórica y política del momento actual, incluso quienes se alinean verbalmente en la defensa de los trabajadores. Con una autoridad indiscutible, Cristina les habla de igual a igual a todos los sectores sociales. También a sus compañeros. Se siente una más entre ellos. Porque no es neutral, los cuestiona cuando está en desacuerdo. Interpela sus prácticas. Tiene su ojo posado en la historia, no en las encuestas. Prende la luz en el momento más inoportuno y descubre a varios en posición adelantada. Reclama de ellos más y mejor. La mirada en diagonal. La comprensión compleja, no la lectura obvia.
 
Mal que nos pese a muchos, ciertos ex aliados han resuelto someterse al exigente casting de políticos y referentes de la oposición que toman periódicamente las corporaciones mediáticas. Hay que aceptarlo. Los acontecimientos que sucedan de aquí hacia adelante nos aclararán a qué elenco estable pretenden ingresar.
 
Los acuerdos con el grupo insignia del poder económico concentrado incluyen las invitaciones a los estudios de TN Pictures para hablar de política nacional, del “panorama complicado” que se avecina, de la proximidad de “conflictividad social”. Y de nada más. Las cláusulas del contrato son terminantes: hay que pegarle al gobierno, no al líder de la CGT. A una semana del 24 de marzo, la contraparte se compromete a pagar religiosamente el alto impuesto que cobra Magnetto a sus aspirantes, afirmando: “Nos hicieron creer que los hijos de Noble eran de desaparecidos”. Ahí no hay suba al mínimo no imponible que valga. El decorado lo completan al día siguiente las agrupaciones de izquierda, que cortan los puentes de ingreso y egreso a la ciudad de Buenos Aires, recordando, aunque con gran esfuerzo imaginativo, los días de Fernando de la Rúa. 
 
Como a tantos argentinos de bien, espectadores inermes de la política oficial en materia de derechos humanos, a cierto dirigente sindical de peso “le hicieron creer” la posibilidad de que el grupo multimediático más poderoso del país tuviera alguna complicidad con el genocidio, y pide perdón por su ingenuidad. La dictadura no es asunto de su incumbencia, ni siquiera de los trabajadores que representa. A la clase obrera le interesa la inflación de changuito de supermercado. Punto. La fe de los conversos, si no alcanza a mover montañas, al menos vuelve rubios por un rato a los “morochos de pelo duro”. Allá ellos.
 
Sólo un incauto se negaría a ver lo obvio: la sincronización en las entrevistas concedidas a los medios del Grupo Clarín, el destemplado afiche en recuerdo de Rucci, y los artículos contra La Cámpora en los diarios de la oposición. Lucha ideológica, puja política. “Se preocupan más por los salarios que puedan ganar que por la militancia”, dice Moyano sobre la agrupación que sintetiza, tanto por su despliegue territorial como por los incesantes ataques de la gran prensa, el fenómeno del ingreso de cientos de miles de jóvenes a la participación política. Pagni no lo habría dicho mejor. 
 
Lástima. Todavía hay quien mira con nostalgia el devenir de un calendario inexorable. Se equivoca con su melancolía. Los cargos podrán tener vencimiento; la clase obrera, no. Su hora límite es la historia. Su tiempo, el futuro.

jueves, 15 de marzo de 2012

Las conducciones de la CGT y de las 62 Organizaciones Peronistas, que integran la primera, han salido a la calle a disputar ideológicamente el actual momento político. Por ahora, el desafío no pasa de las paredes de las calles porteñas. Pero apunta más lejos.

Por cierto, ni la UOM, menos aún la CGT, emprendió en todos estos años una campaña tan exuberante de afiches callejeros para recordar el nacimiento de José Ignacio Rucci. Generalmente, las calles se colmaban con su rostro en los días de septiembre, mes en que se produjo la muerte de aquel líder sindical. Esta vez es diferente. ¿Al marzo camporista le estarán replicando? ¿Será mera coincidencia temporal lo que une el cartelón de la CGT y las notas contra La Cámpora en Clarín y La Nación?

