democracia o corporaciones
Lo que tengas que hacer, hazlo pronto." Se sabe: dos mil años después de la delación de Judas Iscariote a Jesucristo, el senador Pichetto emplea aquella cita bíblica para conjurar la traición del vicepresidente Cobos en el Senado, quien vota contra el oficialismo al que representa en la Cámara Alta, y a favor de los intereses de las patronales agrosojeras. Se desata una crisis política de grandes proporciones, que los relatores mediáticos tratan de "saludable gesto de civilidad", "valentía", "madurez democrática", entre otros calificativos semejantes. Por estos días, los mismos opinadores adjetivan parecido al momento de contar las intrigas opositoras que auguran para después de octubre quedarse con la presidencia de la Cámara de Diputados (y por qué no la provisional del Senado). Otra vez un candidato propio en la línea sucesoria.
La traición no pasa de moda. Nunca. Especialmente, en el capitalismo.
Acompaña al hombre y a la creación colectiva que muy a su pesar compone (y que lo compone): la sociedad de su tiempo. Capitalismo y traición se habitan como el río en la correntada.
Pero hete aquí un problema: la dominación no funciona si no se legitima. No aguanta demasiado si no maquilla, engaña, ilusiona de algún modo sus frecuentes y necesarias "traiciones", entre otros daños colaterales. El concepto de "libertad de empresa" embellece la natural tendencia del capital a convertirse en monopolio. El capital no respeta fronteras, ni Estados. "No hacer la amistad", como cantan las hinchadas de fútbol, es un insumo de la tasa de ganancia. Lo mismo con la "libertad de expresión", derecho que se vuelve muy vago e impreciso debido a una férrea condición: en el capitalismo el Derecho Humano a comunicarse es lo que resulta de una "libertad" previa, anterior, que tutela toda la vida en sociedad: la libertad del capital. En resumen: en la democracia burguesa (aunque con excepciones –el kirchnerismo es una de ellas– más burguesa que democrática), -aquella "traición", ese "engaño" tan necesarios para que el capital se multiplique, fagocitándose a otros, adquieren, últimamente, grafías muy particulares: la fría letra constitucional.
Cuando la derecha mediática ridiculiza a quienes denuncian un plan desestabilizador en ciernes, se está acusando a sí misma. Tomar el pelo también es destituyente. Cuando dicen que para que haya un golpe de Estado tiene que haber tanques en la calle, o bombardeos como los de 1955, nos están gastando. Basta ver la inmediata experiencia histórica en el continente: Venezuela (siempre latente), Bolivia (fallida), Ecuador (fallida), Paraguay (exitosa), Honduras (re exitosa, aunque muy cara). La sutileza rinde más, y sale más barata. El capital sabe cómo hacerlo. Fatiga institucional, conflicto intrapoderes, y adentro. Pero antes, el desgaste. La feroz campaña de desprestigio contra el mandatario a remplazar y, necesariamente, toda su línea sucesoria.
Después del genocidio de la última dictadura la vía militar está clausurada con siete candados en nuestro país. Las clases dueñas de todo ya no contratan militares. Ahora alquilan los servicios de los jueces. Arriendan periodistas. Extenúan todo lo que pueden la institucionalidad. Fuerzan sus formas de tal modo que vuelven inviable un gobierno que se niega a ser títere de aquellos intereses.
A ver: si de la noche a la mañana empezaran a escaparse muchos más que 13 presos de las cárceles de máxima seguridad, ¿Cuánto tardaría Mariano Grondona en pedir la renuncia de una presidenta “corrupta”, como afirman todos los domingos por la noche cada vez con más énfasis y montaje cinematográfico? ¿Qué nueva enfermedad del poder diagnosticaría Nelson Castro para justificar una salida elegante, blanca, aséptica, por ejemplo: una licencia por enfermedad de Cristina, que Lanata llamaría luego "autogolpe"? El "azar objetivo", diría André Breton.
Fijate este título de La Nación: "Resignado, el Gobierno ya da por perdida la reforma de la Justicia. Tras los últimos reveses en la Corte, ni siquiera hubo reacción oficial". Recalculando: para ese diario el kirchnerismo ya fue. De sus batallas culturales que le dieron identidad ideológica, cohesión política y razón de ser histórica, quedan apenas cenizas. Pobres…
Si un gobierno que la derecha quiere mostrar contra las cuerdas, derrotado, con un árbitro que le cuenta los diez segundos de gracia en la mitad del tiempo, todavía tiene la fuerza suficiente para ponerle los puntos a LAN, ¿se imaginan el daño que todavía podría causarles Cristina a las corporaciones económicas actuando de contragolpe? Magnetto sí lo sabe.
