Datos personales

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

viernes, 22 de marzo de 2013

El Papa y el poder

 

Cristina se reúne con el Papa. Ambos se tratan con calidez, se dejan fotografiar mientras se saludan con un beso, obséquianse regalitos. Todo ello sin dejar de lado el rigor formal que les impone el alto cargo de Estado que invisten. A la salida, le zampa el apellido a la criatura: “Le pedí que colabore para lograr el diálogo por las Malvinas".


La Presidenta “invita” al Papa “argentino, cuervo y peronista” (como enfatizan erróneamente algunos) a venir a la Argentina, su habitual país de residencia hasta el cónclave y del cual salió para ir a la asamblea de cardenales, apenas unas semanas atrás. Cita el marco institucional que debe regir el convite, y puntualiza: “Ustedes saben que el Papa no solamente es el jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana sino que además es un jefe de Estado, el jefe del Estado Vaticano”, y continúa: “por lo tanto, para visitar un país requiere dos invitaciones, por parte del Estado que lo invita y su representante, en este caso la Presidenta, y también por parte de la Conferencia Episcopal del país al cual va invitado".


Varios creyeron que el gobierno argentino iba a declararle la guerra al  Vaticano. A seguir participando. A izquierda y a derecha se creyó. Algunos se entusiasmaron con la hipótesis. Otros le temieron por demás. A derecha y a izquierda.



La presidenta parece tenerla infinitamente más clara que muchos. Esos muchos son realmente demasiados. No en vano es Cristina la conductora de unos; el enemigo número uno, la contradicción principal para otros; y el resto, apenas el resto.



Minga que el Papa Francisco tiene asuntos para preocuparse más importantes que el proceso emancipador latinoamericano. La coincidencia entre la muestra popular y política de fortaleza ante la adversidad que se vio en los funerales de Hugo Chávez, y el resultado de la fumata blanca, ¿es sólo temporal? ¿Producto de la casualidad? Se parece mucho a una respuesta urgente. A un dramático ahora o nunca.



¿Cómo se explica si no el triunfalismo del arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, quien sintió como una victoria propia la elección del argentino y fue señalado como el más influyente a la hora de armar y desarmar las mundanas alianzas que se dieron en el cónclave? No lo digo yo; La Nación lo informó a a sus lectores.



El poder


Cristina dice que Francisco habló de la Patria Grande, y se identificó con Bolívar y San Martín. Cuando estuvo en visita oficial en Vietnam, en enero pasado, la Presidenta comparó al mismo San Martín del que habló el Papa, con el revolucionario Ho Chi Minh. Por propiedad transitiva en sentido estricto, Francisco sería comunista, pues. Sin embargo, ¿cómo explicar el saludo con Macri, entonces?



La política es bastante más compleja que una regla de tres simple. Los datos  objetivos deben ser su punto de partida, a saber:



1) las denuncias sobre la mirada hacia el costado de Bergoglio, cuando no era Francisco, durante la dictadura militar, documentadas por Horacio Verbitsky y que merecieron la declaración del cura ante un tribunal ordinario de Justicia penal;



2) la oposición del ex jesuita, cuando no era Francisco, al matrimonio igualitario, a las políticas de salud reproductiva, a los avances en materia de género, su llamado a la “guerra de Dios”. Pero;



3) la beatificación de un cura asesinado por la dictadura militar, solicitada por el propio Bergoglio, y resuelta en su primer decreto por el flamante Papa cuando ya era Francisco. Apenas un gesto, sí, pero tratándose del Vaticano, el capital simbólico adquiere bastante más volumen que una simple alegoría.



Indudablemente, no estamos ante un “viejito que fueron a buscar al fin del mundo”. Se trata de cuadro de primer orden de una institución milenaria, vertical, con carácter de Estado, poderosa política y simbólicamente, aunque algo maltrecha en los últimos años (o décadas).  Está visto: el curita de Flores aborda de un modo más que hábil las contradicciones de la Iglesia.



Hay quien afirma sin disimular que la Presidenta busca hechizar al Santo Padre. Aparatearle el papado. Ganarle de mano a la oposición  y hacer con los mensajes cifrados del curita que llegó en el subte de los vagones de madera a San Pedro, un Pontífice K. Me parece inconveniente decirlo así. Digo… Otros sugieren lo mismo, aunque en voz más baja. Cuestión de estilos. En cualquier caso: guarda, el otro equipo también juega.



