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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 13 de octubre de 2011

COHESIÓN Y PROYECTO NACIONAL
Necesidad de unidad y síntesis nueva
Publicado el 13 de Octubre de 2011

Que falte unidad en el campo popular es indicativo de otra carencia: la necesidad de sintetizar aun más firmemente el proyecto colectivo. De hacerlo carne en todos sus protagonistas.
 
Octubre es un mes por demás simbólico para las luchas populares argentinas. El 8 de octubre la izquierda marxista (aunque no toda, porque ella está compuesta de numerosas variantes) reivindica la figura del Che Guevara, debido a que ese día pero del año 1967 el revolucionario internacionalista, argentino pero cubano (o ambos gentilicios), cayó en Bolivia bajo fuego del imperialismo. El mismo día, la otra gran tradición del movimiento popular de este país recuerda el nacimiento de Juan Domingo Perón.
Por cierto, la unidad efectiva, concreta y vigorosa del vasto entramado de lo popular continúa siendo una asignatura pendiente. Hay avances, pero nunca son del todo eficaces. En este sentido, las Madres de Plaza de Mayo también han hecho un aporte fundamental. Ellas han contado infinidad de veces que al momento de organizarse, bajo las duras condiciones impuestas por el terror dictatorial, era condición indispensable de las integrantes del grupo no indagarse entre ellas sobre las militancias de sus hijos o hijas. Si se hubieran preguntado a cuál partido adherían, el dato habría conspirado contra la necesaria cohesión que debía lograr el movimiento.
Con el tiempo las Madres se reconocieron “madres de revolucionarios” a secas, sin importarles la organización, los puertos ideológicos de donde partieron a la disputa política o la determinada forma de lucha empleada por sus hijos: si las armas o el periódico, la villa o la fábrica, el territorio o la universidad. Comenzaban ellas a transitar el camino de la “socialización de la maternidad”, como le llamaron al proceso subjetivo por el cual se reconocieron más tarde “madres de todos los desaparecidos”, y no del suyo o suya únicamente. Las Madres primero socializaron las militancias de sus hijos, luego el vínculo filial que las unía a ellos.
A propósito, hay unos versos de Juan Gelman escritos hace más de treinta años, en los que el aquel militante, hoy Premio Cervantes, siempre poeta, decía “así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros/ pero todos los miembros del cuerpo siendo muchos/ son un solo cuerpo/ si el pie dijera ‘porque no soy mano no soy del cuerpo’ / o la oreja ‘como no soy ojo no soy del cuerpo’”.
                              
La poesía siempre tiene razón. Suele prender la luz justo cuando la conciencia de los hombres se nubla sola, o bien porque algunos otros cierran las ventanas deliberadamente, oscureciéndolo todo.
Que falte unidad en el campo popular es indicativo de otra carencia: la necesidad de sintetizar aún más firmemente el proyecto colectivo. De hacerlo carne en todos sus protagonistas, por disímiles que ellos sean. Admitir una conducción. Armonizarla asumiendo ese liderazgo por más que no sea propio. Aceptar que la oreja no puede ser mano, ni la columna, cabeza, en cuyo caso dolerían fuertemente las cervicales.
Recurro a un ejemplo burdo, pero cuyas desmesuras podrían ser ilustrativas: ¿qué pasaría si el director de la Biblioteca Nacional dijera que en este país hay poca libertad de expresión porque él no puede opinar despreocupadamente, sin prever consecuencias, sobre un escritor que ganó un Premio Nobel por sus virtudes literarias pero no por sus pensamientos políticos? Seguramente, la cadena de medios privados y hegemónicos adjetivaría positivamente sobre él, y lo tildaría del más tolerante entre el universo de pensadores K.
Es un buen ejercicio intelectual y político, preguntarnos qué pasaría el día que la contradicción principal, no las secundarias, se presentara de modo aún más crudo y visceral en la portada de los diarios. De qué lado se pondrían los titulares de Magnetto si Moyano, las Madres, Carta Abierta, 6-7-8, Yasky, los científicos que regresaron al país, los relatores de Fútbol Para Todos, entraran en contradicción con Cristina Fernández y el gobierno que conduce. 
Tarde o temprano, a todos les llega la prueba del ácido. Siempre está la oportunidad de dejar de ser un paria para los que ya sabemos, ni morocho, ni feo, ni mal hablado. ¿El precio? Alzar la bandera blanca de la rendición ante quienes les tienden un férreo cerco mediático y aceptar objetar con voz cada vez más alta a la Presidenta, conductora y líder indiscutida de la circunstancia histórica que atraviesa el país. Estamos seguros que muchos no estarán dispuestos a pagarlo y no se equivocarán, dándole la espalda a un pueblo que por primera vez en décadas transita una instancia liberadora que la mayoría de los argentinos de hoy nunca ha experimentado.
Generosas, templadas, lúcidas, las Madres de Plaza de Mayo dan, otra vez más, el ejemplo: lejos de victimizarse o echar la culpa a otros, abren las puertas de sus armarios ante los allanamientos a su sede ordenados por el juez, y dicen que la campaña en su contra busca golpearla a Cristina, no a ellas; rasgar el proyecto colectivo, no a su particular concreto.  
Algo no está bien si Clarín festeja como un campeonato la liberación de un delegado ferroviario de izquierda, al tiempo que sitúa en sus títulos principales la existencia de una campaña de persecución a los sindicalistas. Sí, Clarín, el mismo que en 2003 le echó la culpa a la crisis por el asesinato en las propias narices de los argentinos, de Kosteki y Santillán.
Muchos sí tienen derecho a festejar que el juez no haya encontrado pruebas suficientes que vinculen a un delegado sindical de base con un sabotaje al medio de transporte más popular, en el que viajan diariamente a sus empleos millones de trabajadores. Se lo han ganado en la lucha consecuente, con aciertos y errores, acuerdos y diferencias. Pero Clarín no. De ninguna manera.
Apesta el guiso donde los vivos de siempre aderezan el libreto de la “criminalización de la protesta social” y la “escalada contra el sindicalismo”, servido irresponsablemente por algunos que de tanto aclarar, ennegrecen.    
¿Acaso porque la columna vertebral no es la cabeza creerá alguien que del mismo cuerpo no son? Más del cincuenta por ciento de los argentinos ya se dieron cuenta. El 23 de octubre tenemos que ser aun más. Aquel poema de Gelman podría guiarnos si alguien extraviara la estrategia en este laberinto de pasiones de cortísimo plazo.

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