La democratización de la justicia es otra de las grandes épicas del kirchnerismo. Los sucesivos fallos de la Corte, el lock-out de los jueces, la sedición de las Cámaras de apelaciones, demuestran que la reforma judicial iba en serio. No era cosmética. De acuerdo: en los papeles el gobierno perdió ante los jueces, pero, a poco de andar, ganó una grieta al interior de los tribunales totalmente impensada hasta hace muy poco tiempo atrás: el movimiento por una Justicia Legítima. Los jueces perdieron para siempre su aura, ese hipócrita hálito de neutralidad y ascetismo bajo el cual tejieron sus –hasta ayer nomás– invisibles telarañas. Sin dudas el tiempo y la historia están a favor de esas urgentes e inexorables transformaciones, por ahora suspendidas.
Hubiera estado bueno que el procedimiento de escuchar en audiencia pública los argumentos de una y otra parte respecto de la Ley de Medios, la Corte lo hubiera replicado al momento de fallar sobre las leyes que hacen a sí misma.
No pudo ser. El riesgo a ceder poder y privilegios no admitía demoras. Era demasiado para el Poder Judicial tener que soportar un debate abierto, televisado en directo, con miles de personas en la calle, entre una Madre de Plaza de Mayo y el juez Recondo, o entre el titular de la Asociación de Magistrados y la madre de Marita Verón. Cuántos circunspectos magistrados se habrían puesto colorados. El pueblo va a la Plaza; los grupos económicos, a la justicia. En la vida hay que elegir. Señores jueces de la Corte Suprema: lo que tengan que hacer, háganlo pronto. Cuando termine este pleito ya resuelto en la conciencia de millones de argentinos, otro juicio está esperando: el de la historia.
Corte: lo que tengas que hacer, hazlo pronto
El pueblo va a la Plaza, los grupos económicos, a la justicia. En la vida hay que elegir.
Lo que tengas que hacer, hazlo pronto." Se sabe: dos mil años después de la delación de Judas Iscariote a Jesucristo, el senador Pichetto emplea aquella cita bíblica para conjurar la traición del vicepresidente Cobos en el Senado, quien vota contra el oficialismo al que representa en la Cámara Alta, y a favor de los intereses de las patronales agrosojeras. Se desata una crisis política de grandes proporciones, que los relatores mediáticos tratan de "saludable gesto de civilidad", "valentía", "madurez democrática", entre otros calificativos semejantes. Por estos días, los mismos opinadores adjetivan parecido al momento de contar las intrigas opositoras que auguran para después de octubre quedarse con la presidencia de la Cámara de Diputados (y por qué no la provisional del Senado). Otra vez un candidato propio en la línea sucesoria.
La traición no pasa de moda. Nunca. Especialmente, en el capitalismo.
Acompaña al hombre y a la creación colectiva que muy a su pesar compone (y que lo compone): la sociedad de su tiempo. Capitalismo y traición se habitan como el río en la correntada.
Pero hete aquí un problema: la dominación no funciona si no se legitima. No aguanta demasiado si no maquilla, engaña, ilusiona de algún modo sus frecuentes y necesarias "traiciones", entre otros daños colaterales. El concepto de "libertad de empresa" embellece la natural tendencia del capital a convertirse en monopolio. El capital no respeta fronteras, ni Estados. "No hacer la amistad", como cantan las hinchadas de fútbol, es un insumo de la tasa de ganancia. Lo mismo con la "libertad de expresión", derecho que se vuelve muy vago e impreciso debido a una férrea condición: en el capitalismo el Derecho Humano a comunicarse es lo que resulta de una "libertad" previa, anterior, que tutela toda la vida en sociedad: la libertad del capital. En resumen: en la democracia burguesa (aunque con excepciones –el kirchnerismo es una de ellas– más burguesa que democrática), -aquella "traición", ese "engaño" tan necesarios para que el capital se multiplique, fagocitándose a otros, adquieren, últimamente, grafías muy particulares: la fría letra constitucional.