El destemplado afiche contiene una cita firmada por aquel dirigente metalúrgico en una carta dirigida a su par lucifuercista cordobés, Agustín Tosco. El recorte de la misiva escrita hace cuarenta años, se queda en el párrafo en que Rucci reivindica su condición de “peronista” y el eventual “drama” que esto le provocaría al izquierdista Tosco, líder indiscutido del Cordobazo.

Moyano sabrá muy bien por qué razón aceptó firmar junto al Momo Venegas un afiche con semejante declaración de principios, en pleno marzo, antes de iniciar las negociaciones colectivas en todas las ramas de la economía. Son definiciones no exentas, claro, de crítica. De relecturas. La primera, y siendo bueno: el carácter dogmático que insiste en tener la conducción peronista de la CGT.

¿Se imagina alguno a sectores de izquierda que acompañan decididamente al kirchnerismo pegando un afiche callejero para conmemorar el 1º de Mayo, en el que se citaran escritos de Marx para argumentar sobre la condición bonapartista del peronismo? No sólo sería un error político, una omisión histórica, una simplificación doctrinaria, sino además una malísima opción publicitaria. 

El peronismo ha generado grandísimos debates, y los seguirá provocando. El gobierno nacional se reconoce peronista, al igual que la conducción de la CGT. Qué problema. Sin embargo, entre ambas concepciones sin dudas se verifican diferencias, distancias, que es posible transitar. Y necesario. Los dogmas no ayudan a comprender la coexistencia bajo el mismo ideario peronista de pensamientos tan encontrados como los de Lorenzo Miguel y Alicia Eguren, por citar algunos alejados de las desmesuras de hoy.

Por cierto, toda disputa política siempre es ideológica. Cualquier otra que diluya ese anclaje corre el riesgo de convertirse en poliqutería. La ideología es el sustrato de las más dignas confrontaciones sociales, materiales, simbólicas; fuente de toda razón y legitimidad de las luchas políticas. Una manera particular de ver el mundo, de trazarse objetivos próximos y mediatos, de definir aliados y adversarios que podrán ser circunstanciales o definitivos.  Históricamente ha sucedido que algunos quieran disimular el componente ideológico que guía sus actos, precisamente para mantener posiciones dominantes y presentar como parte del sentido común, de lo políticamente correcto, de lo que está bien pensar, a sus propios presupuestos ideológicos, que siempre serán particularismos en la sociedad. La ideología de los sectores subalternos tenderá siempre a ser explicita; la de los sectores dominantes, obvia.


La ideología también se define a sí misma según qué enemigos reconozca. ¿Pueden ser análogos el “peronismo” del gobierno, y el del Momo Venegas, representante formal de los peones de campo, pero aliado político de la Sociedad Rural? ¿Que Cristina no es peronista, sugiere Moyano? ¿Será marxista, acaso, como “revela” casi policialmente Carlos Pagni en La Nación? ¿Camporista? ¿Setentista? ¿Será que llegó el “zurdaje” del que nos alertó Mirtha nueve años atrás, y en la CGT se dan cuenta recién ahora?

Para quienes lo omiten desde las visiones sectarias, sesgadas, interesadas (a izquierda y derecha), Tosco se inició políticamente en el peronismo. A poco de andar, sus lecturas, prácticas políticas y análisis profundos de la realidad de su tiempo, lo llevaron a fijar domicilio ideológico en el campo del “marxismo-socialista”, como se definió a sí mismo. No obstante su compromiso clasista, jamás desconoció a las corrientes peronistas que anidan en la clase obrera. Todo lo contrario. Cuando sectores marxistas, de siglas diferentes y estrategias disímiles de acción, le propusieron presentarse a elecciones como candidato a presidente en 1973, reuniendo en su candidatura a todo ese vasto arco político que de otro modo seguiría fragmentado, Tosco rechazó la invitación porque entendía que siendo un dirigente sindical clasista, consecuente con las luchas y los anhelos del pueblo trabajador, no podía enfrentar en una elección a su indiscutido líder: Juan Domingo Perón, de regreso al país tras 18 años de exilio. 

