Publicado el 3 de Noviembre de 2011
El reto es alcanzar una nueva hegemonía que trascienda el resultado electoral. Que plasme los millones de votos en una construcción social y política de largo alcance.
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El reto es alcanzar una nueva hegemonía que trascienda el resultado electoral. Que plasme los millones de votos en una construcción social y política de largo alcance.
Algunos  comunicadores del establishment quieren instalar forzadamente la idea  de que el triunfo arrollador del oficialismo anuncia la próxima llegada  del “comunismo estatista”. Recurren a la emoción violenta del egoísmo  antisocial para sugerir conductas rayanas en el ridículo o la más  elemental de las psicosis. Quieren convencernos de que lo que se viene  es una especie muy  particular de dictadura del proletariado, o dictadura a secas, cruza de  Francisco Franco y Fidel Castro. El mono tremendo del conflicto por el  conflicto mismo y la crispación.
Extrañamente,  algunos prejuicios evitan la objeción irracional a la figura de la  Presidenta. La monocromía argumental se frena seca ante el contundente  resultado del 23 de octubre. Hay quien prefiere descargar su ira en  cierto fetiche a mano de su absurdo: Guillermo Moreno.
Algunos  se preocupan por la “prepotencia gestual” del secretario de Comercio,  como repiten sin pensar. No se detienen a calibrar que sobre el  funcionario no pende ni una sola sospecha de coimas, a pesar de que debe  lidiar a diario con influyentes empresarios, capaces de formar precios.  O de deformarlos, a los precios y a los funcionarios.
En  la intimidad de sus cabezas sobre la almohada todos esos argentinos que  reciben acríticamente los discursos mediáticos, saben que se necesita  mucho más que un par de guantes de box para ejemplificar las mil  batallas que aún debe librar el proyecto nacional y popular, pero no se  hacen cargo del desafío. No se disponen a desandar las opiniones que  consumen, ni siquiera desde las conclusiones que les dicta su propia  experiencia vital. Si no fuera por el modelo de sustitución de  importaciones que Moreno ejecuta eficazmente, múltiples fuentes de  trabajo estarían cerradas con siete candados. Todo eso sin contar los  aumentos salariales de cada año, que superan con holgura no sólo los  índices oficiales de inflación, sino también los privados, que difunden  malintencionadamente los opinólogos de la  derecha. 
Por  cierto, el efecto político inmediato de conductas semejantes es casi  nulo. Quienes creen sin dudar las constantes operaciones de distracción  y/o confusión mediáticas, son cada vez menos. Sus cacerolas suenan  huecas. Elecciones mediante, ese drama particular de algunas conciencias  es, no obstante, un complejo mundo a descifrar. Lo que falta.
¿Y  qué es eso que falta? Conciencia y organización. Los desconcertados no  son, objetivamente, enemigos del proyecto nacional, sino víctimas de la  hegemonía cultural de las clases que los mantuvieron sojuzgados  históricamente. La consolidación de otro proyecto para las políticas  estatales, superador del que lo mantuvo cautivo durante los 35 años  anteriores a hoy, requiere un avance en ese sentido. Que marchen juntas  las políticas redistributivas, los resortes de control gubernamental y  el desarrollo cognitivo de las clases populares.  
De  ahí el reclamo de la Presidenta de organizarnos, expresado en su  discurso en la misma noche del comicio. La necesidad de formarnos en  política, de agruparnos en múltiples frentes que no nos dejen solos ante  la vida en sociedad, impávidos ante el televisor, para sobrellevar en  mejores condiciones las batallas que indefectiblemente sobrevendrán. Eso  también (y quizás esencialmente) es profundización. Sin organización y  conciencia no hay medida progresiva que aguante.
El  proyecto nacional y popular nunca mintió sus intenciones. Desde la  campaña del año 2003 propone una “Argentina unida, una Argentina normal,  un país serio”, pero en la perspectiva de un “país más justo”, como ya  expresara Néstor Kirchner en su discurso ante la Asamblea Legislativa ,  el 25 de mayo de 2003. ¿De qué se asustan entonces? ¿Acaso quieren  volver al Estado bobo del neoliberalismo tardío, que observaba impasible  la fuga de capitales que dio el tiro de gracia a la convertibilidad? Ya  aprendió este país nuevo, en franca construcción, a resolver los  conflictos propios de su desarrollo, a darles el lugar que se merecen en  una democracia ágil y dinámica como no conocimos los argentinos al  menos desde la  postdictadura.  
El  reto es alcanzar una nueva hegemonía que trascienda el resultado  electoral. Que plasme los millones de votos en una construcción social y  política de largo alcance. ¿Cómo? Quizás articulando sobre la certeza  de que solos no somos nada, que el cambio será colectivo o no ocurrirá  nunca, y que sólo trascenderemos en comunidad. O trabajando sobre una  condición indispensable: superarnos a diario, para ser mejores personas,  más despiertas, solidarias, dispuestas al esfuerzo compartido,  comprometidas con  un tiempo histórico que es de transición, como lo son todos, porque si  estuviera quieto o estanco estaría fuera de la historia.  
“El  cambio no debe reducirse a lo funcional, debe ser conceptual”, dijo  Néstor Kirchner en su mensaje por cadena nacional el 5 de junio de 2003.  Son palabras fundacionales de este proyecto, que siguen reconociéndose  en los últimos mensajes de Cristina Fernández. Una delgada pero firme  línea de conducta los une. ¿O qué es sino una exhortación a cambios  conceptuales el reclamo de la  mandataria en cuanto a la necesidad de “otras prácticas para las  protestas”, pronunciado tras el extemporáneo corte de la Avenida  Ricchieri realizado por 50 activistas de la UATRE ? 
No  es sólo un saber académico lo que hace falta. Los libros instruyen,  pero sin la experiencia resultan incompletos. No hace falta ser  sociólogo para tener conciencia de la pertenencia a una determinada  clase social, con tales y cuales intereses, en un momento muy preciso  del mundo, en este lugar de la región latinoamericana. Pero ellos, los  sociólogos, también son necesarios, como los torneros y los poetas.   
Noviembre  es desde hace un año el mes del feriado nacional por el Día de la  Soberanía. Buena excusa para repensar la Historia. Para reconocernos en  ella y proyectarnos. Para dejar de mirarla con ojos ajenos, y empezar a  hacernos cargo de nuestra parte en sus misterios, que no tienen que ver  con un pasado color sepia, sino con la más palpitante actualidad. En ese  juego andamos.
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