del mito de la inseguridad al del delincuente irrecuperable
La hora de la derecha punitiva
La derecha está excitada. Al guiso de la "ola
de inseguridad" le adereza estos días su perfecto complemento: las
supuestas salidas sin control ni la debida autorización judicial de
peligrosos presidiarios. El mito del convicto irrecuperable, de la
cárcel como inexorable depósito de almas que perdieron para siempre el
camino del bien, regresa con fuerza. Y recargado: en la volteada caen
los funcionarios de gobierno que darían vía libre al obsceno jolgorio de
los condenados en situación de disfrute.
¿Por qué será que cierto diario dejó trascender semanas atrás que uno de los jóvenes sometidos a golpes y abusos de todo tipo en una comisaría salteña había sido detenido un año antes por un delito de índole sexual, aunque nunca comprobado judicialmente? ¿Acaso para relativizar la gravedad institucional y moral de la tortura, haciendo que en la subjetividad de la población el hecho fuera asimilado a un exceso propio de dos demonios incurables, testimonio vivo del fracaso de Dios?
Si la sociedad de este país consintió con ese engaño la consumación de un genocidio, ¿cómo no habría de dejar pasar una sesión de ablande en una comisaría? ¿Qué mal puede hacerle a la salud ética de la Nación que un guardiacárcel de provincia asfixie por unos pocos segundos a un violador? Hay torturas y torturas. Después de todo, fueron los propios presos quienes frustraron su derecho a estar libres, y, esencialmente, a no ser torturados dentro de los institutos donde fueron confinados.
Que dos detenidos sean sometidos por quienes deberían resguardarlos y evitar que, entre otras vicisitudes de la vida intratumba, no sean muertos por sus propios compañeros de encierro, constituye un simple detalle. No estamos reclamando que se les enseñe a la manera de Paulo Freire cómo regresar plenos a la sociedad que los separó transitoriamente para reinsertarlos luego en mejores condiciones de adaptabilidad, con ciertas perspectivas de superación personal e integración comunitaria, reeducados en el ejemplo del esfuerzo, el trabajo y la solidaridad, como expresa la Constitución, sino, al menos, que lleguen vivos al final de la condena. "No tienen límites: ¿será con la plata de nuestros jubilados que el gobierno costea la asistencia de los presos a actividades 'políticas'?", se preguntaría Doña Rosa, sugestionada hasta el ridículo tras horas y horas de noticieros.
Con la sola excusa de Vásquez, condenado por un horrendo delito de género, se quiere tapar el sol de la política de Estado que el ciclo kirchnerista ha mantenido desde sus comienzos: la defensa de los derechos de la mujer y también de las minorías sexuales. No fue precisamente durante la hegemonía del Grupo A en el Congreso que fue creada la figura penal del femicidio, y se agravaron las penas para los homicidas de género.
La hipocresía pocas veces reconoce límites. Algunos se estremecen porque un barra asiste a una actividad cultural para estimular su vida intramuros, y no con la crueldad de un violento operativo de la Policía Metropolitana, denunciado en soledad por este diario.
PRESOS DEL TEATRO. Para el jurista italiano Luiggi Ferraioli, no existe mayor inversión productiva que garantizar derechos vitales. Nuestro ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Raúl Zaffaroni, enseña en la facultad que el deber ser, sin posibilidad de ser, es una ridiculez. También adentro de la cárcel.
Algo de todo esto llevó a un grupo de actores comprometidos por partes iguales con la vida y la belleza, la ética y la estética, a ofrecerles a las Madres de Plaza de Mayo la puesta en marcha de un ambicioso proyecto social, cultural y claro que político, aunque no partidario, que funciona exitosamente hace ya siete años: el Grupo Amplio Salvatablas, el cual consta de un elenco estable de teatro espontáneo llamado Presos del Teatro. Esto es, un programa de inclusión social para detenidos, detenidas, sus familiares y otros interesados no privados de libertad, que consiste en un permiso temporario extendido por los correspondientes jueces de Ejecución Penal y con el conocimiento de las autoridades penitenciarias, para realizar teatro en las instalaciones de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, dos veces a la semana. Luego de cada ensayo, las personas regresan puntualmente y por sus propios medios a sus lugares de detención.