Materialista dialéctico en lo ideológico, en lo político buscaba “la unidad de las fuerzas de las distintas tendencias, sin discriminación ideológica, pero siempre que coincidan en el progreso y la liberación nacional de los argentinos”, como sintetizó el luchador cordobés.

Hace mal la CGT en elegir a Tosco como su contrincante si su propósito inmediato es destacar como el negro sobre el blanco su filiación peronista. El dirigente cordobés no es precisamente un antiperonista, mucho menos un “gorila”. Sí fue un agrio crítico de las burocracias sindicales y de sus privilegios, vicios que los distancian de las masas y de sus representados más próximos.

“Me levanto a las cinco y media. Antes de las seis y media ya estoy fichando en la empresa. Trabajo hasta la una y media. Almuerzo en casa. A veces lo hago en el sindicato. Duermo una pequeña siesta de dos horas, y desde las cinco de la tarde estoy en el sindicato, trabajando con los compañeros”, describió Tosco sobre cómo era un día en su vida. La responsabilidad al frente de un gremio importante entre el segmento más dinámico del proletariado argentino de entonces (el cordobés), no le impedía cumplir con su jornada laboral y fichar a tiempo en la empresa como cualquiera. Alguna vez Cristina dijo lo mismo acerca de la militancia sindical de su madre.

Desde 2003 transitamos una formidable etapa de repolitización en el seno de nuestra sociedad. Una toma de conciencia profunda y apresurada, a borbotones, compleja, contradictoria a veces, sobre la puja de intereses que abrevan en el bajofondo de las tensiones políticas. Naturalmente, esa puja viene acompañada de tomas de posición ideológicas. La billetera no discute con el bolsillo por su forma o tamaño, sino por lo que contiene o no adentro, entre sus pliegues de cuero o goma, según la disponibilidad del usuario.

Esa condición de confusa, paradójica en la maduración política de nuestra sociedad democrática, vuelve más rico al proceso. Los talibanes de Perón no lograrán comprenderlo en toda su dimensión mientras insistan en aplicar sus viejas categorías, superadas no por arcaicas, sino por antihistóricas. Lo mismo para los guardianes del materialismo dialéctico, que niegan la dialéctica leyendo populismo en el kirchnerismo sin atender la actual correlación de fuerzas actual en el núcleo político y social donde se libra la lucha de clases.

Jóvenes e ideología. Alegría y conciencia. Eficiencia y compromiso militante en la gestión del Estado. Todo eso sintetiza hoy, también con sus falencias, la agrupación La Cámpora. De ahí los múltiples embates provenientes tanto desde la derecha, la izquierda y el “peronismo”. Es demasiado para esta gente que no sabe si levantar la consigna “que se vayan todos”, o “que vuelvan algunos”. En qué quedamos: ¿hijos de Montoneros, portadores del incurable gen de la rebeldía, o un gobierno auxiliado por carapintadas para solucionar contingencias callejeras?

Desde luego, las confrontaciones serán aún mayores en tanto el plan de gobierno insista en proponerse liberador, distribuidor de riquezas socialmente generadas, aliviador de injusticias preexistentes, severo impugnador de quienes, en virtud de sus bienes, de su poder fáctico –como observó el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, a la sazón la última esperanza de la gran oligarquía– ostentan posiciones abusivas y franquicias de casta que exhiben como títulos de propiedad. Adquirirán formas ideológicas, pero serán profundamente políticas.

Según José Pablo Feinmann, “el peronismo tiene mucho de marxismo, le guste o no”. Se lo dijo a Hebe de Bonafini, en una entrevista concedida por el filósofo a la revista de las Madres de Plaza de Mayo. Osvaldo Pepe seguramente estará en descuerdo con el concepto. No sería la única coincidencia con el Moyano de estos días.

La corporación mediática y la derecha

La campaña contra Boudou

Para la derecha el oficialismo tiene una ilegitimidad de origen, que por supuesto no son los votos, sino el norte que se trazó: beneficiar a las grandes mayorías populares, aunque eso importe alterar espesos intereses.

