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Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina Demetrio Iramain nació en Buenos Aires, en mayo de 1973. Es poeta y periodista. Tiene algunos libros de poemas publicados, otros permanecen inéditos, y algunos textos suyos integran tres antologías poéticas editadas en el país. Dirigió la revista Sueños Compartidos y actualmente, ¡Ni un paso atrás!, ambas de la Asoiación Madres de Plaza de Mayo. Es columnista de Tiempo Argentino y Diario Registrado. En radio, co conduce el programa Pra frente (P’frenchi), en la AM 530, La Voz de las Madres.

jueves, 14 de julio de 2011

Sin ningún lugar para terceras opciones




¿HACIA UN ESCENARIO DE CRECIENTE POLARIZACIÓN?

Publicado el 14 de Julio de 2011

El gran dato del domingo no fue tanto el previsible triunfo de Macri, sino el claro repunte del candidato de la presidenta, relegando a Proyecto Sur y a la Coalición Cívica.

Las elecciones porteñas anuncian un futuro signado por la creciente polarización entre dos proyectos políticos enfrentados, cuya resolución confina en la intrascendencia a sus críticos discursivos por izquierda y derecha. El gran dato del domingo no fue tanto el previsible triunfo de Macri, sino el claro repunte del candidato de la presidenta, relegando drásticamente a Proyecto Sur, virtualmente eliminado del concierto político, y a la Coalición Cívica.

A propósito, a los intereses materiales más concentrados no se les gana con lecciones morales; la ética no da de comer, ni un buen discurso crea, per se, trabajo. Las buenas intenciones dejan de serlo cuando no pasan de una somera enunciación. La pobreza sólo podrá revertirse con políticas de Estado y planificación económica. Para llevarlas adelante debe antes construirse poder popular, progresista, transformador, que rivalice con el que ya cuenta la derecha liberal conservadora. Aunque tardíamente, una porción muy significativa del pueblo de la ciudad autónoma empieza a dar cuenta de esta arraigada condición de las democracias contemporáneas.

Por caso, Elisa Carrió, talibán del discurso moral, de corte liberal-burgués, lo sabe mejor que nadie. Pronta salió a festejar el voto a Macri sin mensurar el magro 3 % obtenido por su candidata, la senadora Estenssoro. A la diputada le interesa, más que la performance de su propio plantel, el nivel de afectación que podrían sufrir los sectores sociales privilegiados si Cristina triunfara en octubre. Ella sí demuestra tener conciencia de su clase, que no es la de los asalariados, atributo del que adolecen nuestros módicos revolucionarios, cuyas siglas partidarias refieren a las palabras “Sur”, “Socialismo” y “Libertad”, entre otras similares.

Alfonsín (h), lo mismo: se dio una ducha con los ajenos votos al PRO como si su delfín Silvana Giúdici fuera de otro acuario. Duhalde, igual. Fernando Solanas, en tanto, felicitó a su tropa con una prosopopeya que sobraba por los cuatro costados. ¿Dónde fueron a parar los miles de votos que perdió en estos generosos dos años en los que ni siquiera tuvo que lidiar con el desgaste de la gestión estatal? Su decepcionante elección acaso esté demostrando el fracaso inexorable que se cierne sobre aquellos que quieren correr por izquierda al cris-kirchnerismo, y sólo aspiran a pasar el invierno al sol del rechazo a la minería contaminante. 

Que Luis Zamora haya entrado séptimo, antes que López Murphy, y que el troskismo sume más votos que el filonazi Biondini, ¿indican acaso la proximidad de la revolución socialista? Si así no ocurriera, ¿se demostraría al menos que la izquierda tiene anclaje popular? Ni ahí.

En la Argentina, incluida Buenos Aires, está en juego la felicidad relativa a la que puedan aspirar bajo el capitalismo las clases subalternas, o la supremacía plena de las elites dominantes. 

Pareciera que el proceso latinoamericano termina de fraguar recién cuando alcanza a construir sus enemigos y los vence. Sus contrincantes se identifican por un rasgo de clase antes que geográfico o generacional, pero en algún lugar tienen que fijar domicilio los segmentos más pudientes de nuestras sociedades, a su vez temerosos del avance político de una juventud cada día más conciente y movilizada.

La experiencia bolivariana nunca logró sumar para la Revolución al estado de Zulia, en Maracaibo, rico en petróleo y producción agrícola. Tampoco a Caracas, rodeada de cerros donde las masas chavistas resultan invencibles en las calles, no así en las urnas, donde los escuálidos de los barrios medios y altos conforman mayoría. Bolivia, otro tanto. En las ciudades de la próspera Media Luna, las influyentes elites blancas suelen fluctuar entre la férrea oposición a Evo Morales y el racismo separatista.

Algo similar ocurre con la poderosa e ilustrada burguesía paulista. Si se dieran las circunstancias, se volvería prejuiciosa y vulgar, y afirmaría que la riqueza que se produce en San Pablo paga el ocio de quienes duermen al sol en Bahía y trasnochan en Río, alimentando un odio de clase que no dudaría en volverse rancio si el PT optara por ahondar la experiencia socialdemócrata.

Sin embargo, en todos estos casos el vigor de las oposiciones locales no logra frustrar el avance de los oficialismos nacionales. En Argentina tampoco.  

Cuando Macri ganó en 2003, el fallido ballottage sólo retrasó por cuatro años su consolidación electoral. Por entonces, el kirchnerismo no había todavía comenzado a desplegar su política. En esa nebulosa entre gris espeso y rojo sangre que fue la Argentina post 2001, la derecha no alcanzó a imponer su plan político (en rigor, tampoco le convenía al bloque dominante, en inédita crisis terminal) y entonces surgió Néstor Kirchner, como expresión genuina (y posible) de la heterogénea irrupción popular. 

Ocho años después el panorama es otro. Existe un modelo nacional, de crecimiento con inclusión, que tiende a repartir parejamente las riquezas sociales, enfrentado a otro muy distinto, repelente a las mayorías populares, que añora los años de endeudamiento y represión con que era impuesto, y que cuenta con un eje suficientemente sólido en los distritos de mayor impacto económico.

Algunos se sorprenden con la elección de Macri, pero olvidan que fue en Córdoba, Rosario y Buenos Aires donde primero y más se golpearon las cacerolas cuando el conflicto con las patronales rurales. Macri es el nuevo Menem. Tras largos años de impacto negativo, la derecha vuelve a mostrarse dinámica y versátil, y si bien le resta acumular horas de vuelo para proyectarse por todo el cielo argentino, es seguro que lo intentará. El modelo nacional quizás ya no brinde tantas garantías al bloque dominante. Así Filmus triunfara en el segundo turno capitalino, el piso de esa derecha, por ahora sólo porteña, podría ser potente.

Quizás estemos a las puertas de una nueva etapa política: el arraigo político y electoral de Cristina Fernández, conductora de la alternativa progresista y distributiva; y la consolidación de una oposición netamente de derecha, que todavía no encuentra expresión a escala nacional. Indefectiblemente, sus pujas estructurarán el siguiente período, hasta 2015.

Por lo demás, el ballottage definitorio no será el 31 de julio, sino en octubre. Toda elección es nacional por más que las estrategias de campaña lo disimulen. Al fin los argentinos votan pensando qué país quieren habitar, y no tentados por módicas ambiciones, de loco consumo o mera subsistencia, a las que la institucionalidad los había acostumbrado.

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