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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 3 de mayo de 2012

La metáfora del parto

Cristina, las Madres y la juventud

 

 
El parto resume la intensa experiencia de lo humano: el amor, el dolor, los sueños. El parto reúne llanto, sorpresa, misterio, nostalgias por lo que alguna vez será. En el rostro del recién parido se reconocen las esperanzas de quienes lo gestaron. El nacimiento trae preguntas, dulces aventuras, cambios. Un parto revoluciona la vida.
 
Carlos Marx utilizó la metáfora del parto para explicar las transformaciones de la realidad. Que la violencia es la partera de la historia, dijo. Que no hay manera de acceder a un estadio social más aliviado de injusticia sin pasar antes por sufrimientos a veces extremos.
 
“Yo he vivido la difícil gestación de esta revolución, sus incertidumbres y su culminación del 17 de octubre de 1945”, dijo Eva Perón en su discurso del 1º de Mayo de 1949.
 
Las Madres de Plaza de Mayo, igual. Hace muchos años que ellas, en representación de toda la vida que va a ser, decidieron quedarse embarazadas para siempre. Nacidas de la ausencia de sus hijos, encontraron en sus aguas de útero profundo el sitio donde ahogar su sufrimiento. No tuvieron tiempo para sentarse a hacer el duelo. Ni ganas. Fecundo, fértil de sueños dejarán el suelo que hoy habitan, cuando ya no lo pisen con sus pies de barro y de hierro. A 35 años de aquel primer jueves, en su patria regada por sus pasos ya florece la revolución, asoma como sol que sale a calentar.
 
En el acto central en celebración de sus tres décadas y media de lucha, con todos sus días y sus noches, Hebe de Bonafini volvió a la metáfora del parto. “Cuando una está pariendo a veces hay dolor, pero enseguida viene la felicidad del nacimiento. Y esta Patria está naciendo. Néstor empezó a hacernos sentir que la Patria nacía. Y Cristina todos los días es la partera grandiosa del parto de esta nueva Patria”, dijo Hebe.
 
La presidenta también señaló algo parecido, aunque de costado: “La incorporación de los pibes a la política es lo mejor que hemos hecho, porque no somos eternos. Los verdaderos custodios del legado no somos los que estamos en el escenario, que estamos viejos, sino todos ustedes, que no van a permitir jamás dar un paso atrás”, expresó Cristina en Vélez.
Resulta por demás interesante, sin embargo, el siguiente tramo del discurso de la mandataria: “La voluntad, el compromiso y el sacrificio personal sirven para que las cosas salgan bien: por eso tenemos que trabajar juntos y organizados para que las cosas en el país salgan mejor”.
 
Por cierto, sólo con unidad y organización el sacrificio y la voluntad personal podrán volverse invencibles. Sin aquellas, la entrega individual sólo será un voluntarismo que conduzca demasiado cerca. La única épica posible sobrevendrá de organizarnos. La multitud de jóvenes altruistas que salió a las calles a llorar a Néstor Kirchner, sosteniendo con sus cuerpos al gobierno que hasta entonces había hecho posible la esperanza de alcanzar otro país, debe dar paso ahora a una construcción de nuevo tipo. Profundamente ideológica y no por eso menos práctica. De alcance más prolongado.
 
Hasta quienes no las quieren no tienen más remedio que reconocer en las Madres su coraje, su valentía, su voluntad para poner generosamente a disposición de la lucha su cuerpo. Pero no sucede igual con sus aportes teóricos a la cultura y la filosofía políticas de la clase trabajadora, que también son sobresalientes y casi nunca fueron tenidos suficientemente en cuenta.
 
De todos ellos, tres se imponen por sobre el resto: la conversión de su vínculo filial en lazo político, el salto de trascender el reclamo puntual de saber dónde estaban sus hijos, quiénes los secuestraron, a otro más genérico: reivindicar sus ideales y continuarlos mediante las formas de lucha que les permitió su tiempo histórico. Enseguida, la socialización de la maternidad.
 
Pasar del planteo individual a la lucha colectiva. Saberse madre de cada hijo o hija en singular y convertirse luego en Madres de todos. Finalmente, el reconocimiento de sus hijos como revolucionarios. No el lugar de víctimas, sino el de sujeto histórico. Jamás perejiles, militantes.
 
A propósito, cuando las Madres empezaron a reunirse en Plaza de Mayo, sin otro punto en común que el dolor y la búsqueda desesperada, advirtieron que no debían preguntarse entre ellas por las elecciones militantes de sus hijos. Saberlo podría haber conspirado contra la necesaria cohesión que debían alcanzar. Seguramente las hubiera motivado a organizarse por afinidades heredadas, ajenas a su dolor de madres. Pero ellas necesitaban otra cosa: ceñirse a una única aproximación, nueva, propia, de ellas solas.
 
Con los años arribaron a una formulación ideológica de esa ligazón que construyeron en la peor de las circunstancias imaginables: ser Madres de revolucionarios. Para ellas, sus hijos no eran marxistas, o peronistas, o maoístas, o trotskistas, ni guerrilleros o tercermundistas, trabajadores o intelectuales, alumnos o profesores, sino todo eso junto. Revolucionarios. Alumbraron así una nueva identidad para la generación diezmada por la represión y el olvido que los poderes constituidos dictaron para ella.
 
Algo igual nos señalan ahora, 35 años más tarde, cuando nos instan a organizarnos como “Juventud del Bicentenario”, y quitarnos de encima, al menos por un momento, la multiplicidad de siglas e identidades previas que nos contienen. No abandonarlas, sino fundirlas en una nueva. No renegar de los orígenes, sino arribar a uno superador, que incluya a todos, sin importar tanto su nombre, sino su condición. Basta de discutir si el kirchnerismo es peronismo o no. Y peor aún: basta de polemizar sobre las eventuales diferencias entre kirchnerismo y cristinismo. Basta de clavarles cuchillitos a las medidas de la presidenta para ver si son herencia de Evita o de Fidel. Basta de medir al gobierno según categorías que ya fueron superadas por la historia, esa caprichosa que se rige por sus propias leyes. De lo contrario frustraremos la riqueza política e ideológica actual, convirtiéndola en una “cáscara vacía”, plagada de viejos dogmas que poco tienen que ver con la dinámica del proceso abierto en 2003.
 
La metáfora de nacer lo nuevo a través de la mixtura de dos o más equivalencias no iguales, pero necesariamente complementarias, vuelve a cobrar gran vitalidad para el presente. Expresa con claridad la obligación del momento actual. El desafío político e ideológico, teórico y práctico, más inmediato que tenemos por delante. No podía ser de otra manera: el parto es, sin dudas, la síntesis más acabada de la vida. Lo humano en potencial. Quizás todo el misterio del mundo se compendie en ese instante tan distinto a todo, nunca igual a nada. Tan común y tan corriente y, sin embargo, tan irrepetible y único. Como vivir y luchar al mismo tiempo, en el mismo acto, sin jactancias de una por sobre la otra. Con naturalidad. Como parir y dar a luz una nueva luz que alumbre y dé calor.

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