la (des)memoria del diario la nación
De tanto en tanto, las operaciones de prensa que se proponen manchar la política oficial en materia de Derechos Humanos regresan con fuerza. Es una astilla que la derecha tiene clavada en el
medio del espinazo. Su intencionalidad entre obvia y previsible navega
en aguas tempestuosas: a un lado, la urgencia por revertir el resultado
de la batalla cultural; al otro, el oportunismo típico de la campaña. No
exagera quien afirma que la irrupción del kirchnerismo en la historia
contemporánea de los argentinos dejó una huella imborrable en nuestra
cultura democrática, que todavía supura. La política referida a los
hechos de la década del setenta es, quizás, lo más representativo, lo
más sintético, de esa novedad socio-histórica que es el movimiento
político arribado al gobierno un 25 de mayo de 2003.
Es curioso que un día después de haber falseado los hechos de la historia, ninguneado groseramente la prepotencia militar, y reivindicado implícitamente el golpe de Estado que en 1955 desalojó del poder al peronismo, el diario La Nación sobreactúe algo parecido a la vergüenza y se rasgue las vestiduras porque en la ex ESMA los hijos de desaparecidos insisten en hacer actividades formativas y recreativas que incluyen –Santo Dios– almuerzos de carne a la parrilla.
Nadie va a cometer la torpeza de exigirle al diario La Nación que sea peronista, ni favorable a los intereses populares. Sería una ingenuidad. Con que deje de tramar conspiraciones golpistas alcanza. Es una condición básica que debe cumplir en democracia un periódico centenario, de circulación nacional, copropietario de la única fábrica de papel para hacer diarios, que se propone –como dice– "informar" a los argentinos, aun haciéndolo desde su notoria "tribuna de doctrina", eufemismo para encubrir que estamos ante un newspaper militante, como diría Eliseo Verón.
La derrota cultural y política de la dictadura cívico-militar expresada en la expropiación de ese predio a la Marina de Guerra argentina, y su posterior entrega al pueblo y sus organizaciones más activas en la defensa de los Derechos Humanos, es un hecho simbólico de grandes implicancias concretas. ¿Qué tiene que ver la poesía con la revolución? Todo.
Seguramente los editorialistas de La Nación desconocen que un día de marzo de 2011 Hebe de Bonafini cortó en la ex ESMA una tanqueta militar para hacer con sus pedazos retorcidos puré de fierros y esculpir luego bustos de José de San Martín, Manuel Belgrano y Mariano Moreno. Memoria Fértil, le llaman las Madres de Plaza de Mayo a ese saludable y vital gesto político, que las distingue en el mundo desde hace tantos años.
Hay más: el día que las Madres "desembarcaron" en ese predio, el 31 de enero de 2008, convocaron al pueblo a acompañarlas y a hacerlo bajo una sola condición: llevar marcadores y pinceles, para pintar sobre las paredes de ese tenebroso lugar soles rojos y flores de todos los colores, que barrerían la inmundicia militar. Iban a tomar posesión de lo que el ex presidente Néstor Kirchner les había concedido, arrebatándoselos justicieramente a los marinos: el ex Liceo Naval, seguramente uno de los sitios más simbólicos de la ESMA, pues era precisamente allí donde los genocidas se doctoraban en la aplicación de tormentos. Las Madres de Plaza de Mayo fueron muy criticadas cuando resolvieron instalar en ese antro de muerte y maldad el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), donde crecería vida a través de la creación artística, la formación ideológica y el compromiso ético y político con el mismo sueño revolucionario que perseguían, cada uno a su manera, los miles y miles que allí acabaron su último misterio físico.
Para algunos la memoria colectiva debe conservarse adentro de sus rituales de muerte. Ser guardada con sumo cuidado en una caja de madera lustrada, con pompa y circunstancia. Otros piensan diferente: una memoria así, tan fría, quieta, ensimismada en su dolor, limita peligrosamente con lo que, a priori, rivaliza y busca conjurar, el olvido. ¿Para qué sirve la "memoria" si ella no se dispone a protagonizar el presente y proyectar desde ese choque en la subjetividad un futuro infinitamente mejor, menos sombrío, más edificante?
