UN IMPORTANTE SOSTÉN EN LA LUCHA DE LAS MADRES
Publicado el 7 de Julio de 2011
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María Alejandra Bonafini dejó de ser una niña allá por sus once de edad. Por entonces, comportándose como un adulto, aceptaba reunirse con sus dos hermanos mayores, luego desaparecidos por la dictadura, en encuentros furtivos, ocultos, realizados bajo una sola condición: no contarle a nadie, menos que menos a sus padres, dónde se concretaban esas citas a escondidas de los guardianes del régimen de terror.
Alejandra era la más chica de un hogar de tres hermanos, y tras los juegos y mimos con los dos más grandes, militantes perseguidos por la represión genocida, regresaba a su mundo de muñecas y elásticos, no sin antes cumplir rigurosamente la condición de guardar secreto sobre el lugar donde se veían, convenida previamente con Jorge y Raúl.
¿Sabría Alejandra qué peligros corría ella? ¿Los entendía? ¿Cómo puede una niña asimilar que encontrarse con los hermanos más grandes a jugar o tomar un helado pueda costarles la vida? ¿Qué significa para una niña de esa once años, madurada de golpe, tan brutalmente por el dolor, esa dimensión desconocida y ajena, “la vida”?
Seguramente esa experiencia tan fuerte la habrá marcado para el resto de sus años, hasta hoy, que asume con total entereza y dedicación la conducción de emergencia de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, en circunstancias no óptimas, por cierto.
El 25 de mayo de 2001 la vida puso en el camino de Alejandra otro escollo de esos que a cualquiera dejarían fuera de carrera. Un grupo de tareas al estilo de los que secuestraron a sus hermanos entró por la fuerza a su casa –en la que vivía junto a su mamá Hebe– y la torturó bárbaramente. Por entonces su madre estaba en Brasil, representando a las Madres. Algunos dicen que la buscaban a Hebe; otros piensan que no, que justamente le pegaron a la presidenta de la organización donde más podía dolerle: el cuerpo de su amada hija.
En respuesta, las Madres de Plaza de Mayo denunciaron la implantación de una especie sutil de Terrorismo estatal, aunque con fachada democrática. Un salto cualitativo en la escalada represiva que acompañó la descomposición neoliberal. No pocos sostuvieron que era exagerada la caracterización, pero pocos meses después, ante la cacería humana desatada en Plaza de Mayo y demás ciudades del país, con más de treinta muertos en las calles, sin contar los piqueteros asesinados en junio por la Gendarmería , debieron aceptar que las Madres tenían razón.
Cuando el porteño teatro Payró abrió sus puertas en solidaridad con Alejandra y las Madres, el acto coincidió con la represión en General Mosconi. Hebe, entonces, transformó aquel encuentro artístico, no sólo en un acto en defensa de su hija, sino de apoyo al pueblo de aquella localidad salteña, que –como dijo Hebe– “no tiene la posibilidad de tener un teatro en Buenos Aires, como sí tenemos las Madres, para que se solidaricen con él”.
¿Qué político o periodista de estos que ahora vilipendian a las Madres será capaz de un gesto de desprendimiento semejante? Esos opinólogos y diputados de la oposición, que banalizan todo lo que tocan, que especulan miserablemente con las operaciones inmobiliarias de Alejandra, ¿por qué no movieron un pelo siquiera para encontrar a los responsables políticos del grupo de tareas que, disfrazado de cuadrilla de empleados telefónicos, entró a la casa de Hebe y torturó con submarino seco y quemaduras de cigarrillo a su hija? ¿Lo olvidaron? ¿Por qué ahora tanta presión mediática sobre las Madres, tanta persecución fotográfica sobre Alejandra, y ningún seguimiento sobre aquel caso, que la Justicia nunca logró esclarecer y permanece impune a diez años de su comisión? ¿Habrá prescripto ya? ¿Se habrá pasado de largo en el sueño que durmió durante todos estos años, herrumbrado en un cajón de tribunal? ¿Será que no se despertará jamás?
Es deseable que la Justicia continúe investigando con total rigor a las Madres, y no como obró en el caso de las torturas a Alejandra. De ese modo podrá explicar a la sociedad cómo vive cada una de ellas, su bienestar atado al único ingreso de un salario mensual, como jubiladas. También Alejandra, trabajadora, que aporta a la economía de su familia desde los 16 años y nada tiene que esconder, como las Madres. Como su madre. Entre Hebe y Alejandra existe una ligazón que sólo la historia trágica de esa familia explica. Es la historia de tantas y tantas familias argentinas, que ellas compendian del mejor modo, quizá el único posible aquí en el Sur: luchar como se vive, haciendo las dos cosas al mismo tiempo, sin sobreactuarlas.
A propósito, el 11 de septiembre de 2001 Hebe estaba en La Habana , adonde había viajado para reencontrarse con Alejandra, que se reponía de las secuelas físicas y emocionales de las torturas recibidas en su casa seis meses antes. Ni siquiera el impacto de los dos aviones entrando por las ventanas de las Torres Gemelas pudo nublarles la alegría del reencuentro. ¿Acaso no tenían derecho a ella? ¿Quién podía negárselas? ¿Bush? Ningún periodista reparó en esa circunstancia tan particular para intentar contextualizar aquellas declaraciones de Hebe, vertidas en caliente, sobre los atentados. Para comprenderlas en toda su dimensión, para abordarlas con otras categorías que excedan la pírrica ecuación electoral y la mera conveniencia política; para que expliquen algo, porque si no dicen poco. Y mal. Pero no. Era pedirles demasiado.
Hasta quienes dicen quererlas parecen picotear del cuerpo de las Madres y hablan de los “errores de Hebe” con una ligereza que sonroja, asimilando para sí el discurso del enemigo, que da por ciertos hechos que no lo son y llama “errores” a sus, en todo caso, “ardores” discursivos, medición que desconoce el costo que tuvo el gran acierto de Hebe y de las Madres: haber ocupado políticamente la Plaza de Mayo; forjar una organización política de entre un colectivo de mujeres desesperadas, sin formación teórica, absolutamente heterogéneo, y sostener con ella un pleito con el Estado terrorista burgués y su continuación “democrática” durante las tres décadas y media que siguieron luego.
Esa es María Alejandra Bonafini, íntimo sostén de su madre, Hebe, la que por mandato de sus compañeras aceptó la responsabilidad y el desafío de presidir las Madres de Plaza de Mayo en el peor momento, tras los secuestros de Azucena, Mary y Esther, y conducirlas durante todos estos años que duró la impunidad y la desmemoria en este país; y ese otro es el periodismo opositor, ese sí que militante, que oferta votos contrarios al gobierno deshonrando sin piedad ni vergüenza el pañuelo blanco y su ejemplo de 34 años. Que saque el lector sus propias conclusiones.
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