La derecha piensa otra cosa. Que un ex preso se olvide que 15 años atrás su vida fue puesta en valor por las Madres de Plaza de Mayo, y denuncie ahora la puesta en valor de la vida que La Cámpora ofrecería a jóvenes de barrios marginales que salen de la cárcel y serían convidados a intervenir en política, es paradójico. Y más incomprensible aun que para revelar las condiciones de detención de los internos, apunte contra los propios convictos, que al salir de las unidades conformarían peligrosas "fuerzas de choque kirchneristas". Cuando la política traspapela la ideología también pierde el pudor.
Es notable cómo en el informe de tapa de su última edición dominical, el diario Clarín omite deliberadamente de título y bajada un dato crucial: la correspondiente autorización judicial que media entre los penales donde se alojan los convictos y las actividades culturales extramuros a las que asistirían algunos de ellos.
Para la derecha, la política jamás debe servir como organizador social, menos que menos para intentar reencausar la vida de quienes la extraviaron en los márgenes de la perversa sociedad capitalista donde sobrevive su segmento más vulnerable. La preocupación por un otro infinitamente frágil, despojado desde la cuna de derechos sociales básicos, no entra en el universo de prioridades de la derecha liberal. El mundo es sólo para sus ganadores, llamados a triunfo por un orden natural inmodificable. A no ser por la acción política, único instrumento de transformación real capaz de alterar drásticamente las relaciones de dominación de una sociedad que tanto benefician a algunos pocos miles en detrimento de tantos otros que son millones.
De aquí en adelante, los sectores más rancios del pensamiento criminológico reclamarán al poder político medidas excepcionales de control. Sus voceros en los medios replicarán la queja, crecientemente audible. El rigor siempre paga bien. Y si es sobre los clientes del sistema carcelario, eternos depositarios de todas las culpas del fracaso social, mejor. Vigilar es castigar, dijo Foucault. No hay cambio posible si sobre el cuerpo social se tiende un férreo chaleco de fuerza: el que la derecha quiere imponerle a una comunidad aterrada por el miedo al robo, e hipnotizada hasta el egoísmo y la antihumanidad más atroces. ¿Habrá peor castigo histórico que frustrar que "nada siga como está", como propuso en un emblemático poema el militante Francisco Urondo, a cuyo fin, y tras salir de la cárcel, continuó su lucha, hasta entregar apasionada y generosamente su vida?
La hora de la derecha punitiva
El rigor siempre paga bien. Y si es sobre los clientes del sistema carcelario, mejor.
¿Por qué será que cierto diario dejó trascender semanas atrás que uno de los jóvenes sometidos a golpes y abusos de todo tipo en una comisaría salteña había sido detenido un año antes por un delito de índole sexual, aunque nunca comprobado judicialmente? ¿Acaso para relativizar la gravedad institucional y moral de la tortura, haciendo que en la subjetividad de la población el hecho fuera asimilado a un exceso propio de dos demonios incurables, testimonio vivo del fracaso de Dios?
Si la sociedad de este país consintió con ese engaño la consumación de un genocidio, ¿cómo no habría de dejar pasar una sesión de ablande en una comisaría? ¿Qué mal puede hacerle a la salud ética de la Nación que un guardiacárcel de provincia asfixie por unos pocos segundos a un violador? Hay torturas y torturas. Después de todo, fueron los propios presos quienes frustraron su derecho a estar libres, y, esencialmente, a no ser torturados dentro de los institutos donde fueron confinados.
Que dos detenidos sean sometidos por quienes deberían resguardarlos y evitar que, entre otras vicisitudes de la vida intratumba, no sean muertos por sus propios compañeros de encierro, constituye un simple detalle. No estamos reclamando que se les enseñe a la manera de Paulo Freire cómo regresar plenos a la sociedad que los separó transitoriamente para reinsertarlos luego en mejores condiciones de adaptabilidad, con ciertas perspectivas de superación personal e integración comunitaria, reeducados en el ejemplo del esfuerzo, el trabajo y la solidaridad, como expresa la Constitución, sino, al menos, que lleguen vivos al final de la condena. "No tienen límites: ¿será con la plata de nuestros jubilados que el gobierno costea la asistencia de los presos a actividades 'políticas'?", se preguntaría Doña Rosa, sugestionada hasta el ridículo tras horas y horas de noticieros.
