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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

martes, 16 de abril de 2013

SOLIDARIDAD Y POLÍTICA

El yo lleno de gente



Para graficarlo exageradamente: si las Madres de Plaza de Mayo hubieran contado con un nivel más desarrollado de organización cuando en octubre de 1977 (19 meses después del golpe) comenzaron a usar sus “pecheras” (el pañal-pañuelo blanco), su heroica resistencia al terror quizás habría resultado más efectiva.

Aunque en el fondo quién lo sabe. Qué fácil es decirlo ahora. Lo que es seguro es que si volviera a ocurrir un golpe de Estado, y la burguesía aliada al imperialismo optara por una salida violenta, la experiencia histórica indica que habrá que dejarlo todo (miedos, dudas, mezquindades) y salir a la calle. Durante todo el proceso que culminó en el voto no positivo y la frustrada conversión en ley de la Resolución 125, los argentinos demostramos estar a la altura de ese mandato.

La lección de las Madres ya forma parte del acervo de las luchas populares de esta Tierra. Difícil volverla atrás tan fácilmente. Ni siquiera con una campaña tan persistente, obvia y deliberada de los comunicadores que ya sabemos, según la cual la tragedia provocada por el diluvio prueba la impericia del Estado, las miserias de los dirigentes y la insalvable distancia entre la genuina solidaridad y el aparato de la política. Distancia que no es tal, trecho que no existe.

Definitivamente, los argentinos aprendimos que la solidaridad y la política no son enemigas, ni excluyentes, sino el perfecto complemento, la exacta prolongación y única posible en una sociedad que quiere dejar atrás el individualismo y la fragmentación que la trajeron hasta aquí.

Desde luego, no es cuestión de hacer un inocuo ejercicio contrafáctico. De politizar y jerarquizar la organización se trata siempre, y más ante tantos que por estas horas las bastardean desde sus púlpitos mediáticos. O a garrotazos, como la patota platense. En momentos de gran sensibilidad social es justamente cuando más necesaria se vuelve la política. La espontánea solidaridad multiplicada por la ideología no inhibe sus resultados, los potencia.

Así como las clases dominantes ensayan todos los días nuevos y sutiles mecanismos de dominación, también deben hacerlo quienes las resisten. Si "cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores, la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan", al decir de Rodolfo Walsh. 

El discurso de la antipolítica es una manera sofisticada, penetrante y usualmente efectiva que han tenido las clases dueñas de todo para perpetuar su supremacía. Es la estrategia cultural de dominación que han adoptado a partir de los años noventa, tras la caída del Muro de Berlín. Su sistema está enfermo de cuidado.

Desde hace diez años, los argentinos venimos desaprendiendo ese falaz adiestramiento y dando cuenta de la necesidad de la política, única práctica social que podrá resolver nuestras encrucijadas materiales y culturales. Desde emparejar las cosas en la base económica y reescribir la historia, hasta auxiliar a las víctimas de una inundación con ayudas de todo tipo y factor.

Atención: por el elemental camino de rechazar la política, potenciando inadecuadamente lo que peca de ingenuo y en apariencia es desinteresado, se llega muy pronto a la degradación colectiva, al fracaso social, a la ahistoricidad. Por el contrario, el regreso de los jóvenes a la política es el mayor hecho cultural de los últimos años. Hasta el Papa Francisco lo observó en su diálogo con la presidenta. No hay altruismo más conmovedor que hacer política. Pero el manual de procedimientos de su práctica debe necesariamente abarcar la organización; caso contrario se convierte en voluntarismo. 

El desafío: armar la inocencia. Llenar el yo de gente. Las pecheras son, apenas, un símbolo de la indispensable ordenación a la que debe arribarse. Bajo circunstancias políticas muy distintas el Che lo decía de un modo visceral, aunque certero: no es suficiente estar dispuesto a morir por la revolución, también es necesario matar por ella.

Si aquel 20 de diciembre la multitud de argentinos que salió a las calles hubiera estado organizada, y se hubiera podido identificar fácilmente entre las corridas que generaban los balazos la Infantería, quizás se habrían salvado varias vidas. La única organización de ese día, aunque muy primaria, casi elemental, se alcanzó varias horas después de comenzados los hechos y cuando ya había caído la sangre de los primeros muertos: los motoqueros de SIMECA, que hacían las veces de vanguardia en los avances populares hacia la Plaza, y socorrían a los lastimados.

Cuando Darío Santillán les ordenó a sus compañeros que se fueran de la estación de tren, y se quedó él solo junto al cuerpo herido de muerte de Maximiliano Kosteki, fue ese gesto esencial de ordenamiento y organización el que evitó ese día mayores pérdidas al movimiento piquetero. La furia fría (Walsh de nuevo).

Después de tantas luchas y experiencias acumuladas, ¿cómo pedirles a los militantes que vehiculizaron la solidaridad que se inhiban de mostrar sus símbolos políticos? ¿Cómo criticarlos por exhibir sin prejuicio alguna la identidad militante que los hace estar allí? ¿Con qué argumento exigirles que desanden su grado de organización? Qué notable para nuestra democracia que existan organizaciones políticas tan dinámicas y con semejante presencia territorial, que puedan poner al servicio de la necesidad urgente de miles de argentinos su fuerza militante.

Al fin miles y miles de jóvenes que dedican su tiempo, su esfuerzo, sus tardes después del trabajo a la militancia. Triste y solitario final para un mito mediático: los pibes de La Cámpora, del Evita, de Kolina, y tantos más, no eran arribistas, ni burócratas de Estado. Saben la verdad fundamental: la política empieza en el otro, se realiza únicamente en lo colectivo, y se justifica en la acción comunitaria. Hay futuro: mientras unos hablan de la teoría de la práctica, ellos hacen la práctica de la teoría. 

La exteriorización de la identidad política y el puerto ideológico de cada militante es la manera con que crecientes segmentos de la juventud se apropian de su tiempo histórico. Para un número cada vez más elevado y consciente de jóvenes, militar es ser en el mundo. Para ellos, la política ya no es una abstracción, una construcción ajena: implica cambiar de modo concreto y palpable la realidad dada. Empieza por el que está al lado, es contigua a su propia existencia social. Buscan su libertad en el bienestar del pueblo.

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