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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 5 de julio de 2012

Chau Román, y gracias

Me acuerdo ahora de un golazo de tiro libre a Arsenal, en el último minuto de la penúltima fecha de un campeonato que Boca ganó finalmente, tras definirlo en un triangular con San Lorenzo y Tigre. Mirá dónde está San Lorenzo ahora, y mirá dónde iremos a parar nosotros a partir de hoy, que nos levantamos tristes por la final perdida en Brasil y trascartón nos enteramos que Juan Román Riquelme dejará el club, y quizás el fútbol.
 
Por qué me acuerdo de ese gol, no sé. Será porque contra el mismo Arsenal, aunque con otra formación, empezamos a perder el sueño de ganar tres campeonatos en un mismo semestre, veinte días atrás. Yo escribí lo que sigue abajo tras ese gol.
 
“Un gol de otro partido por un jugador de otro planeta. Gradas más, pozo menos, todas las canchas de fútbol son parecidas, así en el Mundial como en cualquier sucucho de la D. La redonda pica igual para el que despeja los centros de puntín, apuntándole a la butaca más alta de la platea, que para el enganche que hace jugar a todo el frente de ataque. El distinto es él. Él es la diferencia.
 
”Cuando la tribuna lo putea por un pase mal entregado, lo tratan de usted. Lo insultan pero con respeto, sin tocarles jamás la madre ni las hermanas. ¿Quién no soñó alguna vez con enamorar a una yéndola de héroe, de guerrillero que entra a las ciudades liberándolas, de delantero que a pesar de las patadas, herido, con el muslo desgarrado, prosigue la jugada y cayendo, casi muerto, en la agonía del partido, anota el gol que vale un campeonato, como él?
 
”Si el resultado lo reclama, los defensores rivales lo golpean en el tobillo, lo someten indecorosamente como una vez uno de Banfield, le clavan las uñas en el iris, pero sienten vergüenza. Esa vergüenza o culpa que les hace sentir a los contrarios, lo califica mejor que el puntaje que al otro día le pondrá el diario de la mañana.
 
”Y la verdad es que él se lo ganó. Sólo él se toma el tiempo que le queda todavía por vivir al mundo, para acomodar una y otra vez el balón, para pedir la distancia de la barrera que ningún árbitro hace respetar en ningún partido donde no esté él, para entretener en la mano la pelota buscando su secreto: qué costura es la indicada para entrarle con la diestra, a qué gajo hay que apuntarle. ¿Será que conversa con la pelota? ¿Se dirán cosas? ¿Cuáles? Últimamente hasta la besa.
 
”Pero hete aquí que el tiempo pasa. Dos minutos y medio gasta el diferente con sus cabildeos al borde del área. Una ceremonia de impaciencia. Una misa de gallo con cura vestido de violeta y todo. El partido está cero a cero y van 44 minutos del segundo tiempo. ¿Qué espera el distinto para tirar? Está bien que sea el capitán del equipo, el héroe de los clásicos, el genio incomprendido, malhumorado y querible al mismo instante, pero el tiempo corre y si no es gol después del tiro libre, la demora en la cuestión de la barrera se habrá comido los tres minutos de descuento.
 
”Él lo sabe. Conoce ese murmullo nervioso de su tribuna, pero más se fía en el silencio atronador de los contrincantes. Ellos tienen miedo que la pelota, finalmente, entre. Que raspe el caño horizontal y andá a cantarle a Gardel. Y él lo sabe. Ese miedo enemigo lo defiende. En esos casos, calcula, el temor del rival hace el 25 por ciento del tiro libre: al arquero le tiemblan las rodillas, al mediocampista más alto de la barrera le crecen tornillos que le impiden saltar más alto cuando el remate pasa por sobre su cabeza. Él, confiado, se ocupa del 75 por ciento restante: la velocidad del tiro, la dirección del remate, el énfasis curvo del botín derecho, esas cosas.
 
”Y entonces, sólo entonces, el gol, ese detalle”.
 
Eso escribí, y me gustó leerlo esta mañana fría en Buenos Aires, cuando el plantel de Boca todavía no regresó cabizbajo, derrotado, con la frente alta de San Pablo.
 
Ojalá no le regalen ahora un arco a Román, como hicieron con el otro, Palermo, que hizo campaña para que gane las elecciones el actual presidente del club, Angelici. Y yo no me olvido de eso.
 
Qué lo mirá así el presidente a Román. Qué le pasa al hijo postizo de Macri. A Riquelme no le hace falta obsequio material de la gente de Boca. Él ya se llevó todos los corazones, si es que ese músculo herido tiene algo todavía para darle esta mañana.

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