La corporación mediática ha vuelto a poner en marcha una potente estrategia de desgaste que, sin embargo, ya no corroe como antaño. A poco de andar, el caso Ciccone dice más por sus denunciantes que por sus denunciados. Primero, probaron con el juez. “Maniobra de Oyarbide para quedarse con la causa que complica a Boudou”, titularon, anticipando el discurso que emplearían el día que la justicia contradiga su guión. Perdieron. El magistrado federal, instructor de otras causas que los desilusionaron en sus conclusiones, se declaró incompetente. Se sabe: si Señoría no procesa al vicepresidente, ni halla pruebas que lo vinculen con el delito que el “juez” Magnetto le atribuye, un premio consuelo podría ser echarle toda la culpa a Oyarbide. El ardid alcanzaría para dos o tres tapas de diario consecutivas. Pero así, ni sopa.

Enseguida, el supuesto aislamiento con que habrían destratado a Boudou los propios funcionarios del gobierno. Incluida la presidenta. Fallaron otra vez. No hace falta ser un analista político para darse cuenta de que la campaña busca afectar a todo el oficialismo. Desde luego, no embisten contra Boudou por su novia, sino por lo que su investidura representa en el proyecto colectivo. Van por el modelo y apuntan cada vez más alto.
No hay caso. Algunos con gran poder de fuego mediático reinciden en buscar judicialmente lo que sus representantes políticos no consiguen en la arena electoral. Si fracasan, prueban con la construcción periodística, paralela a la realidad: ahí juegan de local, y su “ley” los admite como juez y parte.

Es insólito que desde las páginas de Clarín se les impute a los militantes de La Cámpora el “adoctrinamiento” del que serían objeto por parte de sus dirigentes. Como si formarse ideológicamente fuera un disvalor. Como si esos jerarcas multimediáticos no reunieran a sus periodistas para adiestrarlos respecto de la “guerra” que el Grupo le declaró al gobierno. Como si los encargados del diario no impidieran a su personal la libre agremiación sindical, violación que ha merecido severos fallos judiciales, incumplidos por la patronal con puntualidad británica. Como si los gerentes del Grupo no se autoproclamaran “delegados” de sus empleados, convocándolos escandalosamente a salir a la calle “en defensa de la fuente laboral”, tal lo ocurrido en Cablevisión.

En la calle Tacuarí se hacen los ofendidos por lo que les dijo la presidenta, pero en su réplica vuelven sobre el 1 de mayo de 1974, cuando las corrientes de izquierda del peronismo se dieron media vuelta y dejaron hablando solo a Perón. Osvaldo Pepe se quedó junto a su líder, reconoce. Lo acompañaron el aparato sindical de entonces y Lopecito. Pasaron 38 años y todavía no se los perdona a los “zurdos”. Y después impugnan de “setentista” al gobierno. Enhorabuena que Clarín asuma abiertamente su ideología y aliente el surgimiento de La Victorio Calabró que discuta con las juventudes K.

Para la derecha el oficialismo tiene una ilegitimidad de origen, que por supuesto no son los votos, sino el norte que se trazó desde un principio: beneficiar a las grandes mayorías populares, aunque eso importe alterar espesos intereses. De ahí su oposición tenaz, cerrada. Totalizadora. Cualquier acción de gobierno será observada críticamente por los grupos económicos y comunicacionales que ven en el kirchnerismo la reencarnación de Lenin. La Nación busca restos de materialismo dialéctico hasta en los silencios de la presidenta. 

Marxista de perfil bajo, el Kicillof. Un revolucionario en las sombras, “judío” como el autor de El Manifiesto. Ya no un “militante” rentado, sino un oscuro operador de nuevo tipo: con solidez académica, que puede sentarse de igual a igual con un director de Techint a discutir el destino de las utilidades empresarias. Hasta sus orígenes en la agrupación universitaria Tontos pero No Tanto, rastrearon. ¿Perfil periodístico o informe de inteligencia?

Para adobar el brebaje, la derecha recurre otra vez al “caos callejero”. Alguna vez fue “la ola de inseguridad”; quizás lo vuelva a ser luego del asalto al conductor radial. Mientras, apelan al “descontrol en las calles”; al “desborde social” en ascuas. El bardo siempre paga bien. Sin atender, claro, el esfuerzo presidencial por encausar dentro de los márgenes institucionales las legítimas disputas sociales, que son propias de una nación de la periferia cuyas redes económicas se encuentran en transición, quizás a la vanguardia de los cambios inevitables que sobrevendrán en el mundo ante el fracaso del capitalismo “anarco financiero”, y que viene de una devastación política y económica sin igual en su historia.

