SOLIDARIDAD 
Y POLÍTICA
El 
yo lleno de gente
Para 
graficarlo exageradamente: si las Madres de Plaza de Mayo hubieran contado con 
un nivel más desarrollado de organización cuando en octubre de 1977 (19 meses 
después del golpe) comenzaron a usar sus “pecheras” (el pañal-pañuelo blanco), 
su heroica resistencia al terror quizás habría resultado más 
efectiva.
Aunque en el 
fondo quién lo sabe. Qué fácil es decirlo ahora. Lo que es seguro es que si 
volviera a ocurrir un golpe de Estado, y la burguesía aliada al imperialismo 
optara por una salida violenta, la experiencia histórica indica que habrá que 
dejarlo todo (miedos, dudas, mezquindades) y salir a la calle. Durante todo el 
proceso que culminó en el voto no positivo y la frustrada conversión en ley de 
la Resolución 125, los argentinos demostramos estar a la altura de ese 
mandato.
La lección 
de las Madres ya forma parte del acervo de las luchas populares de esta Tierra. 
Difícil volverla atrás tan fácilmente. Ni siquiera con una campaña tan 
persistente, obvia y deliberada de los comunicadores que ya sabemos, según la 
cual la tragedia provocada por el diluvio prueba la impericia del Estado, las 
miserias de los dirigentes y la insalvable distancia entre la genuina 
solidaridad y el aparato de la política. Distancia que no es tal, trecho que no 
existe.
Definitivamente, 
los argentinos aprendimos que la solidaridad y la política no son enemigas, ni 
excluyentes, sino el perfecto complemento, la exacta prolongación y única 
posible en una sociedad que quiere dejar atrás el individualismo y la 
fragmentación que la trajeron hasta aquí.
Desde luego, 
no es cuestión de hacer un inocuo ejercicio contrafáctico. De politizar y 
jerarquizar la organización se trata siempre, y más ante tantos que por estas 
horas las bastardean desde sus púlpitos mediáticos. O a garrotazos, como la 
patota platense. En momentos de gran sensibilidad social es justamente cuando 
más necesaria se vuelve la política. La espontánea solidaridad multiplicada por 
la ideología no inhibe sus resultados, los potencia.
Así como las 
clases dominantes ensayan todos los días nuevos y sutiles mecanismos de 
dominación, también deben hacerlo quienes las resisten. Si "cada lucha debe 
empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores, la experiencia colectiva se 
pierde, las lecciones se olvidan", al decir de Rodolfo Walsh. 
El discurso 
de la antipolítica es una manera sofisticada, penetrante y usualmente efectiva 
que han tenido las clases dueñas de todo para perpetuar su supremacía. Es la 
estrategia cultural de dominación que han adoptado a partir de los años noventa, 
tras la caída del Muro de Berlín. Su sistema está enfermo de 
cuidado.
Desde hace 
diez años, los argentinos venimos desaprendiendo ese falaz adiestramiento y 
dando cuenta de la necesidad de la política, única práctica social que podrá 
resolver nuestras encrucijadas materiales y culturales. Desde emparejar las 
cosas en la base económica y reescribir la historia, hasta auxiliar a las 
víctimas de una inundación con ayudas de todo tipo y factor.
Atención: 
por el elemental camino de rechazar la política, potenciando inadecuadamente lo 
que peca de ingenuo y en apariencia es desinteresado, se llega muy pronto a la 
degradación colectiva, al fracaso social, a la ahistoricidad. Por el contrario, 
el regreso de los jóvenes a la política es el mayor hecho cultural de los 
últimos años. Hasta el Papa Francisco lo observó en su diálogo con la 
presidenta. No hay altruismo más conmovedor que hacer política. Pero el manual 
de procedimientos de su práctica debe necesariamente abarcar la organización; 
caso contrario se convierte en voluntarismo. 
El desafío: 
armar la inocencia. Llenar el yo de gente. Las pecheras son, apenas, un símbolo 
de la indispensable ordenación a la que debe arribarse. Bajo circunstancias 
políticas muy distintas el Che lo decía de un modo visceral, aunque certero: no 
es suficiente estar dispuesto a morir por la revolución, también es necesario 
matar por ella.
Si aquel 20 
de diciembre la multitud de argentinos que salió a las calles hubiera estado 
organizada, y se hubiera podido identificar fácilmente entre las corridas que 
generaban los balazos la Infantería, quizás se habrían salvado varias vidas. La 
única organización de ese día, aunque muy primaria, casi elemental, se alcanzó 
varias horas después de comenzados los hechos y cuando ya había caído la sangre 
de los primeros muertos: los motoqueros de SIMECA, que hacían las veces de 
vanguardia en los avances populares hacia la Plaza, y socorrían a los 
lastimados.
Cuando Darío 
Santillán les ordenó a sus compañeros que se fueran de la estación de tren, y se 
quedó él solo junto al cuerpo herido de muerte de Maximiliano Kosteki, fue ese 
gesto esencial de ordenamiento y organización el que evitó ese día mayores 
pérdidas al movimiento piquetero. La furia fría (Walsh de nuevo).
Después de 
tantas luchas y experiencias acumuladas, ¿cómo pedirles a los militantes que 
vehiculizaron la solidaridad que se inhiban de mostrar sus símbolos políticos? 
¿Cómo criticarlos por exhibir sin prejuicio alguna la identidad militante que 
los hace estar allí? ¿Con qué argumento exigirles que desanden su grado de 
organización? Qué notable para nuestra democracia que existan organizaciones 
políticas tan dinámicas y con semejante presencia territorial, que puedan poner 
al servicio de la necesidad urgente de miles de argentinos su fuerza 
militante.
Al fin miles 
y miles de jóvenes que dedican su tiempo, su esfuerzo, sus tardes después del 
trabajo a la militancia. Triste y solitario final para un mito mediático: los 
pibes de La Cámpora, del Evita, de Kolina, y tantos más, no eran arribistas, ni 
burócratas de Estado. Saben la verdad fundamental: la política empieza en el 
otro, se realiza únicamente en lo colectivo, y se justifica en la acción 
comunitaria. Hay futuro: mientras unos hablan de la teoría de la práctica, ellos 
hacen la práctica de la teoría. 
La 
exteriorización de la identidad política y el puerto ideológico de cada 
militante es la manera con que crecientes segmentos de la juventud se apropian 
de su tiempo histórico. Para un número cada vez más elevado y consciente de 
jóvenes, militar es ser en el mundo. 
Para ellos, la política ya no es una abstracción, una construcción ajena: 
implica cambiar de modo concreto y palpable la realidad dada. Empieza por el que 
está al lado, es contigua a su propia existencia social. Buscan su libertad en 
el bienestar del pueblo.
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