Cuando la derecha mediática ridiculiza a quienes denuncian un plan desestabilizador en ciernes, se está acusando a sí misma. Tomar el pelo también es destituyente. Cuando dicen que para que haya un golpe de Estado tiene que haber tanques en la calle, o bombardeos como los de 1955, nos están gastando. Basta ver la inmediata experiencia histórica en el continente: Venezuela (siempre latente), Bolivia (fallida), Ecuador (fallida), Paraguay (exitosa), Honduras (re exitosa, aunque muy cara). La sutileza rinde más, y sale más barata. El capital sabe cómo hacerlo. Fatiga institucional, conflicto intrapoderes, y adentro. Pero antes, el desgaste. La feroz campaña de desprestigio contra el mandatario a remplazar y, necesariamente, toda su línea sucesoria.
Después del genocidio de la última dictadura la vía militar está clausurada con siete candados en nuestro país. Las clases dueñas de todo ya no contratan militares. Ahora alquilan los servicios de los jueces. Arriendan periodistas. Extenúan todo lo que pueden la institucionalidad. Fuerzan sus formas de tal modo que vuelven inviable un gobierno que se niega a ser títere de aquellos intereses.
A ver: si de la noche a la mañana empezaran a escaparse muchos más que 13 presos de las cárceles de máxima seguridad, ¿Cuánto tardaría Mariano Grondona en pedir la renuncia de una presidenta “corrupta”, como afirman todos los domingos por la noche cada vez con más énfasis y montaje cinematográfico? ¿Qué nueva enfermedad del poder diagnosticaría Nelson Castro para justificar una salida elegante, blanca, aséptica, por ejemplo: una licencia por enfermedad de Cristina, que Lanata llamaría luego "autogolpe"? El "azar objetivo", diría André Breton.
Fijate este título de La Nación: "Resignado, el Gobierno ya da por perdida la reforma de la Justicia. Tras los últimos reveses en la Corte, ni siquiera hubo reacción oficial". Recalculando: para ese diario el kirchnerismo ya fue. De sus batallas culturales que le dieron identidad ideológica, cohesión política y razón de ser histórica, quedan apenas cenizas. Pobres…
Si un gobierno que la derecha quiere mostrar contra las cuerdas, derrotado, con un árbitro que le cuenta los diez segundos de gracia en la mitad del tiempo, todavía tiene la fuerza suficiente para ponerle los puntos a LAN, ¿se imaginan el daño que todavía podría causarles Cristina a las corporaciones económicas actuando de contragolpe? Magnetto sí lo sabe.
La democratización de la justicia es otra de las grandes épicas del kirchnerismo. Los sucesivos fallos de la Corte, el lock-out de los jueces, la sedición de las Cámaras de apelaciones, demuestran que la reforma judicial iba en serio. No era cosmética. De acuerdo: en los papeles el gobierno perdió ante los jueces, pero, a poco de andar, ganó una grieta al interior de los tribunales totalmente impensada hasta hace muy poco tiempo atrás: el movimiento por una Justicia Legítima. Los jueces perdieron para siempre su aura, ese hipócrita hálito de neutralidad y ascetismo bajo el cual tejieron sus –hasta ayer nomás– invisibles telarañas. Sin dudas el tiempo y la historia están a favor de esas urgentes e inexorables transformaciones, por ahora suspendidas.
Hubiera estado bueno que el procedimiento de escuchar en audiencia pública los argumentos de una y otra parte respecto de la Ley de Medios, la Corte lo hubiera replicado al momento de fallar sobre las leyes que hacen a sí misma.
No pudo ser. El riesgo a ceder poder y privilegios no admitía demoras. Era demasiado para el Poder Judicial tener que soportar un debate abierto, televisado en directo, con miles de personas en la calle, entre una Madre de Plaza de Mayo y el juez Recondo, o entre el titular de la Asociación de Magistrados y la madre de Marita Verón. Cuántos circunspectos magistrados se habrían puesto colorados. El pueblo va a la Plaza; los grupos económicos, a la justicia. En la vida hay que elegir. Señores jueces de la Corte Suprema: lo que tengan que hacer, háganlo pronto. Cuando termine este pleito ya resuelto en la conciencia de millones de argentinos, otro juicio está esperando: el de la historia.
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