Con la sola excusa de Vásquez, condenado por un horrendo delito de género, se quiere tapar el sol de la política de Estado que el ciclo kirchnerista ha mantenido desde sus comienzos: la defensa de los derechos de la mujer y también de las minorías sexuales. No fue precisamente durante la hegemonía del Grupo A en el Congreso que fue creada la figura penal del femicidio, y se agravaron las penas para los homicidas de género.
La hipocresía pocas veces reconoce límites. Algunos se estremecen porque un barra asiste a una actividad cultural para estimular su vida intramuros, y no con la crueldad de un violento operativo de la Policía Metropolitana, denunciado en soledad por este diario.
PRESOS DEL TEATRO. Para el jurista italiano Luiggi Ferraioli, no existe mayor inversión productiva que garantizar derechos vitales. Nuestro ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Raúl Zaffaroni, enseña en la facultad que el deber ser, sin posibilidad de ser, es una ridiculez. También adentro de la cárcel.
Algo de todo esto llevó a un grupo de actores comprometidos por partes iguales con la vida y la belleza, la ética y la estética, a ofrecerles a las Madres de Plaza de Mayo la puesta en marcha de un ambicioso proyecto social, cultural y claro que político, aunque no partidario, que funciona exitosamente hace ya siete años: el Grupo Amplio Salvatablas, el cual consta de un elenco estable de teatro espontáneo llamado Presos del Teatro. Esto es, un programa de inclusión social para detenidos, detenidas, sus familiares y otros interesados no privados de libertad, que consiste en un permiso temporario extendido por los correspondientes jueces de Ejecución Penal y con el conocimiento de las autoridades penitenciarias, para realizar teatro en las instalaciones de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, dos veces a la semana. Luego de cada ensayo, las personas regresan puntualmente y por sus propios medios a sus lugares de detención.
La derecha piensa otra cosa. Que un ex preso se olvide que 15 años atrás su vida fue puesta en valor por las Madres de Plaza de Mayo, y denuncie ahora la puesta en valor de la vida que La Cámpora ofrecería a jóvenes de barrios marginales que salen de la cárcel y serían convidados a intervenir en política, es paradójico. Y más incomprensible aun que para revelar las condiciones de detención de los internos, apunte contra los propios convictos, que al salir de las unidades conformarían peligrosas "fuerzas de choque kirchneristas". Cuando la política traspapela la ideología también pierde el pudor.
Es notable cómo en el informe de tapa de su última edición dominical, el diario Clarín omite deliberadamente de título y bajada un dato crucial: la correspondiente autorización judicial que media entre los penales donde se alojan los convictos y las actividades culturales extramuros a las que asistirían algunos de ellos.
Para la derecha, la política jamás debe servir como organizador social, menos que menos para intentar reencausar la vida de quienes la extraviaron en los márgenes de la perversa sociedad capitalista donde sobrevive su segmento más vulnerable. La preocupación por un otro infinitamente frágil, despojado desde la cuna de derechos sociales básicos, no entra en el universo de prioridades de la derecha liberal. El mundo es sólo para sus ganadores, llamados a triunfo por un orden natural inmodificable. A no ser por la acción política, único instrumento de transformación real capaz de alterar drásticamente las relaciones de dominación de una sociedad que tanto benefician a algunos pocos miles en detrimento de tantos otros que son millones.
De aquí en adelante, los sectores más rancios del pensamiento criminológico reclamarán al poder político medidas excepcionales de control. Sus voceros en los medios replicarán la queja, crecientemente audible. El rigor siempre paga bien. Y si es sobre los clientes del sistema carcelario, eternos depositarios de todas las culpas del fracaso social, mejor. Vigilar es castigar, dijo Foucault. No hay cambio posible si sobre el cuerpo social se tiende un férreo chaleco de fuerza: el que la derecha quiere imponerle a una comunidad aterrada por el miedo al robo, e hipnotizada hasta el egoísmo y la antihumanidad más atroces. ¿Habrá peor castigo histórico que frustrar que "nada siga como está", como propuso en un emblemático poema el militante Francisco Urondo, a cuyo fin, y tras salir de la cárcel, continuó su lucha, hasta entregar apasionada y generosamente su vida?
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