El periodismo militante de la oposición
Audible como pocas, la derecha no quiere saber nada especialmente, sino dominar la agenda pública y someter la política a su exclusivo arbitrio.
¿Magdalena quiere preguntar, acaso? ¿Justo ahora? ¿Por qué no lo hizo el
6 de septiembre de 1977, en Washington, cuando estuvo sentada frente al
carnicero Videla, al que trató de “señor presidente”? ¿Para que
responda “qué piensa sobre este programa”, como propuso el analista
Fernando Bravo? ¿También Joaquín Morales Solá, el que censuró a Clemente
y guardó bajo siete candados el contrato “por asesoría” que lo unía a
Repsol? ¿Son ellos los delegados de la cole periodística que siente
dificultada su labor?
Ver “baja calidad republicana” en la política oficial para con los medios pasa por alto un singular mérito histórico de este gobierno: haberles puesto nombre y rostro a los enemigos de la democracia agazapados en las sombras de la institucionalidad. Magnetto, entre los más cardinales. Ningún otro lo hizo.
Ver “baja calidad republicana” en la política oficial para con los medios pasa por alto un singular mérito histórico de este gobierno: haberles puesto nombre y rostro a los enemigos de la democracia agazapados en las sombras de la institucionalidad. Magnetto, entre los más cardinales. Ningún otro lo hizo.
Quienes compartieron gaseosa y canapés en el programa insignia del principal grupo comunicacional devuelven la imagen que la derecha quisiera ver proyectada en su propio espejo: la unidad en la acción de los objetores al gobierno. Eso que no logran alcanzar los dirigentes de la oposición lo consiguen Leuco y Viau, Rojas y Santoro. Un Grupo A periodístico, montado al caballo cansado de la censura, aunque todavía con apreciable capacidad de daño: cada una de sus “preguntas” ahogadas en el “silencio presidencial”, se reproduce al mismo tiempo por 301 bocas de expendio, sin contar aquellas que no forman parte de la factoría Clarín pero sintonizan el mismo libreto.
Los profesionales de la comunicación que se jactan de sus intervenciones públicas como si a través de ellas lograran un hecho político determinante, desmerecen la política. Aspiran a un protagonismo que les pertenece a otros.
¿Qué diría Rodolfo Walsh de ellos? Quizás, que la lucha política se dirime con la acción de los pueblos, dimensión que no excluye a los periodistas, por supuesto, pero mucho menos a las masas. Las pujas intrínsecas a ella, tanto más en una sociedad del conflicto como lo es la capitalista, se zanjan en la historia, no en la televisión.
Cuando merma la participación social y los mecanismos institucionales fracasan, ahí sí pueden (y deben) cumplir un rol definitorio los periodistas. Definitivamente, no es este el caso. 6-7-8, Tiempo Argentino, y tantas experiencias similares, no serían igual de intensas si no mediara el parte-aguas abierto tras el conflicto con las patronales rurales, que algunos quisieran reeditar, y que encontró unidas como pocas veces a las corporaciones mediáticas.
La épica que triunfa en la historia es la de los pueblos, no la de las individualidades. Después de la movilización popular que siguió a la muerte de Néstor Kirchner, ¿puede considerarse épico un hashtag opositor en Twitter? Difícil. Nada hubo más heroico que el contragolpe que siguió al 28 de junio de 2009, cuando el kirchnerismo que muchos creían en retirada, sangrante en la nariz, quitó al Grupo Clarín una de sus principales fuente de ingresos: la transmisión del fútbol.
Poco tiempo después de aquel esquivo resultado electoral, las políticas del oficialismo se ahondaron exponencialmente. Nadie pensaba que habría de optar por sus aristas más progresivas y, sin embargo, Cristina desechó los dogmatismos y no desensilló hasta que aclare, como aconsejara uno hace muchos años.
Fútbol Para Todos inauguró un tiempo político excitante y vertiginoso, vigorizado por las sucesivas confrontaciones que sucederían luego, hasta hoy. Los argentinos pudieron ver, no sólo el rostro de la política, sino, esencialmente, su cualidad transformadora. Tocarla con las manos. Palpar en toda su brutalidad el denso poder de las corporaciones. Fueron lecciones de democracia y civilidad que difícilmente puedan transmitir con mayor efectividad los libros y ensayos sociológicos.
A la vez que material (por el volumen del negocio que afectaba), la televisación gratuita del campeonato sugería una transformación simbólica y de alto impacto en la subjetividad de millones de argentinos. La sociedad advertía en poco tiempo la necesidad de sancionar una nueva Ley de Medios, hito que la democracia nunca había conquistado. Eran los tiempos en que Biolcati reclamaba desesperadamente al todavía en ciernes Grupo A que tomara la pelota que estaba picando en el área porque, de lo contrario, volvería a controlarla el gobierno.
Como la Resolución 125, la rescisión del contrato AFA-TyC Sports aludía al indefectible cambio cultural que debía acompañar un concepto político central, para que fragüe: distribuir riquezas significa inquietar intereses; privilegiar a muchos que no tienen nada supone alterar a algunos que concentran en demasía. Teléfono para el moderador bonaerense.
La versión de la presidenta de estos días es la perfecta continuidad de aquel gesto épico de agosto de 2009. Un sutil hilo, no por invisible menos fuerte, ata la televisación del fútbol con el control estatal sobre los recursos hidrocarburíferos, y también las perspicaces respuestas de sus enemigos. El tono aplomado y categórico con el que Cristina exhorta ahora a trabajadores y empresarios poco se parece al de aquel desparpajo. Y sin embargo es su exacta prolongación.
Aquellos últimos meses de 2009 fueron, sin dudas, la puerta de ingreso a discusiones más determinantes, que vinieron luego. Como dijo Cristina, ella pudo subir los retratos del Che y de Allende a las paredes de la Casa Rosada porque Néstor bajó antes los cuadros de los genocidas del Colegio Militar. He ahí una síntesis acabada y simple de explicar un proceso histórico. De hacerlo ver. De hacerles sentir a los 40 millones de argentinos responsabilidad sobre algo que los trasciende (la historia) y que, en su envés, componen sensiblemente: la sociedad de su tiempo.
¿Se habrá avanzado lo suficiente en la conciencia como para lograr mayor unidad y organización? El reto es un mandato. Con ellas difícilmente pueda ser ungido un candidato de conservador para abajo. Con Cristina en la Rosada, o con ella entre quienes andan a pie, será el pueblo movilizado y consciente quien custodie lo conseguido. La cohesión y el grado de organicidad que alcance serán la única garantía de continuidad.
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