Francisco no es precisamente un pata dura, y en su bando patean unos cuántos que para qué te voy a contar. Sin ir más lejos, el vocero Vaticano, un tarambana que también quiso marcarle la cancha al nuevo Papa y le sacó el cuero a sus críticos, afirmando con poco tino que las acusaciones en su contra se deben a una campaña de la izquierda anticlerical.


Marxistas, no: marcianos



Por lo demás, de ningún modo es cierto que “la religiosidad –cosa difícil de entender para muchos– atraviesa todas las clases sociales y las identidades políticas, excepto para los marxistas y los hombres de negocios que tienen otras religiones”, como escribió uno estos días. Intuyo la intención de Hernán Brienza: provocar, polemizar, lanzar la culebra para que pique y se abra un debate ciertamente edificante que, sin dudas, sobrevino con el correr de los días y todavía sigue.



Los marxistas pueden ser comparables con los hombres de negocios sólo en los negocios. En la ideología y la política, nada que ver. No confundir los marxistas con los marcianos. Ejemplo: un marxista esperaría a ver qué pasa para actuar y dar una respuesta nueva a un problema viejo en la actual circunstancia de su desarrollo. Como tantos otros hechos de la realidad, el nombramiento de Francisco es un producto de la historia, que merece una intervención acorde. Un marciano, no. Quizás sacaría un afiche que afirme sin demasiadas vueltas: “El Papa progresista”. O, en el otro extremo de las desmesuras propias de la vida política, rompería a piedrazos las puertas de la Catedral para denunciar el oscuro pacto de Cristina con el imperialismo, expresado a través de uno de sus principales agentes: el clero.



A propósito, una clase pública en una Universidad, en el año 2003, apenas asumido Néstor Kirchner, proponía un debate sobre las primeras cinco medidas que tendría que tomar una revolución socialista. La intención era obvia: demostrar que el santacruceño no venía a hacer la revolución socialista. Una soberana pelotudez. Nada hay menos marxista que intervenir sobre una realidad que no es la dada. Hay muchos que hablan y jamás entendieron al Che, para quien la verdad debe ser “ajustada como un guante”. ¿Sirve de algo demostrar en discursos grandilocuentes, en consignas efectistas, que Francisco no es Angelelli? O mejor dicho: ¿a quién le sirve llevar las cosas a un callejón sin salida ideológico? ¿Aporta? Para qué darse manija con lo obvio: sin dudas el Vaticano va a seguir sin socializar entre los habitantes de las villas sus bienes y posesiones en dinero contante y sonante, ni va a predicar contra las condiciones que generan la pobreza.



Por cierto, son muy extendidas las corrientes que, desde el marxismo, abordaron la religiosidad de las masas. Especialmente en América latina. Su densidad en la praxis revolucionaria es muy importante. En Nicaragua la revolución sandinista tuvo sacerdotes en puestos de conducción. La insurgencia colombiana tiene en el cura Camilo Torres a uno de sus impulsores. No descubrimos nada si repetimos aquí que el sentimiento religioso de nuestros pueblos, que también convive con la emocionante revolución socialista cubana y su versión aplicada del marxismo, debe coexistir con la rebeldía de las masas latinoamericanas, y que esa singular combinación también ha estado presente en la alternativa política que construye y transita actualmente la región.



Bien por La Cámpora si acompañó, aunque sea críticamente, con cierta distancia, a los vecinos católicos de los barrios más pobres en su júbilo por Francisco. No confundir el relativismo cultural, el paternalismo, el asistencialismo, con la disposición a la construcción política, a la ardua tarea de politizar y organizar aún entre el barro de las contradicciones de la vida social en tiempos del capitalismo.



En resumen: la más íntima razón de ser de la política es el poder. A un lado y al otro de quienes luchan por él. Contra él. A pesar de él. Allí es dónde está la clave de los últimos acontecimientos: la lucha por el poder, que es lo único que no es ilusión. Al menos así pensaba Lenin.

 

un nuevo papa en la vieja iglesia

El laico beneficio de la duda

Al país le costó demasiado dolor la cobardía de la mayoría de los prelados sin contar la complicidad de la cúpula eclesiástica con el genocidio.