Ciertas lógicas de la poesía son similares a las de la política. La lucha política es, por sobre todas las cosas, cultural. Muchos años antes del kirchnerismo, las Madres ya se habían propuesto penetrar de tal modo en los jóvenes que no experimentaran espanto ante el genocidio sino emoción por la lucha de sus hijos e hijas, y se conmovieran sin paralizarse, adquiriendo conciencia crítica, pero jamás memoria estéril sobre la experiencia más traumática de los 200 años argentinos.
Así como la poesía trabaja el tiempo de descuento de la palabra, el intervalo entre lo que nombra y lo que es, lo mismo sucede con la memoria: reflexiona en el presente sobre el pasado incluso más inmediato, para modificar el futuro, incluido el mañana menos próximo.
Pero la memoria, como el arte, tampoco es neutral. Como todo lo que está vivo y forma parte de la realidad concreta, en su seno también se libra una lucha sin cuartel entre clases sociales contrapuestas, que la desangra y a la vez la dinamiza. Mientras hay quienes velan por una "memoria" compungida, de la contrición, eternamente apesadumbrada, otros insisten en utilizarla como una herramienta determinante al servicio de la lucha contra un sistema social injusto, que fetichiza el dinero, cosifica las relaciones entre las personas, y las incomunica a través de perversos mecanismos basados en el olvido, el silencio y la despasión.
Ante la canilla de una callejuela interior de la ex ESMA, una fila de 10, 12 chicas y varones de no más de 25 años espera pacientemente su turno para cargar agua en botellitas plásticas de gaseosa. Están en ojotas.
Hace calor. Quizás desconocen los pliegues de la historia trágica que los precede, y que allí se vuelven espesos. Con el tiempo, esa imagen que en 2007 era todo un hallazgo, se volvería frecuente: el pueblo, victorioso, vivo a pesar de tantas veces que quiso ser asesinado, está adentro del mayor campo de concentración de la historia nacional; se pasea por allí libremente, como quien pasa por el jardín de una casa vecina y arranca un jazmín para llevarle a la novia. Come asados. Hace arte. Reflexiona desde la práctica concreta. No nos han vencido.
El doble discurso de un newspaper militante
Para algunos la memoria colectiva debe conservarse adentro de sus rituales de muerte.
Es curioso que un día después de haber falseado los hechos de la historia, ninguneado groseramente la prepotencia militar, y reivindicado implícitamente el golpe de Estado que en 1955 desalojó del poder al peronismo, el diario La Nación sobreactúe algo parecido a la vergüenza y se rasgue las vestiduras porque en la ex ESMA los hijos de desaparecidos insisten en hacer actividades formativas y recreativas que incluyen –Santo Dios– almuerzos de carne a la parrilla.
Nadie va a cometer la torpeza de exigirle al diario La Nación que sea peronista, ni favorable a los intereses populares. Sería una ingenuidad. Con que deje de tramar conspiraciones golpistas alcanza. Es una condición básica que debe cumplir en democracia un periódico centenario, de circulación nacional, copropietario de la única fábrica de papel para hacer diarios, que se propone –como dice– "informar" a los argentinos, aun haciéndolo desde su notoria "tribuna de doctrina", eufemismo para encubrir que estamos ante un newspaper militante, como diría Eliseo Verón.
La derrota cultural y política de la dictadura cívico-militar expresada en la expropiación de ese predio a la Marina de Guerra argentina, y su posterior entrega al pueblo y sus organizaciones más activas en la defensa de los Derechos Humanos, es un hecho simbólico de grandes implicancias concretas. ¿Qué tiene que ver la poesía con la revolución? Todo.
