PERIODISMO DE INFANTERÍA (Y DE LA UIA)
Publicado el 21 de Abril de 2011
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“Un trabajador posee su mano de obra y nada más. No tiene nada para perder, excepto sus cadenas. No le sobra tiempo para judicializar los conflictos por dinero con sus patrones, ventaja de la que sí goza Magnetto”.
Señal de los tiempos que corren, el periodismo que hoy practica Clarín ya no es de Infantería, sino de la UIA. Sus accionistas aún no logran dar cuenta de los cambios que, muy a su pesar, presenta actualmente la formación social capitalista por estas tierras.
Ayer nomás el grupo reclamaba al Estado y obtenía de él todo lo que ambicionaba: buenos negocios y las fuerzas de represión. Hoy, apenas el favor de algunos jueces; aunque importantes, de todos modos. El comportamiento ante el Decreto 441 es indicativo de su declive en la toma de decisiones estratégicas que hacen al país: fracasado el laboratorio electoral, son las corporaciones empresariales quienes asumen sin rodeos el papel de antagonistas.
Hace diez años Clarín despidió a 117 trabajadores, incluida toda la comisión interna gremial. Cuando el matutino envió el telegrama de rigor, el firmante Héctor Aranda fundamentó los despidos en un “proceso de reorganización” interno. Diecisiete años después de reconquistada la legalidad republicana, el gran diario argentino apelaba a los tópicos más emblemáticos de la Doctrina de Seguridad Nacional. Singularidades de la libertad de expresión a la Ernestina. Hay más: el sábado 4 de noviembre de 2000, una protesta de los despedidos culminó en una salvaje golpiza de los federales, que incluyó la inestimable ayuda de la división canes, y otras alimañas: cabezas de tortuga, sus bastones largos y duros, y helicópteros.
La experiencia de lucha de los despedidos está reunida en un libro de próxima aparición, y del que Tiempo Argentino diera cuenta en exclusiva algunas semanas atrás. Si la imprenta llega a tiempo, será presentado en la Feria del Libro, lo que, por cierto, constituirá un hecho cultural mucho más atractivo que aquel que pueda suscitar Mario Vargas Llosa con sus opiniones políticas.
El prólogo está firmado por Virginia Márquez, quien hasta noviembre de 2000 se desempeñaba como redactora del suplemento mujer. La investigación, que compila las luchas de trabajadores en las distintas épocas de la empresa, fue realizada por la propia Márquez y el infógrafo Aníbal Ces. Ambos fueron cesanteados, a pesar de los fueros y las garantías especiales que la Constitución brinda a los delegados sindicales, y desde entonces nunca más fueron empleados en su oficio periodístico. Eso no es nada: desde entonces, nunca más hubo comisión interna en la redacción.
Miento. La conducción de la UTPBA todavía hoy afirma tener delegados dentro de la empresa, sólo que los trabajadores siguen sin saber quiénes son. Quizá lo sea Ricardo Roa; Van der Kooy seguro que no porque él no es de meterse en política: le pagan por obedecer a Magnetto. En cuanto a lo otro, Ces fue incorporado por un diario italiano de la región norte de la península. A pesar de los premios que cosechó por su labor en Clarín, tuvo que cruzar el océano e instalarse en Milano para volver a trabajar en periodismo. Virginia Márquez, en tanto, consiguió que una empresa satélite del grupo la contrate a los pocos meses del despido, pero fue exonerada nuevamente 120 días después, cuando los médicos le diagnosticaron cáncer. Seguridad jurídica, que se dice.
“Yo vi a Siri encadenado a las puertas de AGR, en huelga de hambre, y bajo treinta y pico grados de calor, con hipertensión arterial, casi al borde del aneurisma cerebral”, señala Márquez al programa P’frenchi, de la radio de las Madres. La ex trabajadora de Clarín lo dice convencida, con énfasis, desde el fondo de sus ojos saltones, grandes como la injusticia, y penetrantes como el daño en el cuerpo y la subjetividad que puede provocar una factoría empresarial cuando se propone sustentar sus ganancias, no sobre el crecimiento y el desarrollo armónicos de la sociedad, sino sobre el sufrimiento extremo de sus asalariados.
Márquez y Ces apoyan decididamente a la comisión interna de AGR y rebaten a quienes sumaron su voz para cuestionarla, incluso a este lado del mostrador, por los métodos empleados en su desigual pelea contra una patronal infinitamente poderosa.
Los delegados pusieron el cuerpo para denunciar qué sucede intramuros con los obreros gráficos de las editoras periodísticas de mayor volumen. El lector conoce sobradamente la línea editorial del diario que consume, pero no siempre el proceder de sus patrones y accionistas para con los trabajadores que no figuran en el staff y, sin embargo, aportan lo suyo para concluir el producto periodístico.
Clarín les apuntó a la legitimidad social y el consenso que precisan Siri y los suyos para encarar con éxito su lucha, y no dudó para ello en servirse de un recurso miserable: la persecución parapolicial, y la filmación de las conversaciones convocadas por los propios gerentes de la empresa. Práctica deleznable que –vaya paradoja– esos mismos trabajadores habían denunciado antes, con dispar atención. Clarín editó de tal manera la famosa cámara oculta que hizo quedar a los delegados como vulgares extorsionadores, que de héroes parecían tener poco.
Triste, solitario y final, sin embargo, para las cámaras indiscretas del Investiga. Como el periodismo-Graña, que se doctora de incisivo con los pungas de Florida, la perfecta metáfora de aquel holding comunicacional la constituye el último pez gordo que cayó en las temibles redes de Telenoche: dos trabajadores desesperados.
El problema, no obstante, es que muchos replican su lógica, sin mensurar debidamente que los trabajadores gráficos no poseen los recursos de los periodistas para generarse ingresos alternativos. Si una editora echada por Clarín no consiguió empleo nunca más y tuvieron que pasar diez años para poder contar con relativo eco la injusticia de la que fue objeto, qué puede esperar un obrero gráfico, que ni siquiera tiene la posibilidad de colaborar freelance en otro medio, como monotributista, o dictar algún práctico en la facultad.
Un trabajador posee su mano de obra y nada más. No tiene nada para perder, excepto sus cadenas. No le sobra tiempo para judicializar los conflictos por dinero con sus patrones, ventaja nada menor por cierto, de la que sí goza Magnetto, y tanto más contando con muchos jueces amigos, en jurisdicciones y fueros diversos. Los hijos de Siri, la mujer de Nicolás Rivero, reclaman un plato de comida hoy mismo; su cena de esta noche no puede esperar a que un tribunal de alzada confirme (o no) la razón que les asiste en comer el pedazo de pan que se privaron de almorzar al mediodía.
El enemigo de lo popular trabaja con paciencia y precisión las suturas que remiendan los pedazos rotos de la subjetividad de los trabajadores. El tejido lo habían fracturado la dictadura y el neoliberalismo que le siguió después. Desde 2003 asistimos al arduo desafío de recomponerlo. Pero a veces se rasga otra vez.
Alcanzar la solidaridad intraclase y lograr una visión estratégica en el desarrollo de las disputas, resultan ser el mayor desafío para el futuro inmediato del segmento trabajador. Un salto de calidad indispensable. Parte indisoluble de la definitoria batalla cultural, esa de la que tanto se habla. Porque, ¿qué creen que tuvo Clarín al apoyar a Techint en su loco capricho de impedir la participación estatal acorde con su capital accionario en Siderar? Solidaridad de clase.
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