 
La deuda que tiene con la humanidad una institución de 2000 años de existencia terrenal no se salda así nomás. A Francisco lo ampara el laico y materialista-dialéctico beneficio de la duda. Se sabe: en esta parte sur del mundo, la única invicta es la esperanza. Amén, como dijo Hebe. A pocas horas de iniciar su papado resulta inconveniente predecir sus políticas. Cómo estar en contra de lo que se desconoce, como acostumbra por aquí la oposición. No obstante, todavía no bastan sus edificantes gestos de austeridad, ni los de una élite católica mundial muy volcada a la derecha que, por esta vez, optó por un cardenal de la periferia, que fue a "buscar al fin del mundo", como enfatizó Jorge Bergoglio. Una certeza, sin embargo, asoma obvia: el nuevo Papa viene a reconstituir la dañada imagen de la Iglesia, acaso potenciar su declinante peso político y, eventualmente, devolver a la curia su histórica cuota de poder.

A propósito, qué dirá Wikileaks dentro de algunos años, cuando se filtren los archivos secretos y se eche luz sobre las profanas alianzas que se dieron en el cónclave. El jesuita será el campeón de los pobres, como dijo Obama, pero qué resultado arrojará la raíz cuadrada del poder Vaticano.


Las viejas intenciones políticas de la Iglesia y el formato ideológico que las sostiene exceden largamente las implicancias que quieren darles a los zapatos gastados del curita. Como nadie, la Iglesia sabe que la demagogia supone una inexcusable contraprestación: que alguien (uno o millones) la crean a pie juntillas. Pese a todo, la suma bondad del padrecito que nació en Flores y llegó en subte hasta el ventanal mayor de la Plaza San Pedro se da de bruces con la declaración del vocero vaticano. Según Federico Lombardi, todas las acusaciones que se hicieron sobre Bergoglio son difamaciones de la "izquierda anticlerical", vertidas por una "publicación caracterizada por su cariz calumnioso y difamatorio". Primer error. El tiempo dirá si el traspié más que táctico fue del Papa o del aparato de comunicación del Estado católico. En cualquier caso, más trabajo para Francisco. Tocado.


Alguien tendría que haberle dicho al vocero que Página/12 fue el único diario de circulación nacional que se puso a disposición de las víctimas del genocidio y denunció la impunidad en tiempos en que el perdón y el olvido fueron políticas de Estado en la Argentina. Qué raro que no lo haya recordado la SIP todavía. El dolor de tantas familias laceradas y la herida en el cuerpo social argentino merecen un trato muy diferente al dado por una institución cuyos dirigentes más encumbrados gesticulan al mundo su intención de transformarla desde la raíz.
Resulta paradójico que la Iglesia, cuya razón de ser es moral (pequeño detalle), les saque el cuero a sus críticos, y desestime las sospechas que nublan la estela de Francisco con una apelación apenas formal a la ley penal argentina. Efectivamente, la justicia no juzga la cobardía, el miedo, los dobleces en la subjetividad de las personas, sino su comportamiento criminal. No hacía falta que Lorenzetti lo volviera a recordar. Si en el Juicio a los Comandantes de las tres primeras Juntas Militares los jueces necesitaban encontrar los inhallables cuerpos de las víctimas para certificar evidencias y dictar de mala gana condenas con penas irrisorias, qué se le puede pedir a un tribunal que debe calificar penalmente las más recónditas tribulaciones de un jesuita con fueros.


Es, por lo menos, una contradicción ética que el Vaticano desatienda de un modo tan mundano las objeciones a la falta de valentía, de compromiso cristiano y de solidaridad más elemental con los hermanos y hermanas de la Iglesia (y también con laicos, fieles de otras religiones, y hasta pecadores y marxistas irrecuperables) victimizados por la dictadura. La Catedral estuvo abierta toda la noche para celebrar la asunción de Francisco, pero cerraba las puertas con candado a las Madres de Plaza de Mayo en 1977. Al país le costó demasiado dolor la cobardía de la mayoría de los prelados, sin contar la abierta complicidad de la cúpula eclesiástica argentina y vaticana con el genocidio.