Seguramente los editorialistas de La Nación desconocen que un día de marzo de 2011 Hebe de Bonafini cortó en la ex ESMA una tanqueta militar para hacer con sus pedazos retorcidos puré de fierros y esculpir luego bustos de José de San Martín, Manuel Belgrano y Mariano Moreno. Memoria Fértil, le llaman las Madres de Plaza de Mayo a ese saludable y vital gesto político, que las distingue en el mundo desde hace tantos años.
Hay más: el día que las Madres "desembarcaron" en ese predio, el 31 de enero de 2008, convocaron al pueblo a acompañarlas y a hacerlo bajo una sola condición: llevar marcadores y pinceles, para pintar sobre las paredes de ese tenebroso lugar soles rojos y flores de todos los colores, que barrerían la inmundicia militar. Iban a tomar posesión de lo que el ex presidente Néstor Kirchner les había concedido, arrebatándoselos justicieramente a los marinos: el ex Liceo Naval, seguramente uno de los sitios más simbólicos de la ESMA, pues era precisamente allí donde los genocidas se doctoraban en la aplicación de tormentos. Las Madres de Plaza de Mayo fueron muy criticadas cuando resolvieron instalar en ese antro de muerte y maldad el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), donde crecería vida a través de la creación artística, la formación ideológica y el compromiso ético y político con el mismo sueño revolucionario que perseguían, cada uno a su manera, los miles y miles que allí acabaron su último misterio físico.
Para algunos la memoria colectiva debe conservarse adentro de sus rituales de muerte. Ser guardada con sumo cuidado en una caja de madera lustrada, con pompa y circunstancia. Otros piensan diferente: una memoria así, tan fría, quieta, ensimismada en su dolor, limita peligrosamente con lo que, a priori, rivaliza y busca conjurar, el olvido. ¿Para qué sirve la "memoria" si ella no se dispone a protagonizar el presente y proyectar desde ese choque en la subjetividad un futuro infinitamente mejor, menos sombrío, más edificante?
Ciertas lógicas de la poesía son similares a las de la política. La lucha política es, por sobre todas las cosas, cultural. Muchos años antes del kirchnerismo, las Madres ya se habían propuesto penetrar de tal modo en los jóvenes que no experimentaran espanto ante el genocidio sino emoción por la lucha de sus hijos e hijas, y se conmovieran sin paralizarse, adquiriendo conciencia crítica, pero jamás memoria estéril sobre la experiencia más traumática de los 200 años argentinos.
Así como la poesía trabaja el tiempo de descuento de la palabra, el intervalo entre lo que nombra y lo que es, lo mismo sucede con la memoria: reflexiona en el presente sobre el pasado incluso más inmediato, para modificar el futuro, incluido el mañana menos próximo.
Pero la memoria, como el arte, tampoco es neutral. Como todo lo que está vivo y forma parte de la realidad concreta, en su seno también se libra una lucha sin cuartel entre clases sociales contrapuestas, que la desangra y a la vez la dinamiza. Mientras hay quienes velan por una "memoria" compungida, de la contrición, eternamente apesadumbrada, otros insisten en utilizarla como una herramienta determinante al servicio de la lucha contra un sistema social injusto, que fetichiza el dinero, cosifica las relaciones entre las personas, y las incomunica a través de perversos mecanismos basados en el olvido, el silencio y la despasión.
Ante la canilla de una callejuela interior de la ex ESMA, una fila de 10, 12 chicas y varones de no más de 25 años espera pacientemente su turno para cargar agua en botellitas plásticas de gaseosa. Están en ojotas.
Hace calor. Quizás desconocen los pliegues de la historia trágica que los precede, y que allí se vuelven espesos. Con el tiempo, esa imagen que en 2007 era todo un hallazgo, se volvería frecuente: el pueblo, victorioso, vivo a pesar de tantas veces que quiso ser asesinado, está adentro del mayor campo de concentración de la historia nacional; se pasea por allí libremente, como quien pasa por el jardín de una casa vecina y arranca un jazmín para llevarle a la novia. Come asados. Hace arte. Reflexiona desde la práctica concreta. No nos han vencido.
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