Soberanía económica: etapa superior de la memoria
El  nuevo aniversario del último golpe de Estado encuentra a la Argentina  atravesando una situación por demás particular, seguramente impensada  por aquellos genocidas de uniforme al servicio de los planificadores de  miseria. No entraba en sus planes que 36 años después del genocidio, las  instituciones de la democracia funcionaran a pleno, maximizaran las  pocas potestades que la devastación neoliberal dejó sembrada como peste,  y le devolvieran al pueblo recursos estratégicos e instrumentos de  intervención estatal en la economía para volverla una herramienta de  transformación al servicio de las mayorías populares. 
Desde  luego, la masacre iniciada el 24 de marzo de 1976 no vino sola. No fue  obra de una jauría de generales desquiciados. Se trazó un claro objetivo  económico: destruir el aparato productivo nacional para imponer un  patrón financiero de acumulación a tono con las necesidades imperiales,  que frustrara por décadas el sueño de soberanía económica e  independencia política, obligando a las generaciones futuras de  argentinos a soportar en sus espaldas la pesada cruz del endeudamiento  externo. Para lograrlo debía antes ser aniquilada la organización de la  clase trabajadora, disciplinada mediante el más cruel terror y arrasada  por completo su capacidad de oponer resistencia. La tortura y la muerte  fueron condición ineludible.  
Por  cierto, la dictadura hizo bien su “trabajo”, que fue perfeccionado  hábilmente durante los años de la legalidad republicana que la  sucedieron. La desregulación de los mercados, el ajuste estructural, el  estancamiento científico y técnico, y la sobrevaloración de las rentas  agropecuarias y financieras implantadas por el genocidio en la ecuación  básica de la economía argentina, fueron el marco de su extranjerización  total consumada durante el menemato. Y con ella, la brutal liquidación  de las riquezas nacionales acuñadas durante décadas de trabajo social,  indispensables para sostener cualquier proyecto viable de desarrollo. 
La  privatización de YPF –a la sazón la principal empresa del país– y la  modificación made in Cavallo de la Carta Orgánica del Banco Central  constituyeron, junto al cierre de los ramales ferroviarios, los puntos  más pronunciados del despojo. Una tenía razón de ser junto a la otra.  Sin un plan de progreso endógeno solventado por la producción sostenida  de energía, ¿para qué la moneda nacional? Sin proyecto de crecimiento,  de diversificación productiva, de inclusión social, ¿para qué mantener  la extensión de las vías férreas, que se volvieron ociosas, oxidando  literalmente a los pueblos que sobrevivían en derredor del tren? Lógica  mercantil pura y dura, como aquélla otra sobre la  que se sostuvo el proceso privatizador: “El Estado  no está en condiciones de invertir capital de riesgo en exploraciones  hidrocarburíferas”. Los consorcios privados tampoco lo harían.  
Asistimos,  pues, al inicio de la etapa superior de la recuperación de la memoria  colectiva sobre el Terrorismo de Estado y el proceso histórico  contemporáneo, iniciada con la expropiación de la ESMA a la Marina de  Guerra, en marzo de 2004. La ofensiva estatal sobre YPF y la sanción de  la nueva Carta Orgánica del Banco Central marcan, sin dudas, el norte  que se ha fijado el gobierno nacional y popular para el periodo iniciado  en diciembre: profundizar el camino transitado desde mayo de 2003,  también bajo la espesa crisis del capitalismo global. Ahora sí, adiós a  la Patria financiera y a los últimos vestigios del “Desacuerdo” de  Washington. 
Algunos,  sin embargo, parecen no entender la densidad histórica y política del  momento actual, incluso quienes se alinean verbalmente en la defensa de  los trabajadores. Con una autoridad indiscutible, Cristina les habla de  igual a igual a todos los sectores sociales. También a sus compañeros.  Se siente una más entre ellos. Porque no es neutral, los cuestiona  cuando está en desacuerdo. Interpela sus prácticas. Tiene su ojo posado  en la historia, no en las encuestas. Prende la luz en el momento más  inoportuno y descubre a varios en posición adelantada. Reclama de ellos  más y mejor. La mirada en diagonal. La comprensión compleja, no la  lectura obvia. 
Mal  que nos pese a muchos, ciertos ex aliados han resuelto someterse al  exigente casting de políticos y referentes de la oposición que toman  periódicamente las corporaciones mediáticas. Hay que aceptarlo. Los  acontecimientos que sucedan de aquí hacia adelante nos aclararán a qué  elenco estable pretenden ingresar. 
Los  acuerdos con el grupo insignia del poder económico concentrado incluyen  las invitaciones a los estudios de TN Pictures para hablar de política  nacional, del “panorama complicado” que se avecina, de la proximidad de  “conflictividad social”. Y de nada más. Las cláusulas del contrato son  terminantes: hay que pegarle al gobierno, no al líder de la CGT. A una  semana del 24 de marzo, la contraparte se compromete a pagar  religiosamente el alto impuesto que cobra Magnetto a sus aspirantes,  afirmando: “Nos hicieron creer que los hijos de Noble eran de  desaparecidos”. Ahí no hay suba al mínimo no imponible que valga. El  decorado lo completan al día siguiente las agrupaciones de izquierda,  que  cortan los puentes de ingreso y egreso a la ciudad  de Buenos Aires, recordando, aunque con gran esfuerzo imaginativo, los  días de Fernando de la Rúa.  
Como  a tantos argentinos de bien, espectadores inermes de la política  oficial en materia de derechos humanos, a cierto dirigente sindical de  peso “le hicieron creer” la posibilidad de que el grupo multimediático  más poderoso del país tuviera alguna complicidad con el genocidio, y  pide perdón por su ingenuidad. La dictadura no es asunto de su  incumbencia, ni siquiera de los trabajadores que representa. A la clase  obrera le interesa la inflación de changuito de supermercado. Punto. La  fe de los conversos, si no alcanza a mover montañas, al menos vuelve  rubios por un rato a los “morochos de pelo duro”. Allá ellos. 
Sólo  un incauto se negaría a ver lo obvio: la sincronización en las  entrevistas concedidas a los medios del Grupo Clarín, el destemplado  afiche en recuerdo de Rucci, y los artículos contra La Cámpora en los  diarios de la oposición. Lucha ideológica, puja política. “Se preocupan  más por los salarios que puedan ganar que por la militancia”, dice  Moyano sobre la agrupación que sintetiza, tanto por su despliegue  territorial como por los incesantes ataques de la gran prensa, el  fenómeno del ingreso de cientos de miles de jóvenes a la participación  política. Pagni no lo habría dicho mejor.  
Lástima.  Todavía hay quien mira con nostalgia el devenir de un calendario  inexorable. Se equivoca con su melancolía. Los cargos podrán tener  vencimiento; la clase obrera, no. Su hora límite es la historia. Su  tiempo, el futuro.