Desde luego, reconforta que el nuevo Papa hable bien de los "gobernantes de América Latina, porque trabajan unidos por la Patria Grande", según contó la presidenta Cristina Fernández, y todavía más que Francisco recurra a esa expresión (más que un término geográfico, un concepto político) porque "era la que utilizaban San Martín y Bolívar". Al revés de muchos de los enemigos del proceso latinoamericano, el Papa sabe que el eje progresista que manda en la región está suficientemente fuerte. Su definición, hasta ahora desconocida, acaso le servirá para emprender una nueva evangelización en el continente, al tiempo que le impone una distancia por ahora inexpugnable a quienes insisten en desestabilizarlo, y que dos papados atrás encontraron eco en el Vaticano. Difícil que el pueblo que todavía llora a Hugo Chávez olvide que Juan Pablo II mandó a su embajador en Venezuela a dar reconocimiento de Estado al golpista Pedro Carmona, en abril de 2002.


Por lo demás, la formalidad de la presidenta, quien trató con suma cordialidad al Papa aunque sin dejar de observar la distancia y el marco institucional que les impone el vínculo, también es un mensaje. Si bien el encuentro fue cálido, Cristina le pidió por Malvinas y trató a Francisco no como un compañero peronista, sino como un estadista neutral y equidistante en la disputa con Gran Bretaña. Que nadie se confunda: Francisco y Cristina son dos cuadros políticos, de relevancia supranacional, a cargo de las más altas responsabilidades de Estado.


Aunque parezca una obviedad (o incluso una tontería), es precisamente ahí donde hay que situar el encuentro entre los mandatarios, como son en definitiva: uno elegido por ciento y pico de cardenales, la otra por un pueblo de 40 millones de habitantes. Se explica entonces la comitiva oficial que viajó a Roma, incluido el presidente de la Corte Suprema, no tanto las continuas declaraciones a la prensa de un muy entusiasta Ricardo Lorenzetti. Yo creía que estando separados el Estado y la Iglesia, su justicia (la más celosa garantía de legalidad) debía estarlo aun más.

A veces a muchos nos cuesta entender demasiado algunas cosas. Pero hay urgencias que se vuelven perentorias. ¿Cómo explicarles a nuestros hijos, jamás bautizados, por qué estuvo cerrada el martes su escuela estatal?

sábado, 16 de marzo de 2013

el neoliberalismo del siglo xxi

“Chavistas” del Vaticano y la Sociedad Rural

No son pocos los que creen que la revolución latinoamericana debe ser, apenas y exclusivamente, un hecho estético.

Unos días antes del desenlace de la enfermedad de Hugo Chávez, un diálogo (o como eso se llame) en Twitter giraba alrededor de un tópico muy movilizante para algunos: por dónde comenzaría a “resquebrajarse el muro” de gobiernos progresistas latinoamericanos. “Por Venezuela”, contestó uno, rápido para tipear. No era la conclusión de un profundo análisis político, sino, apenas, la última vela prendida a San la Muerte, esa quiniela. 

Desde luego, lo intentarán. Si hubiera habido un candidato venezolano ya sería Papa. No problem: está Bergoglio. La designación del candidato argentino conlleva un claro mensaje: América latina se está convirtiendo en un problema demasiado severo para el nuevo (viejo) orden mundial capitalista.


En aquel intercambio, un conocido crítico de cine caracterizaba de dictadura stalinista propia de la Edad Media (sic) a la Revolución Bolivariana. Los hay todavía peores: “chavistas” a la carta, que apoyan las demandas de la palermitana Sociedad Rural; autoproclamados “socialistas”, de quienes los Utópicos se burlarían por ingenuos (o más), cultores del “neoliberalismo del Siglo XXI”, que el 14 de abril volverán a votar a Henrique Capriles; y hasta un renombrado periodista tirado hacia la “izquierda”, que cuestiona la legalidad de Nicolás Maduro para ejercer la presidencia con argumentos que tomó prestados de la legalidad neoliberal.  