Profundizar el cambio también nos desafía a resolver genuinas demandas sociales a través de los propios mecanismos institucionales, potenciándolos al máximo, aunque eso no evite, de cuando en vez, ver cortadas las calles. Las negociaciones colectivas son el ejemplo más próximo. Las rondas paritarias serán un buen termómetro para medir dónde se encuentran hoy los sectores populares y su expresión dirigencial.

Mayor conciencia, mejor organización, más cohesión social, nunca están de más. Y no perder jamás de vista la conducción estratégica, encarnada por la presidenta a voz en cuello. Algo más que el porcentaje de aumento salarial depende de ellas.

viernes, 9 de marzo de 2012

Conflicto Docente

Los que miran el dedo en vez de apreciar la luna

Todos los sectores populares, de trabajadores sindicalizados o sin empleo formal, organizados como movimiento social o territorial, deben dejar de lado la lógica de la Carpa Blanca, la Marcha Federal, la ‘resistencia al ajuste’. No sólo los maestros.

 En enero de 2006, promediando el gobierno de Néstor Kirchner, las Madres de Plaza de Mayo decidieron realizar su última Marcha de la Resistencia, que sería la número 25. Un cuarto de siglo de esa formidable creación política, siempre simbólica y con grandes implicancias concretas, que acompañó las luchas populares argentinas durante todo ese tiempo, nacida en pleno terror dictatorial y mantenida durante la “democracia”, aun ante las inclemencias políticas más severas. 

Cuando Hebe de Bonafini fundamentó las razones de esa decisión muy meditada por todas las Madres, señaló que dejaban de hacer esas movilizaciones de 24 horas de marcha continua, porque “el enemigo ya no está en la Casa Rosada”. Con notables lucidez, humildad y disposición para la revisión incluso de sus prácticas más arraigadas, las Madres marcaban muy tempranamente los desafíos de la nueva etapa política abierta en el país. Emprender el nuevo camino de la “construcción” y ya dejar de frecuentar el de la “resistencia”. Cambiar para avanzar. Luchar, sí; pensar, también. “Protesta con propuesta”, como decía Hebe por entonces. 

Seis años más tarde, aquella señera posición de las Madres vuelve a cobrar relevancia y sentido. Por caso, deberían tenerla en cuenta algunos que, parados al sol del modelo, desde la misma vereda discursiva de los intereses populares, afirman a la bartola que el gobierno habría perdido el rumbo.

¿Habrán reparado en que el oficialismo asumió su tercera gestión consecutiva hace tres meses nada más, producto de un resultado electoral abrumador que lo respalda, consumado 150 días atrás? ¿De verdad creen que es Cristina Fernández quien tiene que demostrar todavía hacia dónde se dirige, cuál es su norte, cuáles sus prioridades estratégicas? De vuelta: ¿el gobierno?
Evidentemente, Clarín tampoco extravió el camino. Magnetto no llega a ningún lado, pero es allí adonde se dirige: el abismo del descrédito más absoluto. Tan firme y sostenida es su marcha (hacia el despeñadero), que durante largo tiempo logró reunir tras de sí a la oposición política, muchos de cuyos referentes, sin embargo, se dieron cuenta y bajaron, aunque tarde y por la puerta de atrás.
La ecuación de la derecha es obvia. Desfinanciar al Estado, sobreactuar varios conflictos sectoriales simultáneos, editorializar sobre ellos como si fueran un grave problema social, y recurrir a la calle si ello fuera posible para abortar a través de ese combo lo que Cristina viene anunciando desde hace largos meses: el desafío de institucionalizar los cambios para dejarlos asentados en el nuevo país postneoliberal.