No son pocos los que creen que la revolución latinoamericana debe ser, apenas y exclusivamente, un hecho estético. Una cuestión de formas institucionales. Una fórmula de consenso con, eso sí, una pizca de emoción tercermundista. Acabar en un poema, en un fallo de Justicia, cuando esas formas debieran ser, en todo caso, su punto de partida, o la consecuencia de una vaga aproximación, de un rodeo que nunca cesa. Caber en una historia romántica, sin contradicciones, como quien guarda fotos viejas, de adorables momentos, en una caja de madera. Y si no, no. No es una desviación pequeñoburguesa; se trata de un viejo error histórico, y en muchos casos adrede. 


Desde luego, ha de andar contenta por estas horas esta gente. Habrá júbilos por izquierda y por derecha. Las especulaciones oscilarán entre quienes piensen que muerto el perro se acabó la rabia, y quienes sostengan, al otro lado de la paleta ideológica, que ahora podrá sobrevenir sola, como un devenir inexorable y sin mayor contingencia, la revolución socialista. Ya surgirán en Venezuela “bolivarianos” de pura cepa que pretenderán darle clases de chavismo a Nicolás Maduro. En cuestión de horas, la CNN hallará insospechadas virtudes democráticas en Chávez, imposibles de ser repetidas por quienes continúen su revolución. 


Para ellos la alternativa política y social de las clases subalternas, construida trabajosamente en la región (para algunos, apenas un rostro más del populismo bastardo, que no expresa las verdades reveladas del marxismo en estado puro; para otros, el virus populista) estará condenada a naufragar con la muerte del comandante, en definitiva un militar salido de las filas de un ejército burgués. 


Quienes se ilusionan con la muerte de Chávez (y no pueden ubicar en sus estrechas categorías la demostración popular que la cortejó) debieran, mejor, aprender del ejemplo histórico. Cuando en abril de 2002 el líder bolivariano fue puesto en prisión por los golpistas que ocuparon el Palacio de Miraflores, una impresionante movilización de masas obligó a reponerlo en su puesto institucional. El pueblo en la calle fue condición intrínseca a esa revolución.
Todavía hoy, uno y otra se habitan “como la madera en el palito”, diría el poeta.  


No olvidarlo nunca: entre quienes montaron la operación que derivó en el golpe, con ejecuciones sumarias y todo, hubo sotanas y banderas rojas. Aznar, Bush y el Papa festejaron con champán y hasta dieron reconocimiento de Estado al coso ese asumido de apuro en Caracas, a quien el rey de España no mandó a callar. No hizo falta: la criatura duró sólo dos días, el papelón todavía hoy se recuerda, y vuelve a cobrar sentido en estas horas dramáticas, que sólo el tiempo y la historia volverán circunstanciales.


Por entonces, no existían políticamente ni Evo, ni Néstor, ni Lula, ni Correa. Apenas Fidel, aislado en La Habana, y sin la CELAC. La Iglesia no tenía necesidad de nombrar Pontífice a un latinoamericano; era redundante semejante espaldarazo a la derecha continental, como sí precisa ahora con suma urgencia. En toda América latina, la izquierda sólo tenía para tirar piedras contra los cristales de un neoliberalismo obtuso, en crisis terminal, pero lo suficientemente fuerte todavía como para sobrevivir un tiempo más.

 Por estos lares de más al sur, el bonaerense Duhalde meditaba lentamente que las insalvables contradicciones de su breve interinato no podían ser resueltas de otro modo: el garrote y hasta el plomo, como después descargaron sus fuerzas conjuntas de represión sobre los cuerpos de Kosteki y Santillán.

Aquel golpe brutal, fascista, de clase, manipulado groseramente en los medios de comunicación venezolanos, y finalmente inútil, no hizo sino reavivar el fuego revolucionario en toda la región. La iluminada izquierda de por aquí decía que el discurso de Chávez en la madrugada del 13 de abril, cuando volvió triunfante (o por lo menos vivo) a Miraflores, era una traición comparable al “felices pascuas” de Alfonsín.


Para apagar el incendio que empezaba a extenderse en el patio de atrás, las mangueras del imperialismo fueron cargadas con bencina. Que levante la mano quien esté seguro de que no vaya a ocurrir lo mismo tras la muerte de Hugo Chávez.


Ahora que murió el perro, regresado de Cuba sólo para morir en su tierra, entre los suyos, todavía mojado por la lluvia donde dejó sus pulmones en su último acto de campaña, muchos se darán cuenta que en América latina la revolución ya es incontenible, y nada la detiene. Ni un Papa argentino. Quizás hasta la presidenta Cristina revea su posición contraria al aborto. Millones de pordioseros, pobres, expulsados de un paraíso que el capitalismo sólo garantiza a unos pocos, aprendieron en estos años que vivir en revolución, profundizándola, es la única manera de estar vivos, de ser en el mundo. Cada cual sobre su sombra, cada cual sobre su asombro, a redoblar.

jueves, 7 de marzo de 2013

¿Y entonces quién fue?



¿Se le habrán secado ya los pulmones mojados por la lluvia de aquel último discurso de campaña?

La tierra de más abajo, el piso sin pasto donde las plantas beben la última humedad y el barro se calza los zapatos, ¿ha de secarlos alguna vez?

¿Serán polen ya? ¿O guardan aire adentro todavía?

¿Un poquito más de aire para decir, por última vez, revolución, América latina, Bolívar, Sandino, Che? 

¿Le habrán sobrado palabras por decir? Difícil. ¿Acaso Dios le dio el tiempo que él le pidió le concediera? Más difícil aún.

Entonces fue Dios, y veremos si alguien más, algunos cómplices que él tiene aquí, en la tierra, entre los mortales como resultó nomás que era el Comandante.

Yo creía que en el fondo no lo era, que el coso ese en la espalda, por entre los pulmones, entre él y el esternón, de última epidermis para adentro, se iría finalmente.

Todavía lo creo. No lo puedo creer.

Que levante la mano quien esté seguro que no es él quien está
diciendo ahora, atrás de las montañas, en la lluvia que cae y moja,

revolución, América latina, Bolívar, Sandino, Che; adentro,

atrás de ese silencio insoportable, empaquetado en la madera esa

sin aire ni luz donde lo guardan, donde no entra, de donde se

escapó y ahora es viento, es polen, es cualquier cosa menos la

muerte, esa ingrata. 


 asunto: justicia y democracia

Tienes un email, Lorenzetti

Evidentemente, el recambio de la impresentable mayoría automática por jueces intachables, probos, de gran capacidad técnica, no fue suficiente.

Atrasa tanto el Poder Judicial, que en la justicia este flamante 2013 parece ese cielo en la tierra que se vivió entre diciembre de 2001 y hasta marzo de 2002.

Estado asambleario permanente aunque inorgánico, discusión plena en desayunos interminables, participación pura, genuina; un idealismo a prueba de balas y desilusiones. Quizás perturbado por los chiflidos que coronaron su intervención en la Biblioteca Nacional, Julio Piumato, secretario general de la UEJN, ya no estimula como otrora un debate que debiera ser constitutivo para un gremio de trabajadores judiciales. Su única preocupación pareciera ser seguir bajo las polleras de los jueces y zafar de pagar ganancias. Una verdadera lástima.

Durante los meses inmediatamente posteriores a la abrupta salida de Fernando De la Rúa, la Plaza Lavalle se colmaba semanalmente de manifestantes que se trasladaban hasta los pies del Palacio de la calle Talcahuano para reclamar el juicio político a la Corte y exigir la llegada a la Justicia del viento fresco que empezaba a soplar en el país. Como las marchas semanales de las Madres, como el 20 de diciembre –que también cayó jueves–, ese fue el día elegido por miles de ciudadanos para increpar a la banda comandada por Julio Nazareno, y que tenía su guarida en el 4º piso de Tribunales.

Once años pasaron para que ese viento de renovados bríos termine de abrir las crujientes ventanas y vuele por los aires los últimos vestigios de una Justicia sombría, atada históricamente con pernos a los intereses de las corporaciones más poderosas. Evidentemente, el recambio de la impresentable mayoría automática por jueces intachables, probos, de gran capacidad técnica, no fue suficiente.

Resulta edificante caminar estos días por entre los pasillos de los juzgados, escuchar los diálogos en la cola de los ascensores, y comprobar cómo resisten algunos y cuánto están dispuestos otros a redoblar el ansia de democratizar la Justicia. Mucho resta hacer todavía para que en Tribunales suceda lo mismo que sucedió en el país a partir del 25 de mayo de 2003: un proceso crecientemente democrático y emancipador, complejo y contradictorio, que vino a caballo de aquella rebelión de 2001. Los cambios se expresan primero en la base material, y luego toman forma en la conciencia social. Pero los unos van acercándose a la otra, inexorablemente.

En su discurso ante la Asamblea Legislativa, la presidenta señaló que los golpes de Estado se salteaban al Poder Judicial. “La Justicia nunca se modificó. Acá se echaron gobernadores, se encarcelaron gobernadores y presidentes y se cerró este Parlamento, pero la Justicia nunca fue tocada”, dijo. Tenía razón Cristina. Alguna vez Stella Maris Martínez dedujo que si la Justicia hubiera tenido otro comportamiento durante el Terrorismo de Estado, seguramente habría muchos más jueces y empleados desaparecidos, cesanteados, encarcelados, pero el tamaño del genocidio y la herida que provocó en el cuerpo social serían infinitamente menores.

El problema, no obstante, es doblemente grave. Cuando en 1983 se reinició la etapa constitucional (no decimos “democracia” porque ese estado pleno y vital del sistema de representación se alcanzó recién veinte años más tarde), el Poder Judicial heredado de la dictadura se mantuvo intacto, a partir de entonces bajo preceptos constitucionales. El 90% de los jueces fue confirmado por el alfonsinismo. Y no es una cuestión de cantidad o de apellidos que se repiten, sino de calidad del servicio de Justicia. Salvo honrosas excepciones –que las hubo, la de Raúl Zaffaroni entre ellas–, a los demás magistrados que aceptaron jurar por los estatutos del golpe no les resultó contradictorio hacerlo por el Preámbulo que citaba Alfonsín en sus discursos de campaña. Tal reciprocidad permitió sin necesidad de altercado alguno la impunidad para los genocidas ordenada por el poder político.

De ahí a las franquicias impositivas hay un solo paso. Y no hablamos únicamente del impuesto a las ganancias, sino de una práctica propia de la matriz del privilegio. En julio de 2001, cuando De la Rúa decidió descontarles el 13% a los jubilados y a los trabajadores del Estado, la Corte Suprema decidió que el recorte era inaplicable en su ámbito. Dejó ver que la poda era inconstitucional, aunque permitió su aplicación para el resto de los estatales, no así en la Justicia. Recién falló contra el decreto de ajuste en los ingresos cuando De la Rúa ya no era presidente, y ordenó la devolución, aunque con bonos, de un dinero que los jueces nunca habían dejado de percibir en efectivo.

Como dijo la presidenta, el impacto fiscal del pago de ganancias por los jueces es insignificante. Pero su consecuencia simbólica es definitoria, trascendental. Hace al fondo de la cuestión, a la aptitud de la democracia. La discusión sobre si el salario debe ser considerado ganancia y no apenas la paga indispensable que permite al patrón reproducir la fuerza de trabajo que genera su riqueza, es posterior a una condición siempre primera: la igualdad ante la ley. El Km. 0 del sistema debe ser que a todos los ciudadanos les quepan los mismos derechos y tengan iguales deberes y obligaciones. Sólo así se podrá acotar, dentro de lo posible, el espeso marco de desigualdad e inequidad intrínseco a toda sociedad de clases.

Desde luego, la fisura que abrió el encuentro en la Biblioteca no expresó sólo el enojo social ante las prerrogativas fiscales de los jueces, sobre el que, además, la mayoría de la Corte ya dejó trascender su acuerdo. Las diferencias con la derecha judicial son más pronunciadas que un descuento a fin de mes igual para magistrados y para trabajadores por encima del mínimo no imponible. Lo que está en juego es el sentido de la Justicia en una democracia que quiere alcanzar altos estándares de participación ciudadana, creciente equidad social, y supremacía del Estado y el interés general por sobre los particulares, también los más poderosos.

A Lorenzetti le entró un mail. Son los magistrados de la corporación que preguntan de qué lado ha de situarse, finalmente, el presidente de la Corte: la Democracia o los privilegios. La “independencia” o el “atropello”, al decir del diario La Nación. En cualquier caso, no fue sólo el gobierno quien llevó las cosas a semejante disyuntiva, tan irreductible e imposible ya de volver a dividir. ¿Existirá un método más legítimo y soberano que la voluntad popular para saldarla? En democracia, al menos, no.