Mientras el gobierno quiere conjurar la crisis del capitalismo anarco-financiero redireccionando sus subsidios, maximizando sus ingresos, privilegiando a los más débiles por sobre el resto, Macri le tira el subte por la cabeza para intentar volver flacos sus recursos. Atención: conservan gran poder de fuego en los medios, todavía. Y dinero. “Poder fáctico”, que se dice, sobre el que también habló Lorenzetti el martes 6.

Las desmesuras siempre ayudan poco. Apelando a los mismos giros retóricos, alguno podría invertir su carga y reclamarle a ciertos críticos que sean ellos quienes dejen de jugar a las escondidas. Y que si quieren convocar a un paro general, que lo digan; si quieren irse de su partido para armar algo por afuera, que lo digan; si quieren formar con Micheli una “CGTA”, que lo digan. Para decirlo en jujeño: ¿por qué mejor no lo charlamo’?

Por lo demás, calibrar el curso del gobierno por los 200 pesos que separan a los gremios docentes de lo propuesto por el Ministerio de Educación es, cuanto menos, imprudente. Precipitado. A menos que se tenga decidido de antemano el rumbo propio, opuesto por el vértice al del oficialismo, y se espere cualquier hecho político para expresarlo, sin reparar, incluso, en que eso suene a excusa.

¿Puede haber perdido la brújula un gobierno que mantiene a raya a los grupos económicos, que no tolera despidos, que defiende la producción argentina, limitando hasta lo indispensable las importaciones, que logró convertir en causa regional el reclamo por Malvinas, que insiste en hacer valer su derecho a integrar los directorios de empresas estratégicas para el desarrollo nacional? ¿Sólo por ofrecer un porcentaje de aumento salarial inferior a lo pretendido por los docentes, después de ocho años consecutivos de incrementos siempre por encima de las mediciones de inflación, incluso las privadas?


Todos los sectores populares, de trabajadores sindicalizados y otros sin empleo formal, organizados como movimiento social o territorial, deben dejar de lado la lógica de la Carpa Blanca, la Marcha Federal, la “resistencia al ajuste”. No sólo los maestros. El 2001 quedó atrás, también sus categorías para analizarlo. La antipolítica ya no es más una respuesta posible. Urge alcanzar un nuevo acuerdo entre los argentinos, el nuevo Estado que surja de él, quizás un nuevo marco normativo que exprese el formidable cambio que viene operando en el país, tal como lo reclamara Cristina en Huracán en marzo del año pasado.

La misma tolerancia que tuvieron los docentes cuando tiraron abajo la Carpa Blanca en diciembre de 1999, apenas asumida la Alianza, firmándole un cheque en blanco a De la Rúa que muy pronto el último presidente radical traicionaría, les solicita ahora Cristina a los maestros, ofreciéndoles como garantía los nueve años de modelo nacional y popular, y la dirección favorable a los trabajadores, nunca neutral, de sus políticas públicas. Le sobra espalda para reclamarlo.

 Ya nos había advertido la presidenta cuando cerró su última campaña electoral: “Los tontos son aquellos que cuando alguien señala con el dedo la luna, miran el dedo”, dijo. El tiempo ha pasado, y varios insisten en la misma necedad. En vez de leer como una unidad el mensaje presidencial, algunos se detienen demasiado en el brevísimo renglón referido a los tres meses de vacaciones en la escuela. ¿Por qué no se destaca en su justa medida la apelación al compromiso colectivo, el reclamo por las familias que dependen del colegio abierto para poder ir a trabajar, la defensa de la escuela pública no sólo en las palabras, y la demanda de mayor comprensión hacia un gobierno que ha hecho de la educación estatal gratuita y de calidad, una consecuente política de Estado?

 Cristina no hablaba de 200 pesos, sino de un imperioso cambio cultural que logre hacer salir indemne al proyecto en marcha en medio de la profunda crisis que atraviesa el capitalismo global, cuyo rumbo sí se desconoce. Los maestros –que son trabajadores, pero también formadores de ciudadanía, la primera mediación institucional entre un niño y la sociedad en la que vive y crece, y que en unos días les enseñarán a nuestros hijos qué fue el 24 de Marzo– están llamados a desempeñar un rol concluyente: convertirse en el caso testigo de quienes asumen ese deber social